lunes

Maite. Secuestrada en Egipto. Cap 03.

Era ya bien entrada la tarde cuando llegamos a un pueblo perdido en medio de la inmensidad de la nada. Parecía un espejismo... había árboles y arbustos, y un montón de casuchas bajas y desvencijadas, junto a un lago.

El negro, que no me había hablado en todo el camino, paró el coche frente a una lujosa mansión, en medio del poblado. Se apeó y, cogiéndome por las cadenas me hizo bajar... yo estaba muy avergonzada, con las mejillas encendidas en fuego, porque seguía medio desnuda y me estaba haciendo pasear así por aquellas calles. Algunos hombres y unas pocas mujeres se nos quedaron mirando mientras entrábamos en la mansión.

Tras atravesar un patio de tierra entramos en la casa. Era una construcción de estilo árabe decorada con multitud de alfombras y tapices. Una joven doncella, muy guapa, a la que me pareció que el negro llamaba Salima, apareció en el salón. El negro le dio un par de órdenes y entonces me llevaron escaleras arriba, por un pasillo, hasta un gran baño.

Jalil (así se llamaba el gran hombre de color) me quitó las esposas, y Salima terminó de desnudarme. Luego el negro volvió a ponerme las esposas de las muñecas y el cuello. Hecho esto, me metieron en una amplia bañera y me ataron las cadenas de las manos a un gancho del techo, dejándome colgada.

Salima cogió una esponja, la mojó en un cubo de agua cercano y empezó a limpiarme bien todo el cuerpo... Jalil se había sentado en un taburete en frente de la puerta, para asegurarse que no intentaría huir. Desde allí observaba silencioso todo el proceso con sus penetrantes ojos negros como la noche.

La sirvienta iba mojando la esponja en el agua y me enjabonaba todo el cuerpo. Empezó por los hombros... las axilas... los brazos... llegó a mis pechos... siguió bajando por mi estómago, que tenía duro por la tensión... la espalda... mis piernas. Cuando llegó a mi coño, Jalil le dijo algo, Salima cogió una cuchilla de esas de los barberos de antaño, con suma delicadeza separó mis piernas y mojó mi concha con mucha agua jabonosa, y luego empezó a depilarme la entrepierna... yo no me moví en absoluto en ningún momento, como se le fuera la cuchilla de las manos me podía rajar entera.

Debo reconocer que Salima hizo un muy buen trabajo, sin dañarme en ningún momento. También me pasó la cuchilla por las axilas, aunque yo iba depilada. A una orden de Jalil, hizo que me voltease, sentí las manos de la chica abriéndome las nalgas, como para mirar si ahí también hacía falta pasar la cuchilla, pero decidieron que no, pues no tengo ningún pelito en esa zona, y si lo tengo es tan rubio sobre piel blanca que no se ve. Salima me pasó la esponja entre las nalgas y de nuevo en mi coño.

Entonces la chica me metió algo en mi ano y sentí que me llenaba de agua tibia las entrañas. Me limpió el culo por dentro un par de veces y todo lo que soltaba se iba por el gran agujero de la ducha. Yo no podía creer lo que estaba pasando... me sentía tan avergonzada... ni si quiera mi marido había osado tocarme por ahí atrás... y ahora una joven sirvienta árabe me estaba «desvirgando» el ano con ese cacharro. Luego su mano se introdujo en el agujero de mi coño, para dejarlo absolutamente todo bien limpio.

Cuando esta tortura terminó, Salima me tiró agua por la cabeza y me lavó el pelo. El jabón que estaba usando tenía una fuerte fragancia, como a jazmín, que se estaba quedando impregnada en todo mi cuerpo.

Finalmente me enjuagó con agua limpia, repasando con dedicación cada recoveco de mi cuerpo de nuevo. Al terminar el baño me desengancharon las esposas del techo, me secaron, y me llevaron a la habitación de al lado.

Esa estancia era una especie de vestidor. Jalil se quedó a mi lado mientras Salima sacaba varias prendas. Me desataron para que pudiera vestirme. Del montón de ropa que la sirvienta puso en un sofá, Jalil señaló uno en concreto, y me lo dieron para que me lo pusiera directamente, sin ropa interior ni nada.

La prenda que me dieron era un liviano vestido como de gasa translúcida roja, se ponía como una bata, y para cerrarlo solo tenía un lazo que se ataba bajo los pechos. Tenía un muy generoso escote de pico, y si estaba quieta no se veía nada, pero si andaba seguro que dejaría poco a la imaginación, además era muy cortito, llegando justo a tapar mis nalgas...

Me pusieron unos zapatos de tacón de aguja, preciosos, a conjunto con el vestido. Y Salima me maquilló los ojos y los labios. Antes de salir de la habitación (con las esposas atadas a las muñecas y al cuello de nuevo) pude verme de reojo en un gran espejo que había en la pared. Lo que vi me dejó de piedra... parecía... no se... una prostituta de lujo o algo así...

Me habían peinado mi melena rubia con una cola alta, mis ojos azules resaltaban muchísimo con el kohl negro, y me habían pintado los gruesos labios con carmín rojo, resaltando mi pálida piel.

Como ya he comentado, soy más bien pequeñita, pero en contraste tengo unos generosísimos pechos, que sobresalía en ese momento por el escote del vestido. Y la parte baja de mis mulliditas nalgas quedaba al aire bajo la ropa.

Andamos por el largo pasillo, llegamos a una gran puerta de madera y Jalil picó dos veces con su puño. Al otro lado una profunda voz masculina respondió algo. Jalil abrió la puerta y entramos en la estancia, sólo él y yo. Salima se quedó fuera, lo que me produjo, no se por qué, cierta desazón. Con ella me sentía como más protegida...

La puerta se cerró tras nosotros y al fin me vi cara a cara con el hombre que me había comprado. Luego descubriría que se llamaba Ashraf, y que era un importante traficante de drogas, armas, mujeres y cualquier cosa ilegal y por la que le pagaran una buena suma.

Ashraf era un hombre alto, vestido con una túnica negra. Tenía la piel morena, y el pelo negro largo por los hombros, que llevaba atado ahora en una coleta. Debía rondar los 40 años, pero no se le veía mayor, todo lo contrario, parecía conservar la vitalidad de la juventud, sobre todo sus oscuros ojos, que empezaron a escudriñarme en cuanto entré en la habitación, me decían que ése era un hombre de espíritu vivaz y peligroso... muy peligroso.

Yo no lo sabía entonces, pero Ashraf había dado la orden a sus hombres apostados en las ciudades más turísticas de secuestrar a una mujer de mis características físicas, porque quería darle una sorpresa a su hijo Rashid, un enamorado de la cultura occidental que ahora se encontraba de viaje por Europa, conociendo mundo y haciendo contactos y trapicheos.

Como Rashid había resultado ser un buen hijo, listo y leal, siempre dispuesto a cumplir con los deseos de su padre con la mayor diligencia, éste decidió que le iba a dar el mejor regalo, una esclava occidental que accediese a todos sus deseos, y por eso aprovechando que su hijo estaba de viaje lo organizó todo, teniendo la suerte que me encontró en seguida, por lo que disponía de unos meses para adiestrarme como a una buena sirvienta.

Pero yo todavía no sabía nada de todo eso.

Jalil me dejó en medio de la habitación, de pie, y se quedó detrás de mí, rezando, supongo, porque su amo diese el visto bueno a la mercancía, o sea, a mí.

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