jueves

Maite. Secuestrada en Egipto. Cap 01.


Serie larga, donde se relatan las peripecias de la pobre Maite, joven casada a la que secuestran en su viaje de casados. A lo largo de los capítulos, van adiestrando a la hermosa esclava para que se convierta en una perfecta sirvienta, tanto dentro como fuera de la cama. Gustó mucho a mis lectores, dijeron que era muy erótica y sensual y que se la habían leído del tirón. Estoy satisfecha con esta serie. Fue escrita entre 2011 y 2013. Finalizada.





Este verano fui de vacaciones con mi marido a Egipto. Pero lo que tenía que ser un viaje de ensueño se convirtió en mi peor pesadilla.

Me llamo Maite, tengo 21 años y hace dos que me casé con Javi, mi pareja desde el colegio. Este año habíamos conseguido ahorrar lo suficiente para hacer el viaje de novios que no pudimos permitirnos en su día, así que contratamos un pack vacacional de 15 días, con crucero por el Nilo incluido.

El segundo día de estar allí, Javi empezó a encontrarse mal, había comido algo que no le había sentado bien y se pasó toda la mañana encerrado en el lavabo del hotel. Yo me quedé para hacerle compañía, pero de pronto empezamos a discutir por una tontería y me enfadé con él y le dije que allí se quedaba, que yo me iba a visitar la ciudad.

Según el horario de excursiones que nos habían dado, a estas horas el grupo estaría por la zona de las pirámides, así que con toda mi mala leche cogí el bolso, y salí por la puerta. Justo en la entrada encontré un taxi, le pregunté al conductor nativo de la zona cuánto me costaría el viaje, y al parecerme un precio razonable, entré en el auto y me dejé llevar.

La culpa fue toda mía. Estaba tan ofuscada rememorando la discusión que no me di cuenta que el conductor no me estaba llevando a mi destino. Fue demasiado tarde cuando vi que a nuestro alrededor solo había desierto... ¡¡y nada más!!

Asustada, aproveché cuando me pareció que bajaba un poco la velocidad para abrir la puerta y saltar fuera del coche. Tras rodar unos metros me levanté como pude y empecé a correr, pero mi secuestrador no se dio por vencido, empezó a perseguirme con el coche hasta llegar a cerrarme el paso cerca de una duna muy alta. Salió del coche disparado y se me abalanzó encima, dejándome de nuevo tirada en el suelo. El tipejo me gritaba improperios en un lenguaje que yo no lograba entender. Con una mano me aplastó la cara contra la cálida arena, con la otra apoyó una enorme navaja en la mejilla... yo estaba aterrorizada... no entendía muy bien qué pasaba. Pero no quería por nada del mundo que ese hombre se enfadase más de lo que estaba. Evaluando la situación en la que me encontraba, me di cuenta que, si le apetecía, podía degollarme y enterrar mi cadáver ahí mismo, y que difícilmente nunca nadie encontraría mi cuerpo.

Sin poder evitar las lágrimas que caían de mis ojos, dejé que el individuo me atara las manos a la espalda con su cinturón sin oponer resistencia.

Me llevó de nuevo al taxi, me hizo sentar en el asiento del pasajero y arrancó de nuevo. Estuvo conduciendo muchísimo tiempo, cuando finalmente paró ya estaba anocheciendo. Mi mente iba a mil por hora... ¿¿cómo podría hacer para escapar de ahí?? y lo peor... ¿sería capaz de encontrar el camino de vuelta o moriría de sed en el árido desierto?

Mi captor aparcó el vehículo al lado de un montículo rocoso, me hizo apearme y a empujones me llevó hasta una cueva cercana. Yo no paraba de tropezarme con las piedras del camino. Fuimos hasta el fondo de la caverna, me empujó y caí al suelo.

Allí me quedé mientras él encendía una lámpara de aceite. Cuando lo hubo hecho vi que nos encontrábamos en un pequeño habitáculo, cuya única decoración era una desvencijada mesa, un taburete y unas mantas tiradas en un rincón.

El taxista se acercó a mí, y tirándome del pelo me acercó a la pared del fondo, donde había una gruesa cadena de hierro amarrada a la pared. Cogió el extremo libre, que tenía un collar también metálico, y me lo puso alrededor del cuello. El tacto del frío hierro sobre mi piel hizo que el mundo se me cayera encima... definitivamente no iba a poder escapar nunca de aquel lugar.

Yo seguía llorando, acurrucada en el suelo, cuando él se situó frente a mí y empezó a beber de una cantimplora. Mientras bebía no apartó su mirada de la mía. Me hice una idea de lo que estaba viendo, una mujer joven, extranjera, de piel blanca, muy blanca, pequeña, rubia, de ojos azules... ¿me había secuestrado para su uso personal? ¿o tenía planeado venderme al mejor postor? No, tenía que dejar de pensar así o acabaría loca.

Cuando sació su sed se acercó más a mí y me enseñó la cantimplora... la verdad es que yo estaba sedienta... no había bebido nada desde que salí del hotel. No sabía qué hacer, puse cara suplicante y miré fijamente la cantimplora.

La dejó en el suelo y empezó a desabrocharse el pantalón. No podía ser verdad que me estuviera pasando esto a mí. Este tipo era realmente asqueroso... viejo y gordo... muy feo... Pude oler su penetrante sudor en el camino en coche hasta aquí. No quería ni imaginar cómo olería su aparato... a qué sabría... ¡puaj!

Pero mi instinto de conservación actúo por mi... a pesar de la pestilencia que emitía su aparato, acerqué mi cara a su polla y la metí en mi boca. Al principio me costó un poco, por la sequedad de mi boca, pero poco a poco fui generando saliva, que se fue mezclando con sus jugos preseminales, y ya podía ir metiéndola y sacándola de entre mis labios sin problema.

Su polla empezó a crecer y a endurecerse... tan grande la tenía que yo casi no podía meterme dentro nada más que el orondo capullo... y cada vez sabía más amargo...

Lo que había empezado siendo una mamada por mi parte acabó siendo una follada por su parte, de su enorme polla en mi boquita. Sentía como las comisuras de mis labios se estiraban al máximo para cobijar aquel vergote, y como cada vez entraba más y más en mi garganta, haciéndome tener como arcadas, pero el tío no paraba... ¿le pondría cachondo verme así?

Finalmente, el tipejo se corrió tan abundantemente dentro de mi boca que pensé que debía hacer mucho tiempo que no disfrutaba de ninguna mujer... cosa que no me extrañaba tampoco.

Y cuando ya hubo terminado, acercó la cantimplora a mi boca (yo seguía con las manos atadas a la espalda con su cinturón) y dejó caer un poco de agua, la justa para que no me deshidratase.

Luego encendió un cigarro, sacó su móvil, y llamó a alguien con quien intercambió unas palabras en un idioma que no entendí. Cuando colgó me miró y se rió, un penetrante miedo a qué podría ocurrirme a partir de ahora empezó a subirme por la garganta.

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