jueves

Maite. Secuestrada en Egipto. Cap 04.

Ashraf, el traficante, se acercó a mí. Cuando lo tuve delante no fui capaz de aguantar su mirada, sin quererlo bajé la vista para no tener que enfrentarme a él directamente. Creo que le gustó esta reacción.

Se paseó a mi alrededor, observando minuciosamente cada detalle. Cuando estaba a mi espalda, con una mano me rozo suavemente los cachetes de mi culo bajo el vestido. Luego se sitúo frente a mí, me puso una mano en la barbilla, cogiéndome media cara, y me hizo levantar la mirada. Me quedé atrapada por la magia de sus ojos negros.

Este hombre podría ser mi padre, pero tenía un no sé qué, una belleza felina, que me dejaba sin respiración. Casi agradecí que fuese él mi amo, y no el viejo taxista orondo y mal oliente que me había secuestrado. Pero a la vez sentía terror de hacerle enfadar... algo me decía que Ashraf no se andaba con chiquitas a la hora de dar una lección.

«Es una mujer muy bella» dijo con ese extraño acento, mirándome a los ojos «estoy contento con la compra que he hecho»

Me pareció oír a Jalil suspirando, relajado.

«¿Cómo te llamas, rubia?» me preguntó

Tuve que aclararme la garganta para responder, en un susurro: «Maite»

«Muy bien, Maite» prosiguió, apoyándose en la mesa que había frente a mí «Arrodíllate»

No sabía si había entendido bien lo que me había dicho. Me quedé paralizada, mirándole.

Entonces él dio un salto, y cogiéndome las cadenas tiró fuerte hacia abajo, obligándome a arrodillarme frente a él.

Se quedó allí cogiendo la cadena que ataba mi cuello de nuevo alzó mi cara para que le mirase a los ojos. Estaba muy serio, con el ceño fruncido, mientras me decía:

«Te voy a explicar cuál es tu situación. Estás presa en un pueblo en mitad del desierto, en una casa rodeada de mis hombres armados, que no serán tan pacientes contigo como yo si te pillan fuera del palacio.»

Empecé a temblar de miedo y él siguió hablando

«Este es mi reino y yo soy el rey. Y tú vas a ser mi sumisa esclava, que hará todo cuanto le ordene a la mayor brevedad posible, o habrá terribles consecuencias... ¿lo has entendido?»

«Sssi...» conseguí decir

«¡Si, Amo! ¡es lo que tienes que decir!» me dijo dándome un bofetón que me dolió muchísimo...

«Si Amo... perdóneme Amo» respondí enseguida

«Muy bien pequeña, veo que lo vas entendiendo» dijo soltando la cadena y volviendo a apoyarse con las piernas cruzadas en el escritorio.

«Hay una serie de normas que vas a tener que cumplir en mi casa... la primera: nunca mires directamente a los ojos a los hombres.»

Acto seguido bajé la mirada y la clavé en el suelo, no quería recibir un segundo bofetón, aun me escocía la mejilla del anterior.

«Así me gusta, aprendes rápido. Segunda norma: nunca hables con un hombre a no ser que él te dirija primero la palabra, y si lo hace le respondes con respeto, llamándole Señor, o en mi caso, Amo, tratándole de usted y repitiendo siempre la orden que te haya dado... dime... ¿lo has entendido?»

«Si, Amo, lo he entendido»

«Perfecto, nos vamos a llevar muy bien tu y yo...» me dijo, y entonces llamó a Jalil, diciéndole algo que no entendí.

El robusto criado negro me levantó del suelo y me llevó a un lado, atando de nuevo mis manos con las cadenas a un gancho del techo (como en el baño) y esta vez ató cada uno de mis tobillos a un lado, dejándome bien abierta de piernas.

Empecé a temblar de nuevo. Yo estaba aterrada por lo que Ashraf me pudiera hacer. Cuando lo vi acercándose a mi lado, con un látigo de cola corta en las manos, me dijo:

«Al principio te has portado muy mal, desobedeciendo mis órdenes, y eso es algo que no voy a permitir.» mientras decía esto me desabrochó el lazo del vestido, dejándolo todo a la vista, continuó hablando «Por ser tu primer día aquí no seré muy severo contigo, pero como se vuelva a repetir vas a arrepentirte de veras»

Y empezó a darme latigazos, por las piernas, las nalgas, el estómago y hasta por mis pechos... cada vez que el látigo tocaba mi piel era como sentir un millón de agujas clavándose. Me ardía todo. Pero deduciendo que no le gustaría oírme gritar, decidí evitar un castigo más severo mordiéndome los labios y soltando sólo algún gemido entre azote y azote.

Cuando terminó, Jalil me desató, y volví a quedarme de pie en medio de la habitación, esta vez con la mirada fija al suelo, Ashraf entonces me dijo:

«A partir de ahora vas a ser mi esclava personal. A no ser que te diga lo contrario te quedarás en la habitación que yo esté, arrodillada en una esquina, con las manos en los muslos y la mirada fija al suelo. Si voy a otro sitio de la casa y quiero que vengas conmigo cogeré tu cadena y daré un estirón, entonces te levantarás en silencio y andarás un paso por delante de mí, sin levantar la mirada del suelo.»

Yo estaba que no me podía creer lo que me estaba ocurriendo. Había pasado de ser una chica libre, casada y feliz a ser el objeto sexual y apalizable de un peligroso traficante árabe, perdida en medio del desierto... ¡Era como estar viviendo mi peor pesadilla!

«Eres la única occidental que hay aquí, así que cuando hable en tu idioma sabrás que es una orden dirigida a ti. Espero que la cumplas lo más rápida y eficazmente que puedas, para evitarnos tener que repetir un castigo como este.»

Recordar los latigazos que acababa de darme hacía que aún me ardiera más la piel.

«Cuanto mejor te portes, más recompensas tendrás, eso ya depende solo de ti y tu actitud»

¿Recompensas? pensé ¿a qué se referirá?

«De momento eso es todo.»

Ordenó a Jalil que se retirara, y así lo hizo el negro, saliendo por la puerta. Por unos segundos me quedé allí de pie, quieta, sin saber qué hacer, pero el miedo a un nuevo castigo hizo que recobrara la memoria rápidamente... «Te quedarás en la habitación que yo esté, arrodillada en una esquina, con las manos en los muslos y la mirada fija al suelo.» eso había dicho Ashraf, y eso hice, situándome en la esquina enfrente a él.

Supongo que hice bien, porque no me dijo nada, se sentó frente al ordenador y empezó a teclear. No sé qué estaría haciendo, pero seguro que de vez en cuando se distraía mirándome los pechos, hinchados y rojizos por los golpes, pues por debajo de la mesa pude ver como el bulto de su gran paquete iba creciendo más y más conforme pasaban las horas.

¿Cuánto más iba a esperar hasta forzarme? ¿Por qué no lo hacía ya? ¿Por qué me dejaba con esta incertidumbre? ¿Qué había hecho yo para merecer semejante castigo... esta vejación?

Sentí lágrimas asomando a mis ojos, pero las tragué, no quería recibir de nuevo una paliza. Así que, para distraerme, empecé a repetir mentalmente las normas que me había dado mi nuevo Amo, para no equivocarme en un futuro.

«Norma número uno...»

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