domingo

Ricky, el perro callejero #21

EL VIAJE. DIA 3 (parte 1) Desayuno con castigo de Ricky para Luis en la piscina de Don Romannetti. Mientras el Don sodomiza a su hijo Lionardo, para vergüenza del joven aprendiz de Semental.


Al día siguiente Miele despertó a los chicos, siendo ya cerca de las doce del mediodía. Los Sementales habían decidido no madrugar, por lo que no era necesario que ellos lo hicieran. Se limpiaron bien sus cuerpos, que todavía sentían doloridos por la juerga de la noche anterior. Saúl tenía moretones y heridas por todas partes, causadas por los malos tratos que le había propinado Lionardo la tarde anterior cuando salieron a pasear a caballo. Y Luis tenía todo su cuerpo cubierto de latigazos, hechos también por Lio, por la noche, antes que le sodomizara con rudeza. Ambos hermanos habrían dado lo que fuera por poderse tomar ése día como descanso, quedándose dormidos y recuperando fuerzas. Pero no poseían ese poder de decisión sobre sí mismos.

Los sumisos se pusieron unos bañadores que el bello andrógino Miele les dio. Thian y Phuo lucían un pequeño tanguita negro, que contrastaba con su pálida piel, y conjuntaba con la oscuridad de sus ojos y su pelo lacio. Saúl y Luis en cambio tuvieron que ponerse, para su bochorno, unos bikinis fucsia nada discreto y mucho menos masculinos. La parte superior era un sostén con dos triángulos, atado a la espalda por un hilo y un lazo. Todo del mismo color. La parte inferior era una braguita de corte muy bajo, que apenas llegaba a taparles el abultado paquete, y dejaba al aire la zona superior de sus nalgas. Miele estaba preciosa, como siempre, con un conjunto también de dos piezas de color verde lima, que le quedaba como un guante en su cuerpecito de ninfa.

Don Romannetti, Lionardo y Ricky estaban en la piscina, con sendos bañadores de hombre. El Don lucía uno de tonalidad verde oscuro, su hijo menor uno negro y el perro callejero otro de color azul eléctrico. Los Amos estaban estirados cómodamente sobre unas tumbonas de diseño radiantemente blancas. Hacía mucho calor y el agua de la piscina, completamente translúcida, resultaba de lo más apetecible.

Don Cornelio había ordenado traer para ellos unas fuentes variadas de fruta fresca, y estaban apagando su sed con un delicioso combinado de cava, que llevaba azúcar de caña, unas gotas de zumo de limón, algo de coñac, y un chorrito de licor de fresa. Era una bebida levemente ácida, con mucho sabor a alcohol y un leve toque afrutado, servida en grandes copas heladas.

Cuando los sumisos llegaron a la piscina, Don Romannetti ordenó a sus dos pequeños vietnamitas que se metieran en el agua, no sin antes manosearles un poco el culo a cada uno de ellos, y que ellos le besaran con devoción la polla por encima del traje de baño.

Saúl, su hermano mayor Luis, y Miele, el hijo andrógino del mafioso, se quedaron de pie, quietos, esperando a que les ordenasen hacer algo. Todos suponían que a continuación habría una follada en grupo, como la noche anterior, y Saúl rezaba para que no le tocase hacerlo con Lionardo. Desde la tarde anterior Saúl se había sentido muy confuso respecto a sus sentimientos por ese bastardo malnacido. Le odiaba y le deseaba tan intensamente, que prefería mantenerlo lejos, y más si su verdadero Amo, Ricky, estaba cerca. Por nada del mundo quería que el perro callejero supiese cuanto le gustaba que ese niñato chulo y pijo le sodomizara de manera bruta.

“Puta Insaciable” dijo Ricky, sacando a su joven sumiso de pelo rubio de su ensoñación “Ve allí y tráeme aquel palo” dijo, señalando un limpia-fondos de piscina, compuesto por el cabezal móvil y una vara de acero inoxidable larga, algo parecido a una escoba, pero con distinto uso.

“Sí, Señor, como ordenes” le respondió el chico.

Saúl tuvo que rodear toda la piscina, que era de tamaño generoso, para poder coger aquel objeto que le había pedido su Semental. Aunque no lo veía porque no quería alzar la mirada hacia él, podía sentir la fija y penetrante mirada de Lionardo puesta sobre su cuerpo. El esclavo rubio caminó rápido, pero con cuidado de no resbalar, y cogió el artefacto, que pesaba muy poco. Mientras lo traía de vuelta, Saúl vio que en el extremo superior el palo de acero inoxidable, que era algo más grueso que la polla de Ricky, estaba recubierto con un material plástico verde, con rugosidades, a modo de agarradera.


“¿Qué diversión nos tienes preparada hoy, amico Ricky?” preguntó Don Cornelio, cuando vio lo que había ordenado traer a Saúl.

“Si lo recuerdas, ayer hice una apuesta con la Cerda Comepollas, y perdió” el Don asintió con la cabeza.

“Así que ahora voy a aplicarle el castigo que se merece” sentenció el Semental de ojos verdes.

Luis, al oírle decir aquello, y viendo el enorme tamaño del palo, que ya se imaginaba por dónde se lo iba a tener que meter, empezó a temblar de miedo. Pero no se quejó. Si su amado Amo creía que ese era el castigo que merecía por haber perdido la apuesta en el yate, no consiguiendo que Miele se corriera con su pito metido en su delicado culo, apechugaría con ello, aunque le doliese.

Ricky ordenó que atasen a Luis. Le hizo meterse en la piscina, y los complacientes Thian y Phuo amarraron sus muñecas y tobillos, completamente abiertos. El pie derecho con la misma mano hacia un lado, en el mismo borde de la piscina, y el otro pie y la otra mano juntos hacia el otro lado. Su cara quedaba medio sumergida en el agua, y su culo en pompa sobresalía de la superficie acuosa, como suplicándole a Ricky que maltratara a su placer esa zona de su anatomía. Realmente era lo que deseaba. Tanto su placer como su dolor pertenecían al perro callejero. Todo lo que él quisiera darle, el rubio lo aceptaría con alegría, respeto y devoción. Aunque fuese una penitencia como aquella.

Cuando Luis estuvo situado tal como lo quería, el Semental de ojos esmeralda se metió en la piscina, y Saúl le siguió, pues así se lo mandó. Don Cornelio estaba excitado con solo imaginar lo que vendría a continuación, y había ordenado a Miele, su dulce hijo mayor con cuerpo de mujer, que se arrodillase al lado de su tumbona, y empezase a chuparle el duro rabo. Lionardo se había quedado sin sumiso a quien darle órdenes, pero no le importaba, ni si quiera se percató de ello. Sostenía su fría copa en la mano, dándole pequeños sorbos, y observaba la escena que sucedía en la piscina, aparentemente interesado en el castigo que iba a recibir Luis, pero realmente obsesionado con Saúl y deseando follárselo de nuevo en cuanto tuviera la más mínima ocasión.

“Abre la boca, Cerda” ordenó de manera tajante Ricky.

Luis así lo hizo, y notó como su adorado Macho le metía ese gordo mango de acero cubierto de plástico rugoso dentro de la boca. No pudo abarcar más que unos centímetros, antes de empezar a notar que se le desencajaba la mandíbula. Ricky dejó el palo metido todo lo profundo que pudo en la garganta de su esclavo rubio.

“¡Con la de pollas que has comido tendrías que poderte tragar mucho más que eso, puta!” le increpó Ricky al pobre Luis, que luchaba por abrir lo máximo que podía sus labios, pero realmente era físicamente imposible que le cupiera ni un solo centímetro más de palo dentro.

El perro callejero empezó a meter y sacar de manera brusca el mango de plástico de la boca de su esclavo. Todos, tanto el Don, como su primogénito, e incluso Saúl, estaban excitándose enormemente con el maltrato del Semental de pelo negro hacia el esclavo rubio. Miele sentía más pena por él que otra cosa. Y todavía le quedaba lo peor.

Cuando Ricky se cansó de follarle la boca a Luis con aquel instrumento, se lo sacó y el pobre chico pudo respirar aliviado.

“Puta, ábrele bien el culo a tu hermano, que voy a empalarle y no pararé hasta que no vea salir el extremo por su boca de zorra”

A Luis se le abrieron los ojos como platos. Con lo bien que pasaron el día de ayer, con su Amo amable, casi se había olvidado de esa vena cruel que surgía de su interior, más a menudo de lo que quisiera. Saúl puso una mano en cada nalga del imbécil de su hermano mayor, y las separó todo lo que pudo. Acto seguido, Ricky dirigió el borde rugoso hacia el nada dilatado culo de su esclavo, y empujó con todas sus fuerzas, hasta que a los pocos segundos, la piel de la entrada cedió, dejando pasar al interior del intestino un buen pedazo de esa descomunal vara de acero.

“¡¡¡NNNNNNNNNNHHHHHHHHH!!!” a Luis le faltó muy poco para no ponerse a gritar como un cerdo en el día de la matanza. El dolor que sintió en su culo fue insoportable. Pero tenía que aguantarlo, por Ricky, por su venerado Amo.

Al ver aquel rostro contraído por el sufrimiento, Don Romannetti no pudo contenerse más. Estaba muy cachondo, y necesitaba meter su rabo dentro de algún culito goloso. Tenía a su disposición a la complaciente Miele, que seguía chupándole el rabo, o a los dos hermosos asiáticos, incluso Saúl, la Puta Insaciable, habría salido de la piscina y le habría ofrecido su ano, si así se lo hubiera reclamado él. Lo sabía. Pero en ese momento decidió que ya iba siendo hora de sodomizar un trasero que había mucho tiempo que no probaba, y que todavía le pertenecía.

“Leonardo, figlio mio, ven a complacer a tu viejo padre” dijo de repente el Don, mirando a su hijo más pequeño, y señalando su regazo, al tiempo que apartaba la cara de su primogénito de su duro paquete.

Lionardo no podía creérselo. Le costó mucho reaccionar. Su padre era muy listo, mucho más de lo que le gustaba aparentar, y seguro que sabía del odio que había surgido entre él y Saúl, el sumiso de Ricky, nada más verse. Su progenitor había estado presente mientras él humillaba, abofeteaba y descargaba su ira sobre ese mocoso. Sabía que su honor estaba en juego, ¡Y el muy malnacido escogía precisamente esa ocasión para sodomizarle! ¡¡Le odiaría eternamente por aquello!!

Pero a pesar de su odio, Lionardo no podía negarle nada a su padre. Don Romannetti sabía que el bastardo de su hijo menor era pura maldad, y que estaba esperando a cumplir la mayoría de edad para ocupar su lugar en los turbios negocios familiares. Realmente el Don no estaba molesto por aquella jubilación anticipada, precisamente porque el carácter de Lio era como era, le había criado para ser el próximo Don. Era por su propia naturaleza sádica y malvada que sería un gran líder. Pero hasta que llegara ese momento todavía quedaba un tiempo, y Don Romannetti disfrutaba de una manera especial hiriendo el hinchado orgullo de su hijo pequeño con cosas como aquella, es decir, sodomizándole por puro capricho frente a un sumiso al que se la tenía jurada. Lionardo no debía olvidar que quien mandaba en esa mansión por el momento era él, y que si tenía los privilegios que tenía era porque a él le había salido de los huevos, y que tal como se los dio, se los podía retirar cuando le saliese de los cojones. Dejarlo en la estacada y sin dinero sería como una muerte en vida para el joven Lio, quien siempre había vivido, desde su más tierna infancia, rodeado de los objetos más lujosos.

Así que Lionardo finalmente se puso en pie, se sentó encima del regazo de su padre, dándole la espalda y quedando mirando a la piscina. Saúl alzó la mirada y vio como el sádico chico de ojos marrones pasaba cada una de sus piernas a cada lado del cuerpo del Don, y como se apartaba la parte trasera del bañador, se escupía en la mano para lubricarse, y empezó a insertarse él solo el férreo cipote de su padre dentro de las entrañas.

“Ooooooooh, siiiiiii... ¡Molto bene, bastardo mio!” exclamó Don Cornelio, al sentir el estrecho conducto anal de su hijo apretándole la polla.

Don Romannetti abrazó a Lionardo por su estómago, y empezó a dirigir el ritmo de la follada que le estaba dando con su prieto culo, mientras le manoseaba y susurraba guarrerías en su oído. Lio había permanecido con los ojos cerrados desde que se metió la punta de la polla de su padre dentro del culo, y por sus santos cojones que no soltaría ni un solo quejido por tener aquel enorme pedazo duro de carne taladrándole los intestinos. Cuando unos minutos después decidió abrirlos, se encontró con la fija mirada azul de Saúl clavada en él. No solo estaba divirtiéndose con aquella humillación hacia su persona, ¡¡Sino que el muy imbécil además tenía el descaro de sonreírle con cinismo!! Como diciéndole en silencio... “Ahora es a ti a quien le toca sufrir una sodomización no deseada ¡Y espero que te duela tanto como a m pedazo de imbécil! ¡¡Sobre todo en tu orgullo!!” Aquella mirada fue su condena de muerte.

Ajeno a todo aquello que se sucedía en absoluto silencio, Ricky seguía sodomizando con brutalidad el maltratado culo de Luis, el mayor de sus sumisos, que hacía el esfuerzo más grande del mundo para no gritar por el exagerado dolor que le estaba provocando su Macho en su trasero, pero no podía evitar llorar mientras era empalado de aquella manera tan bestia.

De pronto Ricky, el perro callejero, dejó incrustado el mango de la herramienta de limpiar la piscina en lo más hondo de su orto y le ordenó a Saul:

“Tú, Puta insaciable, coge esto”

“Si, Amo” le respondió el menor de los hermanos rubios.

El sumiso rebelde agarró la herramienta y esperó al siguiente mandato de su Semental de piel morena, que no tardó en llegar:

“Voy a follarle la boca al imbécil de tu hermano mayor” le informó “Mientras, quiero que tú sigas aplicándole el castigo. Hasta que me haya corrido”

Los orbes de Saúl brillaron con una maldad especial que a su Amo no se le pasó por alto. Se le acercó y le dijo con tono de voz bajo, para que solo pudiera escucharle él, pero de manera realmente intimidante:

“No te pases ni un pelo con él. Luis es MI sumiso, NO el tuyo. Solo métele el mango hasta el tope, rápido. Nada más. Si lo desgarras por dentro y lo lesionas para siempre te juro que desearás estar muerto ¿Me has entendido?” miró fijamente a Saúl a los ojos.

Al instante el estudiante respondió, algo mosqueado “Vale joder. Lo haré bien… tsk”

“Más te vale” sentenció Ricky.

El perro callejero entonces fue a situarse al otro lado, justo delante de la cara de Luis, que estaba que no se lo creía. Evidentemente él si que había escuchado aquel aviso. Al menos ahora sabía que le importaba lo suficiente a Ricky, su adorado Amo, como para que él se preocupara de que no recibiera heridas de gravedad en aquellas sesiones sadomaso. Si hasta ese momento su devoción por él había sido absoluta, ahora su nivel de sumisión y obediencia hacia el perro callejero se había incrementado hasta el infinito. Hasta sonrío como un auténtico bobo cuando su Semental le golpeó la cara con la mano abierta, diciéndole:

“¡Cerda comepollas abre la puta boca!”

El sumiso abrió su boca y se preparó para lo que le venía encima, pero ahora ya todo era distinto. Amaba a Ricky. Lo adoraba. Era su único Dios. Le veneraría por el resto de su miserable vida. El perro agarró la cabeza de Luis y comenzó a follársela con verdadero ímpetu.

“¡Aaaaahhh… Siiii…! ¡¡Que gustazo de boca jodeeer!!” exclamó.


Acto seguido, Saúl comenzó a meterle y sacar el mango de la herramienta con fuerza y velocidad, pero sin pasarse en ningún momento del tope impuesto por su Amo. Le guardaba una gran animadversión a su hermano mayor porque ambos luchaban por llegar a ser el favorito de su Amo y Señor. Pero no le dañaría. Esta vez lo haría bien.

Fuera de la piscina, Don Romannetti quería ver mejor el espectáculo, así que ordenó al menor de sus hijos, que le estaba cabalgando de espaldas a él:

“Leonardo, figlio, apoya las manos sobre la tumbona y preséntame tu culo para que pueda follártelo bien a gusto” le dijo el mafioso.

“En seguida, padre” respondió asqueado el menor, poniéndose a cuatro.

No estaba asqueado por su polla. Hacía mucho tiempo que le follaba, y al igual que Miele, estaba más que acostumbrado a su tamaño y extraña forma. Lo que asqueaba a Lionardo era verse obligado a mostrarse tan sumiso ante Saúl, el menor de los putos de Ricky. No lo soportaba. Cada vez que ese maldito rubio, que rompía el culo de su hermano mayor con aquella herramienta, dirigía su mirada hacia él, se le llevaban los demonios de la ira.

“¡Aaaaaaahhhhh..!” exclamó de pronto el hijo del Don.

Lio estaba tan obsesionado con Saúl, maldiciéndole por dentro, que no se percató de cuando su padre embistió contra él con todas sus fuerzas, penetrándole con aquel mástil durísimo hasta las putas pelotas. Hasta cayó un poco hacia delante y tuvo que incorporarse para volver a su posición inicial. La sorpresa hizo que aquella vez sí que le doliera la penetración, por no estar preparado y relajado.

Don Romannetti sonrió satisfecho “Hacía mucho tiempo que no gritabas Lionardo, no sabes cuánto me excita que lo hagas”

El Don agarró con fuerza las nalgas de su hijo menor por los costados y empezó a follárselo con salvajismo, algo realmente extraño en él. Don Romannetti era un Semental menos sádico que Ricky, o el propio Lionardo. Él prefería el vicio por el vicio, le ponía cachondo el incesto, retorcer la mente de sus esclavos, volverlos dóciles y complacientes, la lubricidad, todo lo que estuviera fuera de lo normal. Pocas veces se mostraba sádico, siempre que sus deseos fueran satisfechos. Era un buen Amo. Pero no podía permitirse dejarse pisotear por nadie, y menos por el menor de sus bastardos. Recordarle a Lio cuál era su posición en esa casa, a base de duros pollazos y una follada animal, le ponía como una puta moto de caliente.

“¡¡Aaaaaaahh!! Aaaaaaaaaahhh!!” los gemidos de Lionardo eran música celestial para los oídos del menor de los sumisos rubios, Saúl, que imaginaba que era él y no el Don quien le sodomizaba de aquella humillante manera.

Ricky seguía follando la boca a Luis, hundiéndosela a ratos en el agua, y luego sacándola, encastándole el puto rabo hasta el puto estómago de lo potentes que eran las penetraciones que le daba. Luis sentía que iba a morirse con su Dios ahogándole y follándole la boca de aquella forma tan salvaje, mientras su hermano menor se dedicaba a destrozarle el orto con el mango de la herramienta.

Finalmente, los Sementales comenzaron a correrse. El primero en descargarse fue el perro callejero, inundándole la tráquea a Luis con su simiente de Macho. Luis no había recibido la orden de poder correrse, además con el intenso dolor que recibía en su culo, habría sido bastante difícil que lograra hacerlo. Cuando Saúl vio que su Señor se corría, se detuvo y dejó de martirizar a Luis, sacándole el mango de su culo, que había quedado dilatadísimo. Estaba sorprendido. Se preguntó si su propio orto se vería igual que ése cuando era sodomizado brutalmente por alguno de aquellos Señores. La respuesta a aquella pregunta era negativa. El culo de Saúl era tan elástico que no importaba lo que uno le metiera dentro, pocos segundos después recuperaba su estado inicial, haciendo que parecía que se le desvirgara cada vez que se le follaba, o incluso en la misma sodomización, con sacarle la polla de dentro, esperar unos pocos segundos, y volver a metérsela.

A continuación, Don Romannetti clavó su dura estaca hasta lo más hondo del prieto culo de su hijo Lio y empezó a soltar chorretones de ardiente leche de Macho dentro de su culo de Semental. Ser el único que tuviera derecho a fornicarle el orto era un placer inigualable. Lionardo por su parte había estado masturbándose mientras su padre le sodomizaba, y cuando el viejo le llenó el culo de leche, soltó su corrida sobre la tumbona. No por sentirse especialmente excitado, no es que lo estuviera demasiado en ese momento, pero no hacerlo habría sido un claro insulto hacia su padre. Lionardo no era un sumiso como el resto de los presentes. Él era Semental, y llegaría a superar a su padre en todos los aspectos de la vida cuando tuviese la edad suficiente. De momento debía joderse y aguantarse cada vez que su padre le otorgaba el grandísimo honor de querer follarle. Por eso se esforzó y se corrió sin putas ganas de hacerlo en realidad.

“Ha sido un castigo fabuloso, amico Ricky” le felicitó el Don, sacándole la polla del culo a su hijo menor.


“Si que lo ha sido” respondió el perro callejero, y entonces ordenó a Saúl “Tú, cerda. Desata a tu hermano y ayúdale a salir de la piscina”

miércoles

Ricky, el perro callejero #20

EL VIAJE. DIA 2 (parte 5) Saúl recibe un premio de Ricky, su dueño, con la ayuda de Miele. Lionardo castiga el frágil cuerpo de Luis, el hermano mayor de Saúl, con el látigo. Don Romannetti hace gala de su maldad follándole la boca a uno de sus sumisos vietnamitas, mientras explica en voz alta cómo mató a sus padres, y convirtió a los jovenes Thian y Phuo en sus devotos esclavos.


Aquel segundo día de mini-vacaciones fue muy largo, sobre todo para los pobres sumisos, que no pudieron comer nada hasta la cena, cuando se repitió la escena de los días anteriores, con los tres Machos sentados en la mesa, deleitando sus paladares con los más exquisitos manjares, mientras los esclavos comían todos juntos del mismo cuenco, a cuatro sobre el suelo y sin utilizar las manos.

Después de cenar, la comitiva se dirigió al salón de los sofás de estilo romano, con cadenas colgando de las paredes y del techo, y consoladores repartidos por toda la estancia. Don Romannetti, su hijo menor Lionardo y Ricky, el perro callejero, disfrutaron a sus anchas de los cuerpos esbeltos y hermosos de sus sumisos, tanto los propios como los ajenos.

Como Ricky se sentía complacido por el comportamiento de Saúl, ajeno al torrente de emociones encontradas que le recorría por dentro al más joven de sus sumisos, respecto a Lio, el hijo menor del Don, quiso premiarle.

“Puta insaciable, ven y chúpame la polla” le ordenó a Saúl, llamándolo por el nombre que él mismo puso en su collar de esclavo “Miele, tú cómele el culo” dijo a la ninfa andrógina “Pero nada de correrte hasta que yo te lo ordene” Ricky volvía a dirigirse a Saúl.

“¡Sí, señor!” exclamó el rubio, que al igual que su hermano mayor Luis antes en el barco, se sentía tan tremendamente agradecido por que su único y verdadero Amo reclamara sus servicios, que se arrodilló entre sus piernas y comenzó a hacerle la mejor mamada que le hubiera hecho en su maldita vida. Se notaba que le echaba todas las ganas.

Lionardo, al ver que Saúl había sido reclamado por su Semental, y no queriendo quedar en demasiada evidencia por no querer pasar el rato más que torturando y sodomizando a Saúl, escogió al hermano mayor de quien era su verdadera obsesión, y al que todavía no había probado:

“Cerda comepollas ven aquí” dijo hablándole a Luis, luego se dirigió al Don “Con tu permiso, padre, reclamo también a uno de tus pequeños para que me haga compañía un rato.”

Luis se puso en pie y se acercó al sádico Lio, con algo de temor por la bruta manera que había visto que trataba a su hermano menor. Mientras Don Romannetti respondió.

“Te puedes quedar con Thian, yo me quedo a Phuo”

Lionardo llevó al sumiso Luis a un lado de la habitación, y le ató las manos por encima de la cabeza a unas cadenas que colgaban del techo. Thian le amarró los tobillos a sendos grilletes al suelo, dejándole las piernas todo lo abiertas que pudieron. Él mismo había sido atado así en infinidad de ocasiones, y sabía muy bien cómo deseaba su joven Amo que fuera hecho ese trabajo.

Cuando el sumiso Luis estuvo listo, quedando justo en medio de los dos cómodos sofás donde estaban Don Romannetti con Phuo mamándole la polla por un lado, y por otro Ricky con su dura verga metida dentro de la boca se Saúl, y Miele chupándole el culo a su sumiso más joven, Lio le ordenó al pequeño asiático:

“Ve a buscarme un látigo. Que sea largo y no demasiado grueso.”

Al oírle decir eso, Don le explicó a Ricky, el perro callejero “Il mio figlio es un experto en el uso de fustas y látigos. En cualquier herramienta de tortura en realidad. Es su don particular.”

Y era del todo cierto. Así como existen ciertas personas que nacen con un oído especial para la música, o una capacidad más allá de lo normal para pintar, o escribir, el don natural del joven Lionardo era torturar. Conocía todos los métodos habidos y por haber para causar daño, desde los usados en los tiempos más remotos en la más lejana civilización, a los que se utilizaban hoy en día para torturar a los presos de guerra. Todos. Solo viendo el cuerpo del sumiso, sabía qué tipo de castigo sería el más adecuado para él, sabía elegir la herramienta más adecuada para el caso, que causara el mayor dolor posible, pero sin provocar daño permanente, y sabía cómo aplicar dichos castigos como nadie.

Mientras Thian iba en busca del látigo, Lionardo se paseó alrededor del joven esclavo llamado Luis. Evaluó su cara. Realmente era muy parecido a Saúl. Pero se notaba que no era él. El mayor de los hermanos rubios carecía de ese brillo de rebelión en sus pupilas, y por eso, aunque se le pareciera, no le atraía ni de lejos tanto como lo hacía su hermano menor Saúl. Pero tenía que catar la mercancía, para no hacerle un feo a Ricky, y por no levantar sospechas sobre su oscura obsesión malsana por Saúl.

Mientras le daba vueltas al cuerpo atado del sumiso, Lio le acariciaba suavemente con la yema de los dedos, por su torso, los brazos, la espalda. Se paró detrás de él y le abrió las nalgas de golpe, mirándole el culo de cerca, el tamaño de su orificio, la belleza de sus formas. Tenía que reconocer que físicamente no estaba nada mal, pero le faltaba ese salvajismo indómito que caracterizaba a su hermano menor. Era como si le sirviesen un festín lleno de platos deliciosos, pero que el cocinero hubiese olvidado ponerle la sal, aquello que le da el verdadero gusto a la comida. La rebeldía de Saúl era la sal indispensable para Lio. Luis era una comida bonita, pero insípida.

Dejó sus nalgas tranquilas y caminó despacio hacia la parte frontal del chico atado. Thian ya había regresado a su lado con el látigo en sus manos, y se quedó esperando paciente y en silencio a que Lio decidiera cogerlo. Durante toda aquella evaluación tan exhaustiva, Luis sentía que se le iba a salir el puto corazón por la boca. No dijo nada, pero se le notaba a la legua lo nervioso que estaba, con todos sus músculos en tensión, porque sabía que no podría librarse de lo que se le venía encima, y no podía actuar como su hermano menor, gritando y quejándose, o recibiría un castigo mucho peor por parte de Ricky.

Lionardo acarició su rostro, pellizcó uno de sus pezones, y luego agarró el paquete de Luis, evaluando su tamaño, que era pequeño, falta de dureza por el miedo, y también la textura de sus pelotas. Finalmente dijo, cogiéndole el látigo al pequeño asiático de sus manos:

“Tienes buen material aquí. Está sano. Tiene un culo que apetece follar, y una boca que seguro sabe mamar pollas. Y se nota que ha sido bien domesticado.”

Ricky alzó la mirada y la puso en el joven Amo “Gracias. La verdad es que estoy muy contento con Luis. No suele darme problemas casi nunca. Soporta hasta las humillaciones más extremas solo por complacerme.”

“Ahora comprobaremos si tu esclavo también es capaz de soportar el dolor más extremo sin quejarse” no hizo falta decir “No como hizo Saúl” porque todo el mundo tenía presente lo sucedido la primera vez que se cruzaron Lio y el rubio.

El hijo menor de Don Romannetti hizo que Thian se apartara para no golpearle sin querer. Se situó a la distancia exacta para que solo la punta del látigo llegara a tocar la piel de su víctima y dio un primer, potente y sonoro latigazo ¡¡CHAASS!! que atravesó la piel de Luis, haciéndole sangrar. A pesar que la herida era visiblemente espectacular, solo era un corte superficial. Bien curado con una crema cicatrizante no dejaría ni marcas en un cuerpo tan joven y sano.

“¡¡HHHNMMM..!!” lo único que impidió que Luis se pusiera a gritar por el lacerante dolor que sintió fue que tenía los ojos de su adorado Amo, Dueño y Semental Ricky clavados en él. Podía notarlo, aunque él permaneciera con sus orbes cerrados. No podía humillar así a su Dios, dejarlo en evidencia delante de sus anfitriones y sus sumisos tan bien educados que parecía que jamás se quejaban por nada. Así que Luis soportó la dañina penitencia con estoicismo, por Ricky, por su hermano menor que había fallado la primera vez, y por sí mismo. Quería que su Macho se sintiera muy orgulloso de él, aunque al día siguiente no pudiera moverse.

“Cerda. Cuéntalos en voz alta dame las gracias por cada golpe” le dijo el sádico a su víctima.

“Ssi, señor... ¡Uno. Gracias, señor Lionardo!” respondió el rubio, con una lágrima cayéndole por la mejilla.

Aquello ya sí que hizo que el pequeño sádico sintiera cosquillas en su entrepierna.

“Bien, sigamos” a continuación, Lio soltó dos potentes latigazos que marcaron el costado izquierdo del sumiso Luis con sendas líneas sangrientas casi horizontales.

“¡HHMMMMM! ¡¡DOS!! ¡¡TRES!! ¡¡GRACIAS SEÑOR LIONARDO..!!” Luis ya soltaba lágrimas sin poderlo evitar, pero no lloraba, era una reacción automática de su cuerpo al recibir tantísimo dolor. Le temblaba todo el cuerpo por el subidón de adrenalina.

Ricky estaba con sus ojos puestos entre el espectáculo de latigazos que daba Lio, y su hermoso sumiso Saúl, que le mamaba la polla con toda su alma. Miele, agachada detrás de él, le comía el culo de manera golosa. Estaba tan cachondo que quería meterla en algún agujero más apropiado para correrse.

“Puta, siéntate encima mío y cabálgame. Pero ponte de espaldas a mí. Quiero que veas cómo se comporta un buen sumiso cuando recibe un castigo, sea cual sea la naturaleza del mismo, y sea quien sea quien te lo aplique, o el dolor que cause.”

Aquellas palabras dichas en voz alta avergonzaron a Saúl, que se sintió mal por ello, por haberle fallado a su Macho, pero al mismo tiempo se sentía increíblemente feliz de que el perro callejero quisiera follar con él:

“Si, mi Amo. Aprenderé” le aseguró.

Se sentó sobre su regazo, empalándose despacio su duro rabo de Semental, dándole la espalda, y Ricky le acariciaba el cuerpo mientras él comenzaba a follarse su polla

“Miele, chúpale la polla” y le susurró en su oído a Saúl “Cuando yo me corra puedes hacer tú lo mismo. No antes. Disfruta de tu premio, puta.”

El joven Saúl no se corrió de puro gusto al escucharle decir eso al perro callejero porque Dios no lo quiso.

“Si, mi Amo” respondió más sumiso que antes

Como le había ordenado, el joven rubio observó detenidamente como su hermano mayor Luis recibía aquellos latigazos sin quejarse, y muy dentro de él pensó que Ricky en el fondo tenía razón. Luis era mil veces mejor sumiso que él. A su hermano mayor le salía ser sumiso se manera natural, mientras que a él lo que le salía era la vena rebelde. ¿Por qué Ricky le quería como esclavo a él? No es que Saúl hubiese ido a rogarle a Ricky que le hiciera su sumiso, más bien las primeras veces que estuvo con él fue medio obligándole. Ricky fue quien decidió. Pero no lograba entender por qué. Saúl no podía entender que tan excitante y morboso le resultaba al perro callejero que Luis se dejara putear, humillar y follar sin quejarse lo más mínimo, como que Saúl hiciera las mismas cosas replicándole. La cuestión era que cumplieran con las órdenes, con más o menos carácter. Eso le gustaba a Ricky, la diversidad y la diferencia extrema existente entre ambos hermanos que tan parecidos eran físicamente, y tan diferentes mentalmente.

Saúl jadeaba suave, y notaba latigazos de placer de su orto que él mismo se empalaba sobre la polla de su Semental, y en su polla devorada por Miele. Tenía muchísimas ganas de correrse. Para evadirse, clavó su mirada en su hermano Luis y en las heridas que Lionardo iba abriéndole por todo su cuerpo con aquel temible látigo.

Don Romannetti, tumbado en una de las tumbonas romanas, estaba concentrado en el sumiso vietnamita que tenía a su disposición. El Macho estaba tumbado de medio lado, con muchos cojines a su espalda, y embestía suave contra la dulce cara de Phuo, que permanecía arrodillado sobre el suelo, con las manos sobre las rodillas, como le había ordenado, y manteniendo su boca abierta al máximo. El mafioso sentía un morbo especial diciéndole cosas a esos niños como lo que le estaba diciendo ahora:

“Tus padres eran unos putos desgraciados” dijo, mirándole a los ojos. El asiático le devolvía la mirada más mansa y vacía del mundo y movía la lengüecita para darle mayor placer a su Amo, que continuaba hablándole “Vinieron a pedirme dinero, y cuando no pudieron devolverlo, los maté” podía parecer que Phuo no entendía el idioma porque no reaccionaba en absoluto a esas palabras, pero vaya si lo entendía. Todo. Perfectamente. Comprendía que aquel ser que era su Amo había matado a sus padres, pero esa figura paternal era tan lejana y difusa en su memoria que apenas era un fantasma sin rostro que no despertaba emoción ninguna en él. Don Romannetti se iba excitando más y más. Aumentó poco a poco la velocidad a la que le penetraba la boca a uno de sus sumisos favoritos “Entonces os adopté a ti y a tu hermano. Para que pagarais con vuestras miserables vidas la deuda que me dejaron vuestros padres” Phuo no discutía, ni se cuestionaba a cuanto ascendía aquella deuda realmente, si era tan alta como podía valer la vida de dos seres humanos, esclavizarlos de muy corta edad y convertirlos a base de abusos, malos tratos y lavados de cerebro, a simples trozos de carne vivientes, sin personalidad, solo válidos para obedecer las órdenes de su Amo.

“¿Recuerdas lo bien que lo pasábamos cuando llegasteis?” la polla del Don se hinchaba por segundos. De fondo se oían los sonidos de los latigazos que Lio le soltaba a Luis, y los jadeos del trio que se lo montaba en el sofá de enfrente, formado por Ricky, Saúl y Miele. Phuo asintió levemente en silencio, sin dejar de mamarle la dura polla a su Señor. Don Romannetti le puso una mano sobre el pelo y se lo acarició. Su afilada mirada no se apartaba de la del crío “Aprendisteis a mamar polla en seguida. Yo mismo me encargué. No hacíais otra cosa. Mañana, tarde y noche chupándome la polla como pequeños cachorrillos mamando leche de las tetas de su madre” de la polla del Don salió un chorro de presemen que Phuo degustó con placer y se tragó con gusto. Era un pequeño robot sin alma “Hmmm.. y siempre que me la chupabais yo os metía los dedos, o cualquier otro juguete por el culo. En cuanto estuve seguro que no os reventaría por la diferencia de tamaños, solo entonces, me decidí a meteros mi duro rabo de Semental por el culo. Seguro que lo recuerdas” Phuo volvió a asentir, sin mostrar emoción alguna, y el Don siguió hablándole “Fue muy duro para mi contener las enormes ganas que tenía de follaros, de reclamar vuestros culos como de mi propiedad. Pero esperar al momento adecuado, además de ser una de las experiencias más excitantes de mi vida, fue la mejor decisión que pude haber tomado. Después de todo el entrenamiento, habéis terminado siendo unas putas de lujo. Jamás os cansáis, ni os quejáis por nada. No importa cuán humillante o dañino sea el castigo, siempre sois capaces de soportarlo. Y siempre estáis deseando complacerme. Comeros mi polla. Dejaros follar por mi” el Don sentía una excitación tan fuerte que avisó a su sumiso asiático “Puedes masturbarte. Voy a correrme pronto, y cuando termine de llenarte la boca de semen, me mearé. Y tú te lo tragarás todo, sin desperdiciar ni una sola gota. ¿Te ha quedado claro?” Phuo asintió levemente y como un autómata comenzó a masturbarse.

El Don metió y sacó su polla de aquel estrechísimo conducto, una y otra y otra vez, y al final la dejó metida dentro y comenzó a gemir con fuerza “Aaaaaaaaahh ahí vieneee Tragaaa putaaa” la nuez de Phuo se movía hacia arriba y hacia abajo, en señal que estaba tragando la leche de su Semental “Y ahora el rico postre” dijo el mafioso, relajando la vejiga y echándole su pis dentro de la boca al crio, que al sentirlo eyaculó .

“HmHmmh...” Phuo tragaba aquella eterna meada como si fuera el champagne más caro y delicioso del mundo. Para él realmente lo era. Nada que saliera del cuerpo de su Señor podía repelerle. Su semen, su pis, todo era su alimento.

Saúl se había quedado mirando aquella escena como hipnotizado. Hasta Luis se quedó perplejo por las barbaridades que le decía el Don a Phuo, y la absoluta falta de reacción por parte del asiático. Era del todo increíble. Y encima se tragaba su pis asqueroso, corriéndose del gusto que le daba hacerlo. Era todo demasiado retorcido y extraño para sus jóvenes mentes. No podían entenderlo. Y eso que el Don parecía ser el menos sádico de los Amos allí reunidos. Pero en ese momento les daba muchísimo más respeto él que Ricky y Lionardo juntos. Ese hombre era un puto peligro. Destrozaba almas, en vez de cuerpos.

Cuando Lionardo vio que su padre se corría en la boca de Phuo, ordenó a Thian que fuera a reunirse con él “Total, no le necesito para lo que quiero hacerle a esa puta rubia.”

El Don sonrió y ordenó que ambos chicos se le sentaran encima, Thian sobre su pecho dejándole el culo a su alcance, y Phuo se sentara de cara a Thian, con su trasero sobre la verga de momento desinflada de su Amo y Señor.

“Besa a tu hermano y masturbaos” ordenó el Don. Thian morreó a Phuo, saboreando los restos de esperma, y sobre todo de meada, que todavía tenía allí su hermano, y obedecieron a su Señor, tocándose el uno al otro.

Ricky de pronto agarró las piernas del sumiso Saúl por debajo de sus glúteos, y se las levantó hacia arriba y hacia atrás, dejándolo espatarrado y completamente abierto para él.

“Miele, chúpasela más rápido” ordenó al hijo mayor travestido del Don. Así lo hizo, redoblando sus esfuerzos por proporcionarle mucho placer a ese joven esclavo.

El perro callejero apoyó los pies bien, alzó su culo en el aire y empezó a follarse a Saúl con toda su mala hostia

“¡¡Aahahahah!! ¡Que buen culo tienes puta! ¡¡Como me gusta reventártelo jodeeer!!”

Saúl estaba en la puta gloria, con la polla de su Señor dura como una piedra taladrándole con todas sus fuerzas, y la dulce boca de Miele mamándole el rabo.

“¡¡Córrete puta!! ¡¡Hazlo ya!!” ordenó el perro callejero, clavándole su miembro viril de Macho hasta lo más hondo de su culo y soltándole allí su esperma de Semental.

“¡¡Sssiii Aahaahhh!!” el joven sumiso rubio se dejó llevar por todas las intensas sensaciones que recibía por su culo y por su polla y justo cuando su Dueño le marcaba con su semen, él soltaba su lechada espesa y caliente dentro de la boca de Miele, que la tragó con sumo gusto.

Por su lado, Lionardo seguía castigando al mayor de los hermanos rubios. ¡¡CHAAASS!! soltó un último latigazo sobre su malherida piel.

El pobre Luis estaba que se quería morir ya. De cuello para abajo solo sentía un lacerante, pulsante y horrible dolor por todo su cuerpo. Estaba cubierto de sangre, y de cortes por distintas partes de su anatomía.

“Veinte... mi señor Lionardo” es que no podía ni hablarle más que en susurros. No le quedaban fuerzas para nada.

“Muy bien, cerda. Eres todo un ejemplo a seguir como sumiso” le felicitó Lio. No solía felicitar a nadie, pero sabía que a Saúl le sentaría como una patada en los huevos y por eso lo hizo.

El Semental dejó el látigo sobre una mesilla auxiliar cercana y observó su obra. Maltratar tan duramente al hermano del que era su obsesión le había puesto la polla dura como una puta piedra.

“Ahora veremos qué tal es follarte el culo.”

La propia sangre de Luis hizo de lubricante. El hijo del Don se embadurnó el rabo con aquel líquido carmesí y embistió contra el orto del sumiso rubio, encastándole su glande dentro.

“HHHHnhhh....” Luis ni lo notaba casi, todo su cuerpo era una herida abierta y dolorosa para él.

Lionardo le agarró fuerte por las caderas y embistió de nuevo con saña, consiguiendo que sus pelotas chocaran contra su culo “Hmmm que apretado estás puta.”

Pero Luis no reaccionaba.

“Creo que te excediste un poco con el castigo” dijo su padre

“No, padre, podrá aguantarlo, seguro” respondió Lio

Lionardo entonces comenzó a follarse a Luis con toda su mala leche concentrada. No podrían decirle que trataba distinto a Saúl, porque les había hecho lo mismo a los dos hermanos rubios. Los castigó con la misma dureza, y los sodomizaba con sadismo, buscando hacerles el máximo de daño posible.

Aquello fue demasiado para el pobre Luis, que notaba como aquel rígido miembro se Macho se le clavaba dentro con crueldad. Sentía que le fallaban las piernas, así que se agarró con las manos a las cadenas que lo mantenían colgando del techo. Todo su cuerpo le temblaba por la tensión del momento, el tremendo dolor sufrido por los latigazos, y la potente sodomización que estaba sufriendo.

“HHhhhHHHHHhh...” aun así soportó con estoicismo y valentía aquella acometida digna de un puto toro semental, y no gritó en ningún momento.

El hijo del Don embistió contra el culo del sumiso rubio con toda su mala leche concentrada, hasta que encastó su duro miembro en lo más hondo de su orto de cerda y le soltó ahí su corrida. En ese momento Luis se corrió y perdió el conocimiento.


Cuando Luis se desmayó, dieron por finalizada aquella sesión de sexo duro. Los Amos, cansados de tanto follar, se retiraron a dormir a sus lujosos aposentos del piso superior, y los sumisos, completamente agotados, se tumbaron sobre la manta puesta en el piso del frío y lúgubre sótano. Fueron Miele y Saúl los encargados de desatar a Luis y bajarlo con ellos al piso de abajo.

jueves

Ricky, el perro callejero #19

EL VIAJE. DIA 2 (parte 4) Lionardo humilla y sodomiza a Saúl en el spa. Ricky y Don Cornelio siguen en el yate con Miele, Luis, Thian y Phuo.


Saúl terminó de limpiarse, se puso el tanga y los zapatos de tacón y preguntó, lleno de vergüenza, a la primera persona del servicio que encontró dónde estaba el spa. La chica en cuestión, tan ruborizada como él por estar ante un muchacho tan guapo, y casi desnudo, le dio las indicaciones. Estaba en el piso de abajo, así que el joven rubio empezó a bajar por las escaleras.

Cuando llegó al spa, Saúl quedó muy impresionado. Era una sala enorme, parecía ocupar casi la mitad de la largaría de la mansión. Tenía una gran piscina rectangular en uno de los lados, dos jacuzzis de forma circular, uno más grande que el otro, en el otro lado. Había tumbonas, una cascada artificial de agua cayendo de las paredes del fondo, y la zona de la sauna. Las paredes eran inmaculadamente blancas, igual que el suelo. Y el techo entero estaba cubierto de espejos. Una suave luz azulada cubría toda la superficie del spa, dándole un cálido tono muy acogedor.

El odioso Lionardo estaba metido dentro de uno de los jacuzzi, el de mayor tamaño. Tenía los codos apoyados en el reborde de la bañera y el cuerpo completamente sumergido en el agua, que no paraba de burbujear por los chorros a presión que había saliendo en todas direcciones. Junto a su brazo, el pequeño mafioso tenía un plato con montaditos variados, una gran copa de vino y la botella recién destapada. Lionardo abrió los ojos y miró a Saúl con condescendencia.

“Ya era hora, Puta. Me has tenido aquí esperándote demasiado rato.” esa fue la cálida bienvenida que le dio. Saúl apretó los dientes y prefirió no decirle nada.

“Arrodíllate a mi lado y ve dándome de comer, tengo hambre.” le ordenó el crío.

El sumiso de pelo rubio soltó un bufido. Él sí que tenía hambre, que no había comido nada en todo el día. Pero tendría que joderse. Ya la había cagado suficiente antes en el lavabo, donde no solo había insultado a Lionardo, sino que además se había dejado llevar por sus más bajas pasiones, y se había corrido con la paja que el hijo de don Cornelio le había hecho. Se sentía tan desilusionado consigo mismo que no tenía ganas de discutirle nada al mocoso. Haría todo lo que le dijera y esperaría con ansias la vuelta de su verdadero Amo, Ricky.

Así que se arrodilló junto al brazo de Lionardo, cogió uno de los montaditos, que estaba compuesto en la parte de debajo de un pedacito de pan, y encima tenía exquisitas lonchas de jamón ibérico de bellota, que olía de maravilla, y se lo acercó al joven Semental a la boca, que ya había entreabierto. El joven mafioso lo mordió, comiéndose la mitad del bocado, y luego devoró el resto, lamiendo la punta de los dedos del chico de ojos azules. Repitió la misma operación con unos cuantos montaditos más, y luego le ordenó a Saúl que le diera de beber de la copa llena de vino caro.

“¿Tienes hambre, zorra lameculos?” le preguntó, cuando ya se sintió saciado.

Saúl no sabía si responder la verdad o no, pero su estómago lo estaba haciendo por él, quejándose con sonoros gruñidos, así que le respondió:

“Si, Señor Lionardo, tengo mucha hambre.”

El joven de pelo castaño sonrió complacido “Desnúdate y métete en el jacuzzi conmigo.” le dijo.

El rubio lo hizo. Se quitó el tanga y los zapatos y se metió dentro del agua, que estaba cálida, a una temperatura ideal, como toda la sala. Mientras Saúl se metía en el jacuzzi, Lionardo se había puesto de pie. El agua le llegaba a la altura de las pelotas. Saúl evitaba mirarle directamente a los ojos, ni a ninguna otra parte de su cuerpo, manteniendo la vista fija al suelo, no por pudor, sino por no tener que enfrentarse en ese momento a unos sentimientos que no comprendía y que odiaba experimentar.

Lionardo lo agarró entonces por la cintura, lo acercó de golpe a él y pegó su boca a la del muchacho, obligándole a devolverle el profundo beso que le estaba dando. El joven Semental de ojos marrones abrió su boca y metió su lengua dentro de la cavidad bucal del rubio, que se había quedado pasmado con aquel acto por parte del contrario. La boca de Saúl se impregnó con los efluvios del vino que el otro acababa de tomar. Lionardo movía las mandíbulas hacia arriba y hacia abajo, reclamando aquella boca para sí. No iba a dejar ni un solo recodo de aquel rincón del cuerpo de Saúl sin marcar como suyo. Sus cuerpos estaban tan pegados, que sus pollas habían quedado una junto a la otra, y ambas estaban endureciéndose por segundos. Saúl podía negar en voz alta todo lo que quisiera, pero no podía evitar que su cuerpo le delatase, mostrando a todos cómo se sentía en realidad.

El joven mafioso bebió ávidamente de la boca del hermoso sumiso, que sentía el corazón desbocado en su pecho, y cuando se cansó se apartó de él tan bruscamente como lo había abrazado contra su cuerpo. Le giró y le empujó, para que quedara de espaldas a él, puesto con las piernas abiertas y las manos apoyadas en el borde del jacuzzi.

“Me han entrado ganas de follarte. Puedes intentar comer mientras lo hago, pero cuando termine tendrás que parar.” le dijo Lionardo al sumiso de Ricky.

Saúl no perdió el tiempo. Conociendo al bastardo, seguro que haría lo imposible por no dejarle comer nada, así que cogió uno de los montaditos y se lo acercó a la boca. Pero Lionardo tampoco se demoró en iniciar su ataque. Como ya tenía la rígida polla húmeda por el agua, directamente apoyó su gordo glande en el ano del chico rubio y empujó con fuerza. Hacía solo un par de horas que le había follado de manera bruta, pero el culo del chico, como siempre, permanecía estrecho como si fuese virgen. Eso le encantaba al joven mafioso. De una sola embestida, atravesó el aro exterior y metió más de la mitad de su polla dentro, quedando fuera aquella base oronda que tanto dolor le causaba cuando se la metía.

Saúl soltó un jadeo por la brusquedad de la penetración “¡AAAAAAAAAAhhhmmmmmmmm!”

El montadito no llegó a meterse en su boca, su brazo se detuvo justo antes de llegar a ella. El joven mafioso sabía hacer muy bien su papel de Amo malvado.

“¿Qué te pasa, furcia? ¿No tenías tanto apetito? ¿O de repente se te quitaron las ganas de comer?” le dijo Lionardo a Saúl, burlándose de él.

El sumiso de pelo rubio frunció el ceño, muy cabreado, y se metió de golpe todo el montadito dentro de la boca. Por lo menos se comería uno. ¡Vaya si se lo comería!

Pero Lionardo no se lo iba a poner nada fácil. Cuando vio que el chico se metía la comida en la boca, sacó su polla completamente de su culo y volvió a embestir vigorosamente contra él, clavándole su férrea polla un poco más allá que antes. Acto seguido, el joven Semental empezó a meter y sacar su polla de dentro del culo de Saúl a toda velocidad, y con fortísimos golpes contra su cuerpo. El pobre chico todavía tenía la boca llena de la comida que no había tenido tiempo ni a masticar.

“¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaah! ¡¡AAAAAAAAAAaahhh!!” Saúl jadeaba como una perra mientras el joven mafioso le sodomizaba de manera violenta. Odiaba y adoraba que hiciera eso en partes casi iguales.

El esclavo de ojos azules no pudo moverse al principio. Necesitaba dejar que su cuerpo se acostumbrara a ese lacerante dolor antes de poder seguir comiendo. Lionardo arremetía contra su culo tan fuerte que muy pronto había conseguido meterle dentro la voluminosa bola de la base de su asquerosa polla. Fue el orgullo el que le dio fuerzas y ánimo para volver a intentar meterse dentro de la boca otro pedazo de comida. Solo para molestarle. Así que el sumiso alargó la mano, cogió otro de los montaditos, como buenamente pudo, ya que todo su cuerpo se sacudía bruscamente por las profundas y enérgicas embestidas del joven mafioso, y lo acercó a su boca. El pan solo llegó a rozarle los labios.

Lionardo estaba dispuesto a todo con tal de no dejarle comer nada. Cuando vio que Saúl cogía el segundo montadito, quitó una de sus manos de las caderas del chico y la puso sobre su cipote. La solidez del mismo era un afrodisíaco para el de ojos marrones. Agarró el rabo de Saúl y empezó a masturbarle intensamente, aumentando a la vez las poderosas arremetidas que le daba con la polla ensartada en lo más hondo de sus entrañas.

Al infortunado Saúl se le cayó el montadito de las manos, y fue a parar dentro de las agitadas aguas del jacuzzi. Eso era demasiado para él. Ya no se acordó ni de lo que estaba haciendo. Alzó su torso, arqueó la columna, y apoyó la espalda en el firme pecho de su sodomizador. Tenía una explosión de sensaciones placenteras desbordándole por dentro. Echó hacia atrás la cabeza y apoyó su nuca en el hombro de Lionardo. Tenía los ojos cerrados. Si tenía que vender su alma al diablo lo haría. ¡Quería arder en el fuego eterno! ¡¡Pero lo que más anhelaba, por encima de todo, era que ese bastardo con aires de grandeza no dejara de hacer lo que le estaba haciendo y le permitiera correrse a gusto!!

“¿Te gusta cómo te follo, Puta? ¡¿Te gusta?!” le preguntó el Semental.

“¡Siiiiii! ¡AAAAAAAAAaaaaaaaaah! ¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! ¡¡Me corroooooooooooooooooo!!” respondió el menor de pelo trigueño.

Y tal como había anunciado, empezó a convulsionarse, y de su rabo empezaron a manar chorros y más chorros de semen que se diluían en el agua del jacuzzi. Por su lado, Lionardo estaba también a punto de llegar al clímax. Mientras Saúl se corría entre convulsiones, embistió empalándole el culo con su dura polla unas pocas veces más y luego le clavó su hinchado órgano viril hasta las pelotas y empezó a descargar un torrente de leche espesa que el sumiso sentía arder en sus entrañas.

En ese preciso momento, una conocida voz les dijo:

“Vaya, parece que os los estáis pasando bien.”

Saúl abrió los ojos, y mientras su pito empezaba a desinflarse, sintió los punzantes orbes de Ricky clavándose en sus pupilas como machetes.

“Si, tu Puta tiene un culo tan goloso que se me hace difícil no meterle la polla dentro siempre que tengo ocasión” le respondió Lionardo, mientras le sacaba del culo su rabo a Saúl.

No solo había llegado Ricky, también estaban el resto de la compañía, Don Romannetti, su hijo mayor Miele, los dos pequeños asiáticos Thian y Phuo, y Luis, el hermano de Saúl. Todos tenían los ojos fijos en ellos. Saúl sintió que podían leer en su alma, que Ricky sobretodo sabía exactamente como se sentía, como si de algún manera le hubiese traicionado. Pero en contra de lo que creía, su Amo y Señor, el perro callejero, se acercó al borde del jacuzzi y le palmeó la cabeza, diciéndole:

“Estoy muy orgulloso de ti, has obedecido en todo, como te ordené.”


Eso le sentó a Saúl mucho peor que si Ricky le hubiese abofeteado por engañarle. ¿Acababa de felicitarle por lo que había hecho? Claro, bajo el punto de vista del perro, Saúl solo había cumplido con su papel de dócil sumiso obediente. Pero Saúl y Lionardo sabían que había algo más bajo la superficie, unos sentimientos tan terribles que el joven rubio no era capaz de enfrentarse a ellos directamente, y prefería evitarlos y evadirse por completo.



miércoles

Castigo Ejemplar [IasonxRiki] Ai no Kusabi

Ai no Kusabi es para mí la mejor historia yaoi que se haya escrito. Si eres de los pocos que no lo conoce, puedes leer igualmente este fanfic. Solo necesitas saber que Iason Mink es un androide Blondie, pertenece a la élite de su ciudad. Y Riki, su mascota, es un humano, líder pandillero de los barrios bajos, a los que llaman despectivamente mestizos. Ambos poseen férreos orgullos. Según la novela, Iason hizo completamente suyo a Riki seis meses después de tomarlo como pet. Me he tomado la licencia poética de modificar este único dato, adelantando este hecho y relatándolo como si hubiera sucedido en una visita a la Tierra. ¡Espero que os guste!



VIAJE A LA TIERRA. ASTRONAVE CIVIL.
La pequeña nave surcaba el espacio en absoluto silencio. La avanzada tecnología de Amoi permitía realizar viajes estelares a gran velocidad, hecho del todo imperceptible para sus ocupantes. El destino de aquel vehículo sideral era un lejano planeta llamado Tierra. Dicho vehículo era de dimensiones bastante más reducidas de lo habitual en ese tipo de viajes porque únicamente eran dos los pasajeros que lo ocupaban, además de los furniture, o muebles, que atendían todas sus necesidades, desde hacerles la cama, a vestirles. Las blancas paredes del vehículo estaban decoradas con finas líneas doradas curvas que se cruzaban entre ellas formando curiosos dibujos. El suelo era tonalidad violeta tirando a oscuro. Y los muebles de un granate opaco que combinaban a la perfección. En conjunto aquel lugar exhalaba puro lujo y serenidad absoluta, con una suave música instrumental de fondo.

Uno de los pasajeros, el Blondie Iason Mink, permanecía sentado en el salón principal, cuyo muro frontal estaba compuesta por una enorme cúpula de un material parecido al cristal, desde el techo hasta el suelo, por la que se podía ver el oscuro espacio exterior. El alto hombre de larga cabellera rubia mantenía sus afilados orbes de hielo apartados de manera muy consciente de la figura que se retorcía en el suelo delante de él, rompiendo la plácida quietud de aquella nave con sus ahogados gemidos quejicosos. Todos y cada uno de sus actos, fueran para bien o para mal, formaban parte de la doma de su pet. Iason tenía las piernas cruzadas, y ambos brazos apoyados sobre el sillón. En una de sus manos sostenía una copa alta que contenía un licor frío y de sabor afrutado. Vestía su indumentaria habitual, un elegante traje blanco de grandes solapas, con chaqueta terminada en dos picos largos en la parte de atrás. Todo bordeado en un hilo dorado. Sus refinados guantes y los zapatos eran del mismo color que el resto de su atuendo.

A sus pies, Riki, el mestizo del Ghetto, se sentía como si su sangre se hubiese convertido en pura lava ardiente que se agitaba dentro de sus venas. Todos los poros de su piel le quemaban de manera intensa. Como sus muñecas estaban esposadas al collar que Iason le había obligado a ponerse, no tenía demasiado margen de maniobra. Del collar colgaba una fina cadena dorada, que el Blondie sujetaba con elegancia con su otra mano. De la garganta del mestizo de pelo azabache y ojos tan oscuros como la noche, emergían jadeos mal contenidos. A pesar de la situación en la que se encontraba, Riki se encabezonaba en no querer dejarse llevar por sus más bajos instintos, aunque aquella férrea voluntad que le caracterizaba como perro alfa en el Ghetto quedaba del todo eclipsada cuando la droga que ese maldito Blondie le había suministrado bloqueaba su capacidad de raciocinio. Si a eso se le unían el uso del Pet Ring que mordisqueaba la base de su miembro con saña, o las caricias del sádico hombre rubio, el resultado podía resultar nefasto para su cordura. Por suerte, o por desgracia para el impuro, Iason no parecía tener interés alguno en ponerle la mano encima. Al menos por ahora.

“Nnhhhg… Maldita sea… Iason…”

El joven de pelo azabache sentía fuertes espasmos repartidos por todo su cuerpo. Permanecía desnudo desde el primer día que Iason lo reclamó como su pet. Estuviesen en el interior de su domicilio, en plena calle o de viaje en una nave estelar. El Blondie pretendía eliminar de esa forma toda la vergüenza que pudiera sentir su mascota al mostrar sus intimidades ante miradas ajenas. Riki todavía no se había acostumbrado a ser observado por ojos libidinosos allá donde fuera, y normalmente se sentía de lo más incómodo y muy violento, pero en ese momento su última preocupación era quién pudiera estar viéndole.

Iason bajó su mirada celeste y clavó sus penetrantes pupilas en los orbes oscuros del mestizo.

“Todo esto es culpa tuya. Si dejaras de intentar escapar a cada ocasión que se te presenta, o de ponerme en evidencia cuando te saco en público, las cosas resultarían mucho más sencillas para ti” le dijo con un tono de voz calmado, y tan frío como su semblante habitual, impasible y glacial.

El cuerpo de Riki volvió a sufrir espasmos. Ahora estaba tumbado boca arriba, con las piernas completamente abiertas. Las caderas se le movían hacia arriba, como si estuviera recibiendo un trabajo oral de una boca invisible. No actuaba de aquella manera tan indecorosa por instinto exhibicionista, el impuro no poseía esa naturaleza. El motivo de su comportamiento era la droga afrodisíaca para pets que el Blondie le había administrado. Llevaba dándosela desde la primera sesión de doma. Pero normalmente le daba dosis pequeñas, cuyo efecto se le pasaba en unas horas, cuando el Blondie había conseguido lo que quería de él. Pero en esta ocasión la cosa era muy distinta. Hacía más de 24 horas que Iason mantenía a Riki drogado. Y lo que le quedaba aún por aguantar era tal vez demasiado.

“Nno voy a poder… nnhhhg… soportarlo… Aaah”

Riki ardía por dentro. Todo su cuerpo era puro fuego. Esa droga, que no solía causar un efecto demasiado visible en los pets de Eos, tan acostumbrados a tomarla, provocaba un efecto devastador en el mestizo del Ghetto. El pelinegro sentía como si cada centro de placer de su cuerpo hubiera sido activado. Por culpa del Pet Ring que presionaba la base de su miembro, estrangulándolo, era absolutamente incapaz de llegar a correrse. Además, el anillo mordía su piel con crueldad, y aquel intensísimo placer que lo embargaba por dentro, desquiciándolo, quedaba eternamente unido a un dolor insoportable, que terminaba convirtiéndose con el paso del tiempo en un tipo de placer retorcido, masoquista, distinto a todo lo que había conocido en su vida como mestizo en el Ghetto y demasiado bueno como para que pudiera resistir a la tentación de querer sentirlo de nuevo en su interior.

Iason torció su sonrisa, volviendo su semblante más despiadado. Su alma de sádico estaba disfrutando de lo lindo con cada quejido de su pet.

“Claro que podrás. Refréscame la memoria. ¿De quién es la culpa?”

Tras aquellas escasas palabras, el Blondie apartó la mirada del cuerpo que se contorsionaba a sus pies y dio un pequeño trago a su bebida, fijando la vista de nuevo en el oscuro espacio exterior. Podía parecer que Iason era completamente inmune a la excitación del impuro, pero nada más lejos de la realidad. Cuanto más tiempo pasaba a su lado, cuanto más intentaba domarle, y más le conocía, más atraído se sentía por ese salvaje de férrea voluntad y carácter indómito. Y cuanto más conseguía de él, más anhelaba conseguir. Tras arrancarle un jadeo con solo rozarle con la yema de sus dedos, sentía la imperiosa necesidad de conseguir mucho más de aquel cuerpo de infarto. Llevarlo hasta los límites del deseo y la cordura y verse arrastrado junto a él en ese delirante deleite de pura lujuria.

Hacía poco tiempo que Iason, el Blondie de Tanagura, había convertido a Riki, el indómito mestizo del Ghetto, en su pet, su mascota sexual. Los Blondies tenían prohibido mantener relaciones íntimas, por ese motivo tenían pets, que eran los que participaban en los espectáculos, copulando entre ellos para el placer visual de sus amos de la élite. Pero Iason no era capaz de dejar que Riki participara en dichos eventos. Solo le había llevado a un par de ellos, y se negó a cederlo para que fornicara con ninguno de las mascotas presentes, pertenecientes a otros miembros de la élite. A pesar de su aspecto frío, impasible y esa aura de absoluta superioridad respecto al resto de seres vivos, el Blondie sentía celos, y no dejaría que nadie más que él mismo tocaran a su objeto más preciado, ese mestizo del Ghetto llamado Riki al que todos, élites y pets, despreciaban por igual, aunque por distintos motivos.

Mientras evitaba tomar de nuevo contacto visual con el rebelde de su esclavo, que seguía jadeando de la manera más silenciosamente posible a sus pies, Iason recordó cómo había llegado hasta aquella nave.

Pocos días atrás, como era habitual, el hombre de melena dorada había ido a la Torre de Júpiter a hablar con la Consciencia Informática gobernadora de Amoi. Tras el saludo respetuoso inicial por ambas partes, se inició una conversación sin palabras, de mente de androide a la computadora que lo creó.

Hemos recibido una invitación de una ciudad denominada Tokyo, en un planeta lejano, en la que la esclavitud al parecer era una moneda corriente -le dijo Júpiter.

El Blondie de larga melena dorada le preguntó- ¿Quieres que forme parte de la comitiva que viajará allí?

Júpiter le respondió- Sería bueno conocer cómo se hacían las cosas en un lugar tan alejado. No perdemos nada viendo cómo funciona aquel planeta y conociendo a sus habitantes y su forma de vida. Pero no habrá comitiva, solo irás tú, acompañado del pet que sea de tu elección, para mostrarles cómo se hacen las cosas en Amoi.

Si ése es tu deseo, así lo haré -le respondió- ]Ya sabes qué pet elegiré para que me acompañe en el viaje.

Júpiter le respondió- Técnicamente no estás violando ninguna ley teniéndole como mascota. Pero recuerda que es importante que demos una buena primera impresión.

La daremos. Yo me encargaré que sea así -fue su escueta respuesta.


LA TIERRA. TOKYO.
Los furniture del Blondie se habían quedado en el hotel cinco estrellas próximo al casino que le habían reservado al androide en su visita a la ciudad. Ellos se encargarían de su equipaje, y de acomodarlo todo al gusto de su señor en su ausencia.

En ese preciso momento la lujosa limusina que había ido a recogerlos aparcaba en frente del Casino. De ella se apeó primero Iason, seguido de Riki, que ya no iba desnudo. Para el espectáculo vip de esa noche había sido engalanado con prendas típicas de los pets de Eos, que dejaban mucha piel al descubierto y muy poco a la imaginación. Una tira de cuero negro cruzaba por encima de sus pectorales, hacia atrás de su cuello, donde las tiras se unían en una sola que bajaba en vertical por la columna hasta debajo de los brazos, por encima de las costillas superiores. La parte de abajo estaba compuesta por un pequeño taparrabos que era tanga por detrás. Lucía dos brazaletes y unas tiras en sus piernas, del mismo material que el resto.

El Blondie había reducido la dosis de droga afrodisíaca para que Riki pudiera caminar por sí mismo, aun así, el impuro se pasaba todo el rato excitado. Hacía días que Iason no le tocaba, y eso le estaba matando. A pesar de su enorme orgullo, el muchacho necesitaba liberar de una maldita vez toda aquella intensa excitación con la que el androide de rubia cabellera le había estado torturando durante el viaje.

Iason caminaba delante del mestizo con aires elegantes. Su elevada figura no pasaba desapercibida. Poseía una elegancia natural que, mezclada con la fría indiferencia de sus orbes de hielo, y su exquisita belleza varonil, lo convertía en el centro de todas las miradas. Un poco por detrás de él, con el collar que lo identificaba como su mascota, estaba Riki, intentando caminar con paso firme, aunque sentía sus piernas como si fueran de gelatina. Si el Blondie destacaba entre la multitud como un Dios bajado del cielo al que todos debían adorar y venerar, los motivos que provocaban que las miradas se clavaran en su mascota eran bien distintos. El impuro presentaba un encanto agreste. Con su musculado cuerpo juvenil todavía en desarrollo. Resultaba varonil, pero al mismo tiempo se le notaba elástico. De piel morena que contrastaba mucho con la nívea epidermis de su dueño.

“No me obligues a hacer esto” le suplicó Riki, sintiendo su propio orgullo brutalmente pisoteado por estar implorándole al Blondie que no le exhibiera en ese planeta extraño como un juguete más de su colección. No lo soportaba.

“Hace tiempo que te convertí en mi mascota, pero tú no has aceptado tu nueva posición social. Te rebelas. No puedo llevarte sin encadenar porque intentas escaparte siempre. No me obedeces en nada”

“No soy un maldito pet ¡Te lo he dicho mil veces!” le replicó el mestizo.

“Sí que lo eres, y del Blondie más importante e influyente de Tanagura. Se acabaron las tonterías Riki. Esta noche vas a recibir un castigo ejemplar.”

Aquellas palabras se clavaron como afilados puñales en la atormentada alma del mestizo.



LA DEMOSTRACIÓN. CASTIGO.
Tras haber sido testigos de los espectáculos que ofrecieron los otros vips presentes y sus mascotas, en honor a su invitado especial de aquella noche, les tocó el turno a ellos de mostrar al mundo quienes eran. Riki fue atado a unas esposas que colgaban del techo. Varios focos potentes iluminaban su cuerpo, calentándolo más de lo que ya estaba, y causando que el resto de la sala se volviera invisible a sus ojos. Sabía que había gente observándoles, pero tras los chorros de aquella reluciente luz blanca que le cegaba, solo podía percibir oscuridad.

A Riki no le preocupaban las miradas lascivas y cargadas de deseo que notaba puestas sobre su cuerpo. Lo que le dejó helado fue la gélida mirada del Blondie, recorriendo cada centímetro de su piel desnuda, sintiéndola como si se tratara de un afilado cuchillo deslizándose por cada curva y cada pliegue. Iason tenía la jodida virtud de hacerle sentir como si solo existieran ellos dos en el mundo, tan solo con mirarle de aquella forma hiriente que lo hacía. El universo entero desaparecía tras aquellos orbes celestes cargados de malas intenciones hacia él.

“Mantente callado” le aconsejó el hombre de pelo dorado con un tono de voz que no permitía ser desobedecido.

“¡Haz tú que me calle!” le replicó el impuro, mirándole de manera desafiante.

En cuanto hubo soltado aquella réplica, se arrepintió. A esas alturas de haberse convertido en el pet de Iason, Riki sabía perfectamente que, si le provocaba en ese sentido, el Blondie tenía la capacidad y los medios para hacerle callar, haciendo uso únicamente de sus hábiles manos, que parecían tocar su cuerpo como un instrumento, siendo capaz de elevarle hasta cotas inimaginables de excitación, dolor y deseo. Todo eso con un solo roce de sus dedos. Aquello hacía que Riki se sintiera inundado por una tremenda humillación, por saber que no era capaz de contenerse cuando Iason decidía que quería provocarle todo el placer humanamente posible y soportable.

El Blondie estaba decidido a bajarle los humos a su nuevo juguete. Por eso decidió viajar con Riki, y por ese mismo motivo era él mismo quien estaba subido en aquel escenario junto al mestizo. Su suave mano enguantada acarició el cuerpo del muchacho, causándole que se mordiera el labio inferior y se tragara un gemido.

“Hhhnn…”

Entonces Iason se dirigió a su público, hablándoles de manera tranquila, con un tono de voz grave, tan elegante como tu porte, pero con un deje helado y sádico que manchaba sus palabras, como cuchillas.

“Esta mascota comenzó a ser entrenada hace pocos meses. Le hemos suministrado un afrodisíaco para que sea más receptivo a la hora de domarlo. Esa misma droga, administrada a lo largo de un tiempo prolongado, convierte a los pets en seres viciosos y deseosos de ser usados para el placer, de la forma que sea, a cualquier hora del día. Lo cual nos resulta de lo más conveniente, ya que la gran mayoría de ellos son descartados cuando llegan a la edad adulta, y cedidos a prostíbulos.”

Los espectadores escuchaban aquellas explicaciones con expectación. No solo porque sabían que Iason y Riki provenían de un planeta lejano con una tecnología muy avanzada, sino porque ambos varones eran tan tremendamente sensuales que no sabían dónde mirar. Pasaban del Blondie al mestizo y de nuevo al androide, excitándose por momentos, y fantaseando con las perversiones que les encantaría cometer con ellos. El pelinegro no sabía qué era peor, si las miradas venenosas de otros pets en las fiestas que se organizaban en Eos, o aquellos lujuriosos orbes que presentía tras las potentes luces, y que le estremecían de manera muy desagradable.

Entonces Iason agarró el pelo de la nuca del impuro y le hizo alzar la cabeza a la fuerza, mostrándole a los presentes el collar de cuero con la inscripción Z-107M, que era el número de Riki en el registro de mascotas.

“Cuando una mascota es adquirida, se les pone un Pet Ring, que les identifica como residentes, y les permite acceso a varias zonas dentro del complejo de edificios. Luego les explicaré con mayor detalle el funcionamiento del anillo. Hasta el momento que puedan recibir su Pet Ring en la fiesta oficial de bienvenida, les ponemos estos collares, que les permiten ser reconocidos como mascotas nuevas, y les da cierto espacio para acostumbrarse a su nuevo hogar. Sin collar no podrían ni salir de la habitación, por las fuertes medidas de seguridad que existen. Lo normal en Eos es que una mascota no lleve el collar más de dos o tres semanas. En este caso se lo hemos dejado puesto bastante más tiempo a modo de castigo y humillación pública, por indisciplinado.”

“¡Si querías un pet educado y sumiso no deberías haberme elegido a mí, joder!”

Riki ya no pudo morderse la lengua por más tiempo. A pesar de que sabía que aquella réplica supondría otro castigo y más sufrimiento, no pudo evitar hacerlo. Le exasperaba ser comparado con esos pets idiotas sin personalidad. ¡Jamás se convertiría en uno de ellos! ¡Antes muerto!

Iason hizo girar levemente el anillo que llevaba en su dedo, cosa que provocó que el Pet Ring que Riki llevaba encajado en la base de su virilidad empezara a funcionar, activándole los centros de placer, y mordiéndole su delicada piel con mucha saña.

“Nnnngghhh…!”

La sensación era como tener una cálida boca pegada al miembro, que moviera su lengua de manera lasciva por su tronco, unida a un punzante dolor en la base, donde aquel maldito anillo se le clavaba.

“Ia…son… Bas...ta…” susurró el mestizo, retorciéndose colgado del techo como lo había hecho en el suelo de la nave estelar.

Pero Iason ignoró la petición de su pet. Se giró de cara a su público y continuó con la explicación.

“Hay varios tipos y formas de Ring Pet, los más habituales son pendientes, collares o pulseras elegantes, que las mascotas lucen con orgullo, como un accesorio que los identifica como mascota de un amo en concreto. Riki lleva un Pet Ring Tipo-D. El aro es elástico, se ciñe a la base del miembro, quedando firmemente sujeto, pero sin apretar demasiado. Impide la eyaculación. Al aflojarlo, permite que el pet llegue al clímax. Por eso es una gran ayuda en casos de desobediencia extrema, como en este caso.”

Mientras Iason iba dándoles esas explicaciones, desabrochó las tiras laterales de la prenda de cuero negro que cubría su intimidad, y dejó el duro miembro viril de su mascota a la vista de todos los presentes. Les les mostró el anillo que llevaba Riki en la entrepierna, y que emitía un brillo opaco. Un simple aro corriente, con la misma inscripción en el exterior que el collar Z-107M. El Blondie pasó a relatar las ventajas del uso de dicho artilugio sobre el cuerpo de un esclavo.

“El Pet Ring se controla con un anillo como este. Girándolo hacia un lado o hacia otro podemos controlar el aro.”

El Blondie hizo exactamente lo que acababa de decir. Giró el anillo lentamente, y el Pet Ring del mestizo comenzó a enviarle impulsos a su entrepierna, haciéndole gemir.

“Hhhnngg...nnooo!”

Riki se mordió el labio inferior y trató de tragarse los jadeos lascivos que nacían en su garganta. Un intenso calor creció en su entrepierna. Sentía todo su miembro latiendo, y como acto reflejo a esa estimulación, su orificio posterior se dilató y contrajo, reclamando la atención que le había sido negada con tanto sadismo los últimos días. La excitación que se originaba en su ingle se expandía en intensas oleadas de placer al resto de su anatomía.

“Si lo giro del todo, la excitación llega a niveles tan potentes, que el cuerpo de la mascota empieza a convulsionarse. Y si en ese momento no se le permite llegar al clímax, el dolor que nota puede llegar a ser insoportable para muchos pets.”

El Blondie giró de nuevo el anillo, hasta el máximo, y en ese momento el pobre RIki arqueó de golpe la espalda, contorsionándose bajo las cadenas que lo mantenían sujeto. Si no fuera por ese agarre habría caído sobre el duro suelo, porque sus piernas habían dejado de tener fuerza para sostenerle.

“¡Aaaaaaahh..!¡Nnooo!”



TOKYO. NOCHE EN EL HOTEL.
En cuanto Iason y Riki entraron en la suite más lujosa del hotel, ordenó a sus furniture que se marcharan de allí. Quería estar a solas con su mascota. Cuando los jóvenes muebles abandonaron el lugar, cerrando la puerta tras de sí, el Blondie hizo algo que sorprendió muchísimo al menor. Tiró de la correa dorada que mantenía sujeta a su collar, arrastrándolo hacia él con tanta fuerza que el mestizo chocó con su cuerpo, poniéndole las manos sobre el torso.

“Iason… ¿qué…?”

Pero el impuro no pudo terminar su pregunta, pues su dueño le había puesto una de sus manos de manera firme sobre la nuca y pegó sus labios contra los de él, dándole un beso de lo más apasionado. Riki esperaba una reprimenda, amenazas, más castigos, pero... ¿eso? El Blondie no solía besarle muy a menudo, y cuando lo hacía era en plena sesión de doma, cuando las sensaciones de ambos varones se encontraban a flor de piel y la lubricidad y el vicio llenaba sus corazones. Pero en este caso le estaba besando sin más. Porque le apetecía hacerlo ¿Era eso? ¿Iason necesitaba sentir los cálidos labios de su mascota sobre los suyos? No…. Eso no era para nada algo normal. Algo estaba pasando fuera de lo habitual. Tanto le sorprendió que ni fue capaz de rechazarle.

Riki permaneció con sus manos puestas sobre el traje blanco del Blondie, con el cuello inclinado hacia atrás para llegar a su boca, y devolverle ese beso ardiente que provocaba que sus volcanes internos, tan bien adiestrados por el androide rubio, volvieran a entrar en erupción.

“Libérame…“ le suplicó una vez más el mestizo.

No se refería a las cadenas que le mantenían unido a él, que eran más mentales que físicas en ese momento, sino que hablaba del estrecho aprieto del Pet Ring que le impedía llegar al clímax.

“Haré que te vengas tantas veces hoy que te vaciaré por dentro” respondió el rubio.

Aquella oscura promesa cargada de intenciones provocó que todo el bello de cuerpo del mestizo se erizara. Sabía que se lo decía en serio. Iason jamás habla por hablar.

El Blondie le dio una vuelta a la correa dorada que sujetaba el collar del impuro, enrollándola en su mano, que había quedado muy cerca de la barbilla del menor. Situando los nudillos debajo de su rostro, le obligó a mantenerlo alzado mientras acercaba su otra mano enguantada el torso de su mascota. El primer roce de la yema de sus dedos sobre el duro pezón del mestizo volvió completamente loco a Riki, que llevaba esperando aquel contacto íntimo por parte del contrario desde lo que le parecían mil años.

“Hhh...”

El muchacho de pelo negro permanecía cabezonamente mudo todo lo que le era posible. No quería regalarle sus jadeos a ese idiota. Él no era un pet cualquiera, domesticado desde niño para convertirse en un ser lujurioso, que gemía falsamente para el placer de sus dueños. Riki era todo lo contrario. Él trataba de contener cada jadeo que intentaba escapar de su garganta, atragantándose con ellos si hacía falta.

Iason colocó su cuerpo cubierto de ropa completamente pegado al del mestizo. Su pierna puesta entre las del pet impedía que pudiera cerrarlas. Mirándole muy de cerca, el Blondie le susurró con una voz helada, la del verdugo que estaba a punto de ajusticiar a su víctima.

“Me perteneces Riki. Eres mi mascota. Y no pienso permitir que escapes de mí. Jamás.”

Entonces el de melena rubia movió con soltura sus dedos sobre aquel botón endurecido por la excitación. Aquel era uno de los puntos más ardientes del cuerpo del mestizo, o se convirtió en uno desde la primera vez que estuvo con Iason en aquel motel de mala muerte. Cada roce en esa zona provocaba pequeños incendios que se propagaban por todo su cuerpo como la pólvora. Riki sentía todos sus músculos llenos de presión, oleadas de electrizante placer invadiéndole por dentro. Una ráfaga de lava derretida que se iniciaba en su torso, allá donde el Blondie le iba tocando de manera hábil, y se iba expandiendo por sus extremidades, su firme estómago, su cuello, incluso su rostro. Por no hablar de su entrepierna y de su ano. Todo en él era un incendio provocado por esas manos tan temibles, odiadas y adoradas.

“Iason.. hhh....”

Susurró su nombre mientras todas sus murallas eran derrotadas una por una. Lo peor era que Iason ya no precisaba de hacer uso de la droga, ni del Ring Pet para provocarle dichas sensaciones. La última dosis de afrodisíaco se la había dado antes de la demostración en el Placebo Gold, así que los efectos ya se le habían pasado. Y de momento no hacía uso del anillo en su miembro. No lo necesitaba. Iason convertía su cuerpo en pura lava con el más mínimo roce. Y llegaría el día en que provocaría la misma sensación en su pet con solo una mirada, con su mera presencia. Ése era el verdadero objetivo del Blondie. Volver a Riki tan adicto a él, como él se había vuelto hacia el mestizo.

“Dime, Riki” respondió el mayor, sabiendo que su mascota no podría responderle con demasiada coherencia, por el nivel extremo de excitación al que le había obligado a soportar los últimos días, como parte del castigo por comportarse de manera tan rebelde.

Iason bajó su rostro para acercar su boca al pezón contrario al que estaba acariciando. Abrió sus labios y pasó despacio su cálida y húmeda lengua por encima de aquel botoncito tan delicioso. El rubio notó como su mascota se estremecía de los pies a la cabeza por aquel contacto.

“Iason… me duele… mmnhhh… aquí… aaaah”

Riki bajó su mano y se agarró el miembro, que estaba más hinchado que nunca. Con las venas abultadas. Palpitante. Ardiéndole. Comenzó a masturbarse por la imperiosa necesidad que sentía el mestizo de llegar a eyacular. Su propio roce le causaba dolor. Pero ya le daba igual todo. Solo había una idea en su cabeza, y era poder llegar a liberar esa maldita presión que soportaba en su entrepierna desde hacía tantos días. Pero seguía sin poder hacerlo, con el Pet Ring presionándole en la base.

El mestizo del Ghetto no tenía ni idea de la enorme satisfacción que representaba para Iason verle así de desesperado por correrse. Solo el Blondie tenía el poder de decidir cuándo y cómo se daría ese acto. [/hide] El cuerpo de Riki le pertenecía. Era su dueño. Y desobedecerle no le traería nada bueno. Ya había recibido más de un castigo por ello. Aun así, el carácter rebelde del impuro era lo que más le atraía de él. Todo en esa relación era pura contradicción, por parte de ambos. Porque Riki era un perro alfa acostumbrado a ser el líder. Su libertad era su bien más preciado. Pero esas sesiones de desquiciante placer, punzante dolor, excitación extrema… aquello que Iason le daba, Riki era absolutamente incapaz de contenerse a desearlo, aunque representara la pérdida de su libertad. Y de ahí su rebeldía. Era un pez mordiéndose la cola. Una situación que, por los caracteres de ambos varones, no podría llegar a resolverse nunca. Cada uno lucharía siempre por conservar lo más valioso para sí, que al mismo tiempo era lo que más odiaban y les atraía del contrario.

“Aaaaahh… me estás matando” susurró el menor de ojos oscuros.

“Tranquilo, nadie ha muerto por esto todavía” respondió el Blondie, con aires de suficiencia.

Iason caminó hacia la cama, arrastrando con la correa a un excitadísimo Riki detrás de él, que se dejaba manejar como su dueño quería. Cuando el impuro entraba en ese estado de éxtasis libidinoso provocado por el Blondie, no era capaz de negarse a nada. Y su amo era perfectamente consciente de ello. Era el único momento que Riki dejaba de actuar como un perro rabioso y se transformaba en un Dios de la lubricidad y el vicio. Solo para él. Para sus ojos. Era encantador.

El Blondie señaló la cama “Apoya tus manos y rodillas bien abiertas. Te daré lo que tanto anhelas” le prometió.

Olvidando su vergüenza y su orgullo, Riki se puso a cuatro sobre la cama, como le había pedido que hiciera, aunque eso implicaba no poder seguir tocándose ahí abajo. Sabía que conseguiría sensaciones mil veces más potentes si dejaba que el Blondie hiciera lo que mejor se le daba. Giró su rostro y miró al hombre rubio, el único ser en el mundo que poseía las claves para convertir su cuerpo, su mente y su alma en torrentes de pura lava. Le molestaba mucho que siguiera vestido, cuando él estaba prácticamente desnudo. Era una costumbre de su ciudad natal, otra forma más de diferenciar a los simples pets de sus poderosos amos.

Iason puso sus manos enguantadas cada una en una nalga y las acarició, disfrutando de aquel morboso cuerpo que le era ofrecido sin reparos. Abrió los cachetes y acercó su rostro a la intimidad el muchacho de pelo negro. Todo en su cuerpo en desarrollo era de una simetría perfecta. Riki poseía una belleza salvaje que le hacía estremecerse por dentro. El Blondie sacó su lengua y se la pasó al mestizo desde debajo de sus testículos, subiendo sin prisas por el perineo, hasta llegar al valle entre aquellos dos montes de prietas carnes juveniles.

“Aaaahhh…!” a Riki se le escapó un hondo jadeo sin poderlo evitar.

Iason sonrió con maldad y volvió a atacar su trasero. Pasaba su sinhueso por toda la zona externa, acariciando aquel orificio que todavía no había llegado a estrenar. La primera vez que estuvo con Riki, en aquel hotel tapadera de prostíbulo, solo lo había hecho correrse con sus manos. Y desde que lo convirtió en su mascota, se había concentrado en convertirlo en un ser adicto a él y a sus caricias. Ahora que ya lo tenía en el punto ideal, había llegado el momento de ir un paso más allá. Esa noche Iason poseería a Riki por completo, usando todas las armas a su alcance como amo, y reclamando aquel templo que era su orificio posterior como de su propiedad.

Inmerso en su propio tormento emocional, Riki pensó- Guy, lo siento. Perdóname -Eran muchas las ocasiones en las que el mestizo se acordaba del que había sido su pareja, mejor amigo, apoyo y compañía en el Ghetto. El bueno de Guy. Pero ya no podía seguir resistiéndose a los encantos de aquel maldito Blondie. Riki sabía que ese rubio con aires de grandeza se había hecho dueño y señor de su cuerpo y sus orgasmos desde el primer roce piel contra piel. Pero el mestizo se había mantenido de manera cabezona, interiormente fiel a Guy durante todo este tiempo.

Riki ya no podía seguir engañándose a sí mismo. Lo que Iason le hacía le había influido de tal manera que no solo su cuerpo se había vuelto adicto a sus interminables sesiones de tortura y lujuria, sino que su mente, su propia alma, había sido completamente invadidas por la gélida esencia de aquel semental que se denominaba su amo, y se empeñaba en recordárselo cada oportunidad que se le presentaba, que eran muchas a lo largo del día. Riki sintió su corazón estrechándose en su pecho, era como si una enorme mano se le hubiera metido dentro y le estuviera estrujando aquel órgano vital con rabia. Era el sentimiento de traición hacia Guy. No lo había tenido cuando vendió su cuerpo al enemigo. Pero cuando se dio cuenta que estaba a punto de venderle su alma inmortal, esa sensación se apoderó de su mente, haciéndole sentir el ser más miserable del maldito universo.

Todas aquellas emociones negativas que lo habían invadido por dentro fueron arrolladas por el poderoso torrente de placer ardiente que Iason estaba proporcionándole en su retaguardia. Tras haberle lamido con deleite cada centímetro de su piel, acercó el dedo índice a su entrada, todavía enfundada en sus habituales guantes blancos, y comenzó a penetrarle con él.

“Aaaaaahhh...” otro jadeo profundo huyó de los labios del menor.

Riki apoyó su cabeza sobre la cama y levantó todo lo que pudo sus caderas, para acercar su actual centro de placer al hombre que se lo proporcionaba con majestuosa habilidad.

“Parece que esto de castigarte sin dejar que llegues al clímax por unos días funciona estupendamente” comentó el pelirrubio.

Riki abrió los ojos y clavó sus pupilas negras en los orbes de hielo del contrario.

“Que... te jodan... Iason... ¡Aaaaah...!”

Cuando le replicó de aquella manera, el Blondie aprovechó la distracción de su pet para insertarle un segundo dedo dentro de su estrecho orificio, que en seguida lo apresó con fuerza, como si no deseara dejarlo salir de allí nunca más.

“Tu trasero es mucho más sincero que tú, mi querido pet” le respondió el Blondie, sin dejar de mover su mano para mayor placer del moreno.

Riki cerró los puños, atrapando las sábanas dentro de su palma, y apretó los dientes con mucha fuerza. ¿Cómo demonios se suponía que podía resistirse a no querer recibir aquellas deliciosas atenciones por parte del contrario? Lo que sentía por Iason era pura contradicción, pero para bien o para mal, ese sentimiento era intenso, arrollador. Fulminaba todo lo demás, dejando solo en su cabeza la necesidad de más, siempre de llegar a sentir un poco más de placer y delirante dolor de sus manos.

“.....”

Riki se mordió la lengua y trató de no seguir jadeando. Era para lo máximo que daban sus fuerzas y su voluntad de perro del Ghetto en ese momento. El joven mestizo notaba arder su columna vertebral, y lentamente aquel incendio iba abrasándole por dentro, llenando cada recoveco de su anatomía. Su esfínter, su miembro, todo ahí abajo le palpitaba de manera intensa reclamando la atención del hombre que le estaba poseyendo. Odiaba a Iason por ello casi tanto como se odiaba a si mismo por no ser capaz de rechazarle. Sentirse así era exasperante para el impuro del Ghetto. Inmensas olas de placer se iniciaban en su ingle y en su trasero, y se expandían por cada célula de su piel. Le ardía el bajo vientre.

Cuando notó que aquellas atenciones por parte del que se denominaba su dueño se detenían, abrió los ojos para ver qué estaba pasando. Y se quedó paralizado. Mudo. Allí estaba el gran Iason Mink, el más poderoso entre los Blondies, el ser más venerado y temido de Amoi, desnudándose solo para sus ojos. Ambos sabían el significado intrínseco de aquel gesto. Era algo que los acercaba un poco más. Que eliminaba una de las insoportables barreras que Riki sentía que había entre ellos.

Lo primero que hizo el Blondie fue quitarse los guantes. A continuación dejó caer la chaqueta al suelo, seguida de sus pantalones, y el resto de las prendas. Era la primera vez que Riki le veía completamente desnudo. Siempre había llevado puesta alguna prenda como señal de su arrogante superioridad sobre su rebelde mascota. Los orbes oscuros del menor quedaron atrapados en esa anatomía androide hecha de manera insuperable. Todo en el rubio era pura armonía. No existía ni una sola imperfección. En conjunto resultaba muy masculino. Y lo más imponente de todo era el miembro viril que se alzaba majestuoso entre sus piernas. Grueso, largo, muy inclinado hacia arriba. A pesar que ya estaba duro como una piedra, el mestizo vio claramente como le crecía todavía un poco más, hinchándose y alargándose ante sus atónitos ojos.

“¿Qué demonios ha sido eso...?” preguntó el muchacho de orbes oscuros.

“Ya viste que puedo hacer crecer o acortar mi pelo a voluntad. Soy un androide de alta tecnología. No debería sorprenderte que sea capaz de hacer algo así. Cada parte de mi cuerpo fue creada para ser perfecta.”

Riki no se lo podía creer.

El mestizo estaba tumbado de medio lado sobre la cama cuando el rubio se le acercó, dejándole puesto boca arriba, y situándose entre sus piernas. Su cerebro se había quedado completamente en blanco. Él sabía que los Blondies no se acostaban con sus mascotas, solo los usaban a modo de entretenimiento sexual, haciendo que copularan con otros pets. Iason, en su burbuja de Dios perfecto e intocable, no debería estar sintiendo ese tipo de deseo ardiente por penetrarle. Pero ese duro miembro apoyado contra su entrada posterior le dejaba a Riki muy claro cuáles eran los deseos ocultos y prohibidos de ese hombre de belleza tan etérea.

“Iason...” susurró su nombre, mirándole a sus orbes.

“Riki...” respondió el mayor, sin apartar sus felinos orbes celestes de los ojos oscuros de su mascota.

Acto seguido Iason comenzó a penetrar el orto de su rebelde mascota con fuerza. Estaba más que dilatado, humedecido por su propia saliva, y mantenido en un nivel de excitación al borde de la locura los últimos días. Aunque fuera la primera vez que Riki recibía en sus entrañas la poderosa verga de su amo, podría soportarlo bien. Al menos físicamente hablando, eso no le causaría heridas. Otra cosa era como se sintiera él por dentro al estar siendo sodomizado por el ser más despreciable del planeta, sin ser capaz de negarse a ello por estar disfrutándolo como un animal en celo.

“Hhhhhnnnn...!!” Riki soltó un ronco jadeo.

El mestizo alzó las manos y las puso sobre el cuerpo del Blondie, como intentando apartarlo, pero no hizo fuerza alguna contra él. Solo las dejó allí apoyadas. Le temblaba todo el cuerpo. Iason empujaba con insistencia, enterrándole cada vez más hondo aquel enorme miembro viril que le estaba destrozando por dentro. Besaba con posesividad a su mascota, lleno de lujuria. Marcándole el cuerpo con señales inequívocas. La mezcla de sensaciones era delirante. Riki no era virgen, ni mucho menos. Había tenido sexo muchas veces. Pero nada como eso. Ninguna experiencia previa le preparó para lo que estaba viviendo en aquel instante, unas sensaciones tan enormes que eran humanamente insoportables.

Finalmente el hombre rubio llegó a golpear con sus testículos las prietas nalgas del moreno.

“Eres un buen pet... Cuando quieres” susurró sonriendo con maldad.

Riki abrió la boca para insultarle, para soltarle una réplica de las que hacían historia, porque ese maldito Blondie idiota siempre sabía cómo joderle, atacando directamente a su firme ego, que ya hacía rato que se estaba tambaleando.

“......”

Iason no permitió al mestizo pronunciar palabra. Con una fuerza y una potencia tremendas comenzó a moverse, insertando y extrayendo del estrecho orto del mestizo aquella inflamada herramienta varonil con la que empalaba sin misericordia.

Riki clavó sus uñas en la nívea piel de su sodomizador. Ya no era capaz de hablar, ni de pensar, solo de sentir. Su miembro estaba tan hinchado que parecía que le estallaría. La fogosidad de su bajo vientre ahora abrasaba su ingle y su esfínter. Cada nueva embestida lo colmaba hasta la saturación de pura lubricidad impúdica, sintiéndose invadido por una lujuria incendiaria y que arrasaba todo en su interior como un tsunami de perdición tremendamente sensual y morbosa.

El mestizo echó la cabeza hacia atrás, manteniendo sus labios entreabiertos, sus orbes cerrados, y sus brazos ahora rodeando la espalda del Blondie, quien acometía contra su culo con un vigor renovado, consiguiendo llegar más hondo, a mayor velocidad.

“Iason... por favor... ya no lo soporto más... ¡Libérame!” le suplicó aquel impuro del Ghetto, comiéndose su orgulloso.

“Como desees, Riki” dijo el mayor, henchido de soberbia.

El Blondie giró el anillo en su dedo, no solo aflojando la mordida del Pet Ring en la base del miembro de su pet, sino que además accionó su otro uso, el de estimular los centros de placer del mestizo, al máximo de potencia.

“¡¡Aaaaaaahhh..!!”

En ese momento, las potentes sensaciones que recibía Riki al ser sodomizado por el Blondie se intensificaron hasta el infinito. El veneno que Iason vertía sobre él le corrompía por dentro. Ya no había marcha atrás. Se abrazó fuerte al Blondie, pegando su moreno cuerpo al de él lo máximo posible y empezó a descargar una cantidad imposible de simiente de mestizo. Todo su cuerpo era pura agonía, una explosión arrolladora de inflamación y deseo.

Pero Iason no se detuvo. La noche acababa de empezar para ambos. Dada su naturaleza, el Blondie podía permanecer en estado de dureza durante horas, orgasmo tras orgasmo, y no necesitar ni un segundo para recuperarse. Todo eso Riki pudo comprobarlo en su propia piel. Terminaría la noche habiendo recibido tan salvaje cabalgada que ni se notaría las piernas. Su ano se convertiría en el receptáculo de aquella inagotable fuente de ardiente esperma de Blondie. Su cuerpo entero quedaría sin una pizca de energía, cayendo desmayado. Solo entonces cuando perdiese la consciencia de puro agotamiento, Iason detendría su invasión sobre su cuerpo, su alma y su mente, y le permitiría descansar todo el tiempo que el mestizo requiriera.


DE VUELTA A AMOI.
Semanas más tarde, al volver a su hogar, Iason le quitó el collar a Riki, tras la experiencia en el hotel el mestizo parecía comportarse de una manera mínimamente menos rebelde, y ésa era su manera de premiarle. Para el impuro aquello que sucedió en el hotel de lujo de Tokyo había supuesto un antes y un después en su vida como pet. Ahora se sentía más cercano a su dueño, como si hubiese comprobado que, a pesar de ser un androide, parecía tener un alma con la que la suya podía comunicarse. De ahí que se mostrara un poco menos salvaje que de costumbre, al menos por ahora.

Pero como el Blonide las cosas nunca resultaban fáciles. Iason tenía un fondo sádico y morboso. No podía permitirse que su mascota se creyera más importante que las demás, ni que intuyera que le trataba de manera diferente al resto, aunque la realidad era esa. Por eso, al volver del viaje, el Blondie decidió pasar el menor tiempo posible en casa, dándole así un pequeño respiro al mestizo del Ghetto, que a la vez era un castigo por no poder tener sus sesiones de doma tan continuas a las que estaba habituado. Sin perder de vista ni un segundo todas sus acciones, que eran vigiladas por sus serviciales furniture.

Uno de esos días de eternas horas de aburrimiento y completa soledad a las que le había castigado su dueño, Riki bajó a pasear a los jardines. No soportaba pasar demasiado tiempo encerrado en casa. Normalmente nadie se dignaba a dirigirle la palabra, pero ese día una joven pet se le acercó y le saludó de manera muy amable.

“Hola, me llamo Mimea. Tú eres Riki, la mascota del señor Iason, ¿verdad?”

El mestizó la observó por unos segundos. No sentía ningún interés especial en ella, era igual que el resto de pets insulsos con los que se veía obligado a convivir a diario, le gustara o no. Pero una pequeña luz se iluminó en su cabeza. Riki pensó que aquello podía ser una manera perfecta de darle una lección a Iason, dejándole en evidencia delante de la comunidad de élites, y al mismo tiempo recuperaría su completa atención de manera un poco radical, quizás. El pelinegro sonrió.


“Sí, soy Riki. Encantado, Mimea.”

Ricky, el perro callejero #18

EL VIAJE. DIA 2 (parte 3) Lionardo y Saúl vuelven a la mansión. Saúl se masturba pensando en Lio. Mientras, Ricky y Don Cornelio siguen en el yate con sus cuatro sumisos.


Lionardo y Saúl entraron en la mansión. El joven sumiso de pelo rubio estaba hecho un esperpento. Su uniforme de criada se había rasgado por varios lugares, y tenía la piel de todo su cuerpo, incluido su rabo, llena de líneas rojizas producto de los varazos que el bastardo le había dado. Las palmas de sus manos y las rodillas las tenía en carne viva, a causa de haber ido gateando hasta la cima del cerro. Su ano le palpitaba del dolor que le había hecho Lio follándole salvajemente el culo. Y además seguía con la polla dura como una piedra por no haberse permitido correrse con aquella brutal sodomización.

Pero el joven y malvado Amo no pensaba darle ni un solo minuto de descanso.

"Ve a limpiarte la cara, Cerda, te huele el aliento a mierda." le dijo Lio a Saúl, recordándole de aquella manera que poco rato antes le había obligado a meterle la lengua en su apestoso culo.

"Yo voy a relajarme al spa, cuando estés decente para presentarte ante mí, ve allí." al hijo de Don Romannetti le daba igual que aquella puta insaciable no conociese el lugar. Podía preguntarle a cualquiera de los trabajadores dónde estaba el spa.

Saúl se mordió la lengua y respondió un simple "Si, Señor Lionardo, como desee" aunque aquellas palabras en labios del menor no sonaban nada sumisas, sino todo lo contrario.

El chico de ojos azules se dirigió, cansado y bastante derrotado, hacia los lavabos de la planta baja. Por lo menos podría limpiarse, cosa que realmente él mismo sentía que necesitaba hacer con urgencia. Saúl entró en el baño, y se puso pasta de dientes agradablemente mentolada en dos dedos y frotó con brío por todos sus dientes y lengua. Cuando terminó se enjuagó bien la boca con un elixir que había allí.

Mientras se aseaba, no podía dejar de revivir la cruel follada de Lionardo. Saúl estaba hecho un lío, porque sabía a ciencia cierta que odiaba a esa sabandija. Pero aun así no podía evitar tener unos irrefrenables deseos de masturbarse recordando lo que acababa de hacerle durante el paseo a caballo, y sobre todo cuando llegaron a los establos.

Aprovechando que Saúl estaba en el lavabo, se desnudó, se metió en la amplia bañera y dejó correr el agua por su cuerpo. Necesitaba limpiarse completamente de los restos de semen y suciedad de haber estado caminando a cuatro patas por el suelo. El chico rubio se acarició el durísimo rabo, lo agarró con firmeza y empezó a sacudírselo. Recordaba el aroma particular del imbécil de Lionardo, sus sensuales gemidos al follarle, la dureza con la que le empalaba sin descanso con su rígida polla de chulo malnacido... el joven de ojos azules entreabrió los labios y empezó a jadear, notando como se le hinchaba la polla, casi a punto de soltar su corrida.

Y justo en ese puto momento, la puerta del lavabo se abrió y apareció el bastardo de Lionardo. Al verle, el pobre Saúl se quedó blanco y quieto, con su mano todavía agarrándose el cipote. El Semental sonreía al decirle con sarcasmo:

"Aunque las puertas tengan pestillo las puedo abrir por fuera." Lio permanecía apoyado contra el quicio de la puerta con los brazos cruzados "¿Tanto te ha excitado que te reventara ese culo de zorra que tienes, que has tenido que venir corriendo a masturbarte, Puta?"

El sumiso rubio ya se había soltado el rabo cuando le respondió:

"¡No estaba pensando en ti idiota, sino en mi Amo Ricky!"

Evidentemente mentía como un bellaco. Sí que era el bastardo de Lionardo en quien pensaba, pero antes muerto que reconocérselo a la cara. Lionardo no podía saber a ciencia cierta si lo que acababa de decirle la Puta Insaciable era verdad o no, pero confiaba en su instinto de depredador que le decía que estaba en lo cierto. Además, Saúl había tenido la polla bien dura mientras lo sodomizaba, seguro que le estaba engañando.

Lleno de seguridad en sí mismo, el joven Semental dio dos rápidas zancadas hasta situarse al lado de Saúl, dentro de la ducha. Le agarró fuerte del pelo, tirando de él y le dijo con mala leche:

"¡Eres una puta mentirosa!" le gritó, y entonces, lleno de rabia descontrolada, le soltó un sonoro bofetón que le giró la cara ¡¡PLASS!!

Acto seguido, el hijo menor de Don Cornelio, a quien parecía no importarle estar dejando empapada su ropa de cuero negro de montar a caballo, empujó a Saúl, girándole de cara a la pared y le agarró las dos manos a la espalda con una de las suyas. El sumiso se golpeó de nuevo la cara contra el muro. El agua caía sobre sus bellos rostros, mojándoles el pelo y toda su anatomía.

“¡Demuéstrame lo mucho que me odias! ¡¡Quiero ver cuánto me desprecias!!” le recriminó Lionardo.

Entonces el joven Semental puso su mano libre sobre la polla de Saúl y empezó a masturbarle con todas sus ganas. No iba a serle difícil hacerle correr, ya que el chico había estado a punto de hacerlo él solo hacía escasos minutos. Si realmente el rubio le aborrecía tanto como insistía en demostrarle, Lionardo no podría hacer que se corriera. Pero sabía que Saúl le había mentido.

El sumiso no podía creerse lo que le estaba sucediendo. El malnacido de Lionardo estaba pajeándole con brutalidad, pero le estaba gustando muchísimo. ¡Y eso aún le hacía sentirse peor! No solo por estar disfrutando con la paja, que ya era horrible de por sí, sino porque sentía que de alguna manera estaba engañando a Ricky. ¡Pero la culpa había sido de él! ¡Por haberles traído a ese lugar y haberles cedido sus cuerpos de sumisos a los mafiosos!

“Basta… Para… ¡Joder!” Saúl tenía los ojos cerrados y los dientes apretados. Hablaba tan flojito que Lionardo, aun teniéndolo a un palmo de distancia, casi no podía oírle.

Pero el bastardo no pensaba detenerse en ese momento. El magullado cuerpo del chico de pelo trigueño temblaba, empezaban a fallarle las piernas y notaba como su hinchada polla palpitaba por el placer que estaba recibiendo.

“¡¡Córrete de una puta vez!! ¡A ver si así te das cuenta de lo mucho que te gusta que te meta mi polla por tu culo de guarra comepollas!!” Fue la siguiente lindeza que le dijo.

Saúl ya no pudo aguantarlo más, y como si hubiese obedecido fielmente al último mandato del joven Semental, empezó a correrse de manera copiosa sobre su mano. Cuando terminó, Lionardo le pasó la mano llena de su propio esperma por la cara, manchándosela.

“Puedes permanecer todo lo orgulloso que quieras, pero yo sé la verdad.” le dijo Lionardo.

El hijo del Don salió de la ducha. Antes de atravesar la puerta, se giró y señaló al techo, donde había una pequeña cámara de seguridad en una esquina. Le dijo al chico:

“Aquí no tienes intimidad, así que no hagas ninguna tontería, por tu propio bien.” Y luego añadió “Límpiate rápido y ve al spa. Ponte solo el tanga y los zapatos de tacón.”

Cuando el Macho cerró la puerta, Saúl empezó a llorar, sintiéndose inundado por fuertes emociones, entre ellas la rabia y la impotencia. Odiaba a Lionardo con cada célula de su piel, aun así no había podido evitar correrse entre sus habilidosas manos. Se sentía como una vil cucaracha que no merece ni que su verdadero Amo se moleste en escupirle.


En el yate había llegado la hora de comer. Miele se ocupó de preparar la pasta fresca. Luis le ayudo encargándose de la ensalada. Y Thian y Phuo sirvieron la mesa para los Señores.

Mientras Don Cornelio y Ricky comían, sus cuatro sumisos esperaban pacientemente arrodillados en el suelo. De vez en cuando, uno de los Machos cogía un pedazo de su comida y la tiraba al suelo para ellos. Una de las ocasiones en que el perro callejero tiró un trozo de pasta fresca de su plato, fue a caer justo entre Miele y Luis. Ambos chicos se lanzaron a coger aquel pequeño pedazo de comida, y sus rostros chocaron. Luis se apartó al momento, sintiendo como se le ruborizaban las mejillas, y dejó que el lindo andrógino lo cogiese. Miele sonrió cariñosamente a Luis mientras masticaba el delicioso, aunque escaso manjar.

Entonces Don Romannetti le ordenó al capitán del barco que diese media vuelta e iniciase el camino de vuelta. Como unas feas nubes habían tapado el sol y empezaba a refrescar, los seis tripulantes se metieron dentro del yate. El mafioso inició la marcha hacia el que era su camarote, una enorme estancia que ocupaba toda la mitad delantera del barco, y, en la que no había suelo. Desde la misma entrada hasta tocar las paredes todo era una enorme cama. Los dos Machos y los cuatro sumisos se tumbaron sobre el colchón, desnudos. Habían dejado la ropa antes de entrar.

"No se cómo estarás tú, amigo Ricky. Yo estoy preparado para volver a follarme uno de estos culitos golosos." le dijo el Don al perro callejero, mientras se sobaba el abultado paquete con una mano.

"A mí me pasa igual" respondió el joven moreno “Ven, Cerda, chúpame la polla” le dijo a Luis y también ordenó a Miele que se tumbara a su lado.

El joven sumiso rubio estaba increíblemente feliz de que Ricky por fin hiciese uso de su humilde cuerpo para satisfacer sus necesidades. Él comprendía que, teniendo tanta carne fresca por probar, dejase un poco de lado a sus sumisos de siempre, pero echaba tanto de menos su polla de Dios de ébano que se lanzó literalmente sobre ella y empezó a chupársela con todas sus ganas. La hermosa Miele se estiró al lado del Semental y Ricky empezó a besarla mientras le manoseaba las tetas.

Don Cornelio por su lado estaba acariciando los lindos y juveniles cuerpos de sus pequeños asiáticos. El mafioso hizo que Thian se tumbara sobre su cuerpo, con la cabeza sobre su rabo y el culo delante de su cara, y Phuo se estiró a su lado. Los dos hermosos vietnamitas le lamían el duro rabo, y él chupaba el ano del muchacho que tenía tumbado encima, mientras le metía un par de dedos dentro del culo al otro.

Ricky tenía la polla bien dura y quería follarse alguno de los culos que tenía a su disposición. A pesar de que Miele le atraía muchísimo, Luis también era uno de sus favoritos, y además se estaba comportando increíblemente bien en ese viaje inesperado. El mayor de los hermanos no le había puesto ninguna pega a ninguna de las órdenes que le había dado desde que salieron de viaje, y por eso decidió premiarle de manera especial.

“Miele, túmbate boca arriba. Y tú, Cerda Comepollas, estírate encima y métele tu pito de mierda en el culo” les ordenó el perro callejero.

Los dos sumisos obedecieron sin pensárselo, y Miele recibió con gusto el pequeño cipote de su compañero sumiso dentro de sus entrañas. Ricky se situó detrás de Luis y apuntó con su duro rabo hacia la entrada posterior del chico, clavándosela fuerte de un solo movimiento.

“Tienes que conseguir que Miele se corra antes que yo lo haga, o te castigaré” le dijo el Macho a su sumiso.

Más que un castigo, era ya todo un premio para el mayor de los hermanos que su Amo le permitiera follarse un culo, y además era de Miele, tan hermoso, dulce y caliente. Y por si eso fuera poco, Luis podía notar perfectamente las potentes embestidas que Ricky le daba por detrás, poniéndole todavía más cachondo. El mayor problema era que no se corriese él antes que ninguno de los otros dos.

Al Don le encantó la ocurrencia de Ricky y decidió imitarle a su manera.

“Vamos a jugar nosotros también” anunció.

Entonces hizo que Thian dejara de chuparle la polla. Le ordenó que se volteara, para quedar cara a cara con él y su siguiente mandato fue que él mismo se clavara su dura polla dentro de su culito tierno. Acto seguido ordenó a su hermano Phuo que se sentase sobre él justo delante de Thian, así el que estaba siendo sodomizado por el Don podía meterle la pollita dentro del culo de su hermano, quien empezó a recibir una exquisita mamada en su púber miembro por parte de su adorado Amo.


Así estuvieron los seis follándose mutuamente por un buen rato, hasta que finalmente Luis no pudo soportarlo más, y justo en el momento en que su Semental arrojaba una violenta ráfaga de semen dentro de sus entrañas, él se corrió inundando el trasero de Miele, que por su parte no había llegado a correrse. El principal motivo fue que el pequeño pito de Luis no era suficiente para complacerle, el hijo menor del Don estaba más que acostumbrado a recibir grandes vergas ahí atrás. Además, con el tema de la hormonación, ya casi nunca eyaculaba esperma. A pesar de todo, había disfrutado mucho siendo follado por el hermoso Luis, ya que le había tomado mucho cariño al chico en el poco tiempo que habían compartido juntos. Don Romannetti tardó un poco más en eyacular, cuando el mafioso empezó a convulsionarse y soltar fuertes gemidos de placer, Thian y Phuo se corrieron a la vez, como si después de tantos años de entrenamiento, su propio placer y sus corridas estuviesen tan ligadas a las de su Amo que con solo oírle gemir ya pudieran descargar sus pitos.

Entrada destacada

Maite. Secuestrada en Egipto. Cap 01.

Serie larga, donde se relatan las peripecias de la pobre Maite, joven casada a la que secuestran en su viaje de casados. A lo largo de los ...