jueves

Ricky, el perro callejero #15

EL VIAJE. DIA 1 (parte 4) Continúa la gran orgía en la mansión de Don Romannetti.


El primero en situarse como quería fue el joven Lionardo. Hizo que Saúl se tumbara boca arriba sobre uno de los sofás de estilo romano, que era básicamente una cama sin respaldo. Ató sus manos juntas por encima de su cabeza, en uno de los reposabrazos, y puso esposas en sus tobillos, con cadenas que iban hacia el techo, obligando al joven rubio a tener el culo y la parte baja de su espalda alzada en el aire, sin tocar el sofá, y manteniendo sus piernas completamente abiertas.

Cuando el joven sádico tuvo puesto todo en orden, se situó a un lado del sofá, cogió de los pelos a Saúl y de un solo golpe le metió el duro rabo dentro de su boca. Las pollas de Lionardo y de su padre, el Don, tenían una característica especial. De por sí eran bien grandes, aunque no tanto como la de Ricky, eso era difícil de superar. Pero tenían un glande enorme, y hacia el final de sus rabos el tronco se hinchaba, casi doblando el tamaño en la base. Por ese motivo era difícil poder mamarlas, ya que el glande casi no cabía en la garganta, dañándola a su paso. El tronco era más o menos sencillo de meter dentro, pero al llegar a la base, se tenía que estirar los labios casi hasta el punto de rotura para poder abarcar todo el pedazo de carne dentro.

Saúl estaba sufriendo mucho con aquella mamada, y más cuando Lionardo, sin dejar de empujar sus caderas violentamente contra su cara, ordenó a Thian y Phuo que le lamieran el culo y los huevos. El rubio intentaba no cerrar los ojos y mantener la vista clavada en ese ser odioso que abusaba de su cuerpo para su propio placer, y no quería disfrutar para nada con lo que le estaba haciendo, porque lo que de verdad deseaba era estrangularle con sus propias manos. Pero el viaje había sido largo, con ese consolador metido en su culo. Y Ricky no les había permitido correrse, ni a él ni a su hermano mayor, ni si quiera tocarse, y les había puesto ese aparato de cuero y metal en las pollas que impedían que pudieran descargar su semen. Sentía los huevos cargados de leche y la polla a punto de reventarle, por culpa sobretodo de las incesantes lengüetadas que le daban los pequeños vietnamitas en sus zonas más erógenas. De vez en cuando Lionardo daba un empujón más fuerte de lo normal y le encajaba el hinchado glande en su garganta, eso hacía que Saúl se atragantara con él, además del tremendo dolor que sentía en la comisura de la boca por tenerla al máximo de abierta con esa bola de carne metida a presión dentro. Como acto reflejo tiraba su cuello y cabeza hacia atrás, tosiendo y emitiendo sonidos guturales de ahogo.

“¿Qué pasa, Puta Insaciable? Dudo que sea la primera polla que te comes en tu vida ¡Ponle ganas, joder!” le gritó el joven Lionardo en una de las veces que el pobre Saúl se apartó para poder respirar.

Sin darle tiempo a recuperar el aliento, el malvado hijo del mafioso volvió a meterle su endurecida polla dentro de la cavidad bucal, tirándole más fuerte de los pelos para que el rubio mantuviera su boca bien pegada a su entrepierna, y follándole la garganta con más ímpetu todavía. Los niños asiáticos, sabiendo lo que se sufría en esa situación, se esmeraban en darle todo el placer que pudieran a Saúl, con sus lengüecitas en su culo y en sus huevos. Eso quizás haría que la experiencia resultara menos mortificante para su compañero sumiso.

Un poco alejado de aquel grupo se encontraba Ricky. Estaba sentado en el sofá y había ordenado a Miele que se subiera sobre él y se empalara él solo su hinchado rabo de toro. La joven hermafrodita había obedecido al instante, parecía que él mismo se moría de ganas de recibir una buena ración de polla de ese moreno guapetón en su culo de ninfa. Miele se subió a horcajadas sobre el perro callejero, se lamió la palma de la mano y lubricó él mismo su agujero posterior. Acto seguido sujeto el rígido pollón de Ricky y apuntó el glande a su ano. Poco a poco empezó a bajar su cuerpo, ensartándose la polla del invitado de su padre en su intestino. Ricky le abrazaba por la cinturilla de avispa, empujando también para ayudarle a metérsela entera dentro, y mientras lamía y besaba los turgentes pechos de la muchacha. Finalmente, tras unos minutos de esfuerzo, y con la bella cara marcada por el dolor que sentía, Miele consiguió al fin empalarse por completo aquella rígida vara.

“¡Vamos, cabálgame bien duro, amazona!” le dijo el perro callejero, soltándole un buen azote en su firme culo.

El joven andrógino se sintió hinchado de orgullo por saberse el favorito de Ricky, al menos durante aquella velada. Había sufrido tantos abusos e insultos en su corta vida, que notar el puro deseo casi animal que rezumaba del contrario hacia él provocaba que él mismo se excitase muchísimo más.

“Sí, Señor Ricky, como desee.” le respondió ella con su acaramelada voz.

Al instante, Miele empezó a subir y bajar su cuerpo, metiéndose y sacándose de dentro de su culo goloso aquella magnífica verga que la estaba taladrando. El perro callejero bajó sus manos hasta poder agarrar sus nalgas, y se las abrió completamente, mientras él mismo embestía con sus caderas hacia arriba todo lo fuerte que podía, intentando partirle en dos el orto  al hijo mayor de Don Cornelio. Los besos que Ricky le daba en sus pechos habían pasado a ser duros mordiscos dados con muy mala intención, que no hacían más que provocarle un mayor placer a Miele, quien todavía se clavaba con más ganas la polla del chico de ojos esmeralda. Era una follada tan brutal, que aunque la ninfa tuviera el culo acostumbrado a follar a diario con su padre, su hermano y otros sujetos, seguro que aquella noche sufriría un dolor insoportable por lo bestial que era aquella cópula.

Por su lado, Don Romannetti se lo estaba tomando con más calma. El dueño de la mansión permanecía sentado en otro de los grandes sofás, se había terminado la primera copa de licor y había pedido a Luis que le llenara la copa, cosa que él hizo con prontitud. Luis no cambiaría a su Dueño Ricky por nadie jamás, antes se mataría que entregar su corazón y su alma a otro ser que no fuera él. Pero si su Semental le ordenaba entregar su cuerpo a otro hombre, él no podía discutírselo. Los deseos de Ricky eran sus propios deseos, y si eso significaba comportarse de manera sumisa con ese hombre de cierta edad, que todavía conservaba todos sus encantos, pues mejor para él.

Luis había acudido al viaje molesto porque su Dios de ojos esmeralda le había estado ignorando los últimos días, requiriendo más los servicios sexuales de su hermano menor Saúl que los suyos. El joven de pelo rubio se había propuesto comportarse como el mejor de los sumisos en ese viaje, para que Ricky estuviera orgulloso de él y recuperar así su atención perdida. El bello y dulce Miele se lo estaba poniendo muy difícil, así que redoblaría sus esfuerzos por complacer cualquier petición de Don Cornelio, sabiendo que de esa forma complacería también a su adorado Amo Ricky.

Después de rellenarle la copa con licor a su anfitrión, el hombre le pidió que le acercara uno de los consoladores que había sobre una mesa. Era una polla de goma blanda bastante grande y sobretodo muy larga, de color negro. Don Cornelio subió las piernas sobre el asiento del sofá, y apoyó los hombros y la cabeza en el reposabrazos del mismo, quedando medio tumbado.

“Dame el consolador.” Le indicó al chico de ojos azules

“Súbete encima de mí, dándome la espalda. Me chuparás la polla mientras yo me divierto con tu culo” añadió después.

Luis no se lo hizo repetir. Subió al sofá y se puso sobre Don Romannetti. El joven sumiso procuró situar su trasero a la altura adecuada y que le resultara lo más cómodo posible al Señor de la casa. Una vez hubo hecho esto, el sumiso de ojos azules se inclinó, acercando su boca a la entrepierna del Don, agarró su hinchada polla con una mano, y empezó a mamársela con todas sus ganas. Los gemidos de placer que empezaron a salir de la boca de Don Cornelio fueron música celestial para el esclavo.

El mafioso disfrutó de la espectacular chupada que le estaba haciendo aquel crío de pelo rubio un rato, pero pronto volvió a abrir los ojos y se concentró en darle algo de placer y dolor a él también. Don Romannetti empezó lamiendo con lujuria el ano estrecho de Luis. Le dejó bien humedecida toda la zona de su entrada posterior, y luego apuntó el extremo curvo del aparato y se lo empezó a introducir sin prisas, pero sin pausas. Como Luis había estado llevando el plug anal durante todo el viaje, no le resultó excesivamente lastimoso, aunque por las grandes dimensiones del consolador sí que sintió algo de dolor. Aun así el placer que le dio esa polla de mentira cuando Don Cornelio empezó a moverla superaba con creces el leve daño que le hacía.

Lionardo, el hijo menor de Romannetti, se había cansado de maltratar la boca de Saúl, la Puta Insaciable, y se había situado entre sus piernas abiertas, que colgaban del techo amarradas a unas cuerdas. Los dos niños asiáticos estaban arrodillados a lado y lado de su joven Amo, preparados para ponerse a lamer cualquier rincón de su culo, perineo o pelotas que les quedara al alcance de la boca, como Lio les había ordenado.

A Lionardo le extrañó que el ano de Saúl pareciese tan estrecho, cuando hacía poco que se había quitado el plug anal que había llevado puesto tanto rato. Debería tener el orificio posterior dilatado, pero no era así. Parecía casi virgen. Lleno de curiosidad, metió bruscamente dos de sus dedos dentro del culo del chico rubio, con cierto esfuerzo, e intentó abrirlos, mientras los giraba de un lado y de otro. Saúl no conseguía relajarse. Tener que cederle su cuerpo a ese niñato pijo y engreído para que hiciera con él lo que le viniera en gana era muy superior a sus fuerzas. Cada vez que ese chulo engreído metía sus frías falanges en su trasero, ambos notaban como las paredes intestinales se contraían de golpe con un espasmo, intentando impedirle el acceso.  Lionardo sacó sus dedos del culo de Saúl y observó fascinado lo mismo que Ricky había descubierto tiempo atrás, el culo de ese chico de ojos azules era totalmente elástico, tanto que no importaba las dimensiones de la polla o el objeto que le metieran por ahí atrás, ni el rato que estuviera con ello. Al quitárselo, la elástica piel del ano del rubio volvería de nuevo a su estado inicial, convirtiéndose cada vez en un nuevo y doloroso desvirgamiento.

“Esto te va a doler y mucho, ramera estúpida” fueron las amables palabras que el de pelo castaño le dedicó a su víctima.

Entonces el jovencísimo mafioso agarró fuerte por las caderas al esclavo rubio, y empezó a arremeter contra su rico culo. Lo primero que atravesó el apretado orificio anal de Saúl fue el desmedido glande de la polla de Lionardo. Sintió un dolor tan atroz con aquella violenta penetración que su espalda se arqueó en el aire, y de su boca salió un aullido desgarrador.

“¡¡¡WAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!! ¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOO!!”

“¡¡CÁLLATE, PUTA ESCANDALOSA!! ¡QUE NO SABES NI DEJARTE FOLLAR CON DIGNIDAD!” le replicó Lionardo.

Y eso que el culo de Saúl solo había recibido dentro la punta hinchada de aquel niñato. Todavía le quedaba todo el tronco y aquella bola enorme de carne de la base. Definitivamente ese gilipollas iba a destrozarle el culo. Era imposible no quejarse por aquel trato vejatorio y dañino. Pero quería hacerlo lo mejor que pudiera para contentar a su amado Ricky, además no quería que Lionardo pudiera regodearse en su desdicha. Así que Saúl apretó fuerte los dientes, cerró los ojos y rezó a todos los dioses por poder soportar aquel calvario sin volver a gritar.

Pero no tuvo éxito en su propósito. El paso del tallo del rabo de Lio fue más o menos soportable, y pudo mantenerse dignamente callado. Pero en la brutal embestida en la que terminó de empalarle con su vigoroso rabo, el dolor fue el doble de intenso que con el paso del glande. Saúl sentía la piel del culo tan dilatada que parecía que se le rajaría, y sin poderlo evitar volvió a gritar.

“¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHH!! ¡¡¡BASTA NOOOOOOOOOOOO!!!”

El hijo menor de Don Romannetti se sentía cada vez más excitado. Cuanto más gritaba y se quejaba aquella Puta Insaciable, mayor era el placer que él recibía sodomizándole como un animal salvaje.  Lionardo estaba agarrando a Saúl tan fuerte de los costados que estaba dejándole la señal de sus uñas marcadas en la piel.

“¡¡DEJA DE GRITAR, ZORRA ESTÚPIDA!!” le dijo Lio con voz firme y muy alta.

Lo que quería era que Ricky, el Dueño de Saúl, se diese cuenta de que su sumiso era un llorón y un lamentable esclavo. Estaba disfrutando como un niño chico martirizando al menor de pelo rubio, y sentía que podía seguir sodomizándole de manera bruta durante horas. Sólo por el mero placer de seguirle oyendo proferir esos atroces gritos. Humillar a Saúl excitaba intensamente a Lionardo.

Mientras el chico de pelo castaño destrozaba el culo del menor de los sumisos del perro callejero, Don Romannetti, el anfitrión, había pasado a mayores con Luis. Don Cornelio estaba tumbado en el sofá, metiéndole el consolador en el culo al joven, mientras él estaba sentado encima de espaldas a él, chupándole la polla. El mafioso estaba muy excitado, y ya se había corrido antes en la boca de uno de sus pequeños asiáticos, ahora le apetecía descargar su lechada dentro de un lindo culo, y Luis tenía un hermoso trasero. Así que tiró el consolador al suelo, alzó ambos brazos y agarró al joven por los hombros, obligándole a que dejara de mamarle. Luis quedó entonces completamente tumbado de espaldas boca arriba, sobre el cuerpo del Don.

“Ábrete de piernas, bello ragazzo, voy a follarte ahora.” le susurró Don Romannetti a Luis al oído.

El mafioso tenía una voz profunda y muy sensual, y al joven de ojos azules no le resultó nada penoso obedecer su orden. Habría preferido que fuese Ricky, su adorado Amo, quien lo follara, pero Don Cornelio era un hombre realmente agradable y muy guapo. Además le había lubricado el culo con su lengua y también le había dilatado con el consolador por un buen rato, así que cuando el Don apuntó su dura estaca contra el orificio posterior de Luis y empezó a empujar, el joven sumiso solo sintió placer y casi nada de dolor.

Don Romannetti metió suavemente su polla dentro del culo de Luis, que estaba completamente tumbado sobre él con las piernas abiertas. Lo tenía abrazado por el estómago y le acariciaba el pequeño pito mientras le metía y sacaba su duro rabo de dentro con mucha calma. Cuanto más tiempo pasaba, más ganas tenía el joven de poder correrse. Y pareció que el hombre le había leído el pensamiento, pues al cabo de un largo rato empezó a embestir contra él con mucho más vigor, desabrochó la tira de cuero que impedía que Luis pudiera correrse y continuó pajeándole al tiempo que le follaba. Don Cornelio derramó su espesa lechada dentro del culo de Luis, y él se corrió sobre la mano del anfitrión, quien posteriormente se la hizo limpiar con la lengua.

Por su lado, en el otro sofá, Miele había empezado cabalgando a Ricky, que estaba sentado debajo. Pero al rato de estar fornicando como bestias, el perro callejero agarró al hijo mayor del Don y lo tumbó boca arriba sobre los cojines, apoyando cada uno de los pies del sobre sus hombros. De esa manera, Ricky tenía mejor acceso al culo de Miele y sus penetraciones se volvían mucho más profundas. Quedó claro que estaba sintiendo un intenso placer con aquello, cuando el chico vestido de sirvienta empezó a gemir fuerte sin poder detenerse. Eso provocó una mayor excitación en Ricky, que terminó soltando su esperma de Macho en lo más interno de las entrañas del andrógino. El sumiso consiguió correrse también, pero apenas soltó unas pocas gotas de un líquido casi transparente que nada tenía de parecido con el esperma. Cosas de la medicación, como había dicho su padre, pronto no podría ni correrse.

Mientras ellos estaban follando, Lionardo continuó embistiendo con dureza y maldad el maltrecho ano de Saúl, buscando que gritara y se quejara. Y consiguió perfectamente su propósito. Ricky, Don Romannetti y sus dos sumisos ya se habían corrido, pero Lionardo continuaba golpeando sin descanso el culo del rubio. Thian y Phuo habían intentado situarse entre las piernas de ambos para lamer allá donde pudieran, pero los movimientos de su joven Amito eran tan bruscos y violentos que no podían ponerse de ninguna manera sin molestarle, así que se quedaron arrodillados a sus pies sin saber muy bien qué hacer. Aunque daba igual, a Lionardo se le habían olvidado los asiáticos. Cuando Saúl parecía que había empezado a acostumbrarse a su grueso rabo de diablo y dejaba de gritar tanto, el joven mafioso le arrancó bruscamente el cascabel que tenía sujeto con una rígida pinza en su pezón, provocando que soltara un nuevo alarido. Si algo tienen las pinzas es que duelen muchísimo más al ponerlas o al quitarlas, que si tienes que aguantarlas puestas un buen rato.

Lionardo fue el único Amo que no permitió que su sumiso se corriese, así que no le quitó el aparato que llevaba en el rabo. Aunque tampoco estaba muy claro que Saúl pudiese llegar a tener un orgasmo con la brutal tortura anal de la que estaba siendo víctima. Ricky y Don Cornelio se habían servido otra ronda de licor. Hablaban y acariciaban los cálidos cuerpos de Miele y Luis, mientras el hijo menor del anfitrión de aquella lujosa mansión continuaba sodomizando sin compasión a Saúl. Y finalmente el más joven de los Amos no pudo contener más su corrida y terminó encastando su dura polla en lo más profundo del ano de Saúl y soltando un torrente de esperma ahí dentro.

Cuando terminaron se fueron todos a dormir, pues estaban muy cansados. Don Cornelio había preparado una habitación de invitados para Ricky en la planta superior, donde también estaba su propio dormitorio, que era el principal, y el de Lionardo, el segundo más grande de la mansión. Los sumisos fueron guiados por Miele al sótano, una gris mazmorra sin ventanas ni mobiliario, donde primero se lavaron bien, quitándose todo el maquillaje y lo que llevaran puesto, y desnudos como estaban se tumbaron en una gran manta puesta sobre el frío suelo y se tumbaron a dormir todos juntos.

sábado

Ricky, el perro callejero #14

EL VIAJE. DIA 1 (parte 3) Orgía en la mansión de Don Romannetti. El anfitrión, su hijo trans Miele, el joven Amo Lionardo, Thian, Phuo, Ricky, Luis y Saúl juntos y revueltos en la casa del mafioso.



“Buenas noches, padre. Veo que habéis empezado la fiesta sin mí”

Ricky y su anfitrión estaban a punto de catar a los sumisos del otro, cuando el hijo menor del Don irrumpió en el salón y les interrumpió.

“Buona notte, figlio” le respondió el mafioso.

“Este es Ricky, el chico del que te hablé” empezó a hacer las presentaciones “Él es Lionardo, mi hijo menor” le dijo al perro callejero “Es curioso, porque aun siendo el más joven de mis dos bastardos, Lionardo siempre ha mostrado tener un carácter tan fuerte como el mío. Será él quien el día de mañana herede mi imperio.”

“¿Él también participará en nuestra reunión?” preguntó Ricky, intentando indagar si habría la posibilidad de follarle a él también, pues los chicos con fuerte carácter le volvían loco, como Saúl.

“Sí que participará, pero su culo es en exclusiva per me, es una licencia que me tomo como padre”

“Lo entiendo” respondió Ricky, sonriendo, aunque algo contrariado.

“¿Y esas dos putas que tienes entre las piernas, padre, quiénes son?” preguntó entonces Lionardo, en referencia a Luis y Saúl.

“Ah, son los esclavos de nuestro invitado. Los trajo para que nos dieran placer. ¿A que son hermosos?” le respondió su padre, empujando un poco a los hermanos rubios para que se pusieran de pie y se mostraran ante su hijo menor.

Por algún inexplicable motivo, Saúl y Lionardo se odiaron sin motivo nada más verse. El vástago del mafioso ignoró a Luis y se quedó con las pupilas marrones clavadas en los desafiantes ojos azules del muchacho que debía tener su misma edad.

“Bah, los he visto mucho mejores” comentó despectivamente, no por que pensara realmente que los hermanos fuesen feos, sino por menospreciarlos en voz alta, sobre todo a ése idiota que seguía sin bajar la mirada. Tendría que enseñarle buenos modales.

En ese momento sonó un pitido y una voz mecanizada avisó al dueño de la casa de que la cena estaba lista.

“Primero recuperaremos fuerzas y luego nos divertiremos con estas linduras” decidió el mafioso.

Don Romannetti fue el primero en salir de la habitación, seguido muy de cerca por Ricky. Miele y los dos niños asiáticos les iban detrás. Luis se dirigió al mismo lugar. Pero Saúl no pudo hacerlo porque el bastardo de Lionardo le había agarrado del brazo con fuerza.

“Eres una puta estúpida, chaval. Yo me encargaré de que aprendas como debe tratarse a un Amo”

En cuanto lo hubo dicho, le dio un fuerte capón con la mano abierta en su cogote “¡Camina, idiota!” le dijo insultándole.

Cuando llegaron al comedor, enorme y suntuoso como el resto de la mansión, vieron que la inmensa mesa estaba colmada hasta los topes de extraordinarias delicias culinarias. Aunque en aquel sitio podían sentarse a comer cómodamente más de veinte personas, habían preparado servicio con platos, vasos y cubiertos solo para tres comensales. Ricky, Don Cornelio y Lionardo tomaron asiento.

“Nuestros putos nos la mamarán mientras cenamos” ordenó el hombre adulto.

“Yo quiero probar las bocas de la Cerda y la Puta” añadió Lionardo, quien quería follarse la bocaza de Saúl en realidad.

Benne, entonces los dos chicos rubios para ti. A Ricky le ha gustado Miele, así que será ella quien se la chupe. Para mí mis dos preciosos Thian y Phuo”

Una vez hecha la repartición de bocas que les mamarían las vergas durante la cena, cada sumiso fue a colocarse de rodillas al suelo, entre las piernas del Amo que le tocaba mamar.

Los dos jovencísimos vietnamitas se arrodillaron bajo la mesa y apartaron la bata de su Amo para empezar a darle lengüetazos a su rica polla con sus pequeñas lenguas. Don Romannetti no se cansaba nunca de meter su polla en las bocas o culos de esos preciosos sumisos tan obedientes, y que él mismo había adiestrado tan bien. Como Ricky y sus acompañantes iban a quedarse unos cuantos días, ya tendría tiempo de abusar de los jóvenes rubios más adelante, no tenía prisa alguna.

Por su lado, la hermosísima Miele se situó entre las piernas de Ricky, sacó su enorme y duro rabo al aire y prosiguió con la misma tarea que estaba haciendo en el salón, antes de que su hermano menor les interrumpiera. El chico con cuerpo de chica era todo un experto comiendo rabos, y aunque se sorprendió al ver el colosal tamaño de aquel pedazo de carne, fue una sorpresa muy grata. Se moría de ganas de que el Señor Ricky le incrustase su potente verga hasta lo más profundo de su vicioso culo de zorra, y le hiciera gemir como una guarra.

Luis y Saúl, a quienes Ricky les había ordenado sacarse los plugs anales al entrar en el comedor, se pusieron también de rodillas en el suelo bajo la mesa, frente a la silla donde estaba sentado Lionardo. Tal y como habían aprendido a hacer con su Semental, el perro callejero, los hermanos de ojos azules empezaron a chupar a dúo el rígido rabo del Macho que había reclamado sus atenciones. Lio se divertía molestando a Saúl, de tanto en tanto le golpeaba la cabeza, o le daba un tirón en el pelo, quejándose de que le estaba clavando los dientes o que no utilizaba bien la lengua. En realidad el hijo menor de Don Cornelio estaba disfrutando como un loco de los servicios que le prestaban esos dos sumisos, y Saúl no le hacía daño con sus dientes, sólo pretendía molestarle y ponerle en evidencia ante su Amo Ricky. Eso le excitaba todavía más.

Y así transcurrió una apacible y erótica cena, en la que los tres comensales quedaron hartos de buena comida y vino lujoso, y todos ellos terminaron corriéndose casi al mismo tiempo dentro de la boca de alguno de los esclavos que tenían postrados a sus pies. Miele tragó con deleite el rico semen del perro callejero, Thian fue el afortunado que recibió en su boca la corrida del anfitrión de aquella original orgía, y Lionardo por supuesto escogió descargar su lechada espesa y abundante dentro de la boca del chico que le generaba sentimientos encontrados de puro deseo y ansias de causarle mucho dolor, Saúl.

Mientras los Amos pasaban a saborear los ricos postres, mandaron a los sumisos a cenar. Pero ellos no iban a comer en la mesa, como las personas, ni disfrutarían de los sabrosos manjares que habían comido sus Dueños. Ellos tenían preparado un gran cuenco, lleno de arroz integral con verduras, que tuvieron que comerse puestos a gatas sobre el piso, como si fuesen perros. Les habían ordenado no usar sus manos, así que sus rostros quedaron manchados por la comida. Cuando terminaron tuvieron que limpiarse los unos a los otros los restos de comida de la cara. Thian y Phuo se asearon entre ellos, y Luis y Saúl limpiaron a Miele, mientras ella les pasaba la lengua por sus níveos rostros.

Después de aquello, cuando los Amos hubieron terminado con los postres, Don Romannetti se puso en pie y dirigió al grupo a otra zona de la casa:

“Vayamos a ponernos más cómodos, tomaremos los licores en la sala”

A saber cuántas salas tenía aquella mansión de lujo, porque el anfitrión les dirigió a una que era distinta a la que habían estado antes de cenar. Aquella estancia era tan amplia y opulenta como el resto de la casa. Pero parecía diseñada para el goce de los ocupantes, ya que había repartidos varios sillones, tumbonas de estilo romano, mullidas alfombras en el suelo, y varias esposas y cadenas colgando del techo, por el suelo y en las paredes. Había consoladores de todas las formas, tamaños y de distintos materiales repartidos por todos los rincones, y también decenas de botellas de lubricante. En un rincón, alejado del grupo, había tumbado en el suelo un perro, un pastor alemán grande y robusto de pelaje color café con leche y manchas negras. Era intimidante y a la vez muy hermoso. El nombre que había inscrito en su chapa era Drake.

Miele se encargó de servir los licores a los Amos, mientras ellos charlaban de sus negocios. Los hermanos rubios y los hermanos asiáticos permanecían de en el centro de la estancia, rodeados por los Señores. Les habían ordenado darse placer entre ellos, lamiendo y acariciando sus jóvenes cuerpos desnudos. Cuando el joven andrógino terminó de servir a los Sementales, se situó en el grupo de sumisos, con sus compañeros, y dio y recibió caricias y mucho placer. Los tres Machos observaban el espectáculo de culos y pollas revolviéndose sobre la alfombra a sus pies, y empezaron a masturbarse despacio mientras hablaban. Todos gozaban con todos, aunque Saúl procuraba mantenerse alejado de Luis. Sentía mucha animadversión hacia él, y pudiendo escoger a quien lamerle el cuerpo, prefería que fuese cualquiera de los pequeños asiáticos o aquel chico extraño llamado Miele, que tanto parecía gustar a su Amo Ricky, aunque no conseguía odiarle ni sentir celos, porque él mismo desearía poder follarle si tuviera la ocasión. Su belleza etérea de ángel celestial hacía imposible que le cayera mal a nadie. Lo que más le preocupaba al chico de pelo rubio era tener que satisfacer al gilipollas de Lionardo. Estaba convencido de que no se daría por satisfecho con la mamada que se había visto obligado a hacerle durante la cena, y que ahora requeriría de nuevo sus servicios.

“Mejor dejemos los asuntos de negocios para otro momento, yo ya vuelvo a sentirme dispuesto para un nuevo asalto.” Anunció Don Cornelio, que lucía ya una rígida estaca entre las piernas, igual que les sucedía a Lionardo y al perro callejero.

“Supongo que tú, mi querido amico Ricky, querrás tener a tu disposición a la dulce Miele” le dijo a su invitado “Querida, ve a atender a nuestro invitado en todo lo que te pida”

“Sí, Señor Romannetti” respondió el hijo mayor del Don con su suave voz, y se dirigió al cómodo sofá donde estaba sentado el perro callejero. El chico todavía vestía el uniforme de criada, roto en la parte de los pechos por su propio padre.

“A mí me apetece follarle el culo de la Puta Insaciable, y con tu permiso, padre, también quiero disponer de Thian y Phuo.” Le dijo el menor de sus hijos al anfitrión.

Benne, eso me deja para mí el hermoso Cerda Comepollas, no me desagrada. Así podré comprobar si es cierto que es bueno chupando rabos”






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