Saúl acababa de arrancarle el piercing del ombligo a Luis, su
hermano mayor, de un mordisco. Ricky estaba lleno de ira por aquel acto de
desobediencia.
“Cerda, ve a curarte esa herida y luego coge un par de pantys
de la puta de tu madre y baja al comedor” le ordenó Ricky a Luis.
“Ssi, Señor Ricky” le respondió sumisamente el rubio, que se
tapaba la herida sangrante en su estómago con ambas manos.
Luis se marchó al lavabo y se puso alcohol en la herida,
limpió toda la sangre y buscó una tirita que ponerse para detener la
hemorragia.
De mientras Ricky se acercó a Saúl, que todavía tenía la
chapa metálica entre sus dientes, y se la arrebató de un rápido movimiento.
“Has sido una puta estúpida y desobediente, y voy a darte un
castigo que por mis muertos te juro que no vas a olvidar jamás mientras vivas”
le dijo el perro de manera amenazante al menor.
Saúl, que era valiente por naturaleza, empezó a temblar por
dentro. Había algo en el brillo malvado de los ojos de su Amo que le hacía
saber que en esa ocasión se había pasado de la raya, y que lo pagaría con
creces. Pero estaba dispuesto a cualquier cosa por lograr que Ricky le
perdonara. Ahora que se había vengado de Luis y le había arrebatado ese
precioso regalo del perro, poco le importaba lo que le ocurriese… qué inocente
fue al pensar que podría soportar dicho castigo sin desmoronarse.
Ricky entonces cogió del pelo a Saúl y se lo llevó a rastras
fuera de la habitación. El menor tenía que caminar medio gateando, medio
cayéndose cada dos pasos, y bajar por las escaleras al piso de abajo fue todo
un infierno. El rubio quedó todo lleno de moretones en sus piernas sobretodo.
Aun así no profirió ninguna queja. Se había prometido aceptar el castigo del
perro sin protestar por ello.
“¡Túmbate sobre la mesa, puta! ¡Mirando al techo!” le dijo el
perro a Saúl, cuando llegaron al comedor.
El joven rubio, desnudo como estaba, hizo lo que su Macho le
había ordenado, sin pensar en replicarle. Ricky podía hacerle en ese momento
cualquier perrería, que él estaba dispuesto a soportarlo. Estaba muy decidido a
comportarse como un buen sumiso, pero no sabía lo que se le venía encima.
En ese momento apareció Luis con los pantys de su madre en la
mano. Ya se había limpiado la sangre del cuerpo y había puesto una tirita sobre
la raja de su ombligo. Al verle llegar, Ricky señaló a Saúl y le dijo a Luis:
“Dame uno de los pantys y haz lo mismo que yo”
Luis así lo hizo. Cuando el perro tuvo la prenda íntima en
las manos, la utilizó para amarrar bien fuerte una de las muñecas de Saúl a la
pata de la mesa. Luis le imitó atándole a su hermano menor la otra muñeca a la
mesa. Así quedó el menor tumbado boca arriba sobre la dura madera, con sus
brazos completamente abiertos en cruz e inmovilizados.
“Ahora átale la pierna allí” le dijo Ricky a Luis, mientras
él mismo empezaba a sujetar el tobillo del menor a la otra pata.
Saúl ya no podía moverse de ninguna de las maneras. Además lo
habían atado de tal manera que su cuello quedaba justo en el canto de la mesa,
solo lo justo para que su cabeza se inclinara hacia atrás unos 45 grados. Sin
llegar a quedar inclinada del todo, pero sí forzada hacia atrás.
“Puta de mierda, escúchame con atención” le dijo Ricky al
menor atado, al tiempo que se bajaba la bragueta y se sujetaba la polla,
apuntando con ella al rostro del menor.
“Quiero que abras la boca y que te tragues la rica bebida que
tu Amo tiene preparada para ti” dijo el perro a continuación, y sin más
preámbulos, empezó a soltar un cálido chorro de meada sobre la cara del crío.
“¡¡Trágatelo, puerca!!” exclamó el mayor, indignado por el
rechazo que mostraba Saúl a abrir los labios, aunque en realidad ya tenía
previsto que no se desmoronaría tan rápido. Aun así, continuó insultándole
mientras se le meaba encima, y el pobre muchacho cerraba los ojos y sus labios
bien fuerte, para que ni una sola gota de ese líquido asqueroso llegara a
entrarle dentro de la boca. Él se había prometido cumplir con todas las órdenes
del perro ¡¡Pero eso era pasarse de la raya!! ¡No pensaba beberse su meado ni
por todo el oro del mundo!
Ricky se le meó en la cara, dentro de su nariz, directo a los
ojos, por el pelo también. Cuando terminó de mear, fue a sentarse al sofá y dejó
a Saúl ahí atado.
“Cerda, tráeme todas las cervezas que tengáis en la nevera”
le mandó Ricky a Luis.
Mientras el mayor de los hermanos acudía raudo a cumplir con
su petición, el perro se dirigió a Saúl, mirándole a los ojos con mucha maldad.
“No voy a detenerme hasta que te bebas mi meada. Veremos
quien se rinde primero, si yo de mearte encima o tú de rechazarme”
Saúl empezó a sentir miedo de verdad. No era su estilo, pero
empezó a suplicarle al perro:
“Por favor… no lo hagas… haré lo que sea… lo que tú quieras….
¡Pero esto no…!”
Ricky le respondió de muy mala manera:
“¡¡Lo que quiero es que te tragues mi meada!! ¿¿Lo has
entendido, puerca estúpida??”
Saúl sabía que estaba perdido, atado a la mesa no podía hacer
nada más que cerrar la boca y rezar por que su Amo cambiara de opinión en
cuanto a aquella atroz idea que había tenido. Pero no tendría tanta suerte.
Durante la siguiente hora y media, Ricky estuvo bebiendo
latas de cerveza, una tras de otra, sin detenerse. Mientras veía los deportes
en la tele del salón, ordenó a Luis que le hiciera una mamada, cosa que el muchacho
hizo con total devoción hacia su persona.
Cuando Ricky volvió a sentir ganas de mear, se acercó a Saúl,
a quien había estado ignorando completamente todo ese tiempo, y le dijo con
sorna en la voz, mientras se sujetaba la polla apuntando a la boca cerrada del
menor:
“Tú mismo, idiota. Puedo seguir con esto eternamente”
Y tal cual le dijo aquello, empezó a mearle en la cara de
nuevo, repitiéndose la misma escena. Ricky procuró meterle meado en los
agujeros de la nariz, en sus orejas, pelo y labios. Pero Saúl permanecía con la
boca completamente cerrada. Era un tozudo y un cabezón, pero más hijo de puta
era el perro callejero.
Saúl no había querido dar a torcer su orgullo, no quería
tragarse ese líquido apestoso. Pero Ricky realmente podía ser mucho más cabezón
que él. El perro volvió a beber más cerveza, incluso la compartió con Luis, a
quien en determinado momento, le susurró algo al oído.
La tercera vez que Ricky se levantó para mearse sobre la cara
del crío, Saul se dio por vencido. Estaba ya asqueado de sí mismo. Olía a
meado. Quería darse una buena ducha. Que lo desaten y marcharse a dormir, para
poder olvidarlo todo hasta la mañana siguiente. Pero no podía hacerlo, todavía
no. Ricky se le acercó por detrás, y Saúl entreabrió de manera automática sus
labios. El Macho le metió la polla, hinchada y bien dura, en la boca. Ricky le
miraba fijamente a los ojos y le dijo, muy serio
“Trágatela, puta. ¡Es tu última oportunidad! Si no lo haces
dejarás de ser mi esclavo.” Saúl no podía soportar perderlo.
Así que cuando Ricky le soltó su meada en la boca, el
quinceañero sintió como se le iba llenando la cavidad bucal con ese cálido
líquido dorado. Cuando sus mejillas estaban hinchadas y a punto de estallar, se
produjo el milagro. Sin apartar sus ojos de los del moreno, Saúl hizo aquello
que parecía imposible. Su nuez se movió arriba y abajo y se oyó el claro sonido
causado por esa enorme cantidad de orina pasándole por la tráquea. Incluso
Luis, su hermano mayor, está flipando. ¡¡Saúl se estaba tragando el meado de
Ricky!!
“¡Muy bien, puta! Te cuesta entender las cosas, pero al final
lo has conseguido” le animó Ricky, mientras continua meándose dentro de su
boca.
Cuando Saúl terminó de tragarse ese oro líquido, Ricky no
sacó su polla de la boca del crío. Le agarró con fuerza de los pelos y empezó a
follarle la boca de manera bruta. Tal como estaba puesto, el chico se la estaba
chupando del revés, con la cara puesta boca abajo, lo que le causaba mucha
incomodidad. Pero lo peor de todo era tener que aguantarse las terribles ganas
de vomitar que tenía por haber terminado cediendo y bebiéndose esa meada de su
Semental.
Saúl no podía verlo, porque el cuerpo de Ricky le tapaba,
pero Luis, cumpliendo con las órdenes que le había dado antes su Macho al oído,
se sitúo entre las piernas abiertas de su hermano pequeño y lo empaló con su
pequeño pito. El pene le entró por completo de una sola embestida. Aunque la
polla de Luis era diminuta en comparación a la de Ricky, al no estar preparado ni
lubricado, el quinceañero sintió un terrible dolor y empezó a gritar. Pero sus
desgarradores gemidos de dolor no se oían, pues la polla del perro callejero le
hacía de mordaza y los insonorizaba.
Saúl se retorcía, no le molestaba que Ricky, su Amo, le follara
la boca. Pero que el imbécil de su hermano Luis, esa puta maricona patética,
estuviese follándole el culo, eso le parece vomitivamente humillante.
Entonces Saúl notó algo en su entrepierna ¡Alguien le estaba
masturbando! No podía saber quién de los dos se trataba, si de Luis o de Ricky,
pero no había oído ninguna orden, así que no podía tratarse de su hermano. El
menor cerró los ojos y recibió complacido aquella gloriosa paja, que decidió
creer que le hacía su Amo (y que realmente le estaba haciendo Ricky, pero no
para darle placer precisamente, sino para otra cosa que tenía pensada).
Ricky embestía con mucha fuerza contra su boca, llenándosela
completamente con esa enorme y poderosa polla que gastaba; y su hermano Luis le
sodomizaba de manera salvaje, sin darle un respiro. Además de eso, su Semental
le estaba haciendo una paja divina. Saúl se sentía completamente lleno y
cachondísimo, y no tardó nada en empezar a soltar chorretones de esperma, justo
cuando Ricky clavaba su polla en lo más profundo de su tráquea y empezaba a
llenarle el estómago con su cálida lechada, al tiempo que le ordenaba a Luis
que se corriera también.
“¡Cerda, llena el culo de la puta de tu hermana con tu
asquerosa leche!” le dijo de manera imperativa el perro al hermano mayor.
En ese momento, en pleno subidón de excitación y placer, con
las oleadas del orgasmo todavía recorriéndole cada rincón de su ser, Saúl soltó
un fortísimo alarido, incluso con la polla de Ricky todavía metida dentro de su
boca:
“¡¡WAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHH!!”
No podía ver qué sucedía, solo sabía que le ardía la polla de
manera infernal. De alguna manera, consiguió sacarse el trabuco de carne dura
que le amordazaba, y preguntó entre gritos y lágrimas:
“¡¿Qué pasaaaaaaaaa?! ¡¡¿Qué me has hechooooooo??!!
¡¡WAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!!”
Ricky no paraba de sonreír de manera malvada. Lo que había
hecho era aprovechar el momento en que la polla de su puta estaba soltando
chorretones de lefada para atravesarle de lado a lado, la piel que había justo
entre la base de su polla y el inicio del saco escrotal, con el mismo piercing
que Saúl había arrancado con sus dientes del ombligo de Luis. El perro agarró
fuerte del pelo a Saúl y le obligó a levantar la cabeza, para que pudiera ver
su obra de arte:
“Ya que tanto lo querías, ahora es tuyo ¡Jajajajajaja!” le
dijo el perro a su puta, riéndose de él en su cara.
Ricky ya le había avisado que el castigo que iba a recibir
por su desobediencia sería de los que hacen historia, pero no acababa allí la
cosa. Luis, sin sacar su pito de dentro del culo de su hermano menor, hizo lo
que su Macho le había ordenado antes en susurros al oído, que no era otra cosa
que mearse dentro de su culo, llenándole las entrañas de su orina.
“¡NOOOOOOOOOOOO!
¡¡BASTAAAAAAAAA!!” gritó Saúl cuando notó la ardiente lava inundándole los
intestinos.
Pero el perro no iba a ablandarse con su griterío. Empezó a
desatar las manos del menor, dejándole las piernas todavía amarradas a las
patas de la mesa, bien abiertas.
“Cerda, retírate poco a poco. Y tú puta pon las manos en tu
culo ¡Que no se salga ni una sola gota o tendrás que limpiarlo!” les ordenó
Ricky a los hermanos.
Luis empezó a sacar su polla despacio y los dedos de Saúl
taponan su propio ano dolorido.
Ricky le ordena que no se moviera “¡Ni respires hasta que yo
te lo mande!”
Pero aquella última orden de Ricky era demasiado difícil de
cumplir. Saúl sentía fuertes espasmos en sus intestinos. Estaba pálido y
sudoroso, y sentía que iba a soltar todo lo que llevaba dentro de un momento a
otro.
“No puedo ¡No puedo aguantarme! ¡Déjame ir al lavabo, por
favor, Ricky!” le suplicó, llorando.
El perro callejero ignoró por completo al muchacho. Se tumbó
en el sofá y le dijo a Luis:
“Móntame y fóllate tú solo, que estoy cansado”
El mayor de los hermanos sonrió como un bobo “Si, Amo Ricky,
como desee” le respondió.
Acto seguido Luis se sentó sobre el regazo de Ricky, que
todavía mantenía su polla medio endurecida, y la cogió con su fina mano para
guiarla hasta su agujero de atrás. Como Saúl acababa de chupársela y
recientemente se había corrido, estaba húmeda y se deslizó suavemente en el
interior del culo de la puta. Luis empezó a subir y bajar por aquel hermoso
rabo que él mismo se empalaba, sintiéndose muy dichoso por el premio que le
estaba dando su Macho. ¡¡PLASS!! El perro soltó una fuerte cachetada en una de las
nalgas de Luis.
“¡Hazlo más despacio, imbécil!” le increpó, y el rubio en
seguida bajó la intensidad de sus movimientos, para complacer al máximo a su
Amo.
El pobre Saúl se retorcía de dolor, tumbado sobre la mesa, y
encima tenía que ver como Ricky se follaba al gilipollas de Luis en vez de a
él. ¡¡Odiaba a su hermano con toda su alma!! Y sus entrañas cada minuto que
pasaba se contraían con más fuerza. Un chorretón de líquido escapó de su culo,
empezando a gotearle entre los dedos.
“Ricky… en serio ¡¡No puedo más!! ¡¡Suéltame ya!!” le imploró
el menor, pero nada. El perro seguí a ignorándole. Solo le miraba, sonriendo, y
sin decirle nada.
El pobre Saúl aguantó unos 10 minutos más, hasta que estuvo
en su límite, y entonces sucedió lo que era de preveer…
“¡¡Nooooooooooooooooooooooooooooooooooooo!!” gritó el menor,
cuando sintió que se le aflojaba el
intestino y empezaba a salirle a chorros la meada de Luis, mezclada con su
corrida y con sus propias heces. La humillación que sentía Saúl en ese momento
era monumental. Quería morirse.
“Joder, ¡Menuda guarra! ¡¡Esto apesta!!” se quejó Ricky, al
ver todo aquello salirse del culo de su esclavo más insubordinado
“¡Aparta, cerda!” le dijo a Luis, empujándolo de lado, y
haciendo que el chico cayera al suelo, dañándose el ano, pues se le había
salido la polla del perro de muy mala manera.
Ricky miró a Luis a la cara y le ordenó: “Zorra, desata a la
guarra de tu hermana, para que limpie todo esto. Tú te vienes conmigo a su
cuarto y continuamos allí con lo que estábamos haciendo”
Entonces se dirigió a Saúl y le dijo “Limpiarás esto hasta no
dejar ni rastro, y luego te darás un buen baño. Cuando te hayas curado la
herida de esa mierda de pito que tienes, ordenarás la habitación de Luis. Luego
ya veremos qué hago contigo”
Saúl no respondió nada más que “Si, Ricky” con voz muy
flojita. Se sentía demasiado humillado y dolorido para replicar nada y ganarse
más castigos. Y encima tenía que aguantar que Ricky se follase a Luis ¡¡En su
propia cama!! Pero era verdad que lo tenía merecido, por haberse comportado de
aquella manera.