domingo

Ricky, el perro callejero #8

El cruel castigo a Saúl. No apto para almas sensibles. Quedáis avisados.


Saúl acababa de arrancarle el piercing del ombligo a Luis, su hermano mayor, de un mordisco. Ricky estaba lleno de ira por aquel acto de desobediencia.

“Cerda, ve a curarte esa herida y luego coge un par de pantys de la puta de tu madre y baja al comedor” le ordenó Ricky a Luis.

“Ssi, Señor Ricky” le respondió sumisamente el rubio, que se tapaba la herida sangrante en su estómago con ambas manos.

Luis se marchó al lavabo y se puso alcohol en la herida, limpió toda la sangre y buscó una tirita que ponerse para detener la hemorragia.

De mientras Ricky se acercó a Saúl, que todavía tenía la chapa metálica entre sus dientes, y se la arrebató de un rápido movimiento.

“Has sido una puta estúpida y desobediente, y voy a darte un castigo que por mis muertos te juro que no vas a olvidar jamás mientras vivas” le dijo el perro de manera amenazante al menor.

Saúl, que era valiente por naturaleza, empezó a temblar por dentro. Había algo en el brillo malvado de los ojos de su Amo que le hacía saber que en esa ocasión se había pasado de la raya, y que lo pagaría con creces. Pero estaba dispuesto a cualquier cosa por lograr que Ricky le perdonara. Ahora que se había vengado de Luis y le había arrebatado ese precioso regalo del perro, poco le importaba lo que le ocurriese… qué inocente fue al pensar que podría soportar dicho castigo sin desmoronarse.

Ricky entonces cogió del pelo a Saúl y se lo llevó a rastras fuera de la habitación. El menor tenía que caminar medio gateando, medio cayéndose cada dos pasos, y bajar por las escaleras al piso de abajo fue todo un infierno. El rubio quedó todo lleno de moretones en sus piernas sobretodo. Aun así no profirió ninguna queja. Se había prometido aceptar el castigo del perro sin protestar por ello.

“¡Túmbate sobre la mesa, puta! ¡Mirando al techo!” le dijo el perro a Saúl, cuando llegaron al comedor.

El joven rubio, desnudo como estaba, hizo lo que su Macho le había ordenado, sin pensar en replicarle. Ricky podía hacerle en ese momento cualquier perrería, que él estaba dispuesto a soportarlo. Estaba muy decidido a comportarse como un buen sumiso, pero no sabía lo que se le venía encima.

En ese momento apareció Luis con los pantys de su madre en la mano. Ya se había limpiado la sangre del cuerpo y había puesto una tirita sobre la raja de su ombligo. Al verle llegar, Ricky señaló a Saúl y le dijo a Luis:

“Dame uno de los pantys y haz lo mismo que yo”

Luis así lo hizo. Cuando el perro tuvo la prenda íntima en las manos, la utilizó para amarrar bien fuerte una de las muñecas de Saúl a la pata de la mesa. Luis le imitó atándole a su hermano menor la otra muñeca a la mesa. Así quedó el menor tumbado boca arriba sobre la dura madera, con sus brazos completamente abiertos en cruz e inmovilizados.

“Ahora átale la pierna allí” le dijo Ricky a Luis, mientras él mismo empezaba a sujetar el tobillo del menor a la otra pata.

Saúl ya no podía moverse de ninguna de las maneras. Además lo habían atado de tal manera que su cuello quedaba justo en el canto de la mesa, solo lo justo para que su cabeza se inclinara hacia atrás unos 45 grados. Sin llegar a quedar inclinada del todo, pero sí forzada hacia atrás.

“Puta de mierda, escúchame con atención” le dijo Ricky al menor atado, al tiempo que se bajaba la bragueta y se sujetaba la polla, apuntando con ella al rostro del menor.

“Quiero que abras la boca y que te tragues la rica bebida que tu Amo tiene preparada para ti” dijo el perro a continuación, y sin más preámbulos, empezó a soltar un cálido chorro de meada sobre la cara del crío.

“¡¡Trágatelo, puerca!!” exclamó el mayor, indignado por el rechazo que mostraba Saúl a abrir los labios, aunque en realidad ya tenía previsto que no se desmoronaría tan rápido. Aun así, continuó insultándole mientras se le meaba encima, y el pobre muchacho cerraba los ojos y sus labios bien fuerte, para que ni una sola gota de ese líquido asqueroso llegara a entrarle dentro de la boca. Él se había prometido cumplir con todas las órdenes del perro ¡¡Pero eso era pasarse de la raya!! ¡No pensaba beberse su meado ni por todo el oro del mundo!

Ricky se le meó en la cara, dentro de su nariz, directo a los ojos, por el pelo también. Cuando terminó de mear, fue a sentarse al sofá y dejó a Saúl ahí atado.

“Cerda, tráeme todas las cervezas que tengáis en la nevera” le mandó Ricky a Luis.

Mientras el mayor de los hermanos acudía raudo a cumplir con su petición, el perro se dirigió a Saúl, mirándole a los ojos con mucha maldad.

“No voy a detenerme hasta que te bebas mi meada. Veremos quien se rinde primero, si yo de mearte encima o tú de rechazarme”

Saúl empezó a sentir miedo de verdad. No era su estilo, pero empezó a suplicarle al perro:

“Por favor… no lo hagas… haré lo que sea… lo que tú quieras…. ¡Pero esto no…!”

Ricky le respondió de muy mala manera:

“¡¡Lo que quiero es que te tragues mi meada!! ¿¿Lo has entendido, puerca estúpida??”

Saúl sabía que estaba perdido, atado a la mesa no podía hacer nada más que cerrar la boca y rezar por que su Amo cambiara de opinión en cuanto a aquella atroz idea que había tenido. Pero no tendría tanta suerte.

Durante la siguiente hora y media, Ricky estuvo bebiendo latas de cerveza, una tras de otra, sin detenerse. Mientras veía los deportes en la tele del salón, ordenó a Luis que le hiciera una mamada, cosa que el muchacho hizo con total devoción hacia su persona.

Cuando Ricky volvió a sentir ganas de mear, se acercó a Saúl, a quien había estado ignorando completamente todo ese tiempo, y le dijo con sorna en la voz, mientras se sujetaba la polla apuntando a la boca cerrada del menor:

“Tú mismo, idiota. Puedo seguir con esto eternamente”

Y tal cual le dijo aquello, empezó a mearle en la cara de nuevo, repitiéndose la misma escena. Ricky procuró meterle meado en los agujeros de la nariz, en sus orejas, pelo y labios. Pero Saúl permanecía con la boca completamente cerrada. Era un tozudo y un cabezón, pero más hijo de puta era el perro callejero.

Saúl no había querido dar a torcer su orgullo, no quería tragarse ese líquido apestoso. Pero Ricky realmente podía ser mucho más cabezón que él. El perro volvió a beber más cerveza, incluso la compartió con Luis, a quien en determinado momento, le susurró algo al oído.

La tercera vez que Ricky se levantó para mearse sobre la cara del crío, Saul se dio por vencido. Estaba ya asqueado de sí mismo. Olía a meado. Quería darse una buena ducha. Que lo desaten y marcharse a dormir, para poder olvidarlo todo hasta la mañana siguiente. Pero no podía hacerlo, todavía no. Ricky se le acercó por detrás, y Saúl entreabrió de manera automática sus labios. El Macho le metió la polla, hinchada y bien dura, en la boca. Ricky le miraba fijamente a los ojos y le dijo, muy serio

“Trágatela, puta. ¡Es tu última oportunidad! Si no lo haces dejarás de ser mi esclavo.” Saúl no podía soportar perderlo.

Así que cuando Ricky le soltó su meada en la boca, el quinceañero sintió como se le iba llenando la cavidad bucal con ese cálido líquido dorado. Cuando sus mejillas estaban hinchadas y a punto de estallar, se produjo el milagro. Sin apartar sus ojos de los del moreno, Saúl hizo aquello que parecía imposible. Su nuez se movió arriba y abajo y se oyó el claro sonido causado por esa enorme cantidad de orina pasándole por la tráquea. Incluso Luis, su hermano mayor, está flipando. ¡¡Saúl se estaba tragando el meado de Ricky!!

“¡Muy bien, puta! Te cuesta entender las cosas, pero al final lo has conseguido” le animó Ricky, mientras continua meándose dentro de su boca.

Cuando Saúl terminó de tragarse ese oro líquido, Ricky no sacó su polla de la boca del crío. Le agarró con fuerza de los pelos y empezó a follarle la boca de manera bruta. Tal como estaba puesto, el chico se la estaba chupando del revés, con la cara puesta boca abajo, lo que le causaba mucha incomodidad. Pero lo peor de todo era tener que aguantarse las terribles ganas de vomitar que tenía por haber terminado cediendo y bebiéndose esa meada de su Semental.

Saúl no podía verlo, porque el cuerpo de Ricky le tapaba, pero Luis, cumpliendo con las órdenes que le había dado antes su Macho al oído, se sitúo entre las piernas abiertas de su hermano pequeño y lo empaló con su pequeño pito. El pene le entró por completo de una sola embestida. Aunque la polla de Luis era diminuta en comparación a la de Ricky, al no estar preparado ni lubricado, el quinceañero sintió un terrible dolor y empezó a gritar. Pero sus desgarradores gemidos de dolor no se oían, pues la polla del perro callejero le hacía de mordaza y los insonorizaba.

Saúl se retorcía, no le molestaba que Ricky, su Amo, le follara la boca. Pero que el imbécil de su hermano Luis, esa puta maricona patética, estuviese follándole el culo, eso le parece vomitivamente humillante.

Entonces Saúl notó algo en su entrepierna ¡Alguien le estaba masturbando! No podía saber quién de los dos se trataba, si de Luis o de Ricky, pero no había oído ninguna orden, así que no podía tratarse de su hermano. El menor cerró los ojos y recibió complacido aquella gloriosa paja, que decidió creer que le hacía su Amo (y que realmente le estaba haciendo Ricky, pero no para darle placer precisamente, sino para otra cosa que tenía pensada).

Ricky embestía con mucha fuerza contra su boca, llenándosela completamente con esa enorme y poderosa polla que gastaba; y su hermano Luis le sodomizaba de manera salvaje, sin darle un respiro. Además de eso, su Semental le estaba haciendo una paja divina. Saúl se sentía completamente lleno y cachondísimo, y no tardó nada en empezar a soltar chorretones de esperma, justo cuando Ricky clavaba su polla en lo más profundo de su tráquea y empezaba a llenarle el estómago con su cálida lechada, al tiempo que le ordenaba a Luis que se corriera también.

“¡Cerda, llena el culo de la puta de tu hermana con tu asquerosa leche!” le dijo de manera imperativa el perro al hermano mayor.

En ese momento, en pleno subidón de excitación y placer, con las oleadas del orgasmo todavía recorriéndole cada rincón de su ser, Saúl soltó un fortísimo alarido, incluso con la polla de Ricky todavía metida dentro de su boca:

“¡¡WAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHH!!”

No podía ver qué sucedía, solo sabía que le ardía la polla de manera infernal. De alguna manera, consiguió sacarse el trabuco de carne dura que le amordazaba, y preguntó entre gritos y lágrimas:

“¡¿Qué pasaaaaaaaaa?! ¡¡¿Qué me has hechooooooo??!! ¡¡WAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!!”

Ricky no paraba de sonreír de manera malvada. Lo que había hecho era aprovechar el momento en que la polla de su puta estaba soltando chorretones de lefada para atravesarle de lado a lado, la piel que había justo entre la base de su polla y el inicio del saco escrotal, con el mismo piercing que Saúl había arrancado con sus dientes del ombligo de Luis. El perro agarró fuerte del pelo a Saúl y le obligó a levantar la cabeza, para que pudiera ver su obra de arte:

“Ya que tanto lo querías, ahora es tuyo ¡Jajajajajaja!” le dijo el perro a su puta, riéndose de él en su cara.

Ricky ya le había avisado que el castigo que iba a recibir por su desobediencia sería de los que hacen historia, pero no acababa allí la cosa. Luis, sin sacar su pito de dentro del culo de su hermano menor, hizo lo que su Macho le había ordenado antes en susurros al oído, que no era otra cosa que mearse dentro de su culo, llenándole las entrañas de su orina.  

 “¡NOOOOOOOOOOOO! ¡¡BASTAAAAAAAAA!!” gritó Saúl cuando notó la ardiente lava inundándole los intestinos.

Pero el perro no iba a ablandarse con su griterío. Empezó a desatar las manos del menor, dejándole las piernas todavía amarradas a las patas de la mesa, bien abiertas.

“Cerda, retírate poco a poco. Y tú puta pon las manos en tu culo ¡Que no se salga ni una sola gota o tendrás que limpiarlo!” les ordenó Ricky a los hermanos.

Luis empezó a sacar su polla despacio y los dedos de Saúl taponan su propio ano dolorido.

Ricky le ordena que no se moviera “¡Ni respires hasta que yo te lo mande!”

Pero aquella última orden de Ricky era demasiado difícil de cumplir. Saúl sentía fuertes espasmos en sus intestinos. Estaba pálido y sudoroso, y sentía que iba a soltar todo lo que llevaba dentro de un momento a otro.

“No puedo ¡No puedo aguantarme! ¡Déjame ir al lavabo, por favor, Ricky!” le suplicó, llorando.

El perro callejero ignoró por completo al muchacho. Se tumbó en el sofá y le dijo a Luis:

“Móntame y fóllate tú solo, que estoy cansado”

El mayor de los hermanos sonrió como un bobo “Si, Amo Ricky, como desee” le respondió.

Acto seguido Luis se sentó sobre el regazo de Ricky, que todavía mantenía su polla medio endurecida, y la cogió con su fina mano para guiarla hasta su agujero de atrás. Como Saúl acababa de chupársela y recientemente se había corrido, estaba húmeda y se deslizó suavemente en el interior del culo de la puta. Luis empezó a subir y bajar por aquel hermoso rabo que él mismo se empalaba, sintiéndose muy dichoso por el premio que le estaba dando su Macho. ¡¡PLASS!! El perro soltó una fuerte cachetada en una de las nalgas de Luis.

“¡Hazlo más despacio, imbécil!” le increpó, y el rubio en seguida bajó la intensidad de sus movimientos, para complacer al máximo a su Amo.

El pobre Saúl se retorcía de dolor, tumbado sobre la mesa, y encima tenía que ver como Ricky se follaba al gilipollas de Luis en vez de a él. ¡¡Odiaba a su hermano con toda su alma!! Y sus entrañas cada minuto que pasaba se contraían con más fuerza. Un chorretón de líquido escapó de su culo, empezando a gotearle entre los dedos.

“Ricky… en serio ¡¡No puedo más!! ¡¡Suéltame ya!!” le imploró el menor, pero nada. El perro seguí a ignorándole. Solo le miraba, sonriendo, y sin decirle nada.

El pobre Saúl aguantó unos 10 minutos más, hasta que estuvo en su límite, y entonces sucedió lo que era de preveer…

“¡¡Nooooooooooooooooooooooooooooooooooooo!!” gritó el menor, cuando sintió que se le aflojaba  el intestino y empezaba a salirle a chorros la meada de Luis, mezclada con su corrida y con sus propias heces. La humillación que sentía Saúl en ese momento era monumental. Quería morirse.

“Joder, ¡Menuda guarra! ¡¡Esto apesta!!” se quejó Ricky, al ver todo aquello salirse del culo de su esclavo más insubordinado

“¡Aparta, cerda!” le dijo a Luis, empujándolo de lado, y haciendo que el chico cayera al suelo, dañándose el ano, pues se le había salido la polla del perro de muy mala manera.

Ricky miró a Luis a la cara y le ordenó: “Zorra, desata a la guarra de tu hermana, para que limpie todo esto. Tú te vienes conmigo a su cuarto y continuamos allí con lo que estábamos haciendo”

Entonces se dirigió a Saúl y le dijo “Limpiarás esto hasta no dejar ni rastro, y luego te darás un buen baño. Cuando te hayas curado la herida de esa mierda de pito que tienes, ordenarás la habitación de Luis. Luego ya veremos qué hago contigo”

Saúl no respondió nada más que “Si, Ricky” con voz muy flojita. Se sentía demasiado humillado y dolorido para replicar nada y ganarse más castigos. Y encima tenía que aguantar que Ricky se follase a Luis ¡¡En su propia cama!! Pero era verdad que lo tenía merecido, por haberse comportado de aquella manera.

martes

Claudio y Aleksandr. La insurrección de un esclavo. [2/4]

No consentido. Gay. Contiene violación a una esclava embarazada y juegos con orina.



AURELIO SE MARCHA. EMPIEZAN LOS CASTIGOS A LOS ESCLAVOS.

Al día siguiente, tal y como le había anunciado, Aurelio partió rumbo a la capital del Imperio. Mientras veía como se alejaba su caballo al galope, Claudio sintió como empezaba a hincharse de orgullo y poder. Su padre estaba a cientos de kilómetros de distancia, Aurelio tardaría bastante en volver, si es que conseguía permanecer con vida en la batalla. Le quedaban más de dos meses de vacaciones veraniegas sin ningún adulto que le supervisara, ni le diera órdenes, ni le dijera qué tenía que hacer. Claudio se sintió absolutamente libre por primera vez en su vida, y sabiéndose dueño de todo lo que había en esa lujosa villa, esclavos incluidos, empezó a maquinar maldades que cometer de manera impune y sin miedo al castigo.

Claudio comenzó a caminar en dirección al interior de la villa, a pasos muy lentos. En su mente solo había un objetivo: torturar, humillar y atormentar al esclavo favorito de Aurelio con todo aquello que tuviera a su alcance. Aleksandr llegaría a desear estar muerto. Fue una promesa que el menor se hizo a sí mismo, y pensaba cumplirla desde ese mismo momento. Así que en cuanto entró en la casa, empezó a buscar al salvaje por todos los rincones, hasta que dio con él en el patio interior.

El joven de catorce años de edad salió al patio y se dirigió al bárbaro, hablándole con todo rudo e imperioso:

“Tú, bestia salvaje ¡Arrodíllate ante tu nuevo Amo!

Aleksandr se sorprendió al oír aquello. Se giró y clavó sus pupilas negras en los orbes color miel del menor. El germano alzó su rostro, mostrando su fuerte orgullo. Pero no podía replicarle nada al crío. Sabía que Aurelio le había dado dominio absoluto sobre todos sus sirvientes, y replicarle a un Amo podía suponer la pena de muerte. Así que, con las entrañas retorciéndosele por la rabia, Aleksandr finalmente se acercó a un par de pasos del menor, puso una rodilla en el suelo y inclinó su rostro.

“Como ordene, Amo Claudio” el bárbaro no entendía por qué ese pequeño romano le trataba tan mal, pero pensó que quizás si se mostraba sumiso con él le dejaría en paz hasta que regresara Aurelio. No podía andar más equivocado.

Claudio no había hecho más que empezar con su tortura psicológica al morlaco. Le dio un fuerte bofetón, que impactó sobre la mejilla y la oreja del esclavo, pero no le movió del sitio, ya que la diferencia de físicos era importante.

“¡He dicho que te arrodilles! ¿O es que eres tan idiota que no sabes cómo se hace? ¿Quieres que llame a Glenda para que te lo muestre?” la amenaza del patricio hizo mella en Alek, que con los dientes apretados por la rabia terminó arrodillándose en el suelo. En la medida de lo posible no dejaría que Claudio humillara a Glenda, y no era por los motivos que el menor pensaba.

Claudio sonrió de manera malvada. Tener a ese tipo, tan robusto, rudo y salvaje, a su completa disposición, era un placer tan grande que quería deleitarse con él un poco más. El menor cruzó los brazos y paseó por el interior del patio, mirando a su alrededor, mirando a ver con qué podía molestar ahora a Aleksandr. Entonces vio un enorme excremento de caballo y se dirigió hacia él, pateándolo a propósito cuando lo tuvo delante.

“¡Vaya!¡Me manché las sandalias sin querer!” canturreaba el niño, sin dejar de pasearse de manera insistente por encima de aquella enorme mierda, dejando sus dos pies impregnados de heces.

El esclavo no entendía muy bien a qué venía todo eso, pero sabía que había gato encerrado. Seguro que Claudio terminaría ordenándole hacer algo que no querría hacer. Y como si el patricio hubiera escuchado sus pensamientos, se acercó a él y señaló sus pies al tiempo que le decía:

“¡Límpiame los pies, cerdo! ¡Obedéceme ya!”

Aleksandr no soportaba a ese mocoso impertinente, pero no podía hacer nada por desobedecerle, a riesgo de recibir luego un castigo aun peor que esa absurda petición. Así que mordiéndose la lengua para no decir nada, el esclavo usó sus propias manos y la tela de su camisa para dejar los pies de su Amo relucientes de limpios que estaban.

Después de eso, Claudio aprovechaba cualquier ocasión para torturar o humillar a Aleksandr. Le obligó a seguirlo a todas partes, y a servirlo de manera irrisoria. Le hacía darle la comida pedazo a pedazo. Le obligaba a limpiarle el culo con una esponja mojada en agua cuando había cagado. También lo insultaba de manera continua. No dejaba que el salvaje tuviera ni un solo segundo de descanso.

Pero lo peor vino al tercer día de haberse marchado Aurelio. Claudio llevaba ya un tiempo dándole vueltas al asunto, y pensaba ejecutar su plan maestro esa misma noche. Cuando la luna llena empezó a brillar en el horizonte mandó llamar a Glenda y Aleksandr. También ordenó a dos de sus soldados armados que permanecieran cada uno en un rincón de su habitación, para evitar posibles rebeliones o ataques por parte del mastodonte, ya que lo que tenía pensado hacerle aquella velada seguro que lo hacía llegar a odiarle como jamás hubiese odiado a nadie.

En pocos minutos ambos sujetos, la esclava preñada y el esclavo salvaje, hicieron acto de presencia. Ella era una auténtica preciosidad, de piel morena, pelo largo negro y rizado, y ojos oscuros, como todos los de su calaña. Glenda vestía una liviana túnica de gasa color rosado, y su gran barriga se notaba prominente en el centro de su anatomía. Ella se mostraba temerosa y tímida, sin atreverse a mirar a su Amo a la cara. Aleksandr en cambio no había variado su forma de mirarle, de esa manera tan descarada, sin apartar la mirada. Como si se creyera mejor que él. Esa noche se encargaría de bajarle los humos.

“Glenda, desnúdate” fue la primera orden que le dio el menor.

La mujer titubeó un segundo. Miró a Aleksandr de reojo, y vio a los guardias apostados. Antes de que su compañero esclavo pudiera saltar y decir nada, decidió someterse sumisamente al Amo. Sería lo mejor y más seguro para el hijo que llevaba en sus entrañas, y para Alek, a quien tanto amaba. Glenda sabía que muchos Amos usaban a sus sirvientas para satisfacer sus deseos sexuales con ellas, y teniendo en cuenta la corta edad de Claudio, seguramente no le causara demasiado dolor, así que se sometió de manera voluntaria.

“Como desee, Amo” le respondió, y acto seguido se quitó los hombros del vestido, que cayó al suelo a sus pies hecho un ovillo. La joven esclava no llevaba ropa interior. Su voluptuoso cuerpo de mujer quedó a la vista de los cuatro hombres que había en esa habitación.

Claudio pensó que la esclava tenía un cuerpo muy hermoso, pero no pronunció ningún halago en voz alta, no era precisamente su intención hacer que se sintieran bien. Así que se puso a caminar alrededor de ella, evaluando cada centímetro de su piel desnuda. Aleksandr no perdía detalle de lo que ocurría. Cuando el joven patricio levantó su mano y empezó a acariciar el cuerpo de su nueva esclava, ella se estremeció por aquel leve contacto indeseado. Aleksandr estaba poniendo todo de su parte para no saltarle encima al Amo.

Pero no era precisamente follársela lo que Claudio tenía en mente. Habría sido demasiado aburrido. Era evidente, por su embarazo, que Glenda no era virgen. Y por el tamaño corporal de Aleksandr, seguro que tenía un rabo más grande que el de su Amo, que al ser un púber sin vello en la entrepierna, todavía lucía un pene chiquito, estrecho y más bien poca cosa. No. Eso no le serviría de nada. Su tortura iba más allá de la simple violación. Ya que Alexandr debía tener un rabo grande, lo usaría para causarle con él dolor a la embarazada, y mientras él se follaría la dulce boquita de Glenda. Era un plan magnífico.

“Glenda, ven aquí” ordenó Claudio cuando terminó de acariciar el cuerpo de su esclava “Túmbate sobre la mesa boca abajo y quédate quieta con las piernas bien abiertas”

La joven doncella se ruborizó, pero imaginando lo que Claudio buscaba en ella, no discutió con él. Cuanto antes empezara a follarla, antes terminaría. Y si era sin discusiones mucho mejor. Mientras la embarazada se situaba como le había dicho, Claudio se dirigió a Aleksandr.

“Tú, bestia salvaje, bájate los pantalones, quiero ver la mierda de pito de risa que tienes” le ordenó entonces al mayor.

El joven patricio solo comentó aquello de su pito para mofarse de él, pero cuando Alek obedeció y le enseñó a su Amo el monstruo que le colgaba entre las piernas, a Claudio casi le da un pasmo. Era tan larga como el brazo de un niño, y gruesa como cuatro de la suya puestas juntas una al lado de la otra, por lo menos. Era una barbaridad de rabo. Una polla imposible. Demasiado gigantesca para poder ser real. Por unos segundos el menor se quedó mudo, y casi pálido, por aquella visión, pero en seguida recuperó la compostura y soltó una risotada.

“Perfecto, esto no podía ser más perfecto jajajaja” Claudio señaló a Glenda, que permanecía tumbada boca abajo sobre la mesa, con los pies en el suelo y las piernas bien abiertas “Ahora ponte detrás de ella y rómpele el culo con tu polla de caballo ¡Vamos, que no tengo todo el día!”

Mientras le gritaba, el menor golpeó y empujó al esclavo bárbaro, ayudándole a que se situara entre las piernas de su amada mujercita. Claudio se acercó a uno de los guardias y le quitó su arma, una espada de filo corto. Aleksandr permanecía inmóvil, con los pantalones bajados, entre las piernas de Glenda, que con el culo en pompa parecía suplicarle que le desflorara el estrechísimo agujero de atrás.

“¡No pienso hacerlo!” gritó de repente el salvaje, que se había visto superado por aquella cruel orden de su Amo.

Pero Claudio ya tenía planeada aquella reacción por parte del esclavo, por eso había apostado a dos de sus guardias dentro de la habitación. Pero no le hizo falta darles orden de atacar. Raudo como una lagartija, el menor se situó al lado de la cara de Glenda, le tiró del pelo hacia arriba y clavó el filo de la espada en su frágil cuello, del que empezó a caer un débil reguero de sangre.

“Si me haces esperar demasiado ella morirá. Tú mismo. Su vida y la de su bebé están en tus manos.” Alexandr no podía creerse lo que oía ¡No podía ser verdad que Claudio le estuviera torturando de aquella cruel manera! ¿Pero qué le habían hecho ellos al crío? Si a penas trataban con él… Claudio apretó un poco más el arma contra la piel de la embaraza, que sollozó por el miedo que sentía.

“Haaaz… …lo…. A….leeeek…” consiguió decir la chica, entre lágrimas y el dolor que sentía en su garganta. Ella prefería mil veces que Aleksandr la violara sodomizándola sin compasión, antes que perder a su hijo, y Aleksandr conocía suficientemente bien a la mujer como para comprender que su suplica iba en serio. Ella quería (en realidad no lo quería, pero se veía obligada a quererlo, por las circunstancias) que la follara.

“Como ordenes” respondió el esclavo germano, más dirigiéndose a la sirvienta que a su Amo.

Entonces el salvaje se situó bien centrado entre las suaves piernas de la mujer, escupió un salivazo directo a su estrecho y rosado ano virgen, y empezó a meterle un par de dedos para irla dilatando. Si le metiera su polla entera sería como perforarla con los cinco dedos de la mano de un hombre adulto, no podría soportarlo.

Claudio, que era un cabrón de cuidado, se había apartado la túnica y estaba pasando su pequeño pito tieso por los labios de la mujer embarazada, sin quitarle a ella la espada del cuello, para que al hombretón no se le ocurriese hacer ninguna genialidad. Alzó su mirada y vio lo que el esclavo estaba intentando hacer “Dije que la follaras ¡Déjate de mariconadas y métele la polla hasta la campanilla! ¡¡Quiero que la empales como a un cerdo que está listo para ser cocinado!! ¡¡YA O LA MATO JODER!!”

“¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!!” Glenda no pudo evitar gritar cuando el filo de la navaja se le clavó aun más en su nívea piel. Esta vez sí que pensó que la mataba.

Aleksandr no podía hacer nada más que obedecer a su joven Amo en su locura. No tenía tiempo para pensarlo con claridad, solo oyó la amenaza de Claudio, y oyó el terrible grito de Glenda, al tiempo que un chorro de sangre salpicó el suelo a su lado “¡¡Nooo!!¡¡Ya lo hago, Señor!!”

Y ¡¡ZASSS!! De un solo empujón Aleksandr consiguió meterle tres cuartas partes de su polla dentro del estrecho esfínter de la joven esclava. Glenda estiró su cabeza todo lo que pudo, su boca se quedó abierta en un grito ahogado que no llegó a salir, de lo delirante que era el intensísimo dolor que sentía. Alek se quedó parado unos segundos, para que ella pudiera acostumbrarse a su gigantesco tamaño, pero ni eso le dejó hacer Claudio.

“¡¡Empieza a follártela!! ¡Y si me da la sensación de que no le pones todas tus ganas, te juro que te arrepentirás de ello!” le dijo en tono amenazador, mientras aprovechaba que la dulce boquita de la preñada estaba abierta y empezó a follarle la boca de manera algo atropellada y torpe, ya que no tenía a penas experiencia en el plano sexual. Claro que la pobre Glenda, con el terrible mastodonte que tenía empalado en su trasero, casi que ni notaba el otro pitito que le medio llenaba la boquita.

Aleksandr, sin otra salida que cumplir con la voluntad del Amo, abrazó a Glenda por su estómago, protegiéndole la barriguita hinchada con su poderoso brazo, para que no se golpeara con la mesa con las embestidas. Así abrazándola como la tenía, le susurró al oído “Lo siento mucho…” y tal cual lo dijo, empezó a sacar y meter su enorme pollón del estrecho agujero posterior de la joven doncella, que no podía parar de gritar por el intenso dolor y ardor que estaba sintiendo en sus entrañas.

“¡¡AAaaaaaaaaaaaaaaah!!¡¡¡AAAAaaaaaaaaaaaaaaahhhh!!!¡¡¡¡AAAAAAaaaaaaaaaaaaaahhhhhh!!!!”

Claudio no paraba de reírse por el hermoso espectáculo que sus esclavos le estaban regalando. Era divertidísimo y muy placentero ver como ese enorme salvaje, que le doblaba la edad y el tamaño, sodomizaba brutalmente a su novia, solo porque a él así le apetecía que fuese.

“¡¡Más fuerte!!¡¡Quiero oírla aullar de dolor!!” gritó el menor, enardecido por las circunstancias, y sin dejar de follarle la boca a Glenda.

La pobre esclava se sentía partida en dos. Era como si un hierro al rojo vivo la estuviera empalando. Pensó que moriría por aquella salvaje follada. Sus enormes pechos, llenos de leche, se bamboleaban de manera frenética, al mismo ritmo que Aleksandr le reventaba el culo de la forma más suave que podía, dadas las circunstancias. Por ejemplo, no terminó de meterle toda su extensión dentro a la pobre mujer, se contuvo de manera milagrosa, dejando solo tres cuartas partes de su mastodóntico cimbrel insertadas dentro de ese estrecho y maltratado ano. Dentro de lo malo de la situación, no quería provocarle un desgarro ni heridas permanentes a su compañera de esclavitud, cosa que consiguió gracias a su escupitajo inicial, que a pesar de ser una leve humedad, hizo de lubricante, y ayudó a no dañar seriamente la delicada piel del interior del esfínter de la embarazada.

“¡¡AAaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!!¡¡¡AAAAaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhh!!!”

Glenda profería desgarradores alaridos de dolor, que empezaban a poner muy cachondos a los dos guardias apostados en la habitación, pero no se movieron de su posición. No lo harían a menos que Claudio se lo ordenara. Pero los dos se morían de ganas de meterle sus duras pollas a la muchacha embarazada por todos sus agujeros.

Eran Claudio y Aleksandr los que se la estaban tirando. El menor se sentía tan tremendamente excitado en ese momento que su pito empezó a soltar pre-semen en la lengua de la embarazada.

“Aaaaah Siiiiiii que bieeeeen ¡¡Más fuerte!! ¡¡Destrózala por dentro!!” gritó Claudio, al tiempo que agarraba la cabeza de Glenda y empezaba a follársela con toda su mala leche, para terminar descargando su corrida dentro.

“¡¡¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii AAAAAAAaaaaaaaaaaaahhh!!! ¡¡No pares de follarla!!¡¡Métesela entera!!¡¡Más duro!!” gritó el patricio mientras llenaba la boca de la esclava con su corrida.

Aleksandr continuó violando a su compañera, sintiéndose lleno de odio y rencor por ese mocoso consentido y chalado. Se juró a sí mismo que llegaría el día en que le devolvería aquello, y con creces. Pero la sesión de tortura todavía no había terminado.

Cuando Claudio terminó de correrse se dio cuenta de que Alek estaba protegiendo la barriga de la preñada con su brazo, y eso le cabreó tanto que cogió la espada corta con la que casi había rajado el cuello de Glenda y apuñaló la mano abierta que el bárbaro tenía apoyada en la mesa, provocando que el bruto soltara un rugido de dolor y sorpresa, al tiempo que dejaba de violar el tierno culo de la esclava.

“¡¡WAAAAAAAHH!!” se quejó el mayor.
“¡¡Eres un idiota!! ¡Tuviste que estropearlo todo! ¡¡Este castigo para ella es por tu desobediencia!” le gritó, y acto seguido Claudio apuntó con su diminuta polla a la cara de Glenda y empezó a meársele encima.

La joven embarazada se sentía asqueada y dolida. Cuando Claudio le había ordenado desnudarse y tumbarse sobre la mesa, imaginó que la follaría por el coño y luego la dejaría marchar. Pero no, había obligado a Alek, con su enorme pollón, a destrozarle el ano que ya no era virgen, y además de eso se le estaba meando en la cara ¡¡No podía soportarlo!! Glenda, entre lloros de desesperación, terminó desmayándose. Si no cayó al suelo fue porque Aleksandr, rápido de reflejos, la sujeto con la mano que tenía sana.

“Hasta que no aprendáis a ser unos buenos esclavos, sumisos y humildes, os castigaré como a mí me venga en gana” le dijo Claudio a Aleksandr con un tono amenazador, mientras se colocaba bien los pliegues de la túnica “Y como me hagáis cabrear te prometo que haré que ella pierda el bebé ¡¿¿Te ha quedado claro??!”

Una vez hubo dicho esto, Claudio retiró el cuchillo que había clavado en la mano de Aleksandr y les ordenó marcharse. El bárbaro cogió en brazos de manera muy cuidadosa a Glenda, que continuaba inconsciente, y se dirigió a la salida.


“Mañana por la noche ven tú solo a mis aposentos. Si consigues complacerme como quiero, la dejaré en paz a ella” le dijo Claudio a Alek, antes de que se marchara. Lo que no le especificó fue que “complacerse como quería” implicaba romperle el culo, y no con su polla ridícula precisamente, sino con otro artilugio que tenía escondido; y que “la dejaré en paz” solo se refería a la siguiente noche en cuestión, no al resto de días. Claudio era todo un tramposo, y era capaz de cualquier cosa para sentirse superior a ese salvaje. Solo así se ponía cachondo. Más que ser gay era por putear al esclavo que quería romperle el culo, como Alek era el padre del bebé que Glenda llevaba dentro, supuso que si le forzaba el culo, se sentiría tremendamente humillado y dolido, y eso era lo que quería. Aleksandr abandonó la estancia sin responder a su Amo y sin mirar atrás. Su prioridad en ese momento era curar las heridas de Glenda, su compañera preñada.

lunes

Claudio y Aleksandr. La insurrección de un esclavo. [1/4]

No consentido. Gay. Introducción a la historia y los personajes.


Era entrada la noche. Claudio, el joven patricio de catorce años de edad estaba tumbado boca arriba sobre la mesa. Le sangraba el labio por la bofetada que le había dado su esclavo. Tenía las muñecas atadas cada una a una pata de la mesa, con los brazos bien abiertos y estirados. Aleksandr, el germano salvaje, que le doblaba la edad, mantenía abiertas las piernas de su Amo, y apuntaba con su duro y grueso rabo al ano virgen del romano. Glenda, la sirvienta embarazada se había situado sobre el rostro del menor con el vestido arremangado por la cintura.  La joven preñada  empezó a mearse sobre la cara de su Amo. Claudio se debatía, luchando por liberarse con todas sus fuerzas. No podía creerse lo que le estaba pasando ¡¡No podía estarle ocurriendo eso!! ¡¡Iba a ser violado por ese bruto!! Justo en el momento en que el chorro de orina rozó su púber rostro, Aleksandr empujó sus caderas contra la estrechez del chico y le reventó el culo con su enorme polla. El grito de Claudio fue desgarrador:

“¡¡¡¡WAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!!!!”

Y como no pudo evitar gritar de agonía con la boca bien abierta, el meado de Glenda, la esclava embarazada, empezó a llenarle la boca…






POR QUE CLAUDIO ODIABA TANTO A SU PRIMO AURELIO Y A ALEKSANDR.

Claudio y su primo Aurelio habían ido a pasar las vacaciones de verano en una lujosa y enorme villa que el padre de Claudio tenía al norte del Imperio, en una pequeña localidad colindante con el territorio germánico, en el que todavía quedaban muchas regiones por conquistar. El padre de Claudio era un influyente político, y su familia pertenecía a los patricios, la estirpe directa de los primeros moradores de Roma. Durante la época lectiva, los dos muchachos residían en la casa de la capital, en Roma. Pero durante las largas vacaciones de verano, viajaban acompañados de sus esclavos personales a aquel recóndito lugar para reponer fuerzas. El progenitor no podía abandonar su puesto en el senado en ningún momento, y por eso nunca viajaba con ellos durante el periodo estival.

El joven Claudio espiaba a su primo Aurelio, desde el interior de la casa. Tenía el cuerpo apoyado contra el costado de la ventana, y no perdía detalle de nada de lo que ocurría en el patio interior de la villa. Aurelio y Aleksandr estaban peleando de manera animada. El primero vestía con su uniforme de entrenos, una ligera cota de malla dorada que le cubría el cuerpo de los pies a la cabeza. Aleksandr por el contrario, solo llevaba puestos unos ajados pantalones de cuero. La propia vestimenta de ambos contendientes daba ya una idea de cuál era su posición social. El uno, heredero de una importante familia, el otro un esclavo germánico que fue comprado en su día para que hiciese de maestro al chico rico.

Claudio tenía sus ojos completamente fijos en el bárbaro. Era un corpulento morlaco que le doblaba la edad y casi la altura. Su piel era color café con leche. Tenía unos músculos muy marcados, que todavía sobresalían más con cada movimiento que hacía. Su pelo, largo por los anchos hombros, era de color castaño oscuro, y sus ojos tenían la tonalidad de una noche sin luna. Eran negros como la obsidiana, y se percataba en ellos un profundo brillo salvaje que atraía y repelía a Claudio por igual. Sentía que odiaba a ese tipo casi tanto como despreciaba a su propio primo.

Aurelio, cinco años mayor que su primo, había quedado huérfano desde muy joven, y el padre de Claudio decidió acoger a su sobrino en su casa y criarle como si fuese su propio hijo. Aquel hecho provocó, aunque nadie lo supiera aun, que naciera en lo más profundo del corazón del joven Claudio, el hijo legítimo de la familia, una espesa oscuridad hecha de odio y rencor, que solamente hizo que acrecentarse con el paso de los años. Claudio sentía que había sido desplazado por su primo. Aun siendo niños, Aurelio destacaba por encima de él por su robusto físico. También era inteligente y sacaba muy buenas notas. Y si con eso no fuera suficiente, además tenía un carácter alegre y extrovertido que lo hacía ser el alma de las fiestas. Todas las hijas de los nobles de los alrededores suspiraban por él. Claudio en cambio solía pasar desapercibido. A sus catorce años tenía el cuerpo casi sin desarrollar, no tenía ni pelos en sus pequeños testículos. Su tez era pálida, su piel suave al tacto, y tenía el pelo color rubio ceniza oscuro, que enmarcaba unos grandes orbes de tonalidad miel. Nada fuera de lo normal en el hijo de un patricio. Aurelio en cambio era mucho más alto que él, rubio platino y con ojos verde esmeralda.

El padre de Claudio había decidido que Aurelio, su sobrino, iniciara la carrera militar. Para su hijo, en cambio, había escogido un camino totalmente distinto. Él sería su relevo en el mundo de la política, y no había discusión posible al respecto. Por mucho que Claudio odiase aquella decisión, su padre era tan dueño de su vida como lo era de cualquiera de sus esclavos, y no podía contradecirle en nada. Claudio tenía las manos atadas. Y encontraba todo aquel asunto del todo injusto. Aurelio había recibido la mejor parte. Viajaría. Conocería mundo. Follaría con mujeres salvajes y exóticas. Y él, hijo primogénito del patricio, se quedaría apresado en esa capital que odiaba, muerto de envidia y aburrimiento, viendo pasar monótonos días grises, todos iguales, uno tras otro, hasta que se hiciera mayor y ya nada de aquello le importase.

De pronto el sonido de las espadas cortas chocando cesó. Claudio se apartó rápidamente de la ventana y se fue a sentar en una lujosa silla labrada en cobre que había en el centro del comedor. Cogió unos papeles de encima de la mesa, y se puso a leerlos, o mejor dicho, hizo ver que lo hacía. En ese momento entraron Aurelio y su esclavo germánico en la casa.

“Ha sido un combate magnífico, Alek” oyó que le decía su primo al salvaje, al tiempo que le daba una palmada amistosa en su ancha espalda.

“Siempre es un placer pelear con usted, Amo Aurelio” respondió el esclavo.

Aleksandr sonrió a su Amo y se marchó en dirección a los dormitorios de los esclavos, para darse una buena ducha. A pesar de ser un siervo, Aurelio lo trataba como a un igual, y eso hacía que la sangre de Claudio todavía le hirviese más por la rabia y la impotencia. Odiaba al estúpido de su primo con todo su ser, y por ende, odiaba todo aquello que su primo apreciase. Un esclavo era un esclavo y solo había una forma buena de tratarlos, con mano dura y fuertes castigos físicos que los dejaran señalados de por vida. Esos seres inmundos, despojos de la sociedad, no merecían ningún respeto a su forma de entender la vida.

Cuando Aleksandr abandonó la estancia, Aurelio, totalmente ignorante de los oscuros sentimientos que su primo guardaba hacia su persona, pues bien se preocupaba Claudio de no mostrarlos, se acercó donde estaba su joven familiar y empezó a hablar con él.

“He recibido carta de tu padre, me ordena volver cuanto antes mejor a la capital” le dijo Aurelio

“¿Y cómo es eso? ¿Ha sucedido algo?” le preguntó Claudio, que no entendía por qué su padre requería de la presencia de su primo, recién iniciadas sus vacaciones estivales, y habiendo hecho un viaje tan largo solo un par de semanas atrás. La respuesta de su primo lanzó luz sobre el asunto.

“La guerra contra los territorios enemigos es cada vez más tediosa. Los territorios son bastos. El emperador tiene abiertos demasiados frentes, y las provisiones y el número de efectivos se les empiezan a quedar cortos”

Claudio asintió, pensativo, y luego añadió “Pero tú todavía no eres soldado, ibas a ingresar en el ejército a finalizar el año”

“Es verdad” dijo Aurelio “Pero yo he sido entrenado desde muy joven, así que han pedido a tu padre que me otorgue un permiso especial para ingresar ya mismo en las filas y poder colaborar así en la defensa del Imperio”

“Tiene sentido ¿Y te lo ha dado? ¿Mi padre te deja ir?” fue lo siguiente que le preguntó el más joven. Mientras esperaba la respuesta de su primo, Claudio ya estaba empezando a cavilar maldades. Si Aurelio se marchaba, quedaría solo él como Dueño absoluto del lugar. No habría nadie que pudiera reprenderle por sus acciones. El joven cruzó los dedos para que la respuesta del contrario fuese afirmativa.

“Sí, me ha pedido que inicie el viaje de vuelta en cuanto recibiese la carta. Hoy haré los preparativos y mañana partiré de regreso a Roma”

En ese momento entró en el comedor, la esclava en avanzado estado de gestación. Aurelio alzó una mano en su dirección.

“Glenda, tráenos vino y algo para comer para mi primo y para mi” le ordenó de manera amable.

“Como desee, Amo” respondió ella, haciendo una leve reverencia. Y se marchó en dirección a la cocina.

Aurelio entonces puso un semblante muy serio. Se acercó a la chimenea, que permanecía apagada, pues no hacía falta prender el fuego por el buen tiempo que hacía, y metió la mano dentro de una de las tinas vacías que decoraban la repisa. Claudio observaba sus movimientos con malsana curiosidad.

“Tenía preparado esto para cuando naciese el niño, pero con los cambios de última hora, creo que no podré estar aquí para dárselo. Así que te lo encomiendo a ti.” Le comentó Aurelio a Claudio.

Entonces el mayor sacó un documento de dentro de la tina, lo desenrolló y se lo dio a leer a su pariente.

“Es la carta de liberación de Aleksandr y Glenda, quiero que cuando nazca el niño ellos dos sean libres. Siempre se han portado muy bien conmigo, y esta es mi manera de recompensarlos.”

Claudio sentía que aquel documento le quemaba en las manos ¿Iba a liberarlos? ¿Pero por qué? ¿Por qué su primo tenía que tener un corazón tan blando? Le hacía sentirse avergonzado de tener su misma sangre. Pero haciendo gala de su sangre fría, Claudio no mostró su descontento con aquella decisión.

“¿Qué quieres que haga con esto?” le preguntó todo lo natural que pudo, sin levantar sospechas.

“Quiero que lo guardes, y si me sucediera algo en la guerra, o no puedo volver a tiempo para el nacimiento, que se lo des a Aleksandr.” Fue la respuesta de su primo

“Pero entonces ¿Es cierto lo que dicen las malas lenguas? ¿Es Aleksandr el padre del bebé?” Claudio había oído rumores sobre aquel asunto, pero no había nada confirmado. Era muy extraño que una pareja de esclavos tuvieran suficiente libertad para formar una familia. Normalmente las mujeres hermosas como Glenda eran usadas por sus Amos con fines sexuales, no por los sirvientes. Todo aquel asunto cada vez cabreaba más al joven patricio.

“Si, Aleksandr es el padre, pero te agradecería que lo mantuvieras en secreto hasta que llegue el día de liberarlos. Entonces ya dará igual lo que la gente opine al respecto. Son personas maravillosas y merecen mi amistad y respeto, y espero que tú los trates igual. Hasta que yo vuelva te pertenecen, Claudio”

En ese momento Glenda volvió a entrar en el comedor, jarra de vino de mano, y se puso a servir a sus dos jóvenes Amos. Los dos primos dieron por finalizada la conversación, y Claudio escondió el pergamino de liberación de los esclavos de Aurelio en una de las largas dobleces de su túnica blanca con ribeteado dorado. Los jóvenes primos brindaron, bebieron y saciaron su apetito con las delicatesen que le había traído Glenda, y más tarde Aurelio se marchó a su dormitorio, para asearse.

Entonces Claudio se puso en pie, se acercó a una de las paredes, pergamino de liberación en mano, y acercó uno de los extremos al aceite que ardía dentro de la lámpara. El fino papel prendió en seguida. El malvado patricio no esperó a que el documento se consumiera del todo. Se acercó a la chimenea, y dejó caer lo que quedaba, mientras aún seguía prendido en llamas. Claudio se marchó a su dormitorio, confiado en que el documento desaparecería, pero una misteriosa mano sacó el documento a medio quemar de la chimenea y se lo llevó consigo.

sábado

Ricky, el perro callejero #7

Continuación. Ricky y Luis vuelven de su paseo. El perro se cabrea con el menor de los hermanos.


Saúl estaba tan ensimismado leyendo el diario de su hermano, que no se dio cuenta de que las horas iban pasando, y casi era el medio día ya. La habitación de Luis era un desastre, con todas sus cosas revueltas, y incluso el colchón tirado de mala manera. Todo por culpa del tremendo ataque de ira y celos que había tenido el menor al encontrarse la nota de Ricky, en la que le decía que se llevaba a Luis a pasear, y él se quedaría en casa castigado, por dormilón.

“Tú, puerco. ¿Qué cojones has estado haciendo?“, dijo la familiar voz del perro, desde la puerta de entrada a la habitación.

Saúl, desnudo como estaba, tiró el diario al suelo y miró a su Macho con verdadera devoción.

“¿¡Por qué te lo has llevado a él y no a mí!? ¿¡Eh!? ¿¿Por qué??” le respondió gritando, mientras señalaba a su hermano Luis, que permanecía medio oculto tras el cuerpo del perro, con una estúpida sonrisa en la cara. Saúl cada minuto que pasaba se sentía más rabioso.

“Te ordené que te las ingeniaras para ganarte mi perdón, y lo único que has conseguido es un castigo mucho más severo de lo que tenía pensado” fue la respuesta de Ricky “Esta vez vas a saber quién es el Amo y quien la zorra”

Entonces se giró hacia Luis, le cogió del brazo y lo empujó dentro de su destartalada habitación. El hermano mayor, al ver que Saúl había estado leyendo su diario, se enfadó mucho, pero no dijo nada, pues sabía que si entorpecía las órdenes de Ricky terminaría siendo castigado él también, y se sentía demasiado feliz en ese momento como para estropearlo con una tontería como esa.

“Desnúdate. Vas a follarte la boca del imbécil de tu hermano pequeño. ¡En seguida!” le ordenó Ricky al mayor de los hermanos,

“Ssi, Señor Ricky” respondió Luis, y se desvistió más rápido que jamás lo hubiera hecho en su vida.

A Saúl le asqueaba tremendamente tener que meterse en la boca el ridículo rabo de Luis, pero dentro de lo que cabía esperar, era un castigo mucho más suave de lo que había imaginado, con el cabreo que llevaba encima Ricky. Lo que no sabía el joven estudiante era que Ricky se había llevado a Luis a hacerse un piercing en el ombligo, del que había colgado una chapa dorada en la que se leía “Puta de Ricky”. Ése iba a ser el verdadero castigo para Saúl, ver que el perro había marcado a su hermano como de su propiedad, pero a él no.

Efectivamente, en el momento en que Luis estuvo completamente desnudo y se acercó donde Saúl le esperaba, arrodillado en el suelo, también desnudo, y con los labios entreabiertos, el menor vio aquel objeto colgando del ombligo de su hermano mayor, y cuando leyó la inscripción casi salta a golpearlo. Pero la imperiosa voz de su Amo lo retuvo en su lugar.

“¡Vamos, chúpale la polla a la cerda de tu hermana! ¡¡Ahora mismo, puta inútil!!” le gritó Ricky.

Saúl tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para cumplir con la orden que le daba su Macho y no reventarle la cara al gilipollas de su hermano mayor. Decidió olvidarlo por el momento. Así que acercó su cara a la entrepierna del inútil de su hermano mayor, abrió la boca, y cerró los ojos para no tener que mirar la dichosa chapita que Ricky le había regalado a Luis.

Luis no tenía una ilusión especial porque Saúl le chupara el rabo, no le atraía en absoluto su hermano pequeño. Pero se alegraba de recibir una satisfacción por una vez, y no tener que ser él el que la diera. Además, el idiota de su hermanito había estado ojeando su diario secreto, y eso le molestaba mucho. Luis no tenía una personalidad bélica, no discutiría ni intentaría pegar a Saúl, así que poderse resarcir de aquella putada follándose su boca le parecía lo mejor que podía ocurrirle. Lo mejor después de que Ricky le marcara como suyo poniéndole ese piercing en el ombligo, del que tan orgulloso se sentía.

Así que el mayor de los hermanos acercó rápidamente su pequeño rabo a la boquita abierta del menor, y lo introdujo dentro de ella. Saúl sintió mucho asco de saber que le estaba chupando la polla al imbécil de Luis, pero acostumbrado como estaba a hacerle mamadas al enorme pollón del perro callejero, pensó que tampoco era un castigo tan terrible. Solo tenía que terminar con todo aquello lo antes posible, y quizás Ricky le premiase a él con alguna marca personal por haberle obedecido tan bien.

Pero la cosa no iba a resultar tan sencilla. Luis puso sus dos manos a lado y lado de la cabeza de Saúl y empezó a mover sus caderas hacia delante y hacia atrás, metiendo y sacando su ridículo pitito de dentro de la cavidad bucal de su hermano. El problema residía en que cada ver que Luis le clavaba su verga hasta el fondo, que no llegaba ni a rozarle la campanilla al crío, la chapita que llevaba colgando del ombligo golpeaba en el entrecejo del menor, cabreándole por momentos. El frío metal dándole golpecitos en la cara provocaba que Saúl no pudiera olvidar ni un solo segundo el regalo que Ricky le había hecho a Luis, y no a él.

Luis sacaba su polla de dentro de la boca de Saúl. Empujaba y se la metía entera. La chapita golpeaba su frente. Polla fuera, y otra vez dentro. Y la chapita golpeándole. Saúl, que seguía con los ojos cerrados,  llegó a obsesionarse tanto con aquella jodida chapa que ni se acordaba de la mamada que le estaba haciendo a Luis, ni de que todo eso era un castigo del perro, su Dueño y Señor, por haber sido un mal esclavo. Chapita, golpecito. Chapita, golpecito. Chapita, golpecito. Chapita, golpecito.

“¡¡¡WAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHH!!!” de repente Saúl abrió mucho su boca, se apartó quitándose de entre los labios el pitito de su hermano mayor y soltó un gritó descomunal.

Ni Luis ni Ricky podían prever lo que el menor iba a hacer a continuación. Saúl se abalanzó sobre su hermano mayor, cerró con fuerza sus dientes, sujetando la puta chapa, y estiró tan fuerte que se la arrancó de un solo mordisco.

“¡¡NOOOOOOOOOOOOO!! ¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHH!!” gritó Luis cuando sintió el fortísimo dolor en su ombligo, que empezó a sangrar de manera medianamente abundante.

Ricky se había quedado pasmado, con los ojos abiertos como platos. Sabía que a Saúl le jodería vivo que le hubiese hecho ese regalo a Luis, pero no imaginó que el menor pudiera reaccionar de esa manera tan salvaje, mutilando a su propio hermano, y desobedeciendo sus órdenes en medio de un castigo. Por un lado se quedó gratamente impresionado, el fuerte carácter de Saúl hacía que se le pusiera muy dura la polla cada vez que se lo iba a follar, pero por otro lado le cabreaba muchísimo. Aunque le gustase ese carácter rebelde, no podía dejar que el mocoso hiciera lo que le diera la gana. Ahí el puto Amo era él y nadie más que él. Y si esa zorra malcriada todavía no lo entendía, él le castigaría de una manera tan ruda que jamás volviera a dudar de su liderazgo.

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