miércoles

Ricky, el perro callejero #13

EL VIAJE. DIA 1 (parte 2) Ricky y sus dos zorras sumisas, Luis y Saúl, llegan a la mansión de Don Romannetti. Presentación de la curiosa familia del mafioso. Compartiendo esclavos.




Cuando llegaron a su destino quedaron alucinados. Ricky condujo el coche, atravesando una reja metálica y un gran jardín, y lo detuvo en la zona de aparcamiento que había frente a la entrada principal de la mansión. El edificio, que rezumaba lujo aun sin haber entrado en él, estaba situado junto al mar. No podían verlo, pero al otro lado de la casa, en el jardín trasero con piscina, había unas escaleras que bajaban hasta la playa privada del dueño de la casa. La pintura de las paredes exteriores era de un blanco tan reluciente, aun siendo de noche, que parecía recién pintada la semana anterior, y tenía el techo plano de pizarra negra. En total la mansión tenía tres pisos de altura, la planta baja, el piso superior y el sótano. Ricky ordenó a sus sumisos que se bajaran del coche:

“Esperad aquí, cerdas” les dijo, señalando el costado del vehículo. Él se apeó también y les dio las últimas órdenes antes de entrar:

“Ya sabéis qué está en juego en esta reunión” el perro callejero miró fijamente a Luis, el más sumiso de los hermanos, y luego clavó sus pupilas esmeraldas en los ojos azules de Saúl, el más joven de los dos:

“Como hagáis alguna tontería, como me hagáis quedar mal delante de nuestro anfitrión, esto se habrá terminado. Volveréis a casa a patita y no querré saber nada más del culpable por el resto de su puta vida ¡¿Os ha quedado claro?!”

Ricky confiaba plenamente en Luis, había sido su sumiso desde hacía muchos años, y además le había demostrado en infinidad de ocasiones que le era completamente leal. Por muy humillantes o dolorosas que fuesen las pruebas que le ponía, siempre cumplía con su obligación de esclavo. Pero Saúl… ese mocoso era harina de otro costal. No se fiaba ni un pelo de él, era el que más posibilidades tenía de meter la pata, de rebelarse ante aquel anfitrión tan importante y poderoso. Y precisamente por ello pensaba ponerle a prueba con más ahínco que a su hermano mayor. Ya iba siendo hora de que esa puta marica le demostrara de verdad que era su sumiso esclavo, con todas las consecuencias que ello traía consigo. Y si le fallaba, no tendría misericordia con él, por mucho que le gustara su compañía. Lo alejaría sin sentir remordimientos y se quedaría solo con Luis.

Ricky se ponía serio con aquel asunto porque el dueño de la mansión en la que iban a pasar unos días de vacaciones era ni más ni menos que Don Cornelio Romannetti, un peligroso narcotraficante, metido en asuntos de venta de armas, trata de blancas, y bueno, cualquier cuestión que fuese ilegal y reportase mucho dinero. Don Romannetti era bien conocido en aquella ciudad, tanto por los jefes de policía y jueces, a quienes tenía comprados, como por el resto de bandas mafiosas que operaban allí, y siempre procuraban no meterse en su territorio.

El perro callejero había conocido a Don Cornelio por un amigo común de ambos, un delincuente de poca monta del barrio, con quien se había emborrachado y junto a quien había cometido más de un robo. A través de ese contacto, Ricky recibió la orden del Don para realizar un par de trabajillos sucios para él, y como había demostrado su valía y además le había caído en gracia al Don al saber que tenía dos hermanos sumisos bajo su mando, el mafioso le había invitado a pasar unos días con él en su casita de la playa, para que ambos pudieran conocer a los esclavos del otro, y si todo iba bien, para que le hiciera algún encargo más importante que los anteriores, y que le reportara una mayor ganancia económica a Ricky. Por eso aquella reunión era tan importante para el moreno.

Ricky les dio los últimos mandatos a los dos jóvenes rubios:

“Tú responderás al nombre de Cerda Comepollas le dijo a Luis, quien tenía ese apodo grabado en la chapa de su collar de cuero negro “Y tú serás la Puta Insaciable le señaló al menor de los tres.

“Tenéis que mantener la mirada fija al suelo. ¡Y nada de hablar sin permiso!” el Macho Semental no estaba dispuesto a ser ridiculizado por ninguno de esos dos estúpidos “Ahora seguidme”

Ricky abrió la marcha, empezando a caminar en dirección a la entrada principal de la mansión. Luis y Saúl le seguían unos pasos por detrás, caminando de manera dificultosa con los zapatos de tacón de aguja rojos que llevaban. Ambos hermanos estaban completamente desnudos, su Dueño les había puesto en sus pitos erectos unos aparatos de cuero negro, como sus collares, que les impedía correrse. Además todavía llevaban puestos los plugs anales, sin vibración en ese momento. Iban maquillados como putas, con los labios carmesí, rímel en las pestañas y mucho colorete. Y para rematar, aquel cascabel plateado que Luis lucía en su pezón derecho y Saúl en el izquierdo, y que tintineaban a cada paso inseguro que daban.

El Semental llegó frente a la puerta, se detuvo y llamó al timbre. Los hermanos sumisos esperaban con la vista fija al suelo detrás de él. Al poco rato, la puerta se abrió, y una hermosísima muchacha de unos veinte años de edad les abrió la puerta. Era más alta que los hermanos, pero más bajita que Ricky. Tenía el pelo largo por debajo de los hombros, algo rizado, de tonalidad cobrizo dorada preciosa, y sus ojos eran color miel. Iba agradablemente maquillada. Su atuendo le encajaba como un guante en su delgado cuerpecito de ninfa. Vestía un coqueto traje de sirvienta compuesto por un vestido que le cubría apenas el trasero. Bajo la falda de vuelo color negra tenía varias capas de volantes blancos. Su cinturita de avispa quedaba bien marcada por el corpiño negro, con lazos cruzados blancos, que le llegaba por debajo del busto, y sus pequeños pechos estaban tapados por una camisa blanca tan fina que podía entreverse el tono más oscuro de sus aureolas.

“Buenas noches, Señor Ricky” le saludó la muchacha, inclinándose en una leve reverencia.

“Buenas noches, Don Romannetti me está esperando” le respondió él, igual de amable, y sin poder evitar sentir su polla endurecerse con la increíble belleza de esa muchacha. Al perro callejero tanto le eran los coños como los culos, aunque tenía preferencia por follarse a chicos, no le hacía ascos a un buen coño como ése, si se le daba la ocasión. Ricky deseó que la joven doncella participase en su reunión de esa noche. Si no ya encontraría la manera de follársela.

Curiosamente, la joven sirvienta no prestó demasiada atención a los dos jóvenes rubios que acompañaban al Semental, completamente desnudos y maquillados como putas. Como si estuviese más que acostumbrada a escenas como aquella en su vida  diaria.

“Síganme, por aquí por favor” les indicó la doncella, y empezó a caminar por un largo pasillo.

Ricky, escoltado por sus dos sumisos, seguía los pasos de la preciosa muchacha. Había llegado la hora de la verdad. Aquella iba a ser su primera entrevista seria con Don Cornelio, y todo tenía que salir bien. La criada giró por una esquina, los chicos que la seguían hicieron igual, y finalmente se detuvo ante una alta puerta que permanecía cerrada.

“Don Cornelio Romannetti les atenderá en el salón” anunció la joven con esa musical voz que tenía. Abrió la puerta y dejó que entraran primero ellos, luego pasó ella y cerró la puerta tras de sí.

El salón donde se encontraban era una opulenta muestra de vanidad. Todo era lujoso y caro, desde los sillones, pasando por las lámparas y los objetos de decoración. En un rincón había una chimenea, apagada, con apliques de pan de oro por todo el borde. A Ricky personalmente no le agradaba ese tipo de decoración, pero sí que le gustaba que su anfitrión tuviese suficiente dinero como para poderse permitir derrocharlo en cosas como aquellas.

“Buona notte, amico miole saludó el dueño de la casa.

Don Romannetti estaba sentado en uno de los confortables sillones beige de tres amplias plazas. Era un hombre de cerca de 50 años de edad. Tenía el pelo salpicado con algunas canas, castaño, un poco largo y engominado hacia atrás. A pesar de su edad, el Don no había perdido su encanto. Se notaba que de joven tendría que haber sido un muchacho hermoso, y todavía conservaba mucho de ese atractivo en su madurez. Sus ojos eran marrón oscuro. Llevaba puesta una bata de estar por casa de marca, color gris oscuro con los bordes granates.

A lado y lado del anfitrión, tumbados en el sofá, había dos muchachos que parecían ser más jóvenes que Saúl. Los niños tenían rasgos asiáticos, eran muy lindos, con el pelo y sus orbes completamente negros. Ambos pequeños estaban completamente desnudos y acariciaban las piernas y la entrepierna del Don, como exigiéndole que les dedicara sus atenciones como Amo. 

“Buenas noches, Don Cornelio. Veo que le gusta rodearse de cosas hermosas.” Comentó Ricky, mirando primero a los dos niños del sofá, y luego repasando con la vista a la hermosa criada que les había atendido al entrar.

Don Cornelio soltó una carcajada “Jajajajaja, si amico, adoro todo lo bello de esta vida”

El Don acarició la cabecita de sus dos jóvenes esclavos y le explicó a Ricky de dónde los había sacado:

“Hace unos años una pareja de comerciantes vietnamitas, inmigrantes ilegales, me pidió ciertos favores. Yo cumplí con mi parte del trato, pero ellos no me devolvieron el dinero a tiempo. Les di dos avisos. No hubo tercero. Ordené matarles, y adopté a sus dos hijos, Thian y Phuo, como míos. Les he estado entrenando desde el primer día que entraron a vivir conmigo para que sepan atenderme como deseo, casi diría que empezaron antes a mamar polla que a hablar ¡Jajaja!”

Ricky procuraba no mostrar rastro de emociones en su hermoso rostro, pero Saúl y Luis sí que pensaron que ése mafioso era un lunático pederasta que merecía que le colgaran de los huevos por los que les había hecho a esos niños. Ni si quiera tenían la voluntad de replicarle nada mientras su Dueño se vanagloriaba de haber asesinado a sus pobres padres… a saber qué les estaba pasando por esas bellas cabecitas en ese momento.

Entonces el mafioso hizo un gesto con la mano y la dulce criada se acercó en silencio a donde él estaba sentado. Don Romannetti puso su mano bajo la falda de la muchacha y le estrujó el culo con todas sus ganas.

“No te dejes engañar, esta chica tan hermosa no es una doncella…” el Don levantó entonces la parte delantera de la falda de la criada y asomó a la vista de los asombrados chicos un diminuto pito, más pequeño que el de Luis incluso. El perro callejero abrió mucho sus ojos y le preguntó sorprendido:

“Entonces… ¿¿Es un chico??”

Don Cornelio se estaba divirtiendo de lo lindo con todo aquello.

“Si, es il mio figlio… mi hijo mayor, Adrián. Pero le cambié el nombre, ahora se le conoce como Miele, porque es tan dolce como la miel”

 “¿En serio? ¿Su hijo Adrián? ¿Y cómo puede ser que tenga pechos? ¿Está operado?” la curiosidad de Ricky por ese andrógino medio muchacho medio muchacha iba en aumento.

El Don se levantó del sofá, puso sus manazas sobre las tetitas de Miele y rasgó la fina tela de la camisa blanca, dejando a la vista de su invitado dos pechos incipientes, como de adolescente, a medio desarrollar, pero suaves y firmes. Una delicia de tetas.

“No está operado, todo es natural. Acércate, puedes tocárselas si quieres.” le dijo Don Romannetti.

Ricky no se lo hizo repetir dos veces. Fue donde estaba Miele y empezó a sobarle las mamas con todo su descaro.

“No lo hemos operado. Adrián siempre fue la viva imagen de su madre, y su carácter ha sido invariablemente sumiso y complaciente desde que nació. Así que empecé a medicarle con estrógenos antes de que llegara a la pubertad. Nunca ha desarrollado sus músculos, ni le ha salido bello facial ni en otros lados. Tampoco se le ha cambiado el tono de voz. Es como si su cuerpo estuviera mutando al de una joven adolescente, pero con un pito colgándole de las piernas. Aunque eso en vez de crecerle le está menguando, igual que sus pelotas. Casi no puede ni soltar esperma.”

Algunos hombres rechazarían sin pensarlo a aquel engendro medio macho medio fémina, pero Ricky veía en él lo mismo que había visto su propio padre, el Don. Adrián tenía justo todas las ventajas de ambos sexos. Era como poder follar con dos esclavos a la vez, chico y chica, todo embutido, perfumado y hermosísimamente presentado en forma de criada. El Semental no podía dejar de masajear las tetas del hijo de su anfitrión, incluso pegó su boca al pezón para chuparlo, mientras bajaba una de sus manos para agarrarle sus firmes nalgas. Decididamente no se marcharía de allí sin haber catado ese culo y ese cuerpo únicos y de infarto.

“Veo que te ha gustado Miele, eso está bien amico mío, es todo tuyo. Te complacerá en cualquier orden que le des.” dijo entonces Don Romannetti “Dime, ¿Quiénes son estos dos jóvenes que te acompañan?” preguntó el mafioso, acercándose a Luis y Saúl.

Los hermanos bajaron inmediatamente la vista al suelo (no habían podido evitar mirar lo que su Dueño estaba haciendo con ese transexual) y permanecieron quietos y con los corazones latiéndoles fuerte en el pecho. Don Cornelio acercó su mano al collar del más joven y leyó la inscripción Puta Insaciable… jajaja qué ocurrente eres amico luego hizo lo mismo con el hermano mayorCerda Comepollas… ¡Benne Benne! Dos hermosas puttane con las que divertirme. ¡Bien hecho, amico Ricky!”

El perro callejero estaba hinchado de orgullo con el visto bueno del mafioso. Además de conseguir trabajo y un buen dinero de él, se follaría a su hijo Adrián, que era una hermosura de andrógino. Y tampoco es que le apenara demasiado tener que reventarle el culo a pollazos a sus dos pequeños sumisos asiáticos, si se daba la ocasión de hacerlo. En realidad, cuanto más estrecho era el culo que follaba más placer le daba, así que pensó sería toda una delicia probarlos, ni que fuese una ocasión. Pero primero terminaría con lo que tenía entre manos, el adorable y sensual cuerpo del dulce Miele.

Ricky separó sus lascivos labios del pezón de Miele y le explicó el origen de los hermanos a Don Cornelio:

“Hace 4 años repetí curso y me metieron en la misma clase que Luis, la Cerda Comepollas mientras el perro callejero hablaba, el Don empezó a sobarle el cuerpo al joven rubio del que estaba hablando. El hombre maduro pasaba sus dedos por la espalda, los pezones y el trasero del menor.

“El imbécil era el hazmerreír de toda la escuela, todos abusaban de él y le daban palizas. Yo había visto en una película un tipo que tenía a otro de esclavo y me dio curiosidad por saber qué sería aquello, así que le obligué a ser mi sumiso. Él aceptó encantado el trato, tragándose mi lapo delante de toda la clase.” comentó el Macho.

Don Romannetti sonreía “Ah, una frágil mariposa, igualito que il mio figlio Adrián.”

“Si, primero lo utilizaba solo para hacerme los deberes, llevarme la mochila y traerme la merienda, pero un día estropeó una cita que tenía con una chica y con el cabreo le obligué a chuparme la polla. Desde entonces lo sigo amaestrando como mi zorra.” añadió después el moreno de ojos esmeralda.

“¿Y la Puta Insaciable de dónde salió, amico Ricky?” preguntó entonces el mafioso, dejando de sobar a Luis y empezando a manosear el cuerpo desnudo de Saúl.

“Él es Saúl, el hermano menor de la Cerda” aclaró el perro callejero “Insistía que no era marica, pero un día espió a su hermano mientras me la chupaba y se corrió del gusto. Pronto le follé el culo y le convertí en mi nuevo esclavo.”

El Don no dejaba de sonreír, él también se sentía afortunado de poder tener carne fresca en el menú. Y más si se trataba de dos jóvenes hermosos y bien educados como aquellos dos sumisos que tenía ante él. Saúl procuraba calmarse. Por fortuna el anfitrión al que Ricky pretendía cederles sus servicios sexuales era un tipo agradable. Era mayor, sí, pero guapo. No era un viejo asqueroso como don Fermín, el director de la escuela, o como ese camionero que había intentado alquilarles en el área de servicio. Aunque odiaba la idea de tener en su boca o en su culo la polla de otro hombre que no fuese su amado Amo, ya que tenía que joderse y obedecer, por lo menos sería con un tipo medianamente soportable. Luis opinaba lo mismo que él. Ser follado por ser follado que fuese por ese mafioso Semental, mejor que con cualquier otro engendro.

“Ah, son hermanos. Eso me gusta.” Terció el hombre de pelo castaño.

Y como si hubiesen dado el pistoletazo de salida, sin mediar más palabras, tanto Ricky como Don Cornelio empezaron cada uno con lo suyo.

El mafioso se había vuelto a sentar en el sofá, con sus dulces querubines asiáticos a lado y lado.

“Tú, Cerda, haz honor a tu nombre y chúpamela un rato” fue la orden que le dio a Luis.

“Y tú, Puta Insaciable, enséñame bien tu culo, quiero ver qué llevas ahí puesto” le dijo a Saúl.

El menor de los hermanos se puso sobre Luis, que estaba entretenido mamándole la polla al hombre, de pie, con cada pierna a un lado de su cuerpo. Se situó de espaldas al mafioso, inclinó su cuerpo hacia delante y se abrió él mismo las nalgas, para mostrarle el plug que tenía insertado en el ano. Don Romannetti alargó la mano y empezó a meter y sacar el plug del culo de Saúl, dándole mucho placer.

Por otro lado, Ricky se había quedado a solas con la tierna Miele. Después de saciarse lamiéndole y mordisqueándole ambos pechos, se tumbó en el otro sofá y ordenó al chico andrógino que se subiera sobre él, mirando hacia abajo. Miele había empezado a chuparle la polla con suma satisfacción, al tiempo que el perro callejero le lamía las pelotas, el perineo y su firme pero femenino trasero. Ricky metía y sacaba su lengua del agujero posterior del hijo del mafioso, y había empezado a meterle un par de dedos cuando de repente la puerta se abrió y entró alguien en la estancia. Todos se quedaron parados mirándole.

“Buenas noches, padre. Veo que habéis empezado la fiesta sin mí”

El que había hablado era sin duda el hijo menor biológico de Don Cornelio. Tenía exactamente los mismos rasgos varoniles y hermosos de su padre, pero en versión adolescente. Incluso se diría que en sus ojos brillaba una luz de maldad que su padre no tenía. Ojos marrones, pelo castaño algo largo peinado hacia atrás. De la misma edad que Saúl. Vestía un lujoso traje y se le marcaba un buen paquete.

domingo

Ricky, el perro callejero #12

EL VIAJE. DIA 1 (parte 1) Empieza el viaje, pero no será como Luis y Saúl lo tenían pensado.


El resto de semana no se le vio el pelo a don Fermín por la escuela. Los chicos no sabían si es que se había cogido la baja por la tremenda paliza de Ricky, o si les tenía tanto miedo que no volvería jamás allí. Pero les daba absolutamente igual. Ellos tenían otras cosas de las que preocuparse, como por ejemplo el cercano viaje que harían los tres. Durante esa semana, el perro callejero usó mucho más de lo habitual la boca de Saúl para que le diese placer, como si deseara borrar cualquier rastro que hubiese quedado allí de la corrida de don Fermín, llenándole él una y otra vez la boca con su corrida de Macho. Como si estuviera marcándole la puta boca como de su propiedad. A Luis eso le entristeció un poco, porque se sentía algo ignorado y desplazado, pero Saúl disfrutó como nunca de los privilegios que le estaba dando su Semental, pues él mismo deseaba tragarse la espesa leche de su Dueño, y que su rico sabor y aroma borrasen de su memoria el asqueroso sabor de la corrida del viejo.

El viernes, el día del viaje, ambos hermanos se despertaron muy pronto con la salida del sol. Como siempre, su madre pasaría todo el día fuera trabajando. Ya le habían dicho que se marchaban de excursión con la escuela, y les dio permiso para hacerlo. Pero cuando llegase a casa y viese que le faltaban todas esas prendas de ropa y el maquillaje, seguro que le iba a dar algo. La bronca que les caería al volver iba a ser monumental, cosa que realmente le preocupaba mucho más a Luis que a Saúl.

Lo primero que hicieron los hermanos fue bajar a desayunar. Luis preparó todo mientras el menor esperaba en el comedor viendo la tele. Comieron juntos, y luego Saúl fue a meterse en la ducha. Quería estar perfectamente limpio para la ocasión. Mientras el menor se aseaba, Luis preparó algo de comida para llevar. No sabía lo largo que sería el viaje, pero pensó que no estaría de más llevar algo que comer, así que se puso un chándal, salió a la calle a comprar, y preparó unos bocadillos de carne de ternera que olían fantásticos. También cogería unas cervezas y una botella grande de agua, podía meterlas con hielo en la mini-nevera que tenían para ir a la playa en verano, y así tendrían también con que refrigerarse.

Saúl terminó de prepararse, se peinó y se vistió con la ropa que mejor le quedaba. Unos pantalones de camuflaje, cortos por las rodillas, que le marcaban el culo y el paquete, muy apretados, y en la parte de arriba una camisa sin mangas verde oscura, marcándole su fino cuerpo de niño chico. Luis subió entonces y ambos cogieron de la habitación de su madre los pares de prendas que ya tenían escogidas con anterioridad, los conjuntos de sujetador y tanga, las faldas cortas, los zapatos de tacón de aguja, y el maquillaje. Metieron en la maleta todas aquellas cosas, y entonces fue Luis a ducharse, mientras Saúl se quedaba jugando a la consola en su habitación.

Por mucho que los hermanos hubiesen madrugado por los nervios, Ricky no llegó hasta pasado el mediodía. Los jóvenes rubios no habían comido nada porque el desayuno había sido abundante, y cuanto más se acercaba la hora de irse, mayor era su nerviosismo. Además, Luis había preparado los bocadillos por si les entraba hambre por el camino. El mayor de los hermanos se había vestido con unos tejanos muy cortos, parecían más de chica que de chico, de esos que dejan los cachetes al aire por debajo del trasero, y llevaba una camisa lisa naranja encima. Si fuera por él no se vestiría de esa manera, pero Ricky le comentó una vez que le gustaban los chicos que vestían de manera provocativa, y ya que iban a estar solos los tres y alejados del barrio y de la escuela, podía soltarse un poco y vestir de esa manera tan vergonzosa solo para complacer a su Amo. Esperaba poder recuperar algo de su atención en aquel viaje, comportándose como el sumiso ejemplar.

Ricky aparcó el coche, que seguramente era robado, frente a la casa de sus putas. Saúl y Luis salieron con la maleta, la mini-nevera y la bolsa con los bocadillos en las manos. El perro lucía unos tejanos negros y camiseta del mismo color, con una calavera blanca en la espalda. Estaba guapísimo.

“Putas” dijo el perro callejero a modo de saludo.

“Buenos días mi Señor” le respondió el mayor, sintiendo la fiera mirada de su Amo recorriendo sus delgadas y firmes piernas desnudas, y luego su paquete. Se excitó al momento.

“Hola Ricky” añadió el más joven de los tres, que también tuvo un repaso visual exhaustivo por parte de su Dueño por lo guapo que se había puesto para la ocasión. Su pito empezó a cobrar vida propia.

“Dije que lo único que podíais llevar para el viaje era lo que os ordené meter en la maleta” les dijo Ricky, con cierto tono de sarcasmo en la voz “Dejad toda la ropa en el asiento del copiloto” fue su siguiente mandato.

Saúl y Luis se quedaron perplejos con aquella última orden. ¿En serio tenían que desnudarse ahí en medio de la calle? ¿Delante de su propia casa? ¡Podía pasar cualquier conocido y verles!

“Ya sabéis como va esto. Al que no me obedezca lo dejo en casa.” Ratificó el perro callejero, mientras sacaba algo de la guantera.

Luis fue el primero en reaccionar, y empezó a quitarse la ropa despacio, sin protestar. Pero Saúl tenía un carácter mucho más peleón, y dijo:

“¡Esto es una locura, Ricky!”

El Semental le ignoró completamente, como si oyera llover, así que Saúl empezó a desnudarse también, a regañadientes. Antes de seguir adelante, Ricky observó y se deleitó con esos dos delgados cuerpos que se exponían al ridículo público por su mero placer. Ambos hermanos eran flacos y bajitos, aunque Saúl era un pelín más alto que Luis. Los dos tenían el pelo corto y rubio, la piel blanca y los ojos azules. El rostro de Luis tenía la etérea belleza de un ángel. Saúl en cambio poseía la belleza salvaje de un demonio enfurecido.

“Las manos sobre el capó y abrid bien vuestros culos de guarras” les dijo Ricky.

Los pobres hermanos sumisos estaban muertos de vergüenza, el pequeño más que el mayor, pero no estaban dispuestos a perderse ese viaje con su Amo por nada, así que cuanto antes terminasen con eso mucho mejor. Una vez estuvieron puestos tal como el perro callejero les había pedido, éste procedió primero con Luis. Le escupió un gran lapo directo a su ano y le metió dentro un plug negro, que quedó completamente encajado.

“Que no se te caiga, cerda” le ordenó el mayor, con su sensual boca pegada al oído del chico.

Luis apretó bien las nalgas para que ese objeto triangular, de un tamaño medio, no se le saliera del trasero. Acto seguido Ricky repitió el mismo procedimiento con Saúl, le escupió en el agujero posterior, y le insertó, con bastante más brutalidad que a Luis, el plug negro bien profundo ahí dentro.

“La maleta y las bolsas viajarán delante conmigo. Vosotros dos, perros sarnosos, iréis en el asiento de atrás.” señaló el de pelo negro.

Así los dos hermanos, que habían estado preguntándose en silencio quien de ellos tendría el grato privilegio de ocupar el asiento delantero junto al Macho, terminaron suspirando, y apenados se sentaron juntos en el asiento de atrás, cosa no demasiado fácil por culpa de los consoladores que Ricky les había obligado a mantener dentro de su culo, no sabían si para todo el viaje o durante cuánto tiempo.

Tras haber obligado a sus esclavos a desnudarse y mantener sujeto el consolador en sus culos de cerdas, Ricky se sentó en el asiento del piloto, arrancó el coche y empezó a conducir tranquilamente, sin ninguna prisa, por las calles de la ciudad. Para los hermanos era muy bochornoso tener que viajar completamente desnudos, pero realmente los peatones no podían verles la parte baja de sus cuerpos, solo si pasaban muy cerca de ellos. También los conductores de otros coches podían saber lo que ocurría si echaban un vistazo dentro del auto.

Ricky se detuvo al llegar a un semáforo en rojo, y aprovechó para coger un pequeño mando negro que tenía en el bolsillo. Al darle al botón de ON los plugs anales empezaron a vibrar a una intensidad moderada dentro de los intestinos de los dos chicos rubios, que al no esperárselo dieron un respingo.

“Esto hará que tengáis un viaje más entretenido” les dijo su Semental “Pero nada de pajearos ni mucho menos de correros. ¡Como manchéis la tapicería con vuestro asqueroso semen os la haré limpiar con las putas lenguas! ¿Entendido?”

Tanto Luis como Saúl respondieron afirmativamente, mientras se contenían las ganas de tocarse, por el placer que les estaba dando ese consolador que tenían insertado en sus culos.

En ese momento, justo antes de que el semáforo cambiara a verde, paró al lado del coche un autobús. Saúl levantó su mirada para ver si el conductor les estaba mirando, y efectivamente el asqueroso tipo que conducía ese gran vehículo tenía la mirada fija en sus jóvenes cuerpos desnudos. El conductor se acercó la mano a su boca e hizo gestos obscenos, como si le estuviera mamando la polla. Sin pensarlo, el menor se cubrió sus intimidades con una mano, y levantó la otra en dirección al mirón, alzando el dedo en gesto de “Que te jodan, bastardo come-pollas”. El conductor del autobús todavía se reía de él mientras Ricky arrancaba e coche y se alejaba.

Al poco rato salieron de la ciudad y empezaron a recorrer una transitada autopista. El Semental no habló con ellos en ningún momento, pero de vez en cuando variaba la intensidad y el ritmo del vibrador anal de sus dos perras cachondas, para que no se acostumbraran del todo a tenerlo ahí metido.

Tres horas después Ricky detuvo el coche en una estación de servicio al margen de la carretera. Pasó del parking principal y fue a estacionar un poco más al fondo, donde estaban todos los camiones parados. En varias de las cabinas había tipos sudorosos y grasientos descansando de sus propios viajes, planeando rutas o aburridos y sin saber qué hacer.

Luis y Saúl pensaron que su Dueño querría entrar en la tienda a comprar algo, o que necesitaban gasolina, pero Ricky tenía otros planes en mente.

“Bajaos del coche ¡Y cuidado con dejar caer el consolador, guarras!” ordenó el Macho a sus dos sumisos.

Los hermanos le obedecieron sin replicar. Había sido mucho peor tener que mostrarse públicamente delante de su propia casa. Allí, tan lejos de su hogar, no habría nadie conocido. Aun así, las miradas de los camioneros fijas en ellos se les clavaban como puñales. Ricky no se bajó del auto, abrió la puerta del copiloto y se tumbó en los asientos delanteros, con los brazos cruzados y apoyando su cabeza en sus manos.

“Necesito descansar un rato. Vosotros arrodillaos en el suelo y chupadme la polla” les dijo.

Luis se moría de ganas de recibir cualquier orden por parte de su Dueño y Señor, fuese la que fuese, así que sin dudarlo se arrodilló en el suelo, puso el culo en pompa y con la cabeza metida por la puerta del copiloto, empezó a desabrocharle el pantalón a Ricky. Saúl miraba a su alrededor, viendo a esos camioneros asquerosos, y no podía sentirse cómodo para nada. No entendía como el imbécil de su hermano conseguía evadirse de todo y concentrarse solo en complacer a su Amo. Estando de pie veía la postura en la que había quedado su hermano mayor, al inclinarse para adelante se le abrían las nalgas y enseñaba su agujero de atrás, con el plug negro metido dentro, y sus huevos colgantes a todos los que estaban mirando. Él no quería hacerlo. No podía soportar pensar que alguno de esos gilipollas se masturbaría mientras ellos le mamaban la polla al Macho, como había pasado con el director de la escuela.

“¿Estás sorda o solo eres imbécil, cerda? ¡Te he dicho que vengas a comerme la puta polla!” le gritó Ricky desde dentro del auto, y su voz era imperativa y muy cabreada.

“Si, perdona, Ricky” susurró el menor.

Saúl se arrodilló y se puso al lado de Luis, con el rostro inundado de rubor por la vergüenza. Al más joven de los tres muchachos le había costado decidirse a cumplir con aquella última orden de su Amo, pero una vez lo hubo hecho y estuvo con la cabeza metida dentro del coche, su nivel de ansiedad disminuyó considerablemente. Casi podía olvidar que había tipos mirándole allí afuera.

El hermano mayor había sacado fuera de los pantalones el hermoso pollón de su Amo y lo estaba lamiendo con absoluta devoción. Saúl acercó su boca a la de Luis y empezó a lamer también aquel magnífico rabo, que se ponía más enorme casa segundo que pasaba. No podría jamás dejar de maravillarse de lo increíblemente grande, gruesa y hermosa que era la polla de Ricky. No podía existir ninguna otra polla en el mundo entero que le provocase tanta excitación con solo verla, como le ocurría con aquella. 

“Hacedlo más despacio, quiero disfrutar de vuestras bocas de zorra sin prisa” fue el siguiente mandato del Semental.

Luis y Saúl redujeron automáticamente el ritmo de sus lamidas. Los dos bellos hermanos pasaban su sinhueso, cálida y blandita, por toda la superficie de la entrepierna de su joven Amo. Lamían sin prisa, como él les había ordenado, cada centímetro de su tronco, su glande, la zona entre ambos, incluso sus cojones cargados de rica leche. Los menores lengüetearon tranquilos, accediendo incluso a la estrecha zona entre el culo y los testículos, el perineo, mimando con cuidado el pequeñísimo agujero de la punta por donde su amado Semental meaba o se corría. Fue una mamada a dos bocas suave, moderada y muy plácida para quien la estaba recibiendo, que permanecía con los ojos cerrados y tumbado, solo exhalando leves suspiros de gozo de vez en cuando.

Ricky debía haberse masturbado aquel día antes de partir, porque en contra de lo que era habitual en él, no se corrió en seguida de haber empezado con la chupada. Pasó más de una hora antes de que el Macho decidiera que ya había tenido bastante, y ordenase a los hermanos que abrieran las bocas y permaneciesen quietos. Él les cogía de los pelos, aguantándoles las cabezas pegadas a su entrepierna, para que no pudieran joderle el final de esa excelentísima mamada, que tanto le había calentado. El perro callejero empezó a bombear con todas sus ganas las dos boquitas de sus cerdas, unas cuantas fuertes y poderosas embestidas a uno, y luego otras cuantas al otro. Repitió esa operación unas pocas veces más, y al final terminó descargando su sabrosa lechada dentro de la boca de Luis, que tragó obedientemente todo aquel líquido espeso y ardiente que su Semental casi le había lanzado directo al estómago, de tan profundo que le había clavado su grandiosa polla dentro de la boca.

 Los hermanos se separaron del auto y se quedaron de pie. Ricky salió y les dijo:

“Ya no queda mucho para llegar, os pondré presentables para nuestro anfitrión.”

Los hermanos se miraron con rostros interrogantes ¿Esa no era una salida solo para ellos? ¿Ricky iba a compartirles con otras personas? A ninguno de los dos sumisos les hacía demasiada gracia saber eso. El Macho continuó hablándoles.

 “No me hagáis quedar mal. Quien nos espera es alguien muy importante e influyente. ”

Saúl fue el primero en quejarse. Aunque Luis no abrió la boca, pensaba exactamente igual que él.

“¿Es que habrá más gente? ¿Vas a cedernos a unos extraños? ¡No quiero que nadie más que tú me folle!” le gritó el menor, lleno de ira.

¡¡CHASSS!! Ricky le soltó al menor una tremenda bofetada que le cruzó la cara.

“¡Cállate de una vez puerca estúpida! ¡Tú harás lo que yo te ordene! ¡¡O te dejo aquí tirado así como vas y te buscas la vida para volver a casa!!”

Saúl sabía que Ricky no profería amenazas en vano, y que era bien capaz de hacer exactamente lo que acababa de decirle, sin sentir ninguna clase de remordimiento ni preocupación por su seguridad y vergüenza.

“Pero tú me salvaste de don Fermín… yo pensaba que…” empezó a decirle el rubio, con la voz entrecortada por la rabia y la emoción del momento.

Ricky no le dejó terminar la frase: “Le di una paliza de muerte a ese viejo pervertido por haber usado lo que es mío sin mi permiso ¿Queda claro? ¡Si quiero que os folle un equipo de rugby entero, vosotras, cerdas apestosas, agacháis la cabeza y me lo agradecéis!”

Saúl se quedó pálido. De verdad había creído que su amado Semental no iba a compartirle con nadie, pero estaba más que claro que sí iba a hacerlo, y ese mismo día. Y sólo tenía unos segundos para tomar su decisión. Ricky seguía esperando, con el ceño fruncido y muy enfadado.

“Si, Ricky, haremos lo que nos mandes.” Susurró, bajando su mirada al suelo “Gracias” añadió luego Saúl, en un susurro.

Entonces  el mayor, satisfecho con aquella respuesta de su sumiso, empezó a arreglar a los chicos de manera que estuvieran más hermosos. Ambos muchachos llevaban con sus pitos tiesos desde el inicio del viaje, no les había permitido correrse ni tocarse, y además le habían hecho una larga mamada, por lo que no se les había bajado la erección en ningún momento, y quería que siguieran así. Cogió un pequeño artefacto y se lo puso primero a Saúl. El aparato tenía un aro de metal frío, graduable, que ajustó justo debajo de su glande hinchado y palpitante. Era muy molesto. Del aro salían tres tiras de cuero negro, rodeando el tronco de la polla del rubio, y abajo, en la base, donde tenía el piercing dorado colgando, con las palabras “Puta de Ricky” grabadas, cerró con fuerza otra tira de cuero negro, ajustándola bien. Así Saúl no podría correrse, ni se le bajaría la erección. Luego hizo lo mismo con Luis. Mientras Saúl estaba aún molesto por lo que estaba por venir, su hermano mayor seguía más ilusionado por poder cumplir con cualquier orden que le diese Ricky que por tener que complacer a otras personas. Fue muy excitante para él que su Amo le tocase el pequeño pito con las manos, aunque solo fuese para ponerle el aparato.

Posteriormente el Macho sacó dos cascabeles de su otro bolsillo, colgaban de una corta cadena plateada y llevaban pinzas en el extremo. Puso un cascabel en el pezón derecho de Luis y el otro en el pezón izquierdo de Saúl, apretándole más el cierre a éste último, por haberle discutido su última orden. Para finalizar el chico de pelo color azabache y mirada felina se aseguró de que los plugs, que seguían vibrando dentro de los culos de sus putas siguiesen bien colocados, los apretó bien con la mano.

En ese momento oyó una voz a su espalda, era uno de los camioneros, que había sido testigo de todo el espectáculo, y venía a proponerle un trato al perro callejero.

“¡Eh, tú! ¿Cuánto me cobras por prestarme a uno de tus putos media horita?” le preguntó el del camión.

Saúl y Luis quedaron espantados con aquella pregunta. Sobretodo el más joven de los dos, que sabía que Ricky querría castigarle por haberle discutido. Pero él no quería hacer nada con ese tipo. Era feo y tripón y le daba muchísimo repugnancia pensar en mamarle el rabo o dejarle que le follara. El Dueño de los sumisos observó de arriba abajo al recién llegado, y luego se giró para quedarse mirando fijamente a Saúl, con una malvada sonrisa en los labios. Los segundos que tardó en responderle le parecieron horas al menor, angustiado por todo aquello.

“No están en venta, lo siento” le respondió al fin el perro callejero.

“Vaya, es una lástima” contestó el otro, y se marchó por donde había venido.

Ricky volvió a clavar sus verdes pupilas en los ojos azules de Saúl.

“Tú ya recibirás tu merecido cuando llegue el momento” le dijo con tono tranquilo, pero a la vez amenazante.

Tras aquella breve interrupción, el Semental continuó con su labor de poner presentables a sus zorras. Lo siguiente que les puso fue un collar de cuero negro a cada uno. Con unas chapas que ponían “Cerda Comepollas” en el de Luis y “Puta Insaciable” en el de Saúl. Los collares tenían un aro para ponerle la correa. Entonces sacó el maquillaje de la madre de los chicos de la maleta y maquilló a los rubios poniéndoles los labios de rojo putón, mucho rímel y una cantidad ingente de colorete. Todo muy exagerado, y resaltaba con el pálido tono de su piel. Como colofón final les hizo ponerse en los pies sendos zapatos rojos de tacón de aguja, de diferente modelo, pero parecido color.

La tarde estaba tocando a su fin, y empezando la víspera cuando el Macho de ojos esmeralda se dio por satisfecho con el aspecto de zorras lascivas de sus dos esclavos.

“Marchémonos ya. No quiero llegar tarde.” Ordenó el mayor.

Luis y Saúl se sentaron, como antes, en el asiento de atrás, y en cuanto arrancó el coche, Ricky le dio al botón de máxima potencia del vibrador anal que llevaban insertado en sus culos. Quedaba poco más de una hora de viaje, pronto el misterio de quién era su influyente anfitrión, y qué perversiones les esperaban al llegar a su destino, quedarían desvelados.

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