miércoles

El jardín de la delicias # 3

Los amigos de mi hijo siguen humillándome. Me veo obligada a comerle el culo al gordo seboso mientras los hermanos Miguel y Adrián me follan el culo al mismo tiempo. No consentido. BDSM.


Tras haber recibido la leche de Rubén en mi culo, la de Alejandro en mi boca, y haber limpiado las corridas de los hermanos Miguel y Adrián del piso, me tumbé a los pies de mi marido, de lado, en posición fetal sobre el suelo, y descansé, dejando que los cálidos rayos de aquel precioso sol de primavera calentaran y secaran mi cuerpo. Totalmente abatida. Reconfortada. Increíblemente feliz. Terriblemente avergonzada. Deseaba que me tragara la tierra. Y al mismo tiempo me entristecía pensar que aquella aventura extraconyugal hubiera llegado a su fin tan rápido. Abrí los ojos al escuchar la voz de Alejandro diciéndome:

”Natalia, ahora que estás seca mete las bolsas de la compra en la nevera, y sácanos unas cervezas bien fresquitas” miró a los muchachos ”Si tenéis suficiente edad para follar, la tenéis para beber” ellos asintieron complacidos.

No le pregunté si podía cubrir mi desnudez. Él no me dijo que lo hiciera. Cogí las bolsas, entré en la casa, solo con el tanga de hilos fucsia puesto, y salí vestida igual, poco después, para servirle a él y a nuestros invitados inesperados las heladas bebidas alcohólicas. La mayoría lucía rígidas erecciones. No imaginaba cual sería el siguiente paso de mi marido. Para mi desgracia, no tardé demasiado en averiguarlo.

”Nicolás. Tú eres el que estuvo grabando. Dime qué es lo que más te gustaría hacerle a la zorra de mi mujer.”

El niñato gordo seboso al parecer lo tenía muy claro, porque no tardó ni medio segundo en responder:

”Quiero sentarme en su cara. Y que me coma el culo mientras me follo sus tetazas… Señor” dijo un poco asustado, pero con gesto de baboso.

Nicolás, completamente sudado, miraba a mi marido Alejandro con algo de miedo, ya que no podía terminarse de creer lo que estaba sucediendo, y esperaba que él le diera una paliza por atreverse a decirle eso en voz alta. Pero eso no pasó. Todo lo contrario, el cabronazo de mi marido, sabiendo que ese crío me daba un asco impresionante, sonrió complacido.

”Muy bien Natalia, ya has escuchado al chaval. Túmbate ahí” me dijo, señalando la misma tumbona en la que Rubén abusó de mí, cuando yo creía que era mi marido.

Alejandro le dio el móvil a Rubén, quien acababa de sodomizarme, y le dijo que ahora le tocaba grabar a él.

”Quiero que al principio se le vea bien la cara a mi zorrita, así que por ahora no te sientes en su cara. Deja que sea ella la que te coma el culo, y luego ya podrás hacerlo ¿Entendido Nico?”

El gordo asintió. Sentía la polla a punto de estallarle solo de saber lo que estaba a punto de hacer. Yo quería suplicar a Alejandro que no me obligara a hacer eso. No quería comerle el apestoso culo a ese niñato con obesidad amigo de mi hijo. Pero sabía que no tenía más opción que obedecer… y una pequeñísima parte muy ínfima de mí lo estaba deseando, porque sí. Está claro que soy una zorra y una guarra de cuidado.

Como Nicolás estaba realmente gordo, y a mi marido Alejandro le daba miedo que su peso sumado al mío rompiera la tumbona, cambió de opinión, y en vez de colocarme a lo largo de una estirada, lo que hizo fue poner dos tumbonas juntas y yo apoyada en ellas en perpendicular, a lo ancho, justo en medio. Con mi cabeza y mi espalda puestas encima, y mi culo colgando fuera. Tenía las rodillas flexionadas y los pies apoyados sobre el suelo. Ahora serían dos tumbonas las que aguantarían nuestro peso. Mucho mejor.

Entonces el obeso Nicolás se situó encima mío, de rodillas, con una pierna apoyada a lado y lado de mi cuerpo. Su enorme y fofo culo de foca quedaba justo encima de mi cara. Sin poder contenerse más por probar a la zorra que todos habían catado ya, el crío comenzó a sobarme las tetas con brutalidad, metiendo su gordota polla entre ellas y follándomelas a su placer.

Pero yo no era capaz de moverme. Veía ese culazo enorme, celulítico, feo, y no podía lamerlo. Me daba demasiado asco. Miré a mi marido y susurré su nombre con tono de voz suplicante.

”Alejandro por favor, no me obligues a hacer esto.”

Él se inclinó a mi lado, y me dijo con voz muy segura:

”Sé perfectamente que esto te está encantando, Natalia. Deja de luchar con la puta que llevas dentro.”

A mí se me cayó una lágrima. Le respondí:

”No puedo hacerlo. De verdad que no puedo…”

Entonces el cabrón de mi marido me respondió:

”Si cuando terminen contigo no te has corrido, podrás dejarlo. Te lo prometo.”

¿Terminen? ¿Porqué hablaba en plural? Pero no me dio tiempo ni a preguntar ni a pensarlo más, porque de golpe Alejandro me agarró fortísimo del pelo y empujó mi cara hacia arriba, aplastando mi rostro contra el oscuro valle del culo de Nicolás.

”¡Lámele el culo, zorra de mierda! ¡No me hagas cabrear!” ordenó mi marido, empujando y restregando mi cabeza con saña contra el orto del crío gordo.

Y me di por vencida. Con lágrimas cayéndome por el rostro, alcé mis manos, aparté esas enormes nalgas y pasé mi húmeda lengua por el exterior del orificio, queriendo estar muerta. Rubén estaba a mi otro lado, grabándolo todo con el móvil. Y Nicolás comenzó a jadear complacido.

Mientras yo me ocupaba de chupar con deleite aquel ano asqueroso, Alejandro se dirigió a los hermanos Miguel y Adrián, que volvían a estar empalmados.

”Vosotros dos venid aquí” les ordenó con voz firme.

Los críos tenían pollas más bien pequeñas, uno solo de ellos follando a Natalia no le causaría demasiado impacto. Necesitaba algo más. Y la solución era obvia, al menos para él.

”Vais a meterle vuestras pollas juntas por el culo a Natalia, mientras ella le come el culo a Nico ¿Ha quedado claro?” les preguntó a los chiquillos con ese tono autoritario suyo.

”¡Si, señor!”respondió el mayor de ellos, Miguel. Y como siempre, el joven Adrián sencillamente siguió los pasos de su hermano.

Los críos se situaron entre mis piernas. Alejandro les dijo que cada uno de ellos sujetara una de mis piernas en el aire, para dejar mi culo bien abierto y alzado, y que pudieran follarme mejor. Tiró aceite bronceador sobre sus pollas. Entonces los hermanos pusieron juntos los glandes y empujaron. Mientras, yo había comenzado a meterle la lengua dentro del culo a Nicolás. Una vez superado el horror inicial, solo quería darle el mayor placer posible y que se corriera cuanto antes, por eso le follaba el culo con mi lengua a ese gordo con todas mis malditas ganas, hasta lo más hondo y con intensidad.

”Ahora, ¡empujad juntos! ¡Tenéis que metérsela por el culo al mismo tiempo!” les dijo, y luego dirigiéndose al cabecilla, añadió ”Rubén, ahora graba aquí, luego haz una toma general de todo su cuerpo y los chicos, y luego vuelves a su boca.”

Todos los amigos de mi hijo obedecieron las órdenes de mi marido sin rechistar. De pronto noté como esas dos pollas, que no eran demasiado grandes, pero juntas eran más gruesas que la polla de Rubén, o la de Alejandro incluso, intentaban meterse en mi culo dolorido. Aparté la boca del orto del gordo de Nicolás para quejarme.

”¡AAAAAhh…! Nnoooo… ¡¡Qué daño!!”

Pero Alejandro, en vez de compadecerse de mí, sacó su vena más sádica.

”¡Nicolás siéntate en su cara! ¡AHORA!”

Y en cuanto le dijo eso, Alejando puso sus dos brazos sobre mi estómago, apoyándose con todas sus fuerzas, cosa que provocó gracias al aceite lubricante que mi culo bajase de golpe, empalándome yo sola esas dos pollas de niñato dentro de mi culo ya dañado. El dolor fue tremendo, pero mis gritos fueron ahogados por ese enorme culazo que tapaba mi cara por completo.

”¡¡HHHHMMMMMMHHHHMMMM!!”

Pataleé, me quejé, grité, lloré, y nada. No se apartaron. Ni se movieron. Permanecieron como estaban, hasta que me calmé y dejé de luchar.

Pero al parecer que yo gritara y me moviera de aquella manera con mi cara pegada al culo del Nicolás, provocó que el gordo se corriera sin remedio sobre mis tetas, pues llevaba demasiado tiempo aguantándose.

”¡AaaaAAaahhh! Joder… perdón. No lo pude evitar” se disculpó.

”No te preocupes. Ahora siéntate al revés y que te chupe la polla” le dijo mi marido.

Comerle el rabo a ese gordo asqueroso no era la ilusión de mi vida, pero al menos ya no tendría que meterle la lengua dentro de su sucio culo fofo de foca.

Nico se movió de manera trabajosa con todos aquellos kilos de más que pesaban sobre su joven cuerpo adolescente, y se situó igual que antes, con cada rodilla apoyada a lado y lado de mi cuerpo sobre las tumbonas, pero ahora lo que me quedaba justo frente a mi boca era su polla gordita como él, mojada de semen. Yo no le hice ascos al rabo del pelirrojo obeso. Abrí los labios y me metí ese pedazo blando de carne, que para nada me supo rica, y comencé a mamársela con devoción. No por gusto. Sino por la alegría que me dio poder sacarle mi lengua del culo a ese cerdo amiguito de mi hijo.

”¡Vamos puta calientapollas, esmérate!” exclamó mi marido Alejandro, sin perder detalle de lo que sucedía. Quien tampoco se perdía detalle era Rubén, que lo seguía grabando todo con el móvil.

Para satisfacer a mi marido subí las manos, y masturbé la base de la gordota polla de Nicolás con una, mientras le sobaba los huevotes rechonchos con la otra, y al mismo tiempo succionaba y chupaba con todas mis ganas su asquerosa polla de gordito. A todo esto, los hermanos Miguel y Adrián seguían follándome el culo con sus dos pollitas metidas en él y meneándose como si no existiera el mañana. Ahora que no tenía un apestoso culo en mi cara podía disfrutar mucho más de la fantástica enculada que me estaban regalando esos niñatos, y por qué no, hasta llegó a ponerme como una moto cuando conseguí ponerle dura la polla a Nico el pelirrojo con mi mamada de campeonato. En breve tendría la corrida de los tres chicos sobre mi cuerpo de hembra ardiente.

Estuve chupándole el duro rabo a Nicolás por un buen rato. De pronto el gordo comenzó a jadear como una perra en celo y me dijo.

”Señora... Aaahhh... métame un dedo por el culo... AAaahhhh... ¡Ahoraaa!”

Sabiendo que mi marido se sentiría feliz si obedecía, accedí sin quejarme. Acerqué mi mano al enorme culo del adolescente pelirrojo al que estaba mamándole el cipote y metí los dedos entres sus enormes glúteos oscilantes. Me costó un poco encontrar su pequeño orificio posterior, pero cuando lo localicé, meterle mis dedos fue sencillísimo, puesto que ya estaba bien lubricado por mi comida de culo anterior.

”¡Aaaaaahhh! ¡Siii.... que gustoooo!” jadeó el gordo pecoso, sintiéndose en la gloria.

”Yo... ¡Estoy a punto de correrme...!”avisó Miguel.

”¡Aaaahhh... Aaaahhhh... Aaaaaaaaaah...!” su hermano menor Adrián gemía fuerte.

Todos estaban listos para correrse. Y yo también estaba al borde del orgasmo. Solo que mis jadeos quedaban ahogados por la gordota polla de Nicolás.

”¡HhhhhhhHhhhhhHhhhmmm!” salía de mi boca.

Decidí meter un segundo dedo dentro del culo gordo del pelirrojo. De golpe y porrazo, los hermanos de pelo castaño encastaron sus pollas juntas en lo más hondo de mi recto y comenzaron a soltar una cantidad extraordinaria de leche juvenil que provocó que mis entrañas ardieran. Al mismo tiempo, Nicolás, con mis dos dedos follando su culo, incrustó su rabo gordo muy profundo en mi garganta y eyaculó de manera abundante.

Tanta leche dentro de mí me causó el orgasmo más intenso que haya tenido hasta la fecha. Yo no sé si fue por la degradación, por las humillaciones sufridas, porque mi marido estaba viéndolo todo, y además el mejor amigo de mi hijo y líder de aquella pandilla, Rubén, lo estaba grabando todo en vídeo. Algo de todo eso, o la mezcla de todo hicieron que llegara al clímax de manera muy potente. Todo mi cuerpo se convulsionó, soltando una cantidad ingente de jugos por mi coño ávido de polla....

”¡¡AAAAAAAAaaaAAaAAAaaaAAAaAAHH!!” ahora que Nico había sacado su polla de mi boca, podía gemir bien alto.

Pero mi cuerpo, actuando por voluntad propia, además de proporcionarme un increíble orgasmo, hizo algo que yo no tenía en mente, pero que salió así, y cuando empezó no fue capaz de pararlo, pues sentía todo mi cuerpo completamente relajado y sin fuerzas. Sin más, comencé a soltar un chorro de claro pipí sobre Miguel y Adrián, que todavía tenían sus pollas bien metidas en mi orto dilatado, palpitante y dolorido.

”¡Se está meando!” exclamó el más pequeño de ellos.

”¡Que guarra, señora!” dijo el mayor.

Yo no era capaz de reaccionar, ni de hablar, solo dejaba salir aquel fino chorro de líquido translúcido sobre los chicos, que se apartaron rápido de mí.

Aquello le dio una mala idea a Alejandro, que se acercó a mi lado, cuando ya había terminado, y apuntándome con su polla dijo al resto de muchachos.

”La cerda se ha atrevido a mearse encima de vosotros ¡Ahora le toca a ella recibir nuestras meadas!” miró a Rubén ”Todos ¡Tú también semental! Pero no dejes de grabar ¡jajajaa!”

Cuando escuché aquello dirigí mi mirada hacia mi marido, como diciéndole en silencio “Serás cabrón...”, pero él pasó de mí como de comer mierda.

Nicolás se salió de encima de mí y fue a situarse junto al resto de muchachos. Allí estaban todos los participantes en esta curiosa orgía que habíamos tenido en el jardín de mi castita de veraneo. Estaban los amigos de mi hijo Rubén el líder de la pandilla, Miguel y Adrián los hermanos, Nico el gordo seboso, y además estaba Alejandro mi marido. Todos en círculo a mi alrededor y con sus pollas en la mano.

”Aaaaaaaaaaaaah...” fue mi marido soltándome encima su meada con un jadeo placentero que dio el pistoletazo de salida.

Acto seguido todos los chicos se unieron a él. Nicolás se meó en mi cara, los hermanos sobre mis tetas, y Rubén sobre mi coño. Yo permanecía quieta, callada, con los ojos y la boca bien cerrados para no tragarme nada. Era la humillación final. Ya no podía sentirme más cerda, más guarra y más puta.

¿O si...?

De nuevo fue mi marido quien me sorprendió con sus siguientes palabras.

”Natalia, ha quedado más que demostrado que eres una zorra caliente y comepollas” yo lo miraba entre extasiada y en otro mundo. Alejandro siguió hablándome ”Y ya que eres una puta, a partir de ahora los chicos podrán pagarte por tus servicios.”

Yo estaba quedándome pálida por momentos, pero mi marido siguió a lo suyo, martirizándome hasta extremos insospechados. Y todo por haberme pillado en la piscina teniendo un orgasmo con Rubén metiéndome los dedos en mi coño. ¿Cómo algo así podía haber derivado en algo como esto? ¿De verdad que ahora sería la puta de los amigos de mi hijo? Mi coño, más sincero que mi mente, palpitó complacido con la idea.

”Si quieren una mamada 5 euros. Meterla por tu culo serán 10. SI les apetece un doblete como hoy, por la boca o por el culo hay precio especial de amigos. Y tú no podrás quejarte. Por eres más zorra que las gallinas Natalia” aquella última afirmación, tan cierta, cayó como un jarro de agua helada sobre mí. Alejandro prosiguió con las instrucciones ”Y cada vez que hagas un servicio, lo grabarás y me mandarás el video o una foto, y el dinero, ya que ahora, al parecer, además de tu marido, soy tu chulo.”

Yo seguía en absoluto silencio, entre aterrorizada y más excitada que jamás en mi vida.

”¡Respóndeme pedazo de guarra insaciable! ¿¡Lo has entendido!?” me gritó.


”Ssi mi amor. Soy una puta y podrán pagarme por mis servicios” le respondí casi sin voz.

lunes

El jardín de la delicias #2

Mi marido me convierte en la puta de los amigos de mi hijo, como Amo dominante. No consentido. Dominación. BDSM.


Justo en el momento más humillante de todos, cuando estaba metida en la piscina de mi casa de veranero con los dedos de Rubén, el mejor amigo de mi hijo insertados en lo más hondo de mi coño de puta, justo entonces, apareció mi marido.

”Esta puta es de mi propiedad. ¿Quién cojones os habéis creído que sois para ponerle las manazas encima sin pedirme permiso?” dijo Alejandro, dejando las bolsas de la compra a un lado, y acercándose a la piscina con un gesto serio y de absoluta autoridad.

Yo no podía saberlo entonces, me lo contó más tarde, pero en ese momento mi marido Alejandro se sentía tremendamente excitado por lo que había visto. Cuando llegó con la compra, estábamos todos tan inmersos en lo que ocurría en la piscina que nadie escuchó el auto llegar. Al entrar al jardín, mi marido se quedó alucinado por la escena que se encontró allí. Pero ya que todos estaban empalmados y la zorra de su mujer cachonda como una perra, decidió aprovecharse de la situación en su propio beneficio, y para el de todos.

Todos los críos, incluido Rubén, el líder de la pandilla, se habían quedado paralizados por el miedo, con sus duras pollas provocando tensas tiendas de campaña en sus bañadores.

Entonces el líder recuperó más o menos la compostura, y se acercó a la escalerilla para salir del agua, mientras le decía a Alejandro.

”Señor, nosotros ya nos íbamos.”

Pero mi marido no se lo iba a poner nada fácil.

”¡¡Como intentéis escapar irrumpiré en vuestros cuartos a media noche y os follaré el culo tan duro que os convertiré en mis zorras maricas por el resto de vuestras miserables vidas!! ¿¡Entendido!?”

EL adolescente rubio se quedó completamente quieto y pálido, allá donde estaba dentro de la piscina conmigo, y el resto de sus amigos, fuera de ella, igual. A mí me latía tan fuerte el corazón dentro del pecho que la percusión del mismo me reverberaba en los malditos tímpanos. Estaba a punto de sufrir un paro cardíaco, pero de verdad. Creo que no me he sentido tan asustada jamás en mi vida, ni cuando creí que sería violada por esa panda de pervertidos amigos de mi hijo. Que Alejandro se enfadara conmigo, que quisiera el divorcio… solo podía pensar que le había defraudado como esposa, aunque hubiese sido de manera no consentida. Pero al final lo había terminado disfrutando, y eso fue lo único que vio Alejandro, a la puta de su esposa corriéndose con las manos del mejor amigo de su hijo manoseándola por todas partes.

”Alejandro…” susurré su nombre con miedo.

Pero mi marido me ignoró soberanamente. Se dirigió a Rubén, el líder de la pandilla.

”No te mees encima, semental. Empieza a masturbarte, necesito que tengas la polla bien dura para lo que vas a tener que hacer” le dijo al crío ”¡Esto va por todos! ¡Manos dentro de los bañadores!” exclamó, mirándolos a todos con intensidad.

Rubén se metió la mano dentro del bañador y empezó a pajearse, y el resto de amigos, situados fuera del agua y que hasta ahora solo habían sido meros observadores, le copiaron, obedeciendo la orden del adulto. Mi marido dirigía todos nuestros movimientos, como si fuese el director de una orquesta pervertida y viciosa.

”Nat, ven aquí” ordenó Alejandro, señalando justo en frente de él.

Fui a situarme donde me decía. Era una zona bastante profunda de la piscina en la que estaba metida con Rubén, y terminé caminando de puntillas, medio nadando, para poder llegar.

”¿Estás cachonda, mi vida?” me preguntó.

Yo no quería tener que aguantarle la mirada, pero peor era pensar que los amigos de mi hijo estaban alrededor masturbándose y mirándome fijamente. Así que clavé mis pupilas en las suyas y le dije, abrazándome a mí misma por el estómago y los pechos:

”Ssi…” en un susurro tan bajo que casi fue imperceptible.

Alejandro se regodeaba en su papel de Dueño y Amo dominante.

”No tenemos condones, y Natalia no toma ningún método anticonceptivo, así que no puedo dejar que te la folles por el coño. Lo entiendes, ¿verdad, semental?” le dijo a Rubén.

”¡Claro, señor!” respondió rápidamente el cachorro alfa de la pandilla de amigos de mi hijo.

Casi me muero cuando Alejandro me obligó a ponerme con el culo en pompa, ofreciéndoselo a mi amante casual, como una puta cualquiera. Ahora mis pies no tocaban el suelo de la piscina ni de lejos. Mi pelvis había quedado pegada a la pared interior, y tenía mis enormes pechos aplastados contra el embellecedor de tablas de madera que había en por todo el borde, para evitar patinazos.

”Mira que eres torpe, Nat. He dicho que se lo enseñes. Así no puede ver nada” insistió con mala hostia mi marido.

Por enésima vez aquel día, cumplí con su voluntad, abriéndome ambas nalgas con mis propias manos, para dejar a la vista de todos los presentes mi estrechito agujero posterior. Alejandro sabía que yo odiaba el sexo anal, y las contadas veces que le había permitido meterme su enorme polla por ahí atrás, lo había pasado francamente mal. Así que le dediqué una mirada cargada de odio. Pero no me moví de cómo estaba puesta. No sé por qué. Necesitaba sacar a la puta que había en mí. Darle más alegría a nuestro matrimonio, algo monótono últimamente. Cumplir con su voluntad. Satisfacerle en todo. Y quien sabe, si a partir de aquel día, si soportaba el castigo de dejarme sodomizar por Julián por ser una mala madre, una puta, una cachonda mental, luego me ganaría como recompensa unos polvos de alucine.

Mi vergüenza podía conmigo, así que dejé de mirar con odio a mi marido, relajé mis facciones y agaché la cabeza, apoyándola también sobre la madera. En absoluta señal de sumisión a Alejandro. No hacía falta que se lo dijera en voz alta. Él sabía que yo acataría todas sus órdenes, dentro del marco sexual de nuestro matrimonio.

”Así está mucho mejor, puta” me dijo mi marido.

Escucharle llamarme así me provocó una oleada de electrizante placer que me recorrió todo el cuerpo con violencia. Mi coño comenzó a palpitar reclamando polla de nuevo, y mi orificio posterior se relajó, a la espera de lo que se le venía encima.

”Semental, ¿tengo que explicarte lo que tienes que hacer?” increpó al muchacho.

”¡No, señor! ¡Ya voy!” respondió el líder de la pandilla.

Rubén estaba alucinando. No podía creerse que el propio marido de la hembra de sus sueños le obligara a follársela por el culo. Joder. Sentía una tremenda excitación con solo pensar en lo que estaba a punto de hacerme. Se le notaba en la cara de salido que ponía.

”Y tú gordo seboso ¡Grábalo todo bien! ¡Quiero tener el vídeo de recuerdo!” ordenó Alejandro.

Cuando Nicolás escuchó eso volvió a accionar la cámara del móvil, enfocando el objetivo hacia donde estaba yo, prácticamente desnuda, medio salida de la piscina, con las manos abriéndome las nalgas. El gordo pelirrojo cogió valor y se acercó, para hacer un primer plano de mi orto y de la polla de Rubén, que pronto estaría alojada en mi interior.

Rubén se mordió el labio inferior al ver mi estrecho orificio. Escupió sobre él y frotó su glande contra mi entrada con rudeza. El crío jamás le había metido la polla por el culo a ninguna chica, pero había visto cientos de videos y sabía cómo proceder. Mantuve mi actitud sumisa hacia mi marido, con la cabeza apoyada sobre el suelo y la mirada baja, puesta en los pies de Alejandro, que lo estaba viendo todo desde primera fila. Yo intentaba controlar mi respiración y mi cuerpo, relajando todos mis músculos lo máximo que era capaz, para tratar de no sentir tanto dolor cuando me violentara con su duro rabo de adolescente.

”Prepárese, señora” anunció el rubio.

A continuación, Rubén me agarró por las caderas y empujó de manera firme contra mi culo. Yo misma mantenía apartado el hilo de mi tanga brasileño fucsia, para que no le molestara.

”¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!” grité yo.

Solté un fortísimo alarido cuando aquel cilindro de carne dura, gruesa, larga y que tanto me recordaba a la de mi propio marido me taladró, empalándome con violencia. Aquella polla enorme y dura se había abierto paso por mis prietas carnes con seguridad y rudeza, ignorando completamente mi bienestar y solo preocupándose por el suyo.

”Alejandro… Por favor… ¡Detén esto!” le supliqué a mi marido, con la polla del mejor amigo de mi hijo metida en lo más hondo de mis entrañas.

”Natalia, mi amor. Fuiste tú la que tuviste un orgasmo con ese niñato metiéndote mano, y los otros mirándote. Ahora atente a las consecuencias de tus actos de puta” me respondió mi marido.

Aquellas duras palabras se me clavaron en el corazón como hirientes dagas afiladas. La cosa quedaba clara entre nosotros. O aceptaba el castigo que él quisiera imponerme de manera sumisa y obediente, o lo más seguro es que pidiera el divorcio en cuanto llegáramos a casa.

”Lo siento. Tienes razón. Perdóname” susurré, volviendo a quedar tumbada sobre el suelo, con el culo en pompa y las piernas metidas dentro de la piscina.

Entonces Alejandro se dirigió al niñato rubio que tenía su polla metida en mi culo.

”Semental, quiero que la folles tan duro que no pueda volver a sentarse en un mes.”

Rubén asintió. Me agarró las muñecas y usó esa sujeción para embestirme con fiereza, encastándome su durísimo cilindro de carne en lo más profundo de mis entrañas de zorra.

”¡AaaaAaaaaaAaaAaaaahhh!” yo gemía como una puta perra en celo.

Y mi sodomizador se iba animando con mis lastimeros quejidos mezclados con hondos jadeos de gozo, así que poco a poco aumentó el ritmo al que me penetraba, llegando a adquirir una velocidad endiablada. Su cuerpo de adolescente arremetía contra el mío con dureza y salvajismo, haciendo que con cada embestida no solo sintiera un punzante dolor en mi orto destrozado, sino que además me clavaba la pared de la piscina en mis piernas y mi bajo vientre. Aunque eso último era lo de menos.

Mi marido Alejandro debió ponerse cachondo con aquello, porque a los pocos minutos de haberse iniciado la brutal sodomización, se arrodilló ante mí y se sacó la polla de dentro de los pantalones.

”Mientras te destroza el culo vas a hacer lo que más te gusta en el mundo zorra, chupar una buena polla” me dijo para mi vergüenza. Y luego, señalando a los hermanos castaños, les ordenó ”¡Vosotros dos venid aquí ya mismo!”

Miguel y Adrián se pusieron cada uno a un lado de mi cuerpo. Rubén me soltó las muñecas, para que pudiera agarrar los pequeños miembros de aquellos dos muchachos y masturbarles.

”¡Nicolás!” llamó al obeso del móvil ”Ya sabes lo que quiero. Encárgate de hacer unas buenas tomas y cuando terminemos tendrás algo especial solo para ti.”

Aquello ya me gustaba menos. Nicolás me daba grima. Es que era francamente desagradable, con todos aquellos incontables kilos de más que volvían a su figura un tapón orondo y nada sexy. Además, se le notaba que era un maldito pervertido de cuidado, con lo joven que era. Pero no podía negarme a nada. No, si quería mantener vivo mi matrimonio. Y eso era lo único que realmente me importaba. Eso y que me sentía caliente como jamás en mi vida.

Entonces Alejandro me obligó a abrir la boca al máximo y situó su gordote glande en ella.

”¡Dale todo lo fuerte que puedas, semental!” le ordenó a Rubén, que le obedeció al acto.

El mejor amigo de mi hijo agarró con saña mis glúteos, arañándolos, y empezó a penetrarme con todas sus malditas fuerzas, y por culpa de aquellas potentes embestidas, dignas de un verdadero semental, mi cuerpo se veía inevitablemente empujado hacia delante, porque ni mis manos podía usar para frenarme, ya que las tenía puestas sobre las pollas de los hermanos Miguel y Adrián, que estaban alucinados con todo eso. Al no poder frenarme, con cada potente penetración, mi propia cabeza se iba hacia delante con rudeza, incrustándome yo sola el durísimo rabo de mi verdadero semental dentro de la maldita garganta, hasta las putas pelotas me lo estaba comiendo.

”¡¡HhhhHhhhHhhhmmMmmMmMMM!!”

Mis alaridos quedaron apagados por el grueso rabo de macho que ocupaba cada centímetro de mi boca y de mi garganta. Alejandro me agarró la cabeza por los lados y empezó a embestir contra mi cara, acompasando sus potentes empujones con los de mi sodomizador salvaje, así que ambos varones me follaban uno por el culo y otro por la boca, aprovechando el momento en que el otro empujaba contra mi cuerpo con todas sus fuerzas, para hacer el contrario exactamente lo mismo, y así conseguían insertarme sus duros mástiles de machos hasta lo más hondo que eran físicamente capaces, destrozándome por dentro. Y cuanto más dolor sentía, cuanta más vergüenza me embargaba, mayor era el charco de jugos que cubría mi coño ardiente y necesitado de una buena polla que se lo follase.

Aquella doble penetración tan brutal por mi culo y por mi boca duró lo que a mí me pareció una eternidad. Llegó un momento que mi mente se evadió, y ya no pensaba en nada más que en conseguir sacar y dar todo el placer posible de aquellas pollas que me rodeaban, las de mis manos, las que maltrataban mis orificios... Yo era puro sexo, un jodido animal lujurioso, y necesitaba recibir la corrida de todos aquellos machos para sentirme satisfecha. Hasta mi manera de jadear con el duro rabo de mi marido atravesándome el cuello cada vez que embestía contra mi cara habían cambiado. Ya no gritaba quejándome por ese trato, ahora gemía de puro placer como una auténtica puta. Porque eso era lo que era. La puta de la madre de Julián que estaba dejándose encular por su mejor amigo Rubén, le estaba pajeando sus pollas a sus amigos Miguel y Adrián, estaba mamándole el duro rabo a su esposo como una auténtica zorra de campeonato, y aun no sabía qué más guarradas me vería obligada a hacer con el gordo seboso que por ahora solo lo estaba grabando todo.

”¡Hhhhhmmmm..! ¡Hhhhhmmmm..! ¡Hhhhhmmmm..!” yo jadeaba de manera rítmica y muy morbosa, con la boca ocupada de rica polla de semental cachondo.

De pronto Rubén, el mejor amigo de mi hijo, y líder de esta pandilla de fines de semana, exclamó.

”¡AaaAaaAaahhh...! ¡Ya no puedo... aguantaaar... Hnmmm... mucho maaaas...! ”

”¡Solo un poco más Semental! ¡Contente hasta que yo empiece a correrme! ¡AaaAaaaAaaahh! ¡Me falta muy poco ya!” le respondió marido Alejandro.

”¡Sí, señor! ¡Aguantaré! ¡AaaAaaAaahhh..!”

Al momento, ambos varones comenzaron a follarme como si no existiera el mañana. Mi amado esposo me violentaba la boca, atravesándome la tráquea y llegando muy lejos en mi estrechita garganta cada vez que me empotraba con su durísima polla de semental. Y el amigo de mi hijo me destrozaba el orto a base de durísimos pollazos, empalándome tan fuerte que parecía que quería atravesarme el maldito estómago con su rabo duro como una piedra. Yo lloraba por el extremo dolor que me estaban haciendo sentir, que estaba extrañamente unido a un placer sin igual.

”¡¡HHHHHHHHHHHHHHHMMMM!!!” gemí fortísimo cuando empecé a correrme.

Mi cuerpo se convulsionaba de manera muy violenta. Como había dejado de masturbar a los hermanos Adrián y Miguel, cada uno puso sus manos sobre una de las mías, y me obligaron a seguir cascándoles las pollas mientras me corría. Alejandro, al notar mi convulsión, le dijo a Rubén.

”¡Ahora semental! ¡¡CORRETE!! ¡¡AAAaaaAAAaaAAAAAAHH!!”

”¡¡SIIIIIIIIIIIIIII SEÑOOOOOOR!! ¡¡AAAAaAAAAAAAAHHH!!” le respondió el crío.

A continuación sentí la boca llena de la lechada espesa de mi marido Alejandro, y el orto inundando con la ardiente corrida del mejor amigo de mi hijo. Seguí corriéndome mientras ellos me llenaban de su esencia masculina. Incluso los hermanos a los que masturbaba eyacularon un poco sobre mí y mucho sobre el suelo.

Cuando todos hubieron terminado de correrse, noté como la gruesa polla de Rubén comenzaba a desinflarse, retirándose poco a poco del interior de mi maltrecho ano. Me dolía horrores por la brutalidad de sus embestidas, pero al mismo tiempo acababa de tener un orgasmo tan poderoso que me había dejado sin respiración. Pero Alejandro no iba a dejarme descansar tranquila ni un momento. Con aquellos cuernos consentidos, deseados, pero no pedidos, me estaba encontrando con una de cal y otra de arena. Mi marido me sacó su rabo de semental de la boca y me dijo.

”Todavía no has terminado con tu trabajo, perra del demonio. Limpia el suelo. No quiero que quede manchado.”

Me impulsé para salir de la piscina. Mojada como estaba, y me quedé a cuatro patas sobre el suelo. Mi mirada se mantenía fija sobre el piso. Veía como mis generosos pechos se balanceaban, dejando caer goterones de agua desde mis abultados pezones hacia el suelo. Si. Era una perra. Sin lugar a dudas. Y una gran puta. Una comepollas ávida del semen de cualquier hombre o crío que me lo quisiera dar.

Me situé frente al mayor de los hermanos, Miguel, a sus pies. No alcé la mirada en ningún momento. Me aterrorizaba lo que podría descubrir en aquellos ojos extraños si me veía reflejada en ellos en ese vergonzoso momento. Vi la mancha de semen esparcida sobre el suelo. Sin dudarlo, me incliné y le pasé un lento lengüetazo por encima. Como antes en la piscina, los amigos de Julián no hablaban. Ni si quiera se movían, para no romper la sexual magia del momento. En pocos minutos conseguí tragarme aquel espeso y amargo líquido blanquecino.


Mientras proseguía con mi procesión hacia su hermano menor, Adrián, podía notar los ojos de todos los presentes mirando cada centímetro de mi cuerpo. Analizándolo. Viendo mis enormes tetas colgonas, y por detrás noté como comenzó a rezumarme la abundante corrida de Rubén de mi orto dolorido. El ano me palpitaba de manera intensa, y con cada convulsión, salía un chorro de semen que caía desde mi trasero mal cubierto por el hilo del tanga fucsia, por el interior de mis piernas. Era todo tan denigrante... Repetí la operación. Siempre con la mirada baja, saqué la lengua y limpié la corrida del más joven de los chicos presentes del suelo. Pensé que al menos no era tan amarga como la de su hermano mayor.

sábado

El jardín de la delicias #1

Los amigos de mi hijo abusan de mí en la piscina, aprovechando que mi marido salió a comprar comida. Lo que no esperan es que él aparezca de nuevo. No consentido.


Aquel era el primer fin de semana soleado tras los interminables meses de invierno, y por ese motivo mi marido Alejandro y yo decidimos, en cuanto nos levantamos de la cama, que era la ocasión ideal para subir a la casita con piscina que teníamos alquilada en una tranquila urbanización a tocar del bosque, a unas dos horas en coche de la capital, donde teníamos nuestra residencia habitual.

“Vamos chicos, daos un poco de brío o no llegaremos” dije, levantándome de la mesa de la cocina, donde estábamos tomando el desayuno.

“Ay mamá no seas pesada” respondió con su natural insolencia mi hijo Julián, quien todavía no había tocado su comida, y se dedicaba a enviar whatsapp a diestro y siniestro, imagino que a sus amigos de la urbanización, avisándoles que llegaríamos en unas horas.

Rápidamente intervino Alejandro, mi marido:

“¿Qué te he dicho de hablarle mal a tu madre?“ le recriminó, dándole una sonora colleja del todo bien merecida.

Julián se quejó por el toque, pero funcionó. Se terminó el desayuno de manera apresurada. Luego se puso en pie, y salió disparado hacia su habitación, a hacer la mochila. Comencé a recoger la taza sucia de mi hijo, pero me tuve que quedar quieta, pues de repente noté la gran mano de mi marido posándose sobre mi trasero.

“No se lo tengas en cuenta, Natalia, está en una edad difícil“ me dijo él, acariciándome una de mis nalgas con su gran mano, firme y robusta.

“Lo se mi amor, solo espero que no le dure demasiado esta fase, porque es de lo más difícil tratar con él “ acto seguido me incliné y le di un suave beso en los labios.

Adoraba a mi marido. Era un hombre bueno, y fogoso en la cama. Además, poseía un físico ideal para mí, era alto, musculado, por las horas que pasaba en el gimnasio. Tenía el pelo rubio ceniza cortado al estilo militar, muy corto, y los ojos color marrón.

Eran exactamente las diez de la mañana cuando al fin lo tuvimos todo preparado. Cada uno llevaba sus cosas al hombro, y salimos de casa para ir a buscar el coche, aparcado no muy lejos de allí. Cuando abrimos la puerta de salida a la calle, cual fue nuestra sorpresa al encontrarnos a Jessy, la que había sido la novia de mi hijo el último año y medio, sentada en un banco, con ojos hinchados y aspecto triste y abatido. Había sido una relación bastante turbulenta, con muchos gritos y lloreras, pero también con mucha pasión, así como son los amoríos entre adolescentes.

En el momento en que Julián vio a Jessy, salió corriendo hacia ella, se arrodilló en el suelo a su lado y la abrazó, diciéndole algo inteligible al oído. Ella le respondía con cariño, acariciándole la mejilla.

“Uff, nos hemos quedado sin piscina” refunfuñé por lo bajo. Conocía a mi hijo a la perfección, sabía lo apasionado que era, casi tanto como su padre, y si intentábamos separarlo de ella en el momento de la reconciliación, nos daría un fin de semana infernal, a base de malas palabras, patadas, portazos y demás. Y si nos esperábamos a que lo arreglaran nos iban a dar las uvas.

Alejandro debió leerme el pensamiento. Miró al reluciente sol que brillaba de manera majestuosa desde las alturas, y tras unos segundos pensándoselo, me respondió:

“Ni hablar. No dejaré que ese culebrón, que ni si quiera tiene que ver con nosotros, nos joda el fin de semana”

”Pues ya me dirás tú qué podemos hacer. Saber perfectamente cómo se pondrá de insoportable Julián si lo llevamos a rastras” le repliqué, desanimada.

”Pues no lo haremos” fue su enigmática respuesta, que fue seguida de una gran sonrisa, la misma que me ponía cuando estaba a punto de decirme algo que sabía que no me gustaría, pero que tendría que aguantarme...

”¿Cuál es tu genial idea?” dije, intentando tirar del hilo.

”Julián, en poco tiempo será mayor de edad...” mi rostro empezó a cambiar al de “No estarás pensando lo que creo que estás pensando”, y sí, mis temores quedaron corroborados cuando Alejandro continuó hablando ”Sé que no te hace gracia, pero éste es un momento tan bueno como cualquier otro para probar su madurez, y saber si podemos confiar en él.”

”¿¡Estás diciendo que lo dejemos solo en casa dos días!?” de alguna forma conseguí soltar un bramido lo suficientemente tenue para que solo me escuchara él ”Va a subirse a Jessy. Van a... ¡Ya sabes lo que van a hacer! ¿Cómo pretendes que lo consienta?”

Mi marido, sin perder esa encantadora sonrisa por la que me derretía, me respondió:

”Jajaja ¿Quién habla ahora Natalia, tú o tu madre?” se reclinó hacia mí y me susurró al oído ”Si quieren follar lo van a hacer igual, les dejemos o no la casa. Digo yo que será mejor que estén aquí que tirados por cualquier otro lado...”

En ocasiones mi marido sabía cómo meter el dedo en la llaga. Si hay algo que no soporte es que me diga que me parezco a mi madre, y menos en asuntos de la crianza de los hijos. Además, Alejandro tenía razón, si Julián y Jessy querían echar un polvo, lo harían igual en cualquier otro lugar. Y yo, con unos magníficos 38 años tan bien llevados, tenía que demostrar que podía ser una madre mucho más abierta y cercana de lo que fue la mía, por mucho que me costara hacerlo.

”Está bien” susurré a regañadientes.

Alejandro se acercó a la pareja, que seguía en melodrama particular, y les dio la buena noticia. Yo le seguía a poca distancia, dejando que fuese él quien se llevara la gloria por ser el progenitor permisivo y de más buen rollo. La verdad es que el papel se ajustaba a la perfección a su carácter abierto y sociable.

”Julián, nosotros nos vamos” dijo mi marido a nuestro hijo, quien estuvo a punto de abrir la boca para discutirle, por suerte Alejandro no se lo permitió ”Te quedas al cargo de la casa. No la cagues.”

En cuanto Julián comprendió lo que le estaba diciendo su padre, puso los ojos como platos y se quedó mudo. Con la boca abierta. Cuando consiguió reaccionar, saltó sobre Alejandro, abrazándolo con fuerza.

”¡Gracias papá! ¡No voy a cagarla! ¡¡Prometido!!” le dijo, muy alegre. Luego se giró hacia mí y me dio otro abrazo, seguido de un cariñoso beso en la mejilla ”Siento lo de antes.”

¿Qué iba a hacer yo ante semejante muestra de afecto? Pues sonreír como una tonta y devolverle el beso con todo mi amor.

Alejandro y yo llegamos a la urbanización cuando ya eran pasadas las doce del mediodía. La casita que teníamos no era de las más grandes de por allí, pero sí que era coqueta y acogedora.

En la planta inferior, la que estaba a ras de suelo, estaba el comedor, y tenía una chimenea que a veces usábamos cuando hacía peor tiempo. Al otro lado estaban el lavabo de cortesía de los invitados y la cocina y el lavadero. A lo largo de toda la pared que daba al exterior, donde estaba la piscina, teníamos puestos unos enormes ventanales con puertas correderas de aluminio, tan blancos como la fachada. En el piso de arriba era donde estaban nuestra habitación de matrimonio, el despacho de Alejandro, el cuarto de nuestro hijo, y dos lavabos más. No podía quejarme, la vida nos sonreía.

Cuando aparcó tras la verja, Alejandro no se bajó del coche.

”Ya voy yo a comprar la comida. Tú vete a la piscina y descansa, Nat” fueron sus amables palabras.

Normalmente, por su interminable horario de trabajo, suelo ser yo la que se encarga de todas las fatigosas tareas del hogar, desde poner la lavadora, a hacer la comida, la compra, barrer, y un largo etcétera. Así que cuando subimos a la urbanización, Alejandro intenta compensarme tratándome como una reina, cosa que le dejo hacer encantada.

”Vale mi amor. Nos vemos en un rato” respondí, cogiendo las maletas de los dos del asiento trasero del coche.

El sonido del motor se iba perdiendo en la lejanía mientras subía al piso de arriba. Guardé la poca ropa que habíamos traído con nosotros en el armario. Cuando el ronroneo se disipó del todo, me tomé un minuto para disfrutar la paz que se respiraba en aquel lugar.

La casa estaba completamente rodeada por la montaña, solo teníamos vecinos a lado y lado, pero los alargados y frondosos jardines hacían de separación natural entre nuestras casas, otorgándonos intimidad y mucha calma.

Fui hacia la ventana y la abrí de par en par. Respiré hondo. Aquello era una maravilla. Conseguiría recargar las pilas, y volver con fuerzas renovadas a la ciudad el domingo por la noche.

Tal y como Alejandro me había pedido que hiciera, me desvestí completamente, quedándome desnuda. Alcé la mirada y observé el reflejo en el espejo de la puerta del armario. Mi piel estaba pálida, pues aquella era la primera vez que iba a tomar el sol en varios meses. Aun así, a mí me gustaba. Al ser tan pálida, el moreno natural de las ondas de mi larga melena, todavía lucía más cuando lo llevaba suelto sobre todo. Ojos verde oscuro. Labios carnosos.

Bajando la mirada, llegué hasta mis pechos, grandes, hinchados, levemente caídos, por haber dado de mamar a Julián y por el efecto de la gravedad con paso de los años. Aun así me sentía secretamente orgullosa de ellos. Con el escote y el sujetador adecuados, todavía podía provocar miradas lujuriosas de los hombres a mi paso. Aunque no suelo vestir para destacar. Un poco más abajo llegué hasta mi entrepierna, perfectamente depilada al cero.

Ni muy gorda, ni demasiado delgada. En general, mi anatomía tiraba más hacia la generosidad, con unas caderas algo pronunciadas, que hacían que mi cintura resultara agradable de ver, y un trasero suave y delicado. A mi marido le encanta mi cuerpo. Se pasaría el día entero mirándome desnuda si pudiera. A mí no tanto. Soy tímida y me da vergüenza pasearme desnuda por la casa, por si alguien pudiese llegar a verme.

Saqué mis trajes de baño de la bolsa. Había traído dos. Normalmente, para utilizar delante de mi hijo y sus amigos, suelo llevar un bañador con pernera tipo pantalón corto, negro, y que cubre la máxima cantidad de carne posible, dentro de sus posibilidades. Es con lo que más cómoda me siento.

Pero aquel fin de semana solo estaríamos Alejandro y yo, así que había cogido otra prenda, un bikini brasileño que nada tenía que ver con mi triste y casto bañador negro. Todo lo contrario. Para empezar era de color fucsia brillante. Nada discreto. La parte de arriba consistía en dos triángulos tan pequeños que me tapaban los pezones a duras penas. Los triángulos iban sujetos con cuatro cordeles, todo del mismo color. Dos de los cordeles me los até a la espalda y los otros dos en la nuca. Realmente no servía para sujetar ni alzar mis grandes pechos. Ni tampoco servía para nadar. Solo para lucirlo.

La parte inferior del bikini era un diminuto rectángulo, ancho y largo como mi dedo gordo. Así que solo quedaba cubierto mi clítoris. Algo asustada, descubrí que mis labios gruesos exteriores quedaban muy a la vista. Me sonrojé y excité al verlo. Pero que puta podía llegar a ser... Me mojé solo con pensar las guarrerías que me haría mi marido cuando llegara a casa y me viera vestida de aquella espectacular manera. Pasé una tira finísima por debajo de mi coño, luego entre mis generosas nalgas, y al final con los dos hilos restantes hice dos lazadas, a cada costado de mis caderas.

Cuando terminé me miré al espejo de nuevo. Joder qué cambio. Mi cuerpo no era el de una quinceañera, pero rezumaba voluptuosidad por cada poro de mi anatomía al descubierto. Cogí el aceite solar en spray, un pareo translúcido de un rosa un poco menos chillón, me puse las chanclas del mismo color, y mis gafas de sol oscuras. Luego bajé al piso de abajo. Al pasar por el comedor miré la hora en el reloj, era casi la una del mediodía. Esperaba que Alejandro no se retrasara demasiado en volver con la comida. Aunque algo me decía que de comer sería de lo último que se iba a preocupar cuando me viese vestida de aquella depravada manera.

Salí al jardín, dejé el pareo estirado sobre la que solía ser mi tumbona, y me senté encima, de lado. Eché un chorro de spray de aceite bronceador sobre mi brazo izquierdo y lo fui esparciendo con la mano. Allá donde me ponía el oscuro aceite la piel adquiría un reluciente tono tostado y reluciente. Luego hice lo mismo por mi otro brazo.

De pronto escuché que alguien tras de mí se ponía aceite del bote de spray en las manos y comenzaba a repartirlo por toda mi espalda.

”Alejandro, cariño, que pronto has vuelto” le dije sonriendo.

Pero no obtuve respuesta por su parte. Claro, estaba tan ocupado fijándose en cada detalle de mi cuerpo casi desnudo, que su cabeza no llegaba a procesar mi voz. Estaba segura de ello. Cerré los ojos y disfruté de las atenciones que me daba.

Acto seguido, mi marido se puso más aceite en las manos, y esta vez las pasó sus manos desde atrás donde estaba puesto a mi espalda, por debajo de mis grandes pechos, apretando con ganas sus dedos contra mi mullida piel.

”Hmmm... Veo que te ha encantado mi nuevo bikini” le dije de manera coqueta y juguetona.


A modo de respuesta, mi marido gruñó y comenzó a mordisquearme el cuello por un lado. Alzó sus manos, situándolas justo encima de mis pezones, y como no, comenzó a juguetear con ellos. Pasó dos dedos de cada mano por debajo de los diminutos triángulos fucsia y pellizcó mis botoncitos hasta que los sintió húmedos de aceite y duros entre sus índice y pulgar.

De pronto, Alejandro apretó con más fuerza contra mi pecho, atrayéndome hacia él, lo que provocó que su dura polla quedara pegada a mi espalda.

”Déjame que te ayude con esto, mi vida” dije, intentando girarme para mirarle a los ojos.

Pero mi marido parecía tener otros planes en mente. Me impidió girarme, dejándome sentada de nuevo en la tumbona. Seguro que se estaba excitando muchísimo y quería alargar los juegos previos un poco más, cosa que me parecía fantástica.

”Está bien, tu ganas” dije, quedándome donde estaba.

Pasé mi mano derecha hacia mi espalda, sin girarme, y se la metí por dentro de su bañador. Mis dedos rodearon el tronco de su durísimo rabo.

”Me resultará más fácil si lo lubricas un poco” murmuré con voz sedosa, mientras comenzaba a masturbarle muy despacio.

Alejandro echó algo de aceite directamente sobre su polla, y en seguida noté como mi mano podía frotarle el hinchado y venoso miembro con mucha más facilidad. Comenzó de nuevo a morderme el cuello, y a sobarme las tetas con algo más de salvajismo de lo habitual en él. Nuestros jadeos se intensificaron a medida que crecía nuestra excitación. A los pocos minutos mi marido comenzó a bajar muy despacio una de sus manos por mi estómago, hacia mi coño. Tuve que abrir mis piernas, no pude contenerme. Mi vagina rezumando jugos y ardiéndome. Sentía palpitaciones en el clítoris. Necesitaba que me follara bien duro, y necesitaba que lo hiciese ya mismo.

”Fóllame mi amor” le supliqué con un ronroneo de gatita en celo.

Respondió mordiéndome una oreja. Todavía no. Pues mejor para mí, más juegos preliminares.

Alejandro comenzó a restregar su mano abierta contra mi coño ardiente. En seguida comencé a soltar una gran cantidad de líquido translúcido por mi raja de puta insaciable. Como no había apartado el rectángulo del bikini que cubría mi clítoris, tiraba de la tela al presionar, haciendo que el hilo que yo tenía entre mis nalgas se me clavara todavía más, presionándome el ano y el perineo.

En ese momento, cuando nuestras pasiones iban in crescendo, Alejandro me agarró del pelo de la parte trasera de mi cabeza, haciendo que mis gafas de sol se me cayeran, y causándome algo dolor. Pero no me quejé. Solo arrugué el entrecejo, cerré los ojos y apreté los dientes. Acto seguido me encontré con los sabrosos labios de mi marido exigiéndome que le diese un profundo beso de tornillo, cosa que hice sin quejarme, y sin abrir los ojos. Me estaba encantando aquella experiencia, que por algún motivo desconocido para mí me resultaba muy diferente a lo que era habitual en nuestras sesiones de sexo.

Mi marido era un hombre apasionado y fantástico en la cama, y aunque a veces habíamos hablado de hacer un trio por ejemplo, eran vanas palabras que nunca habían llegado a ningún puerto. La forma en la que me estaba tocando, con tanto anhelo, como si fuese la primera vez que lo hiciera conmigo, con cierta urgencia, con más ímpetu de lo habitual me sorprendió un poco, pero no lo suficiente como para darme cuenta de lo que estaba pasando, y así haberme librado de lo que iba a sucederme a continuación.

De repente, una voz desconocida, de un crío, me despertó de mi sueño tan maravillosamente pervertido, haciendo que me golpeara de morros con la dura realidad:

”Joder que puta es, señora...”

Unas duras y acusadoras palabras. Separé mi boca de la de Alejandro, y al abrir los ojos me di cuenta que aquel al que había estado masturbando, a quien dejé tocarme a sus anchas mis pechos y mi vagina inflamada, no era mi marido, sino Rubén, el mejor amigo de mi hijo aquí en la urbanización. Un mocoso macarra de pelo rubio platinado natural y mirada celeste cargada de maldad, del que no me fiaba ni un pelo. ¡Y detrás de él estaban el resto de sus amigos! Mirándome fijamente, con las bocas abiertas y sus paquetes abultadísimos.

”¡Aaaaahh! ¡¡Fuera de aquí mocosos!! ” les grité, entre humillada y cabreada.

Mierda. Quería morirme. De normal, cuando mi hijo Julián invitaba a sus amigos a la piscina ya solían ponerme nerviosa, con sus miradas furtivas y ese carácter rebelde, sobretodo el de Rubén, quien era el líder de aquella pandilla de fines de semana, y el más alto de todos ellos. Como si un rayo me atravesara de arriba abajo, sentí el cuerpo como si fuera de gelatina, tembloroso.

Rubén no me soltaba el brazo. Seguían mirándome. Yo era completamente consciente de las pintas que llevaba. Si, de una auténtica guarra. No era así como debería vestir la respetable madre de un amigo. Y no solo eso ¡¡Es que me habían visto excitarme con las marranadas que me había hecho aquel niñato impertinente!! Tenía que salir corriendo y esconderme en la casa.

”¡Suéltame idiota!” rugí en un acceso de ira. Pero por mucho que me debatía por soltarme, no había manera.

”Lo llevas claro” me respondió Rubén.

Por fortuna, como ambos estábamos resbaladizos por el aceite solar, aunque él era más fuerte que yo, conseguí escurrirme y salí corriendo. Bueno, lo intenté. Porque en cuanto di el primer paso para alejarme de aquel infierno, noté como Rubén me agarraba con toda su mala hostia de la parte de atrás del bikini, y por mi brazo, levantándome en el aire y echándome hacia atrás. Intenté empujarle. Él me empujaba a mí. Finalmente terminamos cayendo los dos de lado a la piscina, sin dejar yo de intentar huir y él de atraparme.

Tuve que aguantar la respiración. Cuando salí al exterior y di una bocanada de aire, vi que Rubén estaba justo en frente de mí, y me enseñaba con descaro la parte superior de mi diminuto bikini fucsia, que sujetaba en su mano derecha.

”¡Devuélvemelo ahora mismo!” le increpé, al tiempo que me tapaba las tetas cruzando ambos brazos sobre mi voluptuoso pecho desnudo. Mi piel y mi pelo mojados goteaban.

Pero Rubén se estaba divirtiendo de lo lindo con todo aquello, y no iba a ceder tan fácilmente.

”Ve tú misma a por él” respondió, y justo cuando terminó de pronunciar la última palabra, vi como lanzaba mi bikini por los aires en dirección a uno de los chavales que permanecían fuera de la piscina.

Dirigí mi iracunda mirada hacia el crío en cuestión, llamado Miguel, y que era de la misma edad que mi hijo. Tenía el pelo castaño y los ojos oscuros.

”Lo digo muy en serio. ¡Se lo diré a vuestras madres!” fue lo primero que se me ocurrió soltarles.

Miguel le lanzó el diminuto sujetador rosa a su hermano Adrián, que era un par de años menor que él, y físicamente calcado a su hermano mayor, aunque en dimensiones reducidas.

”Adri, no estoy bromeando. ¡Os va a caer el castigo del siglo!” le grité.

El muchacho, que era el más joven y cortado de los cuatro, se puso rojo y rápidamente lanzó la prenda rosa al siguiente de sus amigos, y el último involucrado en este turbio asunto. Su nombre era Nicolás, y por lo visto era un jodido pervertido en potencia, porque cuando agarró al vuelo el bikini, lo acercó a su boca y lo lamió con evidente lascivia. Nicolás era un pelirrojo greñudo, pecoso y con sobrepeso… No. Más que eso. Estaba rozando la obesidad mórbida infantil. Yo me estaba quedando alucinada con todo eso. ¡¿Cómo demonios iba a pararlos?!

”Si eres lista no vas a decirle nada a nadie” fue Rubén quien me dijo aquellas palabras.

Nicolás, el obeso pelirrojo, había dejado de lamer el bikini. Buscó algo en el teléfono móvil que sostenía en su mano y me lo enseñó. De lejos no podía ver bien la imagen, pero recordaba las palabras que yo misma había pronunciado mientras dejaba, totalmente engañada, que Rubén me metiera mano por todas partes. También estaba la parte en que le masturbaba. ¡Menuda putada joder!

El adolescente lanzó la prenda de nuevo a Rubén. Yo le dediqué una mirada de odio tremenda.

”Basta ya...” susurré, casi con ganas de echarme a llorar.

Si, les doblaba la edad, pero en mi interior en ese momento me sentía como una niña desvalida, que estaba a punto de ser abusada por un grupo de cuatro macarras, tres de los cuales no llegaban ni a la mayoría de edad.

”No Natalia” la respuesta de Rubén fue rotunda ”Tú harás lo que te ordenemos sin quejarte, y cuando estemos satisfechos te dejaremos ir.”

”¡Mi marido volverá en seguida!” respondí, intentando hacerles entrar en razón.

”¡Jajaja! ¡De eso nada!” Rubén se descojonó vivo de mí ”Hemos visto a Alejando ir con el coche en dirección a la urbanización de al lado. Eso nos da una hora libre contigo, por lo menos.”

¿Por qué no me muero ya y se me traga la tierra? ¡¿Pero cómo podía tener tan mala suerte jodeeeer?! Cuando me di cuenta que estaba a su absoluta merced, comencé a llorar en silencio. Pero aquello no ablandó los corazones de aquellos pequeños sádicos.

”Aparta tus manos y déjanos ver las tetas” me ordenó Rubén.

”¡Eso que las enseñe!” se sumó Nicolás el obeso, quien volvía a grabarme con su móvil.

Los hermanos Miguel y Adrián no hablaron, pero no apartaban sus ojos abiertos como platos de mí.

Derrotada, decidí terminar con esta agonía lo antes posible. Les seguiría el juego, alargándolo todo lo que pudiera sin dejar que me tocaran ni nada parecido. Y cuándo mi marido regresara, le explicaría todo, y seguro que juntos encontrábamos la manera de solucionarlo.

En absoluto silencio, dejé de mirar a los chicos y clavé mis pupilas sobre el agua, agachando la cabeza. Apartar mis brazos de encima de mis tetas fue el acto de voluntad más grande que había hecho hasta la fecha.

”¡Señora tiene tetas de vaca lechera!” exclamó el cámara.

”¡Son tan grandes como melones!” dijo Miguel.

”Son... enormes...” susurró el jovencísimo Adrián.

Me habría dado un paro cardíaco ahí mismo por la absoluta vergüenza que estaba sintiendo, pero una nueva orden llegó a mis oídos.

”Tócatelas” el líder había hablado.

”¡No!” repliqué, con los últimos trazos de dignidad que me quedaban.

”¿Prefieres que lo hagamos notros?” anunció Rubén. Y no le hizo falta usar un tono demasiado amenazante, la advertencia era bien clara. O lo hacía yo por las buenas, o lo harían ellos por las malas.

”¡Está bien!” exclamé.

Tuve que cerrar los ojos del todo para no ver lo que sucedía. Me obligué a levantar las manos y las puse sobre mis pechos. Al no poder ver nada, solo oscuridad, parecía que todo resultaba un pelín más sencillo. Seguía temblando por el subidón de adrenalina, así que al poner mis manos sobre mis enormes de tetas, éstas comenzaron a moverse.

”Es una puta gorda. Pero está buenorra” dijo el mayor de los hermanos.

”Me la follaba ya mismo” anunció el gordo del móvil.

El ambiente se iba caldeando por segundos, y yo cada vez tenía más las de perder, y menos las de salir airosa de lo que parecía que terminaría siendo una violación grupal de unos macarras de instituto a la zorra de la madre de su amigo. Y encima tenía que aguantar que me llamasen gorda (sí, me molestó más eso que lo de puta).

”¡Hazlo con más ganas o voy yo a enseñarte como se hace!” reclamó el más mayor de todos.

”¡¡Que se las chupe!! ” el obeso pelirrojo no perdía oportunidad de meter más baza en el asunto.


”¡Ya lo has oído! ¡Chúpatelas! ” de nuevo Rubén dándome órdenes, como si fuese su perra.

Me sentía tremendamente angustiada. Tenía un punzante nudo en el estómago que me dolía por el estrés. Todos los músculos rígidos. Mi corazón latía acelerado. Y en medio de todo ese caos, no sé por qué cojones, comencé a sentirme excitada. Nada tenía sentido para mí, me estaban coaccionando para humillarme delante de aquel grupo de niñatos, y de alguna forma muy retorcida, en lo más profundo y secreto de mi alma, comenzaba a gustarme. Bueno... solo tenía que seguir con el papel de víctima horrorizada. Nadie se daría cuenta de nada.

Como Rubén me había ordenado, empujé mis pechos por los lados y los subí, como si mis manos fuesen un push-up, incliné del todo mi cabeza hacia delante y abrí los labios. También tuve que abrir los ojos para mirar. De momento enfocada únicamente a mis tetas. Saqué la lengua y comencé a pasarla `por encima de uno de mis pezones, que no tardó en endurecerse.

De reojo vi que líder rubio se había metido la mano dentro del bañador y se estaba masturbando. No me atreví a alzar la mirada para ver qué coño estaban haciendo los demás. Joder. Les doblaba la edad, pero me deseaban con tanta intensidad que eran capaces de transgredir la ley para poder alcanzarme. Eso era lo que más me excitaba, su evidente deseo hacia mi persona, alguien tan distinto a las niñas a las que estaban habituados.

Cuando cambié de pezón y comencé a lamerle el otro, Rubén no pudo contenerse más y de pronto lo tuve justo delante de mí. Me asusté tanto que me quedé paralizada, mientras él me agarraba ambos pechos con sus manos y comenzaba a chuparlas con deleite.

”Hmmm que pedazo de tetas tienes mamita calientapollas” me dijo el mejor amigo de mi hijo.

Yo quería morirme. Le puse las manos sobre sus brazos, intentando apartarle, aunque debo reconocer que no luché contra él con todo el ímpetu que debería haberlo hecho.

”Rubén… para por favor. Esto está mal” le dije a mi agresor adolescente.

El muchacho ignoró mis súplicas y continuó masajeándome las tetas y succionando los pezones juntos, lamiéndolos y llevándome al quinto cielo con todo aquello. Lo odiaba con todas mis fuerzas, por haberme obligado a hacerlo, por estar sus otros amigos mirándonos y viéndolo todo, y me odiaba a mí misma porque en el fondo. Muy muy en el fondo, todo aquello me estaba poniendo cardíaca perdida. Ni en mis más oscuras y secretas fantasías habría llegado a soñar una escena como la que estaba viviendo en esos momentos, tan horrible y excitante al mismo tiempo.

”Sabes que no pararemos hasta sentirnos satisfechos, así que colabora” fue lo que me respondió Rubén.

El mejor amigo de mi hijo me cogió la mano y la puso sobre su paquete duro como una piedra. La dejó allí y situó la suya sobre mi raja más que húmeda, y no por el agua de la piscina precisamente, sino por la ingente cantidad de jugos que había estado soltando.

El joven rubio comenzó a masturbarme con sus dedos, acariciando de manera demasiado hábil para su edad mi clítoris y mi raja palpitante y necesitada de polla. Y sin haberle dado la orden de hacerlo, noté como mi mano cobraba vida propia y comenzaba a masturbar al crío por encima del bañador. No era capaz de alzar la mirada y ver al resto de muchachos, pero no hacía falta. Notaba sus libidinosas miradas clavadas en mi cuerpo. Estaba muerta de vergüenza.

”Joder esta puta está encharcada. Su coño reclama polla a gritos” dijo el líder de la pandilla a sus subordinados adolescentes.

Yo noté como mis mejillas se sonrojaban, tomando una tonalidad carmín intenso.

”Rubén… eso es mentira” repliqué, sin demasiada convicción. Pero tratando de conservar el poco orgullo que me quedaba tras aquella tremenda humillación.

”Vemos quién de los dos miente, señora.”

Justo cuando el malvado rubio le dijo aquellas palabras en tono más que amenazante, me metió dos dedos dentro de mi coño encharcado. Yo no lo esperaba y el jadeo que salió de mi garganta fue de lo más delatante.

”¡Aaaaaaaaahhhh Rubeeeeeen…!”

El mejor amigo de mi hijo torció la sonrisa, volviendo su hermoso rostro adolescente en algo peligroso y diabólico. Sin dejar de mamar de mis tetas, empezó a meter y sacar esos firmes dedos del interior de mi raja, provocándome una excitación inaguantable. De pronto olvidé quién era, cual era mi nombre, olvidé al obeso pelirrojo que me grababa con su móvil. Me olvidé de todo y sencillamente me dejé llevar por una situación que me superaba en demasiados aspectos, llegando al clímax en un tiempo récord. Jamás me había corrido tan rápido siendo masturbada por otra persona.

”¡¡AaAAaaaAaAAAaAAAaAAhhHHH!! ¡¡NoooOOoo!!”

Mis jadeos fueron tan altos que debieron escucharme desde la urbanización del al lado.

Justo en ese momento, el más humillante de todos, cuando me dejaba llevar y me corría con los dedos del mejor amigo de mi hijo insertados en lo más hondo de mi coño de puta, justo entonces, apareció mi marido.

”Esta puta es de mi propiedad. ¿Quién cojones os habéis creído que sois para ponerle las manazas encima sin pedirme permiso? ” dijo Alejandro, dejando las bolsas de la compra a un lado, y acercándose a la piscina con un gesto serio y de absoluta autoridad.

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