viernes

Ricky, el perro callejero #16

EL VIAJE. DIA 2 (parte 1) Lionardo castiga a Saúl por haber gritado mientras le sodomizaba. Ricky y Don Romannetti se van de paseo en yate con Miele, Luis, Thian y Phuo.



A la mañana siguiente el primero en despertarse fue Miele. El resto de sumisos estaban tumbados sobre la manta, que no les protegía de la dureza y el frío del suelo. Estaban acostados de lado, en posición fetal, todos muy juntos, acurrucados como una manada de cachorros. El hijo mayor de Don Cornelio se puso en pie y despertó al resto de sus compañeros esclavos.

Lo primero que hicieron fue volver a lavar sus cuerpos. No importaba que ya lo hubiesen hecho antes de acostarse, siempre tenían que estar perfectos para sus Amos. Miele sacó unos trajes de sirvienta, como el que llevaba él puesto el día anterior, de distintas tallas, y los dio a los muchachos. Todos se vistieron con aquellas cortas faldas negras de vuelo, bajo las cuales había varias capas de volantes blancos. Las cinturas de los chicos quedaban marcadas por el corpiño negro, que tenía lazos blancos cruzados hasta llegar justo debajo del pecho. En la parte de arriba lucían una camisa blanca muy fina. Todos se pusieron zapatos negros de tacón. Pero no fueron maquillados. Esas eran las órdenes que había recibido Miele de su padre la noche anterior.

Cuando Luis, Saúl, Thian, Phuo y Miele subieron al piso de arriba, se encontraron a los Sementales ya desayunando en el gran comedor principal. Ricky y Don Cornelio vestían con bermudas y camisas de manga corta y tela ligera, abiertas por el pecho. Lionardo en cambio llevaba unos pantalones de cuero negro, botas altas y chaleco del mismo color, y una camisa de manga corta blanca debajo.  Miele se adelantó un paso, agachó la cabeza respetuosamente y saludó a los Amos:

“Buenos días, Señores. Disculpen que los hayamos hecho esperar.” les dijo con su dulce voz.

Los otros sumisos se quedaron en silencio tras de ella, con la vista fija al suelo.

Buongiorno bella” le respondió Don Romannetti, de muy buen humor “Habéis llegado justo a tiempo. Estaba invitando a il mio amico Ricky a dar un paseo en el yate”

La verdad es que había amanecido el día con un sol espléndido, y sería entretenido y gratificante poder hacer algo distinto a lo habitual, así que todos los sumisos se sintieron felices de oír aquella noticia. Pero uno de ellos no tendría la jornada de ocio que imaginaba en ese momento.

Los esclavos no desayunaron nada. Se quedaron esperando en silencio a que sus Machos terminaran de almorzar, y luego los acompañaron cuando se dirigían hacia la puerta. Una vez en el amplio recibidor, Ricky se giró para hablarle a Saúl, el menor y más rebelde de sus sumisos.

“Tú no te vienes con nosotros, Cerda. Anoche montaste un escándalo cuando el hijo de nuestro anfitrión te folló, y eso merece un buen castigo. Lionardo me ha pedido ser él quien te lo aplique, y yo le he dado permiso. Así que te quedarás aquí con él, mientras nosotros nos vamos a pasear en barco. A ver si aprendes de una puta vez a comportarte.” fueron las duras palabras que el perro callejero le dijo a su esclavo más joven.

Saúl no podía creerse lo que estaba oyendo ¡Eso era peor que un castigo! ¡Era una penitencia! Lionardo estaba loco ¡Sabía que le odiaba tanto como él le despreciaba! Si se quedaban ellos solos en la mansión el bastardo seguro que se las haría pasar putas. Pero ¿Qué podía hacer él si su Señor lo había ordenado así? Si le replicaba en ese momento, mostrándose rebelde ante Lionardo y Don Romannetti, Ricky no se lo perdonaría jamás. Solo podía aceptarlo y rezar a los Dioses para que ese sádico demente con aspiraciones a mafioso no terminara matándole.

“Sí, como desees. Me quedaré con el Señor Lionardo y le obedeceré en lo que me ordene.” le respondió Saúl de manera sumisa, pero sintiendo la ira le hacía hervir la sangre en sus venas.

Lo que el chico de ojos azules no sabía era que Ricky lo había hecho a propósito. El perro callejero se había dado cuenta en seguida del odio que Lionardo parecía sentir por Saúl, y había aprovechado que le solicitase aplicarle ese castigo, para castigar él mismo las desobediencias pasadas de Saúl. Que Lionardo castigase al chico era el propio castigo de Ricky hacia él.

Así que Don Romannetti y Ricky, seguidos de Miele, Thian, Phuo y Luis, todos vestidos de sirvienta, salieron por la puerta y se dirigieron al yate, que estaba amarrado en un puerto cercano, al que llegarían en el lujoso 4x4 del anfitrión de la casa.

Cuando la puerta se cerró, a Saúl le recorrió un escalofrío el cuerpo entero. Ya estaba hecho. Se había quedado a solas con el odioso Lionardo, y tendría que aceptar su castigo y obedecerle en todo lo que le dijera, o tendría graves problemas con su verdadero Amo, Ricky.

El joven mafioso primero no dijo nada, solo se paseó despacio alrededor de Saúl, mirándole fijamente de arriba abajo. Lionardo pensaba que el chico estaba realmente hermoso vestido de aquella manera. Y había pasado buena parte de la noche planeando el castigo que iba a infligirle, así que lo tenía ya todo pensado.

“Voy a ir a montar a caballo. Tú tienes que seguirme a cuatro patas sobre el suelo, como lo hacen las perras viciosas lameculos como tú” fue la primera orden que le dio.

Entonces Lionardo salió de la mansión y se dirigió a los establos, un edificio adjunto al principal. Saúl pensó que tampoco era para tanto, solo tenía que gatear por el suelo. Pero había tres cosas en las que no había pensado. Primero que ahí afuera el suelo era de gravilla y le haría daño. Segundo que no sería tan fácil seguir a Lionardo cuando estuviera montado en el caballo. Y tercero, que había muchos trabajadores haciendo sus labores, y que verían el espectáculo y se reirían de él, humillándole de manera profunda.

Cuando Saúl empezó a caminar a cuatro patas por el exterior empezó a sentir como las pequeñas piedrecitas se le clavaban en las manos y las rodillas. Ya las tenía todas llenas de arañazos, y todavía no había ni llegado a los establos. Lionardo caminaba a paso rápido, y no podía seguirle al mismo ritmo, así que se vio de pronto solo en el jardín, con los trabajadores mirándole y carcajeándose a su costa. Se sintió de pronto desprotegido, y sobre todo muy vulnerable.

Cuando llegó al establo, el mafioso ya había montado sobre su precioso corcel, un caballo que tenía el pelaje completamente negro, sin una sola mancha de otro color. El joven Amo le señaló una colina cercana y le dijo:

“Ése es nuestro destino. Más te vale llegar pronto. No me gusta que me hagan esperar.” una vez hubo dicho esto, arrió con los pies al caballo, y se puso a galopar hacia aquel lugar. Antes de estar demasiado lejos, se giró y le dijo al chico rubio “Estaré vigilándote. No intentes hacer trampas o lo pagarás muy caro.”

Saúl apretó los dientes e insultó mentalmente a Lio de todas las maneras posibles. Sí, joder, claro que estaba pensando en ponerse en pie y correr cuando nadie le viera. Pero ni eso le estaba permitido hacer. Ese niñato insoportable le cortaría las pelotas si se atrevía a intentar engañarle. Así que agachó la cabeza, mirando fijamente al suelo, intentando olvidar así a los trabajadores que seguían mirándole y riéndose de él, y empezó a seguir el mismo camino que había tomado Lionardo, quien ya se estaba perdiendo en la lejanía.


El otro grupo estaba llegando en aquel momento al barco del anfitrión. Era un yate de lujo hecho de aluminio y acero. Era una gran barca motora con sofás y mesas blancas fuera, un comedor y cocina en el interior, con nevera. Un lujoso baño, tres camarotes de invitados y un camarote principal que ocupaba toda la parte delantera del piso de abajo. Era increíble. El capitán del barco, un hombre barbudo, cerca de los cuarenta y con gorra y uniforme marineros, saludó al Don con respeto y cuando todos hubieron subido a bordo, encendió los motores y salió en dirección a la alta mar.

Los dos Amos y sus sumisos se sentaron en la zona exterior del yate, y Miele, servicial como siempre, les sirvió sendas copas de alcohol bien frías. Don Romannetti estaba sentado entre Thian y Phuo y ellos le acariciaban las piernas y el paquete con absoluta devoción. Parecía que para esos niños no existía nada más en el mundo que complacer a su Amo. Como si fuesen pequeños robots sin sentimientos ni voluntad propia. Ricky se los quedó mirando fijamente, y el Don se percató en seguida de cuáles eran sus deseos.

“Te preguntas qué se debe sentir al meterles tu polla dentro de estos traseros tan estrechos ¿Verdad, amico?” le dijo el mafioso al perro callejero.

Ricky sonrió “Si. No me gustaría marcharme sin haber probado esos culos tan estrechos. Tiene que ser una sensación única follárselos.”

Don Cornelio chasqueó los dedos y los dos jóvenes asiáticos le miraron con ojos interrogantes.

“Id a servir a nuestro invitado” les ordenó.

No le hizo falta amenazarles ni exigirles que lo hicieran bien, porque habían sido entrenados como putas obedientes desde tan jóvenes que llevaban la sumisión tatuada en el alma. No se les ocurriría jamás revelarse contra el Amo, ni quejarse por ningún castigo o brutalidad que desease acometer contra sus cuerpecitos.

Miele y Luis se pusieron en pie para dejar sitio a Thian y Phuo, que se sentaron a lado y lado del Señor Ricky. Tal y como habían estado haciendo con el Don, pusieron sus manos sobre el regazo del Macho y empezaron a acariciarle las piernas y el paquete, a la espera de que él les diera una nueva orden que cumplir. Pero antes de nada, el perro callejero quería comprobar cuan prietos eran esos culos, así que aprovechando que los menores estaban tumbados boca abajo sobre el sofá, les levantó las faldas y los vuelos de los pequeños trajes de sirvientas, apartó el tanguita y empezó a masajear sus entradas posteriores con un dedo de cada mano. Daba la sensación que tenía que romperlos por la mitad si intentaba meterles ni que fuese la mitad de su monstruosa polla dentro.

“De verdad, no te preocupes, amico, sus culos de zorra aguantarán todo lo que quieras hacerles” le dijo el anfitrión, que una vez más parecía haberle leído el pensamiento.

Ricky entonces puso los dedos tocando los labios de los jóvenes asiáticos y ellos los abrieron y se los lamieron, como las buenas perritas amaestradas que eran. El perro volvió a bajar sus manos y empezó a meterles dentro de cada culito una de sus gruesas falanges. Parecía mentira, pero estaban tan relajados y les habían follado tanto y tan duro por el culo en sus cortas vidas, que pudo meter uno, dos e incluso tres dedos sin sentir presión alguna. Esos chicos eran increíbles, y cada minuto crecían más las ganas que tenía de follárselos.

“Chupadme la polla” fue el siguiente mandato de Ricky.

Thian y Phuo le bajaron la cintura de las bermudas y empezaron a lamerle, completamente sincronizados, ese grandioso pedazo de carne que le colgaba al hermoso chico de pelo negro y piel de ébano entre las piernas. Todo ello sin dejar de disfrutar de los dedos que el Macho les metía dentro de sus culitos.

Don Cornelio se estaba excitando viendo aquello, así que quiso también su ración.

“Primero quitaos las camisas, quiero solo que llevéis las faldas” les dijo a sus dos sumisos.

Cuando se hubieron desnudado de cintura para arriba, el Don añadió:

“Ahora quiero que la Cerda Comepollas se siente sobre mí, dándome la espalda, con las piernas bien abiertas” le dijo al sumiso de Ricky “Y tú, dulce Miele, arrodíllate y chúpanos las pollas”

Luis se sentó sobre el Don, dándole la espalda. El hombre se había sacado fuera el duro rabo. Sus dos pollas quedaban puestas juntas, la del sumiso por arriba y la del mafioso, mucho más gruesa y larga, por debajo. Miele, El hijo mayor de Don Cornelio, se puso de rodillas y empezó a pasar su sinhueso por los dos rabos que se le ofrecían. Luis estaba sintiéndose en la gloria. Pensaba que Don Romannetti era un Amo muy amable y que se preocupaba porque sus sumisos disfrutasen del sexo tanto como él. Pero aun así seguía siendo leal a su Dueño y Señor Ricky, aunque su carácter fuese mucho más fuerte y violento, o precisamente por ello le amaba y respetaba más.

jueves

Ricky, el perro callejero #15

EL VIAJE. DIA 1 (parte 4) Continúa la gran orgía en la mansión de Don Romannetti.


El primero en situarse como quería fue el joven Lionardo. Hizo que Saúl se tumbara boca arriba sobre uno de los sofás de estilo romano, que era básicamente una cama sin respaldo. Ató sus manos juntas por encima de su cabeza, en uno de los reposabrazos, y puso esposas en sus tobillos, con cadenas que iban hacia el techo, obligando al joven rubio a tener el culo y la parte baja de su espalda alzada en el aire, sin tocar el sofá, y manteniendo sus piernas completamente abiertas.

Cuando el joven sádico tuvo puesto todo en orden, se situó a un lado del sofá, cogió de los pelos a Saúl y de un solo golpe le metió el duro rabo dentro de su boca. Las pollas de Lionardo y de su padre, el Don, tenían una característica especial. De por sí eran bien grandes, aunque no tanto como la de Ricky, eso era difícil de superar. Pero tenían un glande enorme, y hacia el final de sus rabos el tronco se hinchaba, casi doblando el tamaño en la base. Por ese motivo era difícil poder mamarlas, ya que el glande casi no cabía en la garganta, dañándola a su paso. El tronco era más o menos sencillo de meter dentro, pero al llegar a la base, se tenía que estirar los labios casi hasta el punto de rotura para poder abarcar todo el pedazo de carne dentro.

Saúl estaba sufriendo mucho con aquella mamada, y más cuando Lionardo, sin dejar de empujar sus caderas violentamente contra su cara, ordenó a Thian y Phuo que le lamieran el culo y los huevos. El rubio intentaba no cerrar los ojos y mantener la vista clavada en ese ser odioso que abusaba de su cuerpo para su propio placer, y no quería disfrutar para nada con lo que le estaba haciendo, porque lo que de verdad deseaba era estrangularle con sus propias manos. Pero el viaje había sido largo, con ese consolador metido en su culo. Y Ricky no les había permitido correrse, ni a él ni a su hermano mayor, ni si quiera tocarse, y les había puesto ese aparato de cuero y metal en las pollas que impedían que pudieran descargar su semen. Sentía los huevos cargados de leche y la polla a punto de reventarle, por culpa sobretodo de las incesantes lengüetadas que le daban los pequeños vietnamitas en sus zonas más erógenas. De vez en cuando Lionardo daba un empujón más fuerte de lo normal y le encajaba el hinchado glande en su garganta, eso hacía que Saúl se atragantara con él, además del tremendo dolor que sentía en la comisura de la boca por tenerla al máximo de abierta con esa bola de carne metida a presión dentro. Como acto reflejo tiraba su cuello y cabeza hacia atrás, tosiendo y emitiendo sonidos guturales de ahogo.

“¿Qué pasa, Puta Insaciable? Dudo que sea la primera polla que te comes en tu vida ¡Ponle ganas, joder!” le gritó el joven Lionardo en una de las veces que el pobre Saúl se apartó para poder respirar.

Sin darle tiempo a recuperar el aliento, el malvado hijo del mafioso volvió a meterle su endurecida polla dentro de la cavidad bucal, tirándole más fuerte de los pelos para que el rubio mantuviera su boca bien pegada a su entrepierna, y follándole la garganta con más ímpetu todavía. Los niños asiáticos, sabiendo lo que se sufría en esa situación, se esmeraban en darle todo el placer que pudieran a Saúl, con sus lengüecitas en su culo y en sus huevos. Eso quizás haría que la experiencia resultara menos mortificante para su compañero sumiso.

Un poco alejado de aquel grupo se encontraba Ricky. Estaba sentado en el sofá y había ordenado a Miele que se subiera sobre él y se empalara él solo su hinchado rabo de toro. La joven hermafrodita había obedecido al instante, parecía que él mismo se moría de ganas de recibir una buena ración de polla de ese moreno guapetón en su culo de ninfa. Miele se subió a horcajadas sobre el perro callejero, se lamió la palma de la mano y lubricó él mismo su agujero posterior. Acto seguido sujeto el rígido pollón de Ricky y apuntó el glande a su ano. Poco a poco empezó a bajar su cuerpo, ensartándose la polla del invitado de su padre en su intestino. Ricky le abrazaba por la cinturilla de avispa, empujando también para ayudarle a metérsela entera dentro, y mientras lamía y besaba los turgentes pechos de la muchacha. Finalmente, tras unos minutos de esfuerzo, y con la bella cara marcada por el dolor que sentía, Miele consiguió al fin empalarse por completo aquella rígida vara.

“¡Vamos, cabálgame bien duro, amazona!” le dijo el perro callejero, soltándole un buen azote en su firme culo.

El joven andrógino se sintió hinchado de orgullo por saberse el favorito de Ricky, al menos durante aquella velada. Había sufrido tantos abusos e insultos en su corta vida, que notar el puro deseo casi animal que rezumaba del contrario hacia él provocaba que él mismo se excitase muchísimo más.

“Sí, Señor Ricky, como desee.” le respondió ella con su acaramelada voz.

Al instante, Miele empezó a subir y bajar su cuerpo, metiéndose y sacándose de dentro de su culo goloso aquella magnífica verga que la estaba taladrando. El perro callejero bajó sus manos hasta poder agarrar sus nalgas, y se las abrió completamente, mientras él mismo embestía con sus caderas hacia arriba todo lo fuerte que podía, intentando partirle en dos el orto  al hijo mayor de Don Cornelio. Los besos que Ricky le daba en sus pechos habían pasado a ser duros mordiscos dados con muy mala intención, que no hacían más que provocarle un mayor placer a Miele, quien todavía se clavaba con más ganas la polla del chico de ojos esmeralda. Era una follada tan brutal, que aunque la ninfa tuviera el culo acostumbrado a follar a diario con su padre, su hermano y otros sujetos, seguro que aquella noche sufriría un dolor insoportable por lo bestial que era aquella cópula.

Por su lado, Don Romannetti se lo estaba tomando con más calma. El dueño de la mansión permanecía sentado en otro de los grandes sofás, se había terminado la primera copa de licor y había pedido a Luis que le llenara la copa, cosa que él hizo con prontitud. Luis no cambiaría a su Dueño Ricky por nadie jamás, antes se mataría que entregar su corazón y su alma a otro ser que no fuera él. Pero si su Semental le ordenaba entregar su cuerpo a otro hombre, él no podía discutírselo. Los deseos de Ricky eran sus propios deseos, y si eso significaba comportarse de manera sumisa con ese hombre de cierta edad, que todavía conservaba todos sus encantos, pues mejor para él.

Luis había acudido al viaje molesto porque su Dios de ojos esmeralda le había estado ignorando los últimos días, requiriendo más los servicios sexuales de su hermano menor Saúl que los suyos. El joven de pelo rubio se había propuesto comportarse como el mejor de los sumisos en ese viaje, para que Ricky estuviera orgulloso de él y recuperar así su atención perdida. El bello y dulce Miele se lo estaba poniendo muy difícil, así que redoblaría sus esfuerzos por complacer cualquier petición de Don Cornelio, sabiendo que de esa forma complacería también a su adorado Amo Ricky.

Después de rellenarle la copa con licor a su anfitrión, el hombre le pidió que le acercara uno de los consoladores que había sobre una mesa. Era una polla de goma blanda bastante grande y sobretodo muy larga, de color negro. Don Cornelio subió las piernas sobre el asiento del sofá, y apoyó los hombros y la cabeza en el reposabrazos del mismo, quedando medio tumbado.

“Dame el consolador.” Le indicó al chico de ojos azules

“Súbete encima de mí, dándome la espalda. Me chuparás la polla mientras yo me divierto con tu culo” añadió después.

Luis no se lo hizo repetir. Subió al sofá y se puso sobre Don Romannetti. El joven sumiso procuró situar su trasero a la altura adecuada y que le resultara lo más cómodo posible al Señor de la casa. Una vez hubo hecho esto, el sumiso de ojos azules se inclinó, acercando su boca a la entrepierna del Don, agarró su hinchada polla con una mano, y empezó a mamársela con todas sus ganas. Los gemidos de placer que empezaron a salir de la boca de Don Cornelio fueron música celestial para el esclavo.

El mafioso disfrutó de la espectacular chupada que le estaba haciendo aquel crío de pelo rubio un rato, pero pronto volvió a abrir los ojos y se concentró en darle algo de placer y dolor a él también. Don Romannetti empezó lamiendo con lujuria el ano estrecho de Luis. Le dejó bien humedecida toda la zona de su entrada posterior, y luego apuntó el extremo curvo del aparato y se lo empezó a introducir sin prisas, pero sin pausas. Como Luis había estado llevando el plug anal durante todo el viaje, no le resultó excesivamente lastimoso, aunque por las grandes dimensiones del consolador sí que sintió algo de dolor. Aun así el placer que le dio esa polla de mentira cuando Don Cornelio empezó a moverla superaba con creces el leve daño que le hacía.

Lionardo, el hijo menor de Romannetti, se había cansado de maltratar la boca de Saúl, la Puta Insaciable, y se había situado entre sus piernas abiertas, que colgaban del techo amarradas a unas cuerdas. Los dos niños asiáticos estaban arrodillados a lado y lado de su joven Amo, preparados para ponerse a lamer cualquier rincón de su culo, perineo o pelotas que les quedara al alcance de la boca, como Lio les había ordenado.

A Lionardo le extrañó que el ano de Saúl pareciese tan estrecho, cuando hacía poco que se había quitado el plug anal que había llevado puesto tanto rato. Debería tener el orificio posterior dilatado, pero no era así. Parecía casi virgen. Lleno de curiosidad, metió bruscamente dos de sus dedos dentro del culo del chico rubio, con cierto esfuerzo, e intentó abrirlos, mientras los giraba de un lado y de otro. Saúl no conseguía relajarse. Tener que cederle su cuerpo a ese niñato pijo y engreído para que hiciera con él lo que le viniera en gana era muy superior a sus fuerzas. Cada vez que ese chulo engreído metía sus frías falanges en su trasero, ambos notaban como las paredes intestinales se contraían de golpe con un espasmo, intentando impedirle el acceso.  Lionardo sacó sus dedos del culo de Saúl y observó fascinado lo mismo que Ricky había descubierto tiempo atrás, el culo de ese chico de ojos azules era totalmente elástico, tanto que no importaba las dimensiones de la polla o el objeto que le metieran por ahí atrás, ni el rato que estuviera con ello. Al quitárselo, la elástica piel del ano del rubio volvería de nuevo a su estado inicial, convirtiéndose cada vez en un nuevo y doloroso desvirgamiento.

“Esto te va a doler y mucho, ramera estúpida” fueron las amables palabras que el de pelo castaño le dedicó a su víctima.

Entonces el jovencísimo mafioso agarró fuerte por las caderas al esclavo rubio, y empezó a arremeter contra su rico culo. Lo primero que atravesó el apretado orificio anal de Saúl fue el desmedido glande de la polla de Lionardo. Sintió un dolor tan atroz con aquella violenta penetración que su espalda se arqueó en el aire, y de su boca salió un aullido desgarrador.

“¡¡¡WAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!! ¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOO!!”

“¡¡CÁLLATE, PUTA ESCANDALOSA!! ¡QUE NO SABES NI DEJARTE FOLLAR CON DIGNIDAD!” le replicó Lionardo.

Y eso que el culo de Saúl solo había recibido dentro la punta hinchada de aquel niñato. Todavía le quedaba todo el tronco y aquella bola enorme de carne de la base. Definitivamente ese gilipollas iba a destrozarle el culo. Era imposible no quejarse por aquel trato vejatorio y dañino. Pero quería hacerlo lo mejor que pudiera para contentar a su amado Ricky, además no quería que Lionardo pudiera regodearse en su desdicha. Así que Saúl apretó fuerte los dientes, cerró los ojos y rezó a todos los dioses por poder soportar aquel calvario sin volver a gritar.

Pero no tuvo éxito en su propósito. El paso del tallo del rabo de Lio fue más o menos soportable, y pudo mantenerse dignamente callado. Pero en la brutal embestida en la que terminó de empalarle con su vigoroso rabo, el dolor fue el doble de intenso que con el paso del glande. Saúl sentía la piel del culo tan dilatada que parecía que se le rajaría, y sin poderlo evitar volvió a gritar.

“¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHH!! ¡¡¡BASTA NOOOOOOOOOOOO!!!”

El hijo menor de Don Romannetti se sentía cada vez más excitado. Cuanto más gritaba y se quejaba aquella Puta Insaciable, mayor era el placer que él recibía sodomizándole como un animal salvaje.  Lionardo estaba agarrando a Saúl tan fuerte de los costados que estaba dejándole la señal de sus uñas marcadas en la piel.

“¡¡DEJA DE GRITAR, ZORRA ESTÚPIDA!!” le dijo Lio con voz firme y muy alta.

Lo que quería era que Ricky, el Dueño de Saúl, se diese cuenta de que su sumiso era un llorón y un lamentable esclavo. Estaba disfrutando como un niño chico martirizando al menor de pelo rubio, y sentía que podía seguir sodomizándole de manera bruta durante horas. Sólo por el mero placer de seguirle oyendo proferir esos atroces gritos. Humillar a Saúl excitaba intensamente a Lionardo.

Mientras el chico de pelo castaño destrozaba el culo del menor de los sumisos del perro callejero, Don Romannetti, el anfitrión, había pasado a mayores con Luis. Don Cornelio estaba tumbado en el sofá, metiéndole el consolador en el culo al joven, mientras él estaba sentado encima de espaldas a él, chupándole la polla. El mafioso estaba muy excitado, y ya se había corrido antes en la boca de uno de sus pequeños asiáticos, ahora le apetecía descargar su lechada dentro de un lindo culo, y Luis tenía un hermoso trasero. Así que tiró el consolador al suelo, alzó ambos brazos y agarró al joven por los hombros, obligándole a que dejara de mamarle. Luis quedó entonces completamente tumbado de espaldas boca arriba, sobre el cuerpo del Don.

“Ábrete de piernas, bello ragazzo, voy a follarte ahora.” le susurró Don Romannetti a Luis al oído.

El mafioso tenía una voz profunda y muy sensual, y al joven de ojos azules no le resultó nada penoso obedecer su orden. Habría preferido que fuese Ricky, su adorado Amo, quien lo follara, pero Don Cornelio era un hombre realmente agradable y muy guapo. Además le había lubricado el culo con su lengua y también le había dilatado con el consolador por un buen rato, así que cuando el Don apuntó su dura estaca contra el orificio posterior de Luis y empezó a empujar, el joven sumiso solo sintió placer y casi nada de dolor.

Don Romannetti metió suavemente su polla dentro del culo de Luis, que estaba completamente tumbado sobre él con las piernas abiertas. Lo tenía abrazado por el estómago y le acariciaba el pequeño pito mientras le metía y sacaba su duro rabo de dentro con mucha calma. Cuanto más tiempo pasaba, más ganas tenía el joven de poder correrse. Y pareció que el hombre le había leído el pensamiento, pues al cabo de un largo rato empezó a embestir contra él con mucho más vigor, desabrochó la tira de cuero que impedía que Luis pudiera correrse y continuó pajeándole al tiempo que le follaba. Don Cornelio derramó su espesa lechada dentro del culo de Luis, y él se corrió sobre la mano del anfitrión, quien posteriormente se la hizo limpiar con la lengua.

Por su lado, en el otro sofá, Miele había empezado cabalgando a Ricky, que estaba sentado debajo. Pero al rato de estar fornicando como bestias, el perro callejero agarró al hijo mayor del Don y lo tumbó boca arriba sobre los cojines, apoyando cada uno de los pies del sobre sus hombros. De esa manera, Ricky tenía mejor acceso al culo de Miele y sus penetraciones se volvían mucho más profundas. Quedó claro que estaba sintiendo un intenso placer con aquello, cuando el chico vestido de sirvienta empezó a gemir fuerte sin poder detenerse. Eso provocó una mayor excitación en Ricky, que terminó soltando su esperma de Macho en lo más interno de las entrañas del andrógino. El sumiso consiguió correrse también, pero apenas soltó unas pocas gotas de un líquido casi transparente que nada tenía de parecido con el esperma. Cosas de la medicación, como había dicho su padre, pronto no podría ni correrse.

Mientras ellos estaban follando, Lionardo continuó embistiendo con dureza y maldad el maltrecho ano de Saúl, buscando que gritara y se quejara. Y consiguió perfectamente su propósito. Ricky, Don Romannetti y sus dos sumisos ya se habían corrido, pero Lionardo continuaba golpeando sin descanso el culo del rubio. Thian y Phuo habían intentado situarse entre las piernas de ambos para lamer allá donde pudieran, pero los movimientos de su joven Amito eran tan bruscos y violentos que no podían ponerse de ninguna manera sin molestarle, así que se quedaron arrodillados a sus pies sin saber muy bien qué hacer. Aunque daba igual, a Lionardo se le habían olvidado los asiáticos. Cuando Saúl parecía que había empezado a acostumbrarse a su grueso rabo de diablo y dejaba de gritar tanto, el joven mafioso le arrancó bruscamente el cascabel que tenía sujeto con una rígida pinza en su pezón, provocando que soltara un nuevo alarido. Si algo tienen las pinzas es que duelen muchísimo más al ponerlas o al quitarlas, que si tienes que aguantarlas puestas un buen rato.

Lionardo fue el único Amo que no permitió que su sumiso se corriese, así que no le quitó el aparato que llevaba en el rabo. Aunque tampoco estaba muy claro que Saúl pudiese llegar a tener un orgasmo con la brutal tortura anal de la que estaba siendo víctima. Ricky y Don Cornelio se habían servido otra ronda de licor. Hablaban y acariciaban los cálidos cuerpos de Miele y Luis, mientras el hijo menor del anfitrión de aquella lujosa mansión continuaba sodomizando sin compasión a Saúl. Y finalmente el más joven de los Amos no pudo contener más su corrida y terminó encastando su dura polla en lo más profundo del ano de Saúl y soltando un torrente de esperma ahí dentro.

Cuando terminaron se fueron todos a dormir, pues estaban muy cansados. Don Cornelio había preparado una habitación de invitados para Ricky en la planta superior, donde también estaba su propio dormitorio, que era el principal, y el de Lionardo, el segundo más grande de la mansión. Los sumisos fueron guiados por Miele al sótano, una gris mazmorra sin ventanas ni mobiliario, donde primero se lavaron bien, quitándose todo el maquillaje y lo que llevaran puesto, y desnudos como estaban se tumbaron en una gran manta puesta sobre el frío suelo y se tumbaron a dormir todos juntos.

sábado

Ricky, el perro callejero #14

EL VIAJE. DIA 1 (parte 3) Orgía en la mansión de Don Romannetti. El anfitrión, su hijo trans Miele, el joven Amo Lionardo, Thian, Phuo, Ricky, Luis y Saúl juntos y revueltos en la casa del mafioso.



“Buenas noches, padre. Veo que habéis empezado la fiesta sin mí”

Ricky y su anfitrión estaban a punto de catar a los sumisos del otro, cuando el hijo menor del Don irrumpió en el salón y les interrumpió.

“Buona notte, figlio” le respondió el mafioso.

“Este es Ricky, el chico del que te hablé” empezó a hacer las presentaciones “Él es Lionardo, mi hijo menor” le dijo al perro callejero “Es curioso, porque aun siendo el más joven de mis dos bastardos, Lionardo siempre ha mostrado tener un carácter tan fuerte como el mío. Será él quien el día de mañana herede mi imperio.”

“¿Él también participará en nuestra reunión?” preguntó Ricky, intentando indagar si habría la posibilidad de follarle a él también, pues los chicos con fuerte carácter le volvían loco, como Saúl.

“Sí que participará, pero su culo es en exclusiva per me, es una licencia que me tomo como padre”

“Lo entiendo” respondió Ricky, sonriendo, aunque algo contrariado.

“¿Y esas dos putas que tienes entre las piernas, padre, quiénes son?” preguntó entonces Lionardo, en referencia a Luis y Saúl.

“Ah, son los esclavos de nuestro invitado. Los trajo para que nos dieran placer. ¿A que son hermosos?” le respondió su padre, empujando un poco a los hermanos rubios para que se pusieran de pie y se mostraran ante su hijo menor.

Por algún inexplicable motivo, Saúl y Lionardo se odiaron sin motivo nada más verse. El vástago del mafioso ignoró a Luis y se quedó con las pupilas marrones clavadas en los desafiantes ojos azules del muchacho que debía tener su misma edad.

“Bah, los he visto mucho mejores” comentó despectivamente, no por que pensara realmente que los hermanos fuesen feos, sino por menospreciarlos en voz alta, sobre todo a ése idiota que seguía sin bajar la mirada. Tendría que enseñarle buenos modales.

En ese momento sonó un pitido y una voz mecanizada avisó al dueño de la casa de que la cena estaba lista.

“Primero recuperaremos fuerzas y luego nos divertiremos con estas linduras” decidió el mafioso.

Don Romannetti fue el primero en salir de la habitación, seguido muy de cerca por Ricky. Miele y los dos niños asiáticos les iban detrás. Luis se dirigió al mismo lugar. Pero Saúl no pudo hacerlo porque el bastardo de Lionardo le había agarrado del brazo con fuerza.

“Eres una puta estúpida, chaval. Yo me encargaré de que aprendas como debe tratarse a un Amo”

En cuanto lo hubo dicho, le dio un fuerte capón con la mano abierta en su cogote “¡Camina, idiota!” le dijo insultándole.

Cuando llegaron al comedor, enorme y suntuoso como el resto de la mansión, vieron que la inmensa mesa estaba colmada hasta los topes de extraordinarias delicias culinarias. Aunque en aquel sitio podían sentarse a comer cómodamente más de veinte personas, habían preparado servicio con platos, vasos y cubiertos solo para tres comensales. Ricky, Don Cornelio y Lionardo tomaron asiento.

“Nuestros putos nos la mamarán mientras cenamos” ordenó el hombre adulto.

“Yo quiero probar las bocas de la Cerda y la Puta” añadió Lionardo, quien quería follarse la bocaza de Saúl en realidad.

Benne, entonces los dos chicos rubios para ti. A Ricky le ha gustado Miele, así que será ella quien se la chupe. Para mí mis dos preciosos Thian y Phuo”

Una vez hecha la repartición de bocas que les mamarían las vergas durante la cena, cada sumiso fue a colocarse de rodillas al suelo, entre las piernas del Amo que le tocaba mamar.

Los dos jovencísimos vietnamitas se arrodillaron bajo la mesa y apartaron la bata de su Amo para empezar a darle lengüetazos a su rica polla con sus pequeñas lenguas. Don Romannetti no se cansaba nunca de meter su polla en las bocas o culos de esos preciosos sumisos tan obedientes, y que él mismo había adiestrado tan bien. Como Ricky y sus acompañantes iban a quedarse unos cuantos días, ya tendría tiempo de abusar de los jóvenes rubios más adelante, no tenía prisa alguna.

Por su lado, la hermosísima Miele se situó entre las piernas de Ricky, sacó su enorme y duro rabo al aire y prosiguió con la misma tarea que estaba haciendo en el salón, antes de que su hermano menor les interrumpiera. El chico con cuerpo de chica era todo un experto comiendo rabos, y aunque se sorprendió al ver el colosal tamaño de aquel pedazo de carne, fue una sorpresa muy grata. Se moría de ganas de que el Señor Ricky le incrustase su potente verga hasta lo más profundo de su vicioso culo de zorra, y le hiciera gemir como una guarra.

Luis y Saúl, a quienes Ricky les había ordenado sacarse los plugs anales al entrar en el comedor, se pusieron también de rodillas en el suelo bajo la mesa, frente a la silla donde estaba sentado Lionardo. Tal y como habían aprendido a hacer con su Semental, el perro callejero, los hermanos de ojos azules empezaron a chupar a dúo el rígido rabo del Macho que había reclamado sus atenciones. Lio se divertía molestando a Saúl, de tanto en tanto le golpeaba la cabeza, o le daba un tirón en el pelo, quejándose de que le estaba clavando los dientes o que no utilizaba bien la lengua. En realidad el hijo menor de Don Cornelio estaba disfrutando como un loco de los servicios que le prestaban esos dos sumisos, y Saúl no le hacía daño con sus dientes, sólo pretendía molestarle y ponerle en evidencia ante su Amo Ricky. Eso le excitaba todavía más.

Y así transcurrió una apacible y erótica cena, en la que los tres comensales quedaron hartos de buena comida y vino lujoso, y todos ellos terminaron corriéndose casi al mismo tiempo dentro de la boca de alguno de los esclavos que tenían postrados a sus pies. Miele tragó con deleite el rico semen del perro callejero, Thian fue el afortunado que recibió en su boca la corrida del anfitrión de aquella original orgía, y Lionardo por supuesto escogió descargar su lechada espesa y abundante dentro de la boca del chico que le generaba sentimientos encontrados de puro deseo y ansias de causarle mucho dolor, Saúl.

Mientras los Amos pasaban a saborear los ricos postres, mandaron a los sumisos a cenar. Pero ellos no iban a comer en la mesa, como las personas, ni disfrutarían de los sabrosos manjares que habían comido sus Dueños. Ellos tenían preparado un gran cuenco, lleno de arroz integral con verduras, que tuvieron que comerse puestos a gatas sobre el piso, como si fuesen perros. Les habían ordenado no usar sus manos, así que sus rostros quedaron manchados por la comida. Cuando terminaron tuvieron que limpiarse los unos a los otros los restos de comida de la cara. Thian y Phuo se asearon entre ellos, y Luis y Saúl limpiaron a Miele, mientras ella les pasaba la lengua por sus níveos rostros.

Después de aquello, cuando los Amos hubieron terminado con los postres, Don Romannetti se puso en pie y dirigió al grupo a otra zona de la casa:

“Vayamos a ponernos más cómodos, tomaremos los licores en la sala”

A saber cuántas salas tenía aquella mansión de lujo, porque el anfitrión les dirigió a una que era distinta a la que habían estado antes de cenar. Aquella estancia era tan amplia y opulenta como el resto de la casa. Pero parecía diseñada para el goce de los ocupantes, ya que había repartidos varios sillones, tumbonas de estilo romano, mullidas alfombras en el suelo, y varias esposas y cadenas colgando del techo, por el suelo y en las paredes. Había consoladores de todas las formas, tamaños y de distintos materiales repartidos por todos los rincones, y también decenas de botellas de lubricante. En un rincón, alejado del grupo, había tumbado en el suelo un perro, un pastor alemán grande y robusto de pelaje color café con leche y manchas negras. Era intimidante y a la vez muy hermoso. El nombre que había inscrito en su chapa era Drake.

Miele se encargó de servir los licores a los Amos, mientras ellos charlaban de sus negocios. Los hermanos rubios y los hermanos asiáticos permanecían de en el centro de la estancia, rodeados por los Señores. Les habían ordenado darse placer entre ellos, lamiendo y acariciando sus jóvenes cuerpos desnudos. Cuando el joven andrógino terminó de servir a los Sementales, se situó en el grupo de sumisos, con sus compañeros, y dio y recibió caricias y mucho placer. Los tres Machos observaban el espectáculo de culos y pollas revolviéndose sobre la alfombra a sus pies, y empezaron a masturbarse despacio mientras hablaban. Todos gozaban con todos, aunque Saúl procuraba mantenerse alejado de Luis. Sentía mucha animadversión hacia él, y pudiendo escoger a quien lamerle el cuerpo, prefería que fuese cualquiera de los pequeños asiáticos o aquel chico extraño llamado Miele, que tanto parecía gustar a su Amo Ricky, aunque no conseguía odiarle ni sentir celos, porque él mismo desearía poder follarle si tuviera la ocasión. Su belleza etérea de ángel celestial hacía imposible que le cayera mal a nadie. Lo que más le preocupaba al chico de pelo rubio era tener que satisfacer al gilipollas de Lionardo. Estaba convencido de que no se daría por satisfecho con la mamada que se había visto obligado a hacerle durante la cena, y que ahora requeriría de nuevo sus servicios.

“Mejor dejemos los asuntos de negocios para otro momento, yo ya vuelvo a sentirme dispuesto para un nuevo asalto.” Anunció Don Cornelio, que lucía ya una rígida estaca entre las piernas, igual que les sucedía a Lionardo y al perro callejero.

“Supongo que tú, mi querido amico Ricky, querrás tener a tu disposición a la dulce Miele” le dijo a su invitado “Querida, ve a atender a nuestro invitado en todo lo que te pida”

“Sí, Señor Romannetti” respondió el hijo mayor del Don con su suave voz, y se dirigió al cómodo sofá donde estaba sentado el perro callejero. El chico todavía vestía el uniforme de criada, roto en la parte de los pechos por su propio padre.

“A mí me apetece follarle el culo de la Puta Insaciable, y con tu permiso, padre, también quiero disponer de Thian y Phuo.” Le dijo el menor de sus hijos al anfitrión.

Benne, eso me deja para mí el hermoso Cerda Comepollas, no me desagrada. Así podré comprobar si es cierto que es bueno chupando rabos”






miércoles

Ricky, el perro callejero #13

EL VIAJE. DIA 1 (parte 2) Ricky y sus dos zorras sumisas, Luis y Saúl, llegan a la mansión de Don Romannetti. Presentación de la curiosa familia del mafioso. Compartiendo esclavos.




Cuando llegaron a su destino quedaron alucinados. Ricky condujo el coche, atravesando una reja metálica y un gran jardín, y lo detuvo en la zona de aparcamiento que había frente a la entrada principal de la mansión. El edificio, que rezumaba lujo aun sin haber entrado en él, estaba situado junto al mar. No podían verlo, pero al otro lado de la casa, en el jardín trasero con piscina, había unas escaleras que bajaban hasta la playa privada del dueño de la casa. La pintura de las paredes exteriores era de un blanco tan reluciente, aun siendo de noche, que parecía recién pintada la semana anterior, y tenía el techo plano de pizarra negra. En total la mansión tenía tres pisos de altura, la planta baja, el piso superior y el sótano. Ricky ordenó a sus sumisos que se bajaran del coche:

“Esperad aquí, cerdas” les dijo, señalando el costado del vehículo. Él se apeó también y les dio las últimas órdenes antes de entrar:

“Ya sabéis qué está en juego en esta reunión” el perro callejero miró fijamente a Luis, el más sumiso de los hermanos, y luego clavó sus pupilas esmeraldas en los ojos azules de Saúl, el más joven de los dos:

“Como hagáis alguna tontería, como me hagáis quedar mal delante de nuestro anfitrión, esto se habrá terminado. Volveréis a casa a patita y no querré saber nada más del culpable por el resto de su puta vida ¡¿Os ha quedado claro?!”

Ricky confiaba plenamente en Luis, había sido su sumiso desde hacía muchos años, y además le había demostrado en infinidad de ocasiones que le era completamente leal. Por muy humillantes o dolorosas que fuesen las pruebas que le ponía, siempre cumplía con su obligación de esclavo. Pero Saúl… ese mocoso era harina de otro costal. No se fiaba ni un pelo de él, era el que más posibilidades tenía de meter la pata, de rebelarse ante aquel anfitrión tan importante y poderoso. Y precisamente por ello pensaba ponerle a prueba con más ahínco que a su hermano mayor. Ya iba siendo hora de que esa puta marica le demostrara de verdad que era su sumiso esclavo, con todas las consecuencias que ello traía consigo. Y si le fallaba, no tendría misericordia con él, por mucho que le gustara su compañía. Lo alejaría sin sentir remordimientos y se quedaría solo con Luis.

Ricky se ponía serio con aquel asunto porque el dueño de la mansión en la que iban a pasar unos días de vacaciones era ni más ni menos que Don Cornelio Romannetti, un peligroso narcotraficante, metido en asuntos de venta de armas, trata de blancas, y bueno, cualquier cuestión que fuese ilegal y reportase mucho dinero. Don Romannetti era bien conocido en aquella ciudad, tanto por los jefes de policía y jueces, a quienes tenía comprados, como por el resto de bandas mafiosas que operaban allí, y siempre procuraban no meterse en su territorio.

El perro callejero había conocido a Don Cornelio por un amigo común de ambos, un delincuente de poca monta del barrio, con quien se había emborrachado y junto a quien había cometido más de un robo. A través de ese contacto, Ricky recibió la orden del Don para realizar un par de trabajillos sucios para él, y como había demostrado su valía y además le había caído en gracia al Don al saber que tenía dos hermanos sumisos bajo su mando, el mafioso le había invitado a pasar unos días con él en su casita de la playa, para que ambos pudieran conocer a los esclavos del otro, y si todo iba bien, para que le hiciera algún encargo más importante que los anteriores, y que le reportara una mayor ganancia económica a Ricky. Por eso aquella reunión era tan importante para el moreno.

Ricky les dio los últimos mandatos a los dos jóvenes rubios:

“Tú responderás al nombre de Cerda Comepollas le dijo a Luis, quien tenía ese apodo grabado en la chapa de su collar de cuero negro “Y tú serás la Puta Insaciable le señaló al menor de los tres.

“Tenéis que mantener la mirada fija al suelo. ¡Y nada de hablar sin permiso!” el Macho Semental no estaba dispuesto a ser ridiculizado por ninguno de esos dos estúpidos “Ahora seguidme”

Ricky abrió la marcha, empezando a caminar en dirección a la entrada principal de la mansión. Luis y Saúl le seguían unos pasos por detrás, caminando de manera dificultosa con los zapatos de tacón de aguja rojos que llevaban. Ambos hermanos estaban completamente desnudos, su Dueño les había puesto en sus pitos erectos unos aparatos de cuero negro, como sus collares, que les impedía correrse. Además todavía llevaban puestos los plugs anales, sin vibración en ese momento. Iban maquillados como putas, con los labios carmesí, rímel en las pestañas y mucho colorete. Y para rematar, aquel cascabel plateado que Luis lucía en su pezón derecho y Saúl en el izquierdo, y que tintineaban a cada paso inseguro que daban.

El Semental llegó frente a la puerta, se detuvo y llamó al timbre. Los hermanos sumisos esperaban con la vista fija al suelo detrás de él. Al poco rato, la puerta se abrió, y una hermosísima muchacha de unos veinte años de edad les abrió la puerta. Era más alta que los hermanos, pero más bajita que Ricky. Tenía el pelo largo por debajo de los hombros, algo rizado, de tonalidad cobrizo dorada preciosa, y sus ojos eran color miel. Iba agradablemente maquillada. Su atuendo le encajaba como un guante en su delgado cuerpecito de ninfa. Vestía un coqueto traje de sirvienta compuesto por un vestido que le cubría apenas el trasero. Bajo la falda de vuelo color negra tenía varias capas de volantes blancos. Su cinturita de avispa quedaba bien marcada por el corpiño negro, con lazos cruzados blancos, que le llegaba por debajo del busto, y sus pequeños pechos estaban tapados por una camisa blanca tan fina que podía entreverse el tono más oscuro de sus aureolas.

“Buenas noches, Señor Ricky” le saludó la muchacha, inclinándose en una leve reverencia.

“Buenas noches, Don Romannetti me está esperando” le respondió él, igual de amable, y sin poder evitar sentir su polla endurecerse con la increíble belleza de esa muchacha. Al perro callejero tanto le eran los coños como los culos, aunque tenía preferencia por follarse a chicos, no le hacía ascos a un buen coño como ése, si se le daba la ocasión. Ricky deseó que la joven doncella participase en su reunión de esa noche. Si no ya encontraría la manera de follársela.

Curiosamente, la joven sirvienta no prestó demasiada atención a los dos jóvenes rubios que acompañaban al Semental, completamente desnudos y maquillados como putas. Como si estuviese más que acostumbrada a escenas como aquella en su vida  diaria.

“Síganme, por aquí por favor” les indicó la doncella, y empezó a caminar por un largo pasillo.

Ricky, escoltado por sus dos sumisos, seguía los pasos de la preciosa muchacha. Había llegado la hora de la verdad. Aquella iba a ser su primera entrevista seria con Don Cornelio, y todo tenía que salir bien. La criada giró por una esquina, los chicos que la seguían hicieron igual, y finalmente se detuvo ante una alta puerta que permanecía cerrada.

“Don Cornelio Romannetti les atenderá en el salón” anunció la joven con esa musical voz que tenía. Abrió la puerta y dejó que entraran primero ellos, luego pasó ella y cerró la puerta tras de sí.

El salón donde se encontraban era una opulenta muestra de vanidad. Todo era lujoso y caro, desde los sillones, pasando por las lámparas y los objetos de decoración. En un rincón había una chimenea, apagada, con apliques de pan de oro por todo el borde. A Ricky personalmente no le agradaba ese tipo de decoración, pero sí que le gustaba que su anfitrión tuviese suficiente dinero como para poderse permitir derrocharlo en cosas como aquellas.

“Buona notte, amico miole saludó el dueño de la casa.

Don Romannetti estaba sentado en uno de los confortables sillones beige de tres amplias plazas. Era un hombre de cerca de 50 años de edad. Tenía el pelo salpicado con algunas canas, castaño, un poco largo y engominado hacia atrás. A pesar de su edad, el Don no había perdido su encanto. Se notaba que de joven tendría que haber sido un muchacho hermoso, y todavía conservaba mucho de ese atractivo en su madurez. Sus ojos eran marrón oscuro. Llevaba puesta una bata de estar por casa de marca, color gris oscuro con los bordes granates.

A lado y lado del anfitrión, tumbados en el sofá, había dos muchachos que parecían ser más jóvenes que Saúl. Los niños tenían rasgos asiáticos, eran muy lindos, con el pelo y sus orbes completamente negros. Ambos pequeños estaban completamente desnudos y acariciaban las piernas y la entrepierna del Don, como exigiéndole que les dedicara sus atenciones como Amo. 

“Buenas noches, Don Cornelio. Veo que le gusta rodearse de cosas hermosas.” Comentó Ricky, mirando primero a los dos niños del sofá, y luego repasando con la vista a la hermosa criada que les había atendido al entrar.

Don Cornelio soltó una carcajada “Jajajajaja, si amico, adoro todo lo bello de esta vida”

El Don acarició la cabecita de sus dos jóvenes esclavos y le explicó a Ricky de dónde los había sacado:

“Hace unos años una pareja de comerciantes vietnamitas, inmigrantes ilegales, me pidió ciertos favores. Yo cumplí con mi parte del trato, pero ellos no me devolvieron el dinero a tiempo. Les di dos avisos. No hubo tercero. Ordené matarles, y adopté a sus dos hijos, Thian y Phuo, como míos. Les he estado entrenando desde el primer día que entraron a vivir conmigo para que sepan atenderme como deseo, casi diría que empezaron antes a mamar polla que a hablar ¡Jajaja!”

Ricky procuraba no mostrar rastro de emociones en su hermoso rostro, pero Saúl y Luis sí que pensaron que ése mafioso era un lunático pederasta que merecía que le colgaran de los huevos por los que les había hecho a esos niños. Ni si quiera tenían la voluntad de replicarle nada mientras su Dueño se vanagloriaba de haber asesinado a sus pobres padres… a saber qué les estaba pasando por esas bellas cabecitas en ese momento.

Entonces el mafioso hizo un gesto con la mano y la dulce criada se acercó en silencio a donde él estaba sentado. Don Romannetti puso su mano bajo la falda de la muchacha y le estrujó el culo con todas sus ganas.

“No te dejes engañar, esta chica tan hermosa no es una doncella…” el Don levantó entonces la parte delantera de la falda de la criada y asomó a la vista de los asombrados chicos un diminuto pito, más pequeño que el de Luis incluso. El perro callejero abrió mucho sus ojos y le preguntó sorprendido:

“Entonces… ¿¿Es un chico??”

Don Cornelio se estaba divirtiendo de lo lindo con todo aquello.

“Si, es il mio figlio… mi hijo mayor, Adrián. Pero le cambié el nombre, ahora se le conoce como Miele, porque es tan dolce como la miel”

 “¿En serio? ¿Su hijo Adrián? ¿Y cómo puede ser que tenga pechos? ¿Está operado?” la curiosidad de Ricky por ese andrógino medio muchacho medio muchacha iba en aumento.

El Don se levantó del sofá, puso sus manazas sobre las tetitas de Miele y rasgó la fina tela de la camisa blanca, dejando a la vista de su invitado dos pechos incipientes, como de adolescente, a medio desarrollar, pero suaves y firmes. Una delicia de tetas.

“No está operado, todo es natural. Acércate, puedes tocárselas si quieres.” le dijo Don Romannetti.

Ricky no se lo hizo repetir dos veces. Fue donde estaba Miele y empezó a sobarle las mamas con todo su descaro.

“No lo hemos operado. Adrián siempre fue la viva imagen de su madre, y su carácter ha sido invariablemente sumiso y complaciente desde que nació. Así que empecé a medicarle con estrógenos antes de que llegara a la pubertad. Nunca ha desarrollado sus músculos, ni le ha salido bello facial ni en otros lados. Tampoco se le ha cambiado el tono de voz. Es como si su cuerpo estuviera mutando al de una joven adolescente, pero con un pito colgándole de las piernas. Aunque eso en vez de crecerle le está menguando, igual que sus pelotas. Casi no puede ni soltar esperma.”

Algunos hombres rechazarían sin pensarlo a aquel engendro medio macho medio fémina, pero Ricky veía en él lo mismo que había visto su propio padre, el Don. Adrián tenía justo todas las ventajas de ambos sexos. Era como poder follar con dos esclavos a la vez, chico y chica, todo embutido, perfumado y hermosísimamente presentado en forma de criada. El Semental no podía dejar de masajear las tetas del hijo de su anfitrión, incluso pegó su boca al pezón para chuparlo, mientras bajaba una de sus manos para agarrarle sus firmes nalgas. Decididamente no se marcharía de allí sin haber catado ese culo y ese cuerpo únicos y de infarto.

“Veo que te ha gustado Miele, eso está bien amico mío, es todo tuyo. Te complacerá en cualquier orden que le des.” dijo entonces Don Romannetti “Dime, ¿Quiénes son estos dos jóvenes que te acompañan?” preguntó el mafioso, acercándose a Luis y Saúl.

Los hermanos bajaron inmediatamente la vista al suelo (no habían podido evitar mirar lo que su Dueño estaba haciendo con ese transexual) y permanecieron quietos y con los corazones latiéndoles fuerte en el pecho. Don Cornelio acercó su mano al collar del más joven y leyó la inscripción Puta Insaciable… jajaja qué ocurrente eres amico luego hizo lo mismo con el hermano mayorCerda Comepollas… ¡Benne Benne! Dos hermosas puttane con las que divertirme. ¡Bien hecho, amico Ricky!”

El perro callejero estaba hinchado de orgullo con el visto bueno del mafioso. Además de conseguir trabajo y un buen dinero de él, se follaría a su hijo Adrián, que era una hermosura de andrógino. Y tampoco es que le apenara demasiado tener que reventarle el culo a pollazos a sus dos pequeños sumisos asiáticos, si se daba la ocasión de hacerlo. En realidad, cuanto más estrecho era el culo que follaba más placer le daba, así que pensó sería toda una delicia probarlos, ni que fuese una ocasión. Pero primero terminaría con lo que tenía entre manos, el adorable y sensual cuerpo del dulce Miele.

Ricky separó sus lascivos labios del pezón de Miele y le explicó el origen de los hermanos a Don Cornelio:

“Hace 4 años repetí curso y me metieron en la misma clase que Luis, la Cerda Comepollas mientras el perro callejero hablaba, el Don empezó a sobarle el cuerpo al joven rubio del que estaba hablando. El hombre maduro pasaba sus dedos por la espalda, los pezones y el trasero del menor.

“El imbécil era el hazmerreír de toda la escuela, todos abusaban de él y le daban palizas. Yo había visto en una película un tipo que tenía a otro de esclavo y me dio curiosidad por saber qué sería aquello, así que le obligué a ser mi sumiso. Él aceptó encantado el trato, tragándose mi lapo delante de toda la clase.” comentó el Macho.

Don Romannetti sonreía “Ah, una frágil mariposa, igualito que il mio figlio Adrián.”

“Si, primero lo utilizaba solo para hacerme los deberes, llevarme la mochila y traerme la merienda, pero un día estropeó una cita que tenía con una chica y con el cabreo le obligué a chuparme la polla. Desde entonces lo sigo amaestrando como mi zorra.” añadió después el moreno de ojos esmeralda.

“¿Y la Puta Insaciable de dónde salió, amico Ricky?” preguntó entonces el mafioso, dejando de sobar a Luis y empezando a manosear el cuerpo desnudo de Saúl.

“Él es Saúl, el hermano menor de la Cerda” aclaró el perro callejero “Insistía que no era marica, pero un día espió a su hermano mientras me la chupaba y se corrió del gusto. Pronto le follé el culo y le convertí en mi nuevo esclavo.”

El Don no dejaba de sonreír, él también se sentía afortunado de poder tener carne fresca en el menú. Y más si se trataba de dos jóvenes hermosos y bien educados como aquellos dos sumisos que tenía ante él. Saúl procuraba calmarse. Por fortuna el anfitrión al que Ricky pretendía cederles sus servicios sexuales era un tipo agradable. Era mayor, sí, pero guapo. No era un viejo asqueroso como don Fermín, el director de la escuela, o como ese camionero que había intentado alquilarles en el área de servicio. Aunque odiaba la idea de tener en su boca o en su culo la polla de otro hombre que no fuese su amado Amo, ya que tenía que joderse y obedecer, por lo menos sería con un tipo medianamente soportable. Luis opinaba lo mismo que él. Ser follado por ser follado que fuese por ese mafioso Semental, mejor que con cualquier otro engendro.

“Ah, son hermanos. Eso me gusta.” Terció el hombre de pelo castaño.

Y como si hubiesen dado el pistoletazo de salida, sin mediar más palabras, tanto Ricky como Don Cornelio empezaron cada uno con lo suyo.

El mafioso se había vuelto a sentar en el sofá, con sus dulces querubines asiáticos a lado y lado.

“Tú, Cerda, haz honor a tu nombre y chúpamela un rato” fue la orden que le dio a Luis.

“Y tú, Puta Insaciable, enséñame bien tu culo, quiero ver qué llevas ahí puesto” le dijo a Saúl.

El menor de los hermanos se puso sobre Luis, que estaba entretenido mamándole la polla al hombre, de pie, con cada pierna a un lado de su cuerpo. Se situó de espaldas al mafioso, inclinó su cuerpo hacia delante y se abrió él mismo las nalgas, para mostrarle el plug que tenía insertado en el ano. Don Romannetti alargó la mano y empezó a meter y sacar el plug del culo de Saúl, dándole mucho placer.

Por otro lado, Ricky se había quedado a solas con la tierna Miele. Después de saciarse lamiéndole y mordisqueándole ambos pechos, se tumbó en el otro sofá y ordenó al chico andrógino que se subiera sobre él, mirando hacia abajo. Miele había empezado a chuparle la polla con suma satisfacción, al tiempo que el perro callejero le lamía las pelotas, el perineo y su firme pero femenino trasero. Ricky metía y sacaba su lengua del agujero posterior del hijo del mafioso, y había empezado a meterle un par de dedos cuando de repente la puerta se abrió y entró alguien en la estancia. Todos se quedaron parados mirándole.

“Buenas noches, padre. Veo que habéis empezado la fiesta sin mí”

El que había hablado era sin duda el hijo menor biológico de Don Cornelio. Tenía exactamente los mismos rasgos varoniles y hermosos de su padre, pero en versión adolescente. Incluso se diría que en sus ojos brillaba una luz de maldad que su padre no tenía. Ojos marrones, pelo castaño algo largo peinado hacia atrás. De la misma edad que Saúl. Vestía un lujoso traje y se le marcaba un buen paquete.

Entrada destacada

Maite. Secuestrada en Egipto. Cap 01.

Serie larga, donde se relatan las peripecias de la pobre Maite, joven casada a la que secuestran en su viaje de casados. A lo largo de los ...