miércoles

Halloween. Una historia de brujas.




Ritual de iniciación en el bosque. ¿No consentido? El duque se tira a la sirvienta. Los acompañan la amiga bruja y el sirviente de él. Escrita a finales del 2011.









31 de Octubre, año 1578.

Una hermosa mujer, de tez blanca, ojos marrones y larga melena oscura, espera en el bosque, cubierta únicamente por una capa negra. Su nombre es Diana. Es un día muy especial para ella. Hoy va a iniciarse secretamente en el culto a Kernunnos, el antiguo Dios pagano. Todo tiene que hacerse con la máxima discreción, para no ser descubiertos por ojos enemigos que los puedan denunciar a las autoridades eclesiásticas.

Son las doce en punto de la noche. Diana espera impaciente donde le han señalado. Recuerda las pocas recomendaciones que le ha hecho su buena amiga Louisa, la que le ha instado a entrar en el coven de brujos...

«Vendré a buscarte a media noche. Te vendaré los ojos y te llevaré al lugar de la reunión. Es muy importante que no hables, si no es para responder a las preguntas que te harán. Y sobre todo, déjate llevar. Puede que nuestras prácticas te parezcan algo extrañas al principio, pero todo tiene un porqué, que ya entenderás cuando sea el momento. ¿Quieres convertirte en una bruja de verdad? Ya te he mostrado mis poderes, puedo hacer lo que se me antoje, y mi familia ya no pasa hambre... lo sabes porque lo has visto con tus ojos... así que qué me dices. ¿Contamos contigo? Nos falta una más para completar el círculo.»

Diana no se lo pensó mucho en responder «¡Si, acepto!» pues ella tenía cierto don de clarividencia, que esperaba se vería aumentado tras la iniciación. Entonces Louisa le dio la capa y le dijo que viniera solo vestida con eso. Al principio Diana casi se echó atrás, pero su curiosidad y sus ganas de aprender pudieron con todo.

Se oye el sonido de unas pisadas sobre la hojarasca, Louisa aparece tras un árbol. Pelirroja, de melena rizada y bonitos ojos verdes. También viste una capa. Sonríe, y sin decirle nada, le venda los ojos con una opaca tela negra. La amiga bruja la guía por el bosque, ayudándola para que no caiga, siguiendo el pequeño sendero iluminado por la luz de la luna. Finalmente llegan a su destino. Louisa le deja ir el brazo y le quita la venda de los ojos.

Ante Diana aparece una escena digna de película. Se encuentra de pie, en el centro de un claro en el bosque, justo parada ante una línea dibujada con piedras que delimita un gran círculo en el césped. A un lado, un gran altar de piedra, con velas, hojas, piñas, y otros objetos que no llega a ver. En el círculo, dos hombres enmascarados y con capa, uno a cada lado. El de la derecha lleva una careta como de ciervo, con algo de cornamenta... el chico de la izquierda lleva un antifaz negro, como el que Louisa se pone antes de situarse frente a ella en el círculo.

Diana siente el corazón latiendo a cien por hora. Tiene muchísimo miedo. Y frío. Pero está dispuesta a seguir adelante ocurra lo que ocurra... entonces los chicos se acercan a ella, el de la careta de ciervo se pone delante, y empieza a hablar, con voz grave, mientras el otro con una cuerda, empieza a atarle las manos, y luego los pies...

«Diana, ¿has venido hasta aquí por propia voluntad, para ser iniciada en nuestro culto?»

«Así es» responde la chica, medio consternada, porque le ha parecido reconocer en el hombre que le está hablando al hijo del duque de la comarca... un apuesto mozo, alto, rubio, y adinerado, que había visto en contadas ocasiones.... no podía ser... ¿qué hacía un hombre como él en un lugar así? Diana empezó a entender las implicaciones que tendría su iniciación, o peor, las repercusiones que tendría si no cumplía con su papel... Chris, el hijo del duque, vuelve a hablar:

«Que esta cuerda atada alrededor de tus muñecas y tobillos sea un símbolo de tu anterior vida, prisionera de ideas equivocadas y falsas creencias.»

El otro chico termina de atar las cuerdas, bien fuertes, y se sitúa al lado del enmascarado que le habla. Sabiendo quien es ese hombre, a Diana no le cuesta deducir que el moreno que está a su lado es su fiel sirviente Sebastián...

«Repite conmigo: desde ahora dejo de llamarme Diana y paso a ser solo una hija del Dios cornudo»

«Desde ahora dejo de llamarme Diana y paso a ser solo una hija del Dios cornudo»

Una mano la agarra de las cuerdas y tira de ella hacia delante, el joven duque apoya una daga de empuñadura negra en su garganta, y le dice muy cerca de su cara...

«Si en algún momento delato a mis compañeros, sufriré un gran tormento como castigo»

Diana lo repite con voz entrecortada;

«Si en algún momento delato a mis compañeros, sufriré un gran tormento como castigo»

Louisa, que se ha situado tras ella, la empuja y la hace entrar en el círculo. Al tropezarse, Diana acaba cayendo en brazos del duque, que la mantiene de pie, sin dejar que caiga. Sebastián se acerca a Chris y le abre la capa, dejando que caiga al suelo. Louisa hace lo mismo con la capa de Diana. Ambos están ahora desnudos, cara a cara. Los otros dos se desnudan por su cuenta. Diana enrojece al verse así frente a aquel hombre, y al ver el gran miembro erecto de éste frente a ella... Chris continúa con el ritual.

«¡Arrodillate!» ordena, y acto seguido Diana se arrodilla frente a él. Al ser de clase baja, está muy acostumbrada a cumplir con las órdenes que le den.

«Antes de iniciarte tenemos que dejar tu cuerpo y tu mente limpios de impurezas»

Sebastián se acerca al altar, coge una fusta de doma de caballos y se la da a su amo. Louisa se arrodilla frente a ella y le coge las manos con fuerza. Entonces Chris empieza a azotarla con fuerza, y le pide que vaya contando los golpes que le da en voz alta...

ZAS!  

«Uno»

ZAS!!

«Dos»...

Así hasta tres series de nueve. Cuando termina, Diana siente todo el cuerpo dolorido. Largas marcas rojas aparecen en su espalda, trasero, pecho y brazos. Hacen que se levante, Chris se sitúa frente a ella de nuevo, Sebastián está a un lado con la daga en la mano, y Louisa está al otro lado sosteniendo un cáliz lleno de vino de un color rojo oscuro.

Chris coge la daga y empieza a hablar, mientras le corta las ataduras de las manos y los pies...

«Ahora eres una con Kernunnos. Libre de tus ataduras del pasado. Has sido purificada...»

Chris le devuelve la daga a Sebastián y coge el cáliz que sujeta Louisa. Lo alza en alto frente a ella...

«Que la sangre de nuestro Dios entre en ti, para que seas una con nosotros»

«Que así sea» dicen a coro los otros dos

Chris acerca el cáliz a la boca de Diana, que bebe el contenido, luego bebe Chris, Sebastián y por último Louisa, que termina con el contenido de la copa. Diana enseguida empieza a sentirse mareada, supone que había algo en la bebida que le han dado, pero como todos han bebido, y el efecto es parecido al de una borrachera, no se preocupa mucho por eso... el duque se acerca a ella y le dice:

«Ahora serás iniciada como hija de la noche»

Louisa y Sebastián han vaciado el altar, y es conducida hasta allí, donde la tumban boca arriba, con las piernas bien abiertas, su amiga agarra una de las piernas y Sebastián la otra. Diana está cada vez más mareada por la droga que ha bebido, y no opone resistencia a nada... Chris se sitúa entre sus piernas, con su enorme mástil apuntando a la entrada de su coño y empieza a empalarla con desesperante lentitud... Diana se retuerce un poco, pues es virgen, y el dolor que siente la asusta de veras, pero el hijo del duque no se frena, al contrario, la coge por las caderas y se la mete de un solo golpe hasta el fondo de las entrañas...

«Aaaaaaaaaaah!»

Chris empieza a empujar y jadear sobre la pobre chica, que es incapaz de hacer nada por preservar su honor... los otros empiezan a entonar un cántico en algún idioma que no entiende... Chris se la folla con muchísima fuerza... haciendo que la piedra del altar se le clave en la espalda... la sangre de su deshonra se vierte sobre la fría piedra, cayendo al suelo... el duque sigue empujando y empujando, cada vez más deprisa y más fuerte... Diana ya no se intenta librar... para ella es todo tan extraño... como si hubiera entrado en otra dimensión... solo ve algo parecido a un ciervo que se la está follando... y ya no le duele tanto... tras las primeras embestidas ha empezado a sentir placer... y esos cánticos de fondo... es todo muy raro como para ser comprendido por su mente... así que, como le recomendó su amiga, simplemente se deja llevar...

Cuando Chris siente que le llega la corrida, se aparta de la chica y apuntando a su cara, le suelta toda la leche en los ojos, la nariz y la boca. Cae un poco en el pelo. Se separa y Sebastián ocupa su lugar. Ya no hace falta que nadie le aguante las piernas. El sirviente se folla a Diana con mucha pasión, metiéndole su gran verga hasta el fondo el útero. Se está un buen rato dándole así por el coño, mientras Louisa le hace una mamada a Chris, que ya recuperado se acerca al altar. Sebas coge a Diana, y sin sacarle la polla de su coño, la levanta para que Chris se pueda sentar en el filo de la piedra. Diana está con las piernas abiertas cogidas a la espalda del sirviente, que poco a poco, la va acercando a su amo, quien con la polla ya lista para un segundo asalto, apunta al agujero del ano, que Louisa ha estado lamiendo, y empieza a romperle el esfínter con su rabo.

Ahora sí que Diana ve las estrellas... llora, grita y patalea, pero de nada le sirven sus quejas. Sebastián se queda quieto mientras Chris se abre paso con su polla en su trasero. Al cabo de un rato consigue meterla hasta los huevos, y a una orden suya, amo y sirviente empiezan de nuevo con las embestidas, esta vez más bestias que las anteriores. Diana grita, aulla de dolor, y cuanto más se queja, más se hinchan las pollas que tiene dentro metidas. Sebastián le destroza el coño mientras Chris le revienta el culo. Pollas grandes como mástiles rompiéndola en mil pedazos... finalmente, sin poderlo remediar, ambos hombres se corren, esta vez bien dentro de la pobre chica.

Aún tenían fuerzas para un último asalto, tras recuperar fuerzas gracias a las habilidades labiales de Louisa, Chris y Sebastián volvieron a la carga, pero ahora fue el amo el que le metió la polla en el coño y el sirviente el que la enculó salvajemente. Ambos hombres la follaban sin piedad, y Diana, ya fuera de sí, se dejó llevar por el vicio del momento y empezó a disfrutar de esas pollas que la estaban destrozando... y otra vez se corrieron dentro de ella, y esta vez ella también se corrió.

Para cuando terminaron, Diana estaba completamente rota y exhausta. Louisa la acompaño a su casa, la baño y la arropó, durmiendo con ella el resto de noche. A la mañana siguiente Diana lloró al recordar lo que había ocurrido, entonces Louisa le explicó cómo funciona la magia sexual, porqué había sido necesario que su iniciación fuese así, y le prometió que, a cambio de no dejar el coven, le enseñaría como conseguir aquello que ella más desease en el mundo.

Diana miró a su amiga, y tras pensarlo un poco, dijo con una sonrisa....

«¡Quiero convertirme en la mujer del hijo del Duque!»

martes

Lágrimas invisibles

Pensamientos de una sumisa. Escrito en Julio 2013.



Vivo en una realidad distinta a la que viven los demás. No importa si estoy en el metro, de camino al trabajo, o sentada en el parque leyendo un buen libro. La gente que me ve piensa que me conoce, y que saben lo que pasa por mi mente… pero no podrían estar más equivocados. Porque yo sencillamente no estoy allí. Me muevo entre tinieblas, avanzando cada paso que doy llena de dudas y frustración. La indecisión me atormenta por dentro.

No reparo en los viajeros que van conmigo, ni en el trayecto, pierdo el hilo de mi lectura, mi menta vaga solitaria por lejanos páramos, que sé con seguridad que esconden maravillosos paraísos, pero que soy incapaz de ver por mi autoimpuesta ceguera. Cierro los ojos y me trago las amargas lágrimas que amenazan con salir a la luz. No me lo puedo permitir ¿Qué pensarían de mi si dejo aflorar mis sentimientos y le muestro al mundo quien soy yo en realidad?

Alzo la mirada al cielo y me recrimino por ser tan tonta, por llorar lágrimas invisibles por un ser que ni si quiera existe. ¿Cómo es posible sentir dolor por la pérdida de algo que nunca se tuvo? ¿Cómo puede herir tanto el mero hecho de no hacer nada? Me siento estúpida. Estoy de luto por un hombre que jamás conocí. Sé que anda por ahí, sé que en algún lugar hay un Amo que está esperando pacientemente mi llegada, y que no aparecerá hasta que no esté preparada. Yo no le conozco, no sé su nombre ni lo intensa que es su mirada. Él no es nada excepto una sombra si rostro en mi imaginación, aun así le rindo devoción a diario. Pienso en él muy a menudo. Le imploro que me perdone por ser incapaz de dar el paso, y le suplico que siga esperando, que tenga paciencia, que llegará el día en que seré lo suficientemente valiente como para salir de las sombras para ir en su búsqueda.

Voy andando por la calle. Mi respiración es rápida y pesada. Siento como si en mi interior ardieran de manera constante unas brasas que no pueden ser apagadas, pero que tampoco terminan de prender en un incendio. Me cuesta seguir adelante como si nada. Aparece una amiga y me pregunta “¿Estás bien? Parece que viajaste a otro mundo” vuelvo de mi ensoñación, me pongo la máscara, sonrío con cariño y le respondo “Si, no es nada.” Por su bien y el mío es mejor que nadie sepa nada. Sé que hay personas muy cercanas a mí que no se reirían, ni me señalarían con el dedo, que incluso harían el esfuerzo de intentar comprenderme. Pero no serían capaces, porque ser sumisa es algo que una lleva dentro. No se aprende ni se practica. No se puede explicar, porque no existen palabras para hacerlo. No tengo Amo, pero eso no impide que me sienta ya subyugada a un fantasma de niebla y oscuridad. Soy quien soy, y ahogar esa oscura parte de mí creo que me está matando poquito a poco.

Aun así sigo sin sentirme preparada. Todavía no.

Me tumbo en la cama. Antes de dormir alzo mi mirada y la dirijo a ese astro luminoso tan hermoso que brilla en la oscuridad. Allá donde esté mi Amo, le envío todo mi cariño y devoción. Le deseo que haya pasado una buena jornada, y que duerma y descanse bien. Lo arropo en mi pensamiento, deseándole lo mejor. Y de nuevo me disculpo con él por ser la peor sumisa que pudiera haber, que aun sabiendo qué es lo que tiene que hacer, no puede dar el paso para iniciar la búsqueda de aquel ante quien sabe que tiene que rendirse por completo.

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