sábado

Ricky, el perro callejero #2

Ricky, el matón del barrio de 18 años, pone a prueba a los dos hermanos menores, para ver quién es más guarra, puta y marica. A petición de la audiencia, aquí tenéis la segunda parte de este morboso relato.


La tarde anterior Saúl había echado de malas maneras a su hermano mayor Luis de casa, para poderse quedar a solas con Ricky. El perro callejero aprovechó la situación tan favorable para él y le desvirgó el tierno culito del quinceañero. Después de que ocurriera aquello, Ricky se marchó, y Luis no volvió al hogar materno hasta muy tarde, ya pasada la media noche. Antes de irse a dormir, Saúl vació en el desagüe un tercio del bote de vaselina que había comprado Luis, y luego lo volvió a dejar donde estaba, únicamente para martirizar un poco a su hermano mayor y que imaginara mil y una ardientes escenas de sexo y pasión entre él y Ricky. Y que los celos le consumieran.

Esa noche Saúl apenas pudo pegar ojo. En su cabeza no paraba de revivir las imágenes de lo sucedido. Como le lamió la sangre en los pantalones al cabrón de Ricky, la forma en que lo obligó a chuparle la polla en el callejón, y luego en su propia casa le había sodomizado sin compasión alguna. El menor se sentía muy excitado, e inmensamente feliz de haber sido escogido por ese Dios de ojos color esmeralda para ser su única puta. Se había jurado a sí mismo ser el mejor esclavo que Ricky pudiera desear, cumpliendo con todas sus órdenes sin replicarle jamás. Sabía que su hinchado orgullo podía llegar a jugarle una mala pasada algún día, pero esperaba que su devoción por ese Macho fuese más poderosa que su ego y no tener que llegar a pasar por ese mal trago.

A la mañana siguiente, cuando Saúl bajó a la cocina, se encontró el desayuno ya preparado, pero ni rastro de su hermano. Vaya un cabrón cornudo y cobarde ¿Es que ahora le tenía miedo a él, su hermano pequeño? Menudo idiota… Sí, era verdad que el día anterior le había dado una buena paliza, y que lo echó literalmente a patadas de la casa. Pero de ahí a evitarlo de esa manera… Vivían juntos y estudiaban en la misma escuela. Antes o después terminarían coincidiendo. Y al quinceañero no le daba miedo ninguno tener ese encontronazo con su hermano.

Saúl pasó la jornada en la escuela sin prestar atención a lo que explicaban los profesores en clase. Él solo tenía una cosa entre ceja y ceja, y era volver a ver a Ricky lo antes posible, y también localizar a su hermano mayor, para regodearse un poco más en sus narices de la gratificante victoria que había supuesto para él que Ricky lo eligiera en lugar del otro. Al mediodía Saúl bajó corriendo e interceptó a Luis cuando se disponía a cruzar la puerta metálica de salida del patio.

“¡No huyas de mí, idiota!” le gritó el menor a su hermano.

El mayor se giró y cuando se encontró con la fija mirada del rubio, tuvo que agachar la suya, ya que ni si quiera se atrevía a mirarle a los ojos, después de lo que había sucedido entre ellos. Él era el mayor, el que se suponía que tenía que ser más fuerte y dominar al más joven, pero su débil carácter se lo impedía. Luis se sentía abatido, humillado y un desecho como ser humano. Mientras fue el esclavo sumiso de Ricky no le importó sentirse así, porque tenía a su Amo para apoyarse en él y sentirse protegido y de alguna manera aceptado, pero ahora que se había quedado solo, sin su Amo y Señor, el peso de su triste y patética existencia le había caído encima como una pesada losa. Incluso caminaba con los hombros hundidos.

“¿Qué quieres, Saúl? Déjame en paz” le dijo el mayor.

“Oye, que yo solo…” empezó a decir el más joven.

Una conocida voz les dijo:

“Eh, par de putas mariconas. Me alegro de encontraros juntas.”

Era Ricky quien había aparecido de repente, interrumpiendo la conversación de los hermanos, que se lo quedaron mirando con los ojos abiertos y llenos de adoración. Saúl, el joven de quince años, vio en la mejilla izquierda del perro la cicatriz que le había quedado de su propio ataque con una navaja el día anterior.

“Andando” ordenó el perro.

“Ssi, Señor” respondió de manera temblorosa Luis.

“Como tú digas, Ricky” le respondió Saúl, con mucha más seguridad en su voz que el lelo de su hermano.

Ricky se puso a andar en dirección a la casa de los hermanos, que lo seguían a unos pasos por detrás de él, mirándose de reojo, sin decir nada. Luis se sentía feliz porque Ricky le hubiese dirigido una vez más la palabra, y por requerir de su presencia en la casa, aunque quizás solo era para dejarle claro que su nueva zorra era Saúl y que a él ya no lo necesitaba para nada. El menor de los hermanos por su parte no paraba de preguntarse por qué Ricky quería que ambos hermanos fuesen con él hasta la casa. ¿Es que no había perdido el interés en Luis? ¿Ahora pasaría de él y se quedaría con su hermano? Como el perro no abrió la boca en todo el trayecto, los dos muchachos rubios que lo acompañaban no podían saber qué cojones era lo que le estaba pasando por la cabeza en ese momento.

Finalmente llegaron al domicilio de los hermanos. En cuanto entraron, Ricky subió directamente al piso de arriba y entró en la habitación de la madre de los muchachos. Luis y Saúl le siguieron, sin reprocharle nada al de pelo azabache. Aunque Luis temía a bronca que les podía caer, si su madre llegaba a enterarse de que habían estado en su cuarto, se sentía demasiado asustado por el Dios de pelo azabache y no abrió la boca. Por su lado, Saúl, también sentía una leve intranquilidad de fondo, pero estaba más expectante y curioso que otra cosa.

El perro callejero se dio una vuelta por ese cuarto, como si fuera el suyo. Tocó los objetos que la madre de los rubios tenía en las estanterías, registró su armario, revolvió su ropa, y finalmente abrió los cajones de la cómoda, encontrándose allí con un gran tesoro: la ropa interior sexy de la progenitora.

“Vaya, vaya, qué tenemos aquí… ¡Jajajajajaja!”

Varias prendas cayeron al suelo mientras el joven de pelo color oscuro revolvía ahí dentro. No le costó mucho encontrar lo que deseaba, se giró para mirar cara a cara a los hermanos, con un conjunto de ropa interior femenina en cada mano, se la dio a cada uno de ellos.

“Voy a echar una meada. Cuando vuelva os quiero desnudos, maquillados como las putas mariconas que sois, con esto puesto y unos zapatos a juego.”

“Ssi, Señor Ricky” respondió sumisamente Luis.

“Está hecho” añadió el más joven de los tres.

El perro callejero salió de la habitación, dejando a los hermanos solos. El primero en reaccionar fue Luis, que empezó a desnudarse de manera rápida. Saúl por su parte alzó su mano y miró la prenda que Ricky le había dado. Era un corpiño blanco con un largo cordón cruzado a lo largo de toda la espalda, con tanguita de encaje blanco a juego. Soltó un suspiro y miró en el armario, donde su madre guardaba los zapatos. Allí encontró unos de tacón de aguja preciosos, color blanco y detalles dorados. Los sacó y los dejó a los pies de la cama, junto con el conjunto que Ricky le había dado para que se pusiera.

Luis por su parte ya se había quitado toda la ropa y empezaba a vestirse con el conjunto que el perro había elegido para él, compuesto de un tanguita de hilo y sujetador rojos de tela semi-transparente. Saúl estaba fascinado por estar viendo a su hermano mayor vestido de esa guisa, realmente estaba horrible. Sin embargo a él el conjunto que el perro le había dado le quedaba casi como hecho a medida, estaba hermoso de una manera extraña y muy desconcertante.

Luis fue en busca de unos zapatos que le pegaran con esa escasa ropa, mientras Saúl ya había terminado también de cambiarse y con los zapatos ya puestos, que le quedaban un poco grandes, se sentó en el pequeño tocador de su madre y empezó a maquillarse. Luis no tardó nada en añadir un par de lindas botas de caña alta de color negro a su conjunto, y se puso tras su hermano pequeño a intentar maquillarse como una puta.

“Muy bien, cerdas. “¡Ahora, a cuatro sobre el suelo!” Ricky ya había vuelto del lavabo, y les dio su siguiente orden desde el marco de la puerta.

Los hermanos se pusieron como el mayor les había pedido, no sin ciertas complicaciones, por los taconazos que llevaban en sus pies nada acostumbrados a ese tipo de calzado. En ese momento tanto Luis como Saúl se sentían igual de humillados, pero uno por devoción sincera, el otro por cabezonería, no dejarían que fuese el contrario quien ganase esta partida. Ambos estaban dispuestos a llegar hasta el final con aquella especie de prueba que les había impuesto su Semental, y esperaban así terminar obteniendo su completa atención, además de otros actos mucho más lascivos por su parte.

“¡Jajajajajajajajajaja!” se rio el mayor de los tres.

El perro callejero no pudo evitarlo y empezó a descojonarse de risa de la pinta de esos dos estúpidos. Se acercó al cubo de la ropa sucia que había en un rincón de la habitación y sacó de él un panty negro perteneciente a la madre de los muchachos.

“Tú, cerda número uno, ven aquí.” le dijo a Luis, el mayor de los hermanos.

El joven sumiso se acercó raudo hasta donde estaba su joven Dios y le dejó hacerle lo que él quiso, que fue meterle la parte central del panty en la boca. Luis sintió al acto el fuerte sabor a coño sucio proveniente de la prenda y le dio mucho asco. El olor que soltaba era casi insoportable, pero no dijo nada.

“Que no se te caiga o tendremos problemas.” puntualizó Ricky.

Luis apretó bien los dientes entorno a la asquerosa prenda de ropa. Entonces el perro callejero se sentó sobre el lomo del rubio con una pierna colgando a cada lado, y empezó a guiarle por la habitación, tirándole de las bridas improvisadas que le había construido con las medias de su madre y golpeándole fuerte los costados de su cuerpo con las rodillas.

“¡Arre! ¡Arreee! ¡Jaaaajajajajajajaja!” Ricky se lo estaba pasando en grande con su pony-boy.

Fue cuando vio al quinceañero, vestido tan hermoso con el corpiño blanco, a cuatro sobre el suelo, mirándolo con frustración y deseo, como esperando a que le diese a él también una nueva orden. Ricky guió a su montura, Luis, hacia su hermano pequeño y lo detuvo tirando de los pantys sucios que el chico tenía metidos en la boca, quedando ambos muchachos cara a cara. Ricky señaló a Saúl y le dijo:

“Vamos a jugar a un juego. Tú serás una zorra rabiosa, y intentarás morderle el culo a mi montura” golpeó el costado de Luis con sus talones “Y tú, cerda, tienes que huir de la zorra que te persigue, sin salirte de la habitación, y por supuesto sin tirarme al suelo.”

Ricky enumeró todas esas normas en muy pocos segundos.

“Y el juego empieza ¡Ya!” Gritó de repente.

La montura del perro callejero empezó gatear como podía, escapando de los dientes de su hermano menor, que a veces se acercaban demasiado a sus posaderas e incluso llegó a notar, en un par de ocasiones, como le rozaban los dientes con su fina piel. Pero todas las veces consiguió escaparse. Ricky pronto se aburrió del juego, ya que se dio cuenta de que ninguno de los muchachos le estaba poniendo todas sus ganas, así que a los pocos minutos añadió:

“El vencedor del juego tendrá un premio. Y el perdedor sufrirá un terrible castigo.” frunció el ceño y espoleó a su montura “Ponedle más ganas, ¡Joder!”

Al oírle decir eso, Saúl dio un salto hacia delante, se sujetó de la pierna de su hermano y le soltó un tremendo mordisco en su nalga que le hizo salir bastante sangre de la herida abierta.

“¡¡Waaaaaaaaaaaaaaaaaaah!!” el pobre Luis soltó un fortísimo alarido al notar el vil ataque del cabronazo de su hermano pequeño, y sin poderlo evitar, de manera inconsciente su cuerpo se giró de un bote, apartándose del foco del dolor. Eso causó que casi tirara a Ricky de su lomo, y que el mayor de pelo azabache se diese un fuerte golpe contra la cómoda.

“¡¡Malditos bastardos inútiles!!” empezó a gritar, mientras comenzaba a soltarles fortísimas patadas a los dos hermanos.

“¡¡Sois unas zorras descerebradas!! ¡¡Solo servís para que os follen y para nada más!! ¡¡PUTAS!!”

El perro estaba realmente cabreado. Clavaba la punta de sus bambas allá donde cayeran, en los rostros, estómagos, piernas o traseros de sus estúpidos sumisos. Los dos hermanos pelirrubios se cubrían el cuerpo como podían, intentando soportar ese ataque de ira por parte de su Dios de ojos verdes y pelo oscuro como la noche.

Tan pronto como le vino la ira, pareció calmarse. El perro callejero fue hasta la ventana, miró hacia el exterior mientras se encendía un cigarro, y tras darle una primera calada bien larga, se giró y les ordenó a los chicos:

“¡Sabandijas! Arrastraos hasta aquí y limpiadme los zapatos.”

Luis fue el primero en obedecer ciegamente aquella humillante orden. Se sacó el panty de la boca, se tumbó todo lo largo que era sobre el suelo y fue a rastras hasta llegar donde estaba el joven semental. Sin pensárselo dos veces, abrió sus labios, sacó su lengua, y empezó a pasarla por la superficie de la sucia bamba. El mayor de los hermanos lucía una dura erección desde el momento en que el bruto perro callejero le había metido en la boca el panty con sabor a coño sucio de su madre. Las constantes humillaciones hacia su persona sólo habían conseguido mantenerle excitado y duro, y mientras lamía su calzado Luis notaba como su pequeña polla palpitaba.

Al joven Saúl le costó más obedecer esa estúpida orden. El otro día cuando vio a su hermano lamiéndole los pies al moreno, le había asqueado bastante. Pero lamer su calzado, sucio de a saber qué mierdas… ¡Joder…! Eso se le iba a hacer mucho más difícil. El rubio permaneció quieto donde estaba y vio como Luis se afanaba a complacer a su Amo. ¡Al carajo! Si esa maricona demostraba ser más servicial que él le quitaría el puesto de esclavo favorito del Semental ¡Y eso no podía permitirlo!

“Tú, puerco estúpido, ¡No tengo todo el día!” le increpó Ricky.

En ese momento Saúl empezó a arrastrarse por el suelo y cuando llegó hasta donde estaba el perro se lanzó a limpiarle la otra bamba, con la máxima dignidad posible, pues ese acto de por sí era tremendamente humillante para él. Sin embargo, a pesar de esa feroz lucha interna que el menor tenía consigo mismo por comportarse como un verdadero sumiso ante su Macho, al igual que su hermano mayor él también lucía una poderosa erección, que se había visto incrementada en el primer momento en que su lengua tocó ese calzado mugriento.

El malvado Dios no se conformó solo con tener a los dos hermanos postrados a sus pies y chupándole las bambas, sino que a medida que iba fumando, les tiraba la ceniza encima de sus cabezas, y a ratos les metía a la fuerza a uno o al otro, la punta de su calzado dentro de la boca.

Pronto el joven Dios se cansó del juego y decidió entrar en temas más interesantes. Y ya que tenía a esas dos sabandijas arrodilladas entre sus piernas, qué mejor que ordenarles que se la chuparan. Pero antes tendrían que hacer otra cosa.

“Zorras id a limpiaros bien las bocas.” les dijo el Dios de pelo azabache a los dos muchachos.

Los hermanos se pusieron en pie y fueron al lavabo, que estaba justo al lado de la habitación de su madre. Ricky se bajó la cintura del pantalón de chándal azul oscuro que llevaba puesto, lo justo para sacar fuera su dura polla. Luis y Saúl entraron de nuevo en el cuarto tras haberse enjuagado la boca con elixir, para quitarse los restos de suciedad que habían lamido del calzado del mayor.

“Ahora chupadme el rabo. Los dos.” Les dijo el perro callejero.

De nuevo fue Luis el primero en obedecer, pegó sus labios al increíblemente hermoso rabo de su Macho y empezó a pasarle la lengua con total devoción por el tronco. A Saúl le daba asco que su lengua se rozara con la del imbécil de su hermano. Pero la atracción que ejercía sobre él la mera visión de ese rabo majestuoso le hizo terminar de decidir. Inclinó su rostro acercándolo a la entrepierna de Ricky, y antes de abrir la boca echó un rápido vistazo hacia arriba, al rostro de su amado Semental. Un fugaz pensamiento pasó por su cabeza “Ojalá Ricky se quitara la camisa y me dejara ver su magnífico torso”, pero no iba a tener suerte en esa ocasión. Saúl bajó su mirada, para finalmente cerrar los ojos, y no tener que enfrentarse a la desagradable realidad. Haciendo de tripas corazón, el menor de los muchachos abrió su boca, sacó su lengua y empezó a acariciar con ella toda la extensión del aquel miembro viril que merecía su total devoción.

Saúl aprovechó que Luis empezó a lamerle los turgentes huevos al perro para meterse la punta de su dura polla dentro de la boca. Cuando el quinceañero consiguió por fin tener ese dulce manjar entre sus juveniles labios, se olvidó de todo lo demás. Empezó a succionar y lamer con todas sus ganas, sintiendo al tiempo que le chupaba el rabo al perro como su propio ano empezaba a contraerse, reclamando la atención de ese Macho Semental en el interior del mismo. La habitación se llenó de los jadeos del perro y los chupetazos de las bocas de los dos menores. Ricky, encendido de deseo, puso cada una de sus manos en las cabezas rubias y los guiaba para marcarles el ritmo que mejor le iba. Empezó a mover su propia cadera acompañando esas dos bocas que le proporcionaban tanto placer. Sobreexcitado como estaba, el de pelo azabache comenzó a soltar frases hirientes y cachondas a sus dos esclavos:

“Así…. Chúpamela más profundo… Ah Siii… Menudo par de guarras me he agenciado…”

Hubo un momento en que sin querer se le salió el duro rabo de la boca a Saúl, y su hermano mayor, que permanecía con los ojos abiertos, no perdió la oportunidad de meterse ahora él esa rica polla dentro de su cavidad bucal. Saúl entonces tuvo que conformarse con chupar allí donde quedaba un espacio libre. La estampa era inigualable en lubricidad, con el joven Dios de pelo azabache vestido en chándal y con camiseta blanca de tirantes, luciendo en su rostro un sensual gesto de intenso placer, y arrodillados a sus pies dos jóvenes de nívea piel, cada uno tan hermoso como el otro, igual de excitados por estar haciéndole una buena mamada al perro, y vestidos con la ropa interior de su madre.

“¡Abre más los labios! ¡Y tú muévete más rápido! ¿Sois unas zorras que no sabéis ni como chupar una buena polla de Macho! ¡Os obligaré a hacerlo a diario hasta que aprendáis! ¡Putas!”

Cuando Ricky ya no lo pudo aguantar más, sacó su polla de dentro de la boca de Luis y empezó a correrse en abundantes chorros encima de las caras de los hermanos, a quienes se les había corrido el maquillaje y tenían restos de pintalabios manchándoles las mejillas. La espesa leche del perro salió disparada de su glande directa a los ojos, labios, nariz y el pelo de los dos rubios.

“¡Pero qué cerdas sois joder! ¡Puerco, límpiale mi corrida a tu hermano, y tú, guarra, haz lo mismo con él.” les dijo el mayor cuando había terminado de correrse en sus caras.

Los hermanos sentían sus rabos a punto de explotar dentro de los mini-tangas, y tenían también muchísima vergüenza de cumplir esa orden, pero no les quedaba más remedio que hacerlo. Aunque su Semental no se lo había dicho directamente, sabían que el primero en abandonar, el primero que tirase la toalla, iba a ser relegado a un segundo lugar, y ninguno de ellos estaba dispuesto a soportar aquello. Luis empezó a pasar su húmeda lengua por toda la superficie de la cara del menor, que a su vez sacó su sinhueso e hizo lo propio con el rostro de su hermano. Los dos rubios tragaron con deleite la rica leche de su Macho, y cuando terminaron se lo quedaron mirando, a la espera de recibir su siguiente orden.

Ricky cogió por los pelos al mayor de los hermanos y tirándole fuerte de él le hizo ponerse en pie, al lado de la cama. Cogió el mismo panty que había usado antes como brida y lo utilizó para atarle las muñecas juntas a su espalda. Saúl lo miraba con desesperación ¿Iba a follarse a Luis delante de sus narices? ¡No podría soportarlo! ¡No quería ser testigo de algo así! ¡El perro callejero le pertenecía y ningún otro culo que no fuese el suyo debía tener el privilegio de alojarlo en su interior! Y menos el mugriento culo de su hermano. Si hasta ahora el menor solo había sentido cierta animadversión hacia Luis, en ese momento fue un profundo sentimiento de odio, avivado por los intensos celos, el que se instaló en su corazón.

“Ricky…” empezó a decir en un susurro

“¡Calla, puta!” le respondió el mayor, de mala manera.

Saúl calló, no solo por la tajante orden que le había dado el moreno, sino porque en realidad no sabía ni qué mierdas quería decirle “¿No te folles a mi hermano? ¿Rómpeme a mí el culo con tu dura polla?” No podía decirle aquellas cosas en voz alta, y menos en presencia del imbécil de Luis. Entonces Ricky volvió a hablar, haciendo que el menor olvidara temporalmente su línea de pensamiento.

“Cerda, túmbate sobre la cama y ábrete bien de piernas, que veamos bien ese sucio culo de guarra que tienes.” Le dijo a Luis.

El joven casi se tiró sobre el colchón y quedó con la cabeza y el pecho apoyados sobre la cama, el tener las manos atadas a la espalda le complicaba bastante la labor. Como su Macho le había ordenado, separó todo lo que pudo sus rodillas para dejar su ojete a la vista. En la nalga izquierda tenía marcados los dientes de su hermano en color rojo intenso. Él mismo estaba también convencido de que estaba a punto de perder la virginidad con Ricky, y solo imaginárselo hacía que su ano y su pequeña polla palpitasen, provocándole una fuerte excitación. Pero no era eso lo que el moreno tenía en mente.

“Tú puerco, arrodíllate detrás de la puta maricona de tu hermana y lámele bien el ojete.”

Saúl no se lo podía creer ¿¡Que tenía que lamerle el culo al gilipollas ese!? ¡¡¿Pero quien mierdas se pensaba que era para ordenarle semejante asquerosidad?!! El menor se vio incapaz de hace aquello, intentaba convencerse a sí mismo, diciéndose en silencio: “Es mi Amo, mi Dueño y Señor y no tengo derecho alguno a replicarle. Si abandono ahora, Luis saldrá vencedor y terminará siendo la favorita de Ricky… ¡No! ¡No permitiré que eso ocurra!”

Pero no funcionaba. Su cara no se movía, Saúl estaba como petrificado y no podía seguir adelante con aquello. Le daba demasiada repugnancia acercar su boca a ese inmundo agujero. Si le hubiese ordenado lamérselo a él, a su Dios, no habría tenido tantos prejuicios ¿Pero al imbécil de su hermano? ¡Que se lo chupe otro el puto culo!

“¡No puedo hacerlo!” exclamó de pronto Saúl, irguiéndose.

“¡Maldita puta estúpida!” gritó Ricky

El moreno cogió un cepillo de madera que había sobre la mesilla de noche, y empezó a golpearle en sus redondeadas y púberes nalgas. El menor tuvo que apoyarse en el culo de su hermano Luis para no caer de bruces, pues los golpes que le estaba arreando el Semental eran brutales. Ya sentía el trasero en carne viva por culpa de las rígidas púas que se le clavaban en la fina piel y le agujereaban la misma, en cientos de puntos distintos.

“¡Basta! Para ya, Ricky ¡¡Me haces daño!! ¡¡Aaaah!!” gimoteaba el joven de pelo trigueño.

Pero el bestia de su Amo no se inmutaba por aquellas lágrimas.

“¡Cállate puta, y mete tu asquerosa lengua en su jodido culo de una puta vez!” le ordenó el de pelo azabache por enésima vez.

Saúl no podía aguantarse las lágrimas, por estar fallándole a ese Dios y por el daño que le hacían los azotes que le estaba dando en el culo.

“¡No puedo! ¡No quiero meter mi lengua ahí, me da asco!” exclamó entonces el más joven de todos.

Y al oírle decir eso, Ricky agarró el cepillo con el que estaba destrozándole las nalgas al chaval y ¡ZAS! De un solo movimiento, y sin ayuda de lubricación alguna, le introdujo todo el mango por completo en su recto, de manera salvaje y buscando hacerle el máximo de daño posible.

“¡¡Waaaaaaaaaaaaaaaaaaghhhh!!” el terrible grito de agonía que soltó Saúl fue desgarrador.

“¡Grítame ahora puta! ¡¡Grita ahora que tienes motivos para hacerlo!!” el moreno estaba muy cabreado con ese imbécil que no era capaz ni de obedecer una simple orden.

Ricky empezó a meter y sacar de manera animal el mango del cepillo de dentro del culo del niño, con toda su mala leche. Saúl estaba con la espalda completamente arqueada, las piernas semi-abiertas, y arañando las nalgas de Luis, quien con las manos atadas y esa forzada posición sobre la cama, poco podía hacer por colaborar o apartarte de su rebelde hermano menor.

“¡Puerco, o empiezas ya mismo o te meto el cepillo por el lado de las cerdas dentro! ¡Me estás cabreando muchísimo!” le ordenó de nuevo el perro.

De pronto Saúl entendió que no le quedaba más remedio que tragarse el puto orgullo y sus ganas de vomitar y hacer lo que Ricky le había ordenado, o terminaría desgarrándole el culo con ese puto cepillo.

“Si… Amo…” logró susurrar el quinceañero, entre lamentos de dolor.

Finalmente Saúl se puso de rodillas en el extremo del colchón, inclinó su cuerpo y cogió aire para evitar respirar el pestilente aroma de ese vomitivo agujero. Pudo dar las primeras lamidas más o menos bien, pero cuando no pudo aguantarlo más y se vio forzado a coger aire, casi vomita de verdad. El sabor y el olor de ese culo eran realmente nauseabundos, como si Luis hubiese cagado justo antes de que el quinceañero pegara sus labios a su orificio de atrás. Ése fue el único momento en toda la velada en que Saúl estuvo a punto de claudicar. Y si no lo hizo fue porque por encima de todos sus ascos y manías, lo que más le importaba al menor era que Ricky lo considerara su favorita.

“¡Ponle más ganas! ¡Quiero oír a la cerda jadear con tu lengua en su culo! ¡Vamos, zorra!” le increpó el de pelo azabache.

Al ver que esa perra desobediente al fin hacía lo que le había mandado, Ricky le sacó el cepillo del culo y lo sustituyó por su propio rabo. Saúl notó como se le encogía el estómago y como le subía el ritmo de las pulsaciones de su joven corazón. Con solo metérselo dentro, el perro callejero notó como el crio empezaba a tener convulsiones. Las paredes de su culo le apretaron el rabo, como intentando ordeñarle, y Saúl manchó la cama de su madre con su espesa lechada. Y eso que Ricky no había hecho más que meterle dentro su duro rabo, sin moverlo aún. Eso fue del todo bochornoso para el menor, que sencillamente ya no había podido aguantar más el estar al límite de la eyaculación, con su polla dura desde que había entrado en ese cuarto. Luis por su lado, callado como estaba, se sentía muy dichoso, por la falta del quinceañero, y por los castigos que estaba recibiendo por parte de su Amo.

“¿Ves como te gusta, puerco? A ver si así aprendes a no desobedecerme jamás en tu puta vida”

En cuanto el Semental de ojos verdes hubo dicho esto, agarró a Saúl por las caderas y empezó a embestirle de manera bruta. La primera vez que lo hizo con él se había demorado en lubricarle bien la zona y dilatarle un poco su estrechísimo agujero, porque quería que en cierta forma él también lo disfrutara, pero en esta ocasión lo que quería era castigarle. Primero con el cepillo y ahora con su propio duro rabo. Ricky quería que Saúl sufriera el máximo dolor posible, y además que fuese su puta polla quien le provocara ese daño insoportable.

“¿Lo notas, puta? ¿Notas como atraviesa tus entrañas?” Ricky movía sus caderas a una velocidad vertiginosa

“¡¡Noooooo…!! ¡¡Waaaaaaaaaaaaaaaaaaaagh!!” el menor de los hermanos aulló de manera profunda.

“¡Voy a metértela tan adentro que terminará saliéndote por esa boca de guarra que tienes!”

Ricky no podía parar de soltarle lindezas como esas, intentando hundir el recio orgullo del crío en la mierda, y por lo fuerte y duro que le daba, realmente parecía que quisiera atravesarlo por completo con ese regio mástil con el que lo empalaba. El pobre Saúl solo podía gritar y poco más, pues las firmes manos de su Dios lo tenían bien cogido y no le dejaban escapar. “Por lo menos me está follando a mí, y no a Luis” pensó el menor, en medio de su agonía. Pero no debería haberlo hecho, pues fue como si invocara a la mala suerte.

De repente su Semental de pelo azabache el sacó de forma brusca el rabo de dentro de su culo y lo empujó tan fuerte hacia un costado, que el quinceañero terminó cayendo de culo al suelo.

“¡¡AAAAAAAhhhhmmmmm!!” lo siguiente que oyó Saúl fue profundo gemido de la inconfundible voz de su hermano.

Carcomido por la curiosidad, el menor se arrodilló en el suelo para poder ver bien lo que sucedía encima de la cama y casi creyó morir cuando descubrió que su Dios, su Amo y Señor, su amado perro callejero, ahora estaba insertando su firme polla por el hasta ahora virginal culo de su hermano Luis. Los ojos del rubio de abrieron como platos, incapaz de aceptar esa escena que estaba viendo, pero sin poder tampoco apartar la mirada de esos dos cuerpos sudorosos que retozaban como animales justo en frente de sus putas narices,

“Hmmmm… Hmmmmmmm… ¡¡Aaaaaaaaaaaaaay!!” Luis intentaba no quejarse demasiado, pero con esa potente polla partiéndole el culo en dos era imposible no gritar.

Saúl tenía las nalgas ardiéndole, seguro que las tenía completamente enrojecidas por los golpes, pero no le importaba nada de nada, ya solo podía pensar en eyacular, en que Ricky se lo follara a él y no a su hermano y llegar a correrse con su rica polla incrustada en lo más profundo de sus intestinos. Pero no era a él a quien se estaba follando salvajemente ¡¡Era al idiota de Luis!!

El Dios de ojos esmeralda, comenzó a empujar, penetrándole sin compasión y llevándose de una sola embestida la inocencia del gilipollas del mayor de los hermanos. Tuvo tan poco cuidado en esa primera embestida, que el ano de Luis se rajó un poco y empezó a derramarse algo de sangre.

“¡¡Waaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!!” Luis lloraba y gritaba, pero no hacía además de apartarse y seguía con las piernas completamente abiertas, ofreciéndose por completo a su Macho.


Ricky notaba el culo de Luis apretándole con saña su duro rabo, pero eso no le hizo detenerse, ni tampoco sintió pena por sus gritos. Todo lo contrario, su lado sádico y morboso estaba disfrutando de lo lindo con esa especie de violación a su puta maricona. El perro callejero embestía de manera frenética sobre el dolorido y sangrante culo de la cerda mayor, pronto sus fuertes gemidos llenaron la habitación, junto con los jadeos y gritos del muchacho al que sodomizaba de forma tan salvaje.

Saúl había sido expulsado del juego y cada vez se sentía más humillado y dolido. No podía ser que Ricky prefiriese meter su magnífica polla en ese agujero inmundo, teniéndole a él más que dispuesto a satisfacerle en todos los sentidos. Solo había una cosa en la que Luis sobresalía por encima de él, y era en su sentido innato de sumisión. Su hermano mayor jamás se quejaba. ¿Era por su rebeldía natural que Ricky lo despreciaba? Joder… había hecho ya mucho por él, se había tragado el orgullo en más de una ocasión, y dejó que lo avergonzara hasta niveles inimaginables hasta hacía poco para el menor. Pero parecía que eso no bastaba… Saúl lo entendía, pero aun así empezó a despreciar a su hermano mayor de manera profunda, por haber sido el elegido para recoger en su interior la simiente de su adorado Amo.

Y fue así como sucedió. El perro callejero folló el culo de la cerda por un buen rato, y cuando su excitación llegó al límite, expulsó litros de lechada caliente y espesa dentro del culo del hermano mayor. En ese momento Saúl hubiera matado a Luis. Cuando terminó, Ricky sacó su polla de dentro del culo de Luis y dio una nueva orden a sus putas, mientras le desataba las muñecas al mayor:

“Guarras, quitaos las bragas ¡Solo las bragas! Y dádmelas.”

Todo lo que habían hecho había sido con la ropa interior puesta, apartándola a un lado. Los jóvenes de pelo trigueño se sacaron los tangas y se los dieron a Ricky, que empezó a limpiarse los restos de su corrida, la mierda de Luis y los rastros de sangre con ellas.

“¡Cerda!” dijo dirigiéndose a Luis “Limpia la corrida de tu hermano” Ricky señaló la blanca lechada que había sobre las sábanas. Luego miró a Saúl, que ya sabía qué le iba a ordenar y le dijo “Y tú puerca, límpiale a la cerda mi corrida”

Ricky se acercó al cajón de la ropa interior de la madre de los chicos y tiró dentro las bragas manchadas con las que se había limpiado. Observó como los muchachos obedecían, esta vez sin escuchar ni una sola queja del quinceañero, que amorró su boca al culo de su hermano mayor, y empezó a beber con avidez los restos de esperma que rezumaban de él. Luis a su vez se puso a lamer las sábanas y tragó la corrida de su hermano menor, sin decir nada tampoco. El perro se sintió más relajado y tranquilo, después de haberles dado una buena lección a esos idiotas.

“Basta. Guarra, baja a prepararme algo para comer.” le ordenó a Luis.

El rubio asintió en silencio y se marchó a la cocina, donde empezó a prepararle una suculenta comida a su Amo, vestido con las botas negras de caña alta y el sujetador rojo. No se preocupó en reparar su maquillaje, que estaba todo corrido, ni se atrevió a masturbarse para aliviar un poco la tensión que tenía en la entrepierna. Había disfrutado como una perra de la tremenda follada de su Macho, pero le había dolido tanto el salvaje desvirgamiento que Luis fue absolutamente incapaz de correrse. Esperaba que el Semental requiriera de sus servicios más adelante esa misma tarde y que entonces pudiera llegar a correrse.

En el piso de arriba Saúl estaba de pie justo a la cama. El perro callejero por fin se había quitado la camisa y se había tumbado a descansar. El menor miraba a su Dios con adoración y deseo en sus lindos ojos. Esperaba con ansias una nueva orden, que no tardó en llegar:

“Límpiate bien la boca, zorra. Ya sabes lo que quiero.” le dijo el Dios, con su sensual voz.

“Si, Ricky, como mandes.” le respondió el chico, que corrió raudo a enjuagarse de nuevo.

Cuando volvió a la habitación de su madre, Saúl se encontró a Ricky tal como lo había dejado, con los pantalones bajados y masturbándose suavemente mientras cambiaba los canales de la tele con el mando.

“Ven, túmbate aquí y deja tu culo de cerda a mi alcance.” dijo el de pelo azabache.

“Claro, voy.” respondió Saúl, sintiéndose lleno de felicidad.

El menor se tumbó en la cama, boca abajo. Como Ricky le había ordenado, puso su trasero al alcance de su mano, y entonces se dedicó a hacerle una mamada de las que hacen historia. No tenía prisa alguna, ni hermano molesto a la vista, por lo que el rubio pudo dedicarle toda su atención a ese menester. Pasó su fina lengua por cada rincón de la polla del perro, sorbió sus huevos con deleite, y luego se metió su duro rabo dentro de la boca y empezó a darle el máximo placer que fuese posible con su lengua y sus labios. Ricky no paraba de hacer zapping, sin dirigir su mirada al rubio que se la chupaba. Pero su mano izquierda se coló entre las nalgas del quinceañero y empezó a introducirle un par de dedos dentro.

Cuando Luis abrió la puerta con la pierna, ya que tenía las manos ocupadas por la bandeja con la comida, se llevó una desagradable sorpresa. No había pensado que en su ausencia, y habiéndose corrido justo hacía escasos minutos, su Semental fuese a tener necesidad de más servicios de sus putas. Pero estaba claro que se equivocaba. Ricky no era como cualquier otro chaval de su edad, su Dios era un Macho como había pocos en el mundo, capaz de mantener su erección dura y de correrse seguido, las veces que hiciera falta.

“Aquí tiene su comida, Señor.” dijo tímidamente Luis desde la puerta.

Ricky le dirigió una penetrante mirada, y le respondió:

“Tráemela aquí, puerco ¿O te vas a quedar ahí toda la puta tarde?”

El hermano mayor entró y le puso la bandeja, con patas, sobre el regazo al Macho. Como estaba alzada, Saúl cabía debajo de la misma y podía seguir chupándole el rabo a su Amo sin problemas. El perro miró lo que contenía la bandeja: unos entremeses, pan, un buen bistec con papas, de postre unas cerezas y para beber le había traído cerveza.

“Muy bien, cerda, lo has hecho bien.” le dijo al chico.

Pero su sonrisa torcida no se debía a la rica comida que Luis le había traído, sino a una cruel idea que se le acababa de ocurrir. Ricky volcó el plato de las cerezas y éstas cayeron rodando en la bandeja. Cogió una y miró su grosor, era de las mayores.

“No te muevas y sigue con lo tuyo.” le dijo al quinceañero.

Entonces bajó su mano al culo de él y empujó la cereza dentro de su estrecho culo. Saúl abrió los ojos y miró de reojo, intentando comprender qué sucedía. Él no podía ver lo que el perro callejero le estaba metiendo por el ano. Era algo molesto, pero no doloroso, así que siguió mamándole el rabo con relativa tranquilidad. Luis, de pie al fondo de la habitación, observaba con curiosidad lo que su Señor le estaba haciendo a su hermano menor. Ricky cogió una segunda cereza y la metió también dentro del culo del chico, y repitió la operación varias veces más, llenando el intestino del menor con esos frutos. Cuando notó que ya no cabían más cerezas dentro del ano del rubio, Ricky le ordenó a Luis:

“Ponte detrás de él y saca todas las cerezas con tu boca. Las he contado, hay 13. No te dejes ni una o te castigaré”

Luis tembló por dentro al oírle decir eso a su Macho, pero en seguida obedeció su orden. Se arrodilló entre las piernas de su hermano, le separó los cachetes del culo con ambas manos, y metió sin dudarlo su larga lengua dentro de su culo estrecho. Saúl notó un fuerte placer que le provocó una erección instantánea. Los músculos de todo su cuerpo se tensaron y empezó a soltar fuertes respiraciones sobre la polla del perro. Luis consiguió sacar la primera cereza con relativa facilidad. La cogió entre sus dientes y se la enseñó a Ricky.

“Cómetela y escupe aquí el hueso” le dijo, poniendo el plato vacío donde habían estado las cerezas sobre el colchón, a su lado “Más te vale que cuando termine de comer cuente 13 huesos o lo pasarás muy mal.”

El mayor de los hermanos se afanó a meter de nuevo su larga lengua en el culo de Saúl, para ir sacando cerezas, comiéndolas y escupiendo el hueso en el plato. Pero cuando llegó a la décima la cosa empezó a complicarse, porque las había metido tan profundo que no llegaba con su lengua a rozarlas.

“¿Ppuedo… puedo usar mi mano… ¿Señor…? Es que no llego a…” le suplicó Luis al Semental.

“¡No!” respondió de manera tajante el Dios de ojos esmeralda “Vamos, cerda, mete tu lengua dentro del culo de tu hermano menor y recupera las 3 cerezas que te faltan… se te acaba el tiempo”

Ricky había terminado de comerse los entremeses y empezó con el bistec. Luis volvió a lanzarse a intentar cumplir con lo que el perro callejero deseaba de él, pegó sus labios a la entrada posterior de Saúl y empezó a meter su lengua lo más profundo que podía. Se sentía muy frustrado, ya que la punta de su lengua rozaba una y otra vez las cerezas que su hermano menor tenía dentro del intestino, pero no había manera humana de sacarlas de allí. Saúl cada vez estaba más y más excitado. Aunque odiaba a Luis con todas sus fuerzas, era un hombre, y tener la lengua de ese imbécil lamiéndole en esa zona suya tan sensible, lo estaba llevando al límite del clímax. El pobre quinceañero tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no terminar corriéndose sin el permiso de su Amo. Viendo que Luis iba a recibir un buen castigo por parte del perro, esperaba recibir él una buena recompensa, mejor que chuparle el rabo, que de por sí era ya un deleite para sus sentidos.

“¡Tiempo!” gritó el moreno, lanzándole la lata de cerveza vacía a la cabeza a Luis.

Ricky dejó la bandeja con los platos vacíos a su lado en la cama, apartó a Saúl y se fue hasta el armario de la madre de los chicos, de donde sacó una minifalda que parecía de animadora, roja y blanca. Se la tiró a Luis.

“Póntela ¡Rápido!” le ordenó.

El rubio lo hizo, sin saber muy bien qué sería lo siguiente que le ordenaría hacer ese sádico Dios al que adoraba, pero sabiendo ya desde el principio, que él cumpliría con cualquier cosa que le dijera de hacer.

“¡Jajajajaja! ¡Ahora sí que pareces toda una puta come-pollas!” se rio el moreno.

Saúl permanecía sentado en la cama y se rio por dentro de las pintas que llevaba su hermano, con las botas de caña alta, la falda plisada cortísima, el sujetador rojo y el maquillaje todo corrido. El perro callejero sabía que los hermanos se odiaban y pelearían con uñas y dientes por ser su predilecto, y pensaba usar eso para empujarlos cada vez más a una profunda espiral de desesperación y deseo, humillándolos hasta límites insoportables. Y pensaba empezar ya mismo, con la siguiente orden que le dio al mayor de los hermanos:

“Ve al bar de aquí en frente y cómprame tabaco”

Luis puso cara de asombro. Una cosa era vestir de esa manera bochornosa en la intimidad de su hogar… Pero ¿salir a la calle así vestido? ¡¡Era imposible que él hiciera eso!!

“Señor… yo… no p… no puedo…” empezó a lamentarse, tartamudeando un poco

Pero el perro callejero se mostró inflexible en su decisión.

“Ahora mismo vas a salir por esa puerta y tienes dos opciones. Hacer lo que te he dicho, demostrando lo puta y cerda que llegas a ser. O puedes irte a la mierda si quieres, pero no vuelvas a aparecer en mi presencia en tu jodida vida. Tú eliges. ¡Vete!”

Luis salió a paso muy rápido, cogió unas monedas de su cartera y bajó las escaleras, quedándose mirando la puerta de salida, sin atreverse a cruzarla. Si decidía hacerlo todos los vecinos, los tipos del bar, sus amigos del colegio, todo el mundo se enteraría que era una guarra maricona. Era incapaz de hacerlo. Pero si no lo hacía… ¡Su Dios renegaría de él y se quedaría con Saúl! ¡Eso sí que no podría soportarlo! Así que abrió la puerta, cogió aire y empezó a andar muy despacio en dirección al bar que había en la acera de en frente.

Mientras Luis se pensaba si salir o no de casa, en el piso de arriba Ricky había cogido a Saúl del brazo y lo había llevado hasta la ventana, poniéndolo de cara contra el cristal. El perro callejero era más alto que el chico por una cabeza de diferencia, y el menor podía notar la dureza y la calidez del cuerpo del mayor rozándole por la espalda. Entonces vieron a Luis, vestido como una zorra, dirigiéndose al bar. Algunos de los tipos que estaban en la terraza ya lo habían visto y se reían de él a carcajada limpia.

“Ve con mucho cuidado, puta. La próxima vez podrías ser tú el que tenga que pasar por eso.” Le susurró el perro al rubio con voz ronca y masculina, rozándole la oreja con sus labios.

Saúl se estremeció de arriba abajo. Si Ricky le obligaba a él a hacer una cosa así… No tenía muy claro que tuviese los cojones de hacerlo. Entonces el mayor agarró su polla y la puso pegada a la entrada posterior del menor. Le sujetó por las finas caderas y empezó a meterle su dura polla en el estrecho esfínter. Saúl intentó relajarse, respirando profundamente y abriéndole el paso a ese monstruo que estaba casi desgarrándole el culo.

“¡¡AAAAAhhhhhhmmmmm…!!” gimió el menor.

En esa ocasión Ricky se la estaba metiendo más despacio, además el chico tenía lubricada su entrada posterior con la saliva de su hermano, y eso hacía que la penetración no resultara tan dolorosa y sí más placentera. El rubios se estaba volviendo loco de deseo.

“Eres una buena puta” le dijo Ricky al quinceañero, con su boca junto al oído del chico “Ahora abre bien las piernas y deja que tu Amo te folle.”

Mientras le decía eso, Ricky bajó sus manos abiertas por los brazos del menor, le agarró cada una de sus muñecas con sus firmes manos y las subió por encima de su rubia cabeza, manteniéndolas allí agarradas. Entonces el perro callejero empezó a sodomizar a Saúl con todas sus ganas. El crío mantenía bien abiertas sus piernas, y notaba el frio cristal de la ventana contra su cara, su torso y contra su propia polla, que palpitaba de manera intensa por el tremendo gusto que le daba el perro. El menor dirigió su mirada al bar y vio que su hermano mayor tardaba demasiado en salir, seguro que estaba teniendo problemas… ¡Bah! ¡Que se jodiera por ser tan capullo! Cerró los ojos y empezó a disfrutar al máximo de la follada del perro.

“¡¡AAAAAaaaaaaaahhhh!! ¡¡AAAAaaaaaaaaaahhhh!!” los gemidos de Saúl eran cada vez más fuertes.

“Me encanta follarte el culo, guarra... ¡¡Eres una puta!! ¡¡Una maricona que siempre está dispuesta a ser jodida por su Macho!!” como siempre, Ricky iba amenizando la sesión de sexo con insultos y burlas a su esclavo.

El Dios de pelo azabache no soltó las muñecas de Saúl en ningún momento. Continuó sodomizándolo de forma bruta por unos largos minutos. Realmente Ricky pensaba que el culo del quinceañero no tenía comparación con ningún otro que hubiera probado. Era estrecho, por lo que apretaba de manera continúa su polla, proporcionándole un fuerte placer. Saúl tenía las nalgas redondas y firmes, y en conjunto toda su anatomía se le hacía deliciosa. Incluso ese carácter rebelde suyo lo fascinaba. Pero no se lo iba a decir nunca en voz alta. Se había propuesto convertir al menor en su mejor puta sumisa y lo haría con la ayuda de su hermano mayor. Llegaría el día en que Saúl besaría el suelo que él pisara, y que obedecería todas sus ordenes, por asquerosas o humillantes que fueran, sin replicarle.

En ese momento vieron como Luis salía del bar, con la falda de animadora en una mano, es decir, con su culo al aire, y con el paquete de tabaco en la otra. Unos tipos con pinta de camioneros le seguían de cerca, dándole patadas y empujándole. Uno incluso le escupió. Sus voces no llegaban al piso de arriba, pero le gritaban “¡Marica de mierda!” y lindezas por el estilo.

En ese preciso momento Ricky empezó a follarse el rico culo de Saúl con más energía que antes. Su dura y gruesa polla salía y entraba de dentro del esfínter del menor a una enorme velocidad y ambos muchachos estaban sintiendo un intenso placer con esa jodienda.

“¡Me corro! ¡¡Me voy a correeeer!! ¡¡AAAAaaaaaaaaaaahhhhh!!” el primero en eyacular fue el menor, que manchó la ventana con su lefada.

Un segundo después Ricky clavó su regio mástil en lo más profundo del culo del chico y empezó a regarle las entrañas con su leche. El perro callejero se corrió de manera muy abundante dentro del culo del menor, y cuando terminó se apartó de él, despegando su cuerpo del de Saúl, y le dijo:

“Arrodíllate y límpiame la polla” miró la corrida del menor en la ventana “Eso lo guardaremos para la puerca de tu hermana.”

El crío obedeció de inmediato, y se puso de rodillas ante su Macho, metiéndose en la boca su sucia polla. Jamás en su vida se había sentido tan satisfecho ni tan orgulloso de sí mismo, como cuando ese Dios de ojos esmeralda y pelo negro escogió su culo para que le diese placer. Saúl se prometió a sí mismo no volver a hacerle enfadar nunca, obedecerle de manera ciega y comportarse de manera tan sumisa que Luis a su lado, con ese flojo carácter que poseía, parecería el rebelde. Saúl realmente lo pensaba en serio, pero… ¿Sería capaz de cumplir esa promesa que se había hecho a sí mismo?

domingo

Ricky, el perro callejero #1

Ricky, el matón del barrio de 18 años, sodomiza a al hermano menor de su esclavo y lo convierte en su nueva puta. Todo sucede porque Saúl no sabe estarse callado. Su propia mala hostia, y sus celos, provocarán todo lo que sucede.



Saúl, el joven rubio de quince años, estaba sentado en el sofá de su casa, sin hacer nada. El televisor permanecía apagado y no había música de  fondo. El chico solo permanecía allí, con gesto serio y pensativo. Lo que tenía al crío tan obsesionado es que acaba de ver a Ricky, el perro callejero que le obligó a chuparle la polla y Luis, su hermano mayor y puta del otro, volver directos del colegio y subir a su habitación, casi sin saludarle ni reparar en su presencia. Parecía que tenían prisa por algo, su hermano se mostraba más nervioso de lo habitual ¿Qué mierdas pasaba con esos dos?

Hacía ya cinco días que Ricky, el perro callejero de 18 años de edad, prácticamente le había violado la boca (aunque él no se quejó). Pero después de eso… ¡Nada! Si, era verdad que los primeros días Saúl había sentido un miedo atroz de que el mayor fuese a buscarle, de que lo tratase tan mal y de manera humillante como hacía con su hermano, pero… ¡Joder! ¡Tampoco estaba bien que el perro pasase de su cara de esa manera tan radical! ¿Es que para Ricky lo que había sucedido no tenía valor alguno? ¿Es que le daba igual quien se la chupara? ¡Mierda! ¿¿Es que su hermano lo hacía mucho mejor que él?? Joder… si no tenía experiencia alguna… hizo lo que pudo...

Cuando Saúl se dio cuenta de la mierda que estaba pensando soltó un puñetazo sobre el cojín “Que no soy marica, joder” pensó, como recriminándose a sí mismo el quejarse de que Ricky no reclamará más de sus servicios y que pareciese preferir la boca de su estúpido hermano mayor a la suya. Y como si al estar pensando en ellos hubiese provocado que apareciesen, de repente el menor oyó pasos en las escaleras que subían al piso de arriba. Era su hermano mayor, Luis, seguido del perro callejero.

“Toma Saúl” le dijo Luis, tendiéndole unos billetes “Hoy necesitamos la casa para nosotros. Ve al cine o a los recreativos, pero no vuelvas antes del anochecer” el menor cogió el dinero y se  quedó mirando con el ceño fruncido a su hermano. Solo se atrevió a dar una mirada de reojo a Ricky, que permanecía al pie de las escaleras, sin decir nada, pero divertido por la situación, por la sonrisa que mostraba.

Sintiéndose menospreciado, el rubio se giró sin abrir la boca, y con el dinero aún en su puño cerrado, y se dirigió hacia la puerta. Aún no se había marchado, cuando oyó la conversación entre Ricky y su hermano mayor:

“¿Comprase lo que te pedí?” le preguntó el perro a su puta.

“Ssi, aquí está” respondió de manera sumisa Luis, sacando un bote grande de vaselina.

Saúl, que no era idiota como su hermano, entendió a la primera lo que iba a suceder. Seguro que por eso Luis estaba tan nervioso ¡Ricky se lo iba a follar! ¡Allí mismo, en su casa! No podía permitirlo… ¡¡No dejaría que el perro montase al gilipollas de su hermano!!

De repente Saúl, como poseído por un demonio iracundo, se dio media vuelta, se alejó de la puerta y se plantó en la espalda de Luis, que hablaba con Ricky. Le dio dos toques fuertes en el hombro para que se girara. El menor sentía el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, una fuerte presión en la cabeza y mucha rabia y frustración hirviéndole por dentro.

Justo cuando Luis, su hermano mayor, se giró para ver qué quería… ¡¡PAM!! Saúl le soltó un puñetazo con todas sus fuerzas y su mala leche. Tan fuerte le arreó que Luis cayó de lado, golpeándose el costado con la mesa.

“¿Pero qué…?” empezó a preguntar Luis, aturdido, desorientado y sin saber por qué su hermano pequeño de quince años le estaba pegando.

Pero Saúl no estaba para conversaciones. Saltó encima de Luis, aunque era un par de años mayor que él, eran de la misma estatura, y el mayor era un blandengue, mientras que Saúl tenía músculos bien definidos. Así que pronto el menor de quince años le ganaba la pelea a su hermano mayor por goleada. No contento con eso, el pequeño de los hermanos empezó a patear al mayor, en dirección a la salida. Abrió la puerta y lo pateó fuera de la casa, dejando a Luis sentado en el suelo en el porche.

“¡¡Ve tu al puto cine!! ¡¡Y no vuelvas nunca!!” le gritó. Luego le lanzó los billetes a la cara y cerró la puerta de un portazo. Saúl estaba sudando, completamente tenso y alucinado por lo que acababa de hacer.

Ricky, que lo había estado observando todo desde la lejanía, se acercó al chico, que permanecía de pie cara a la puerta de entrada de la casa. Su trampa había surtido efecto, aunque no pensaba que la reacción del menor fuese a ser tan radical, le encantaba que así fuera. Luis era una buena puta sumisa, que hacía todo lo que le ordenaba en un chasquear dos dedos, pero Saúl… ese crío era un diamante en bruto. Le recordaba a sí mismo con esa edad, con ese fuerte carácter, y irlo doblegando poco a poco le excitaba mil veces más que cualquier perrería que pudiera hacerle a Luis. El mayor solo tenía que aprovechar la situación para volverla en su favor, aunque sabía que el mocoso no iba a rendirse tan fácilmente.

“Menudo ataque de celos. Un poco más y lo mandas al hospital de urgencias” empezó a hablar el mayor.

“¡No estoy celoso! ¿Qué estupidez es esa?” respondió de mala manera Saúl, girándose, y encarándose con el chico que era el centro de su existencia en ese momento.

“¿Ah, no? Entonces por qué has echado a Luis de aquí a patadas en cuanto has visto que me lo quería a follar?” el perro callejero permanecía a unos pasos del chico, quieto, sin moverse.

“¡¡No ha sido por eso!! ¿Te enteras, Ricky? ¡No eres el centro del puto universo!” respondió muy nervioso Saúl.

Entonces Ricky se acercó despacio, acortando la pequeña distancia que los separaba. Sujetó la barbilla del menor con los dedos y lo obligó a alzar la mirada y a fijarla en sus ojos verdes de mirada profunda. Saúl se sintió atrapado por esa magnética mirada al segundo.

“Entonces explícame por qué lo has echado de aquí” preguntó Ricky de manera calmada.

Saúl se quedó callado y pensativo… en pleno ataque de rabia ni lo había pensado, solo había actuado por instinto. Pero ahora que Ricky se lo hacía meditar… no tenía sentido alguno. ¡Era verdad! Había saltado a matar a su hermano cuando había visto que iban a follar, no antes. Así que el motivo de su profundo disgusto debía ser ése, que no quería que el perro montase a Luis porque… ¡¡¿Quería que lo montase a él?!!

Al pobre Saúl casi le da un patatús cuando llegó él solito a esa conclusión.

“No soy marica…” dijo con el rostro blanco como la nieve, y con la voz rota y susurrante. Sin demasiada convicción, casi como si esperaba que repitiendo suficientes veces esas palabras se transformaran en realidad, por el miedo (pánico) que le daba pensar que en realidad, sí que lo era, y no solo eso, sino que se había enamorado perdidamente del cabrón de Ricky.

El perro callejero no añadió nada más a aquella discusión, que ya daba por ganada. Cogió a Saúl, lo levantó en el aire y se lo puso sobre el hombro. Así lo llevó de vuelta al salón, donde lo dejó en el centro de la sala. Él se dirigió al sofá, de camino se quitó la camisa, tirándola al suelo de cualquier manera, mostrándole al menor su firme y torneado torso moreno lleno de tatuajes. Ricky se sentó de manera cómoda en el sofá y le dio una sencilla orden a Saúl, su nueva puta:

“Desnúdate”

El menor aún estaba pálido por la impresión de saberse maricón y enamorado de ese bastardo. El corazón no dejaba de bombearle tan fuerte en el pecho que le dio la sensación que el perro tenía que estarlo oyendo desde donde estaba, a escasos metros de él. Sobre la mesa descansaba el bote de vaselina que había comprado su propio hermano, y parecía gritar a los cuatro vientos “¡Te van a follar!”. Saúl tuvo que apartar su mirada de él y la puso sobre el chico moreno, que lo miraba con deleite mientras se masajeaba el paquete por encima de los pantalones.

“Vamos, desnúdate. No tengo todo el día.” Ricky repitió la orden de manera firme.

Saúl no tenía escapatoria. Él mismo había provocado esa situación, y intentaría comportarse de la mejor manera que pudiera, dentro de sus escasas posibilidades. Él era un niñato de quince años y el perro tenía tres más que él, además de mucha experiencia en tema sexual, que hasta la fecha había sido tabú para el menor. Así que poco a poco, el rubio empezó a despojarse de la ropa. Primero se quitó la camisa, como había hecho Ricky, y luego se desabrochó el cinturón y dejó caer los pantalones al suelo. Solo le quedaba una prenda puesta.

“¿De qué tienes vergüenza? Te lo vi todo el otro día” le dijo Ricky  al chico.

El rubio suspiró y empezó a bajarse los calzoncillos. Ricky tenía razón, ya le había visto casi desnudo en el callejón, se había masturbado ante él, no podía mostrarse vergonzoso ahora. Finalmente Saúl quedó en pelotas bajo la atenta mirada del perro callejero, que lo observaba de manera fija. Tenía la extraña sensación de tener helados escalofríos en las zonas en las que Ricky posaba su mirada. Cuando el mayor posó su atenta mirada en la entrepierna del chico, éste sintió como se le endurecía la polla, sin necesidad ni de tocarla. Ése era el gran poder que el perro tenía sobre su mente y su cuerpo. Supo que estaba vendido, que su alma y su anatomía pertenecían al mayor, por mucho que eso le incomodase o asustase. Esa era la verdad y tenía que hacerse a la idea cuanto antes mejor, porque quería ser mejor perra que su hermano Luis. Aprendería a mamársela de manera magistral, sabría cómo complacerle sin necesidad de hablar, y le ofrecería sus agujeros para que los usara a su antojo cuando le viniera en gana. De manera natural Ricky, el perro callejero, había pasado a ser el Dueño y Señor absoluto del joven Saúl.

 “Arrodíllate en el suelo y ven hacia mí” fue la siguiente orden que Ricky le dio a Saúl.

El menor hizo lo que el otro le había pedido. Se arrodilló en el suelo, sin quejarse, y empezó a andar a gatas en dirección al sofá donde el perro estaba sentado. Pensó que le ordenaría volverle a chupar la polla, cosa que no le importaba hacer, pero no fue eso lo que le pidió el mayor, sino:

“Sube en mi regazo.”

El de pelo trigueño no entendía muy bien lo que quería el otro, así que se puso en pie y se sentó en una de las piernas del mayor, de lado a él. Ricky le señaló como quería que se pusiera, que era con una pierna a cada lado de su cuerpo y cara a cara con él. Era una situación bastante embarazosa, ya que Saúl estaba completamente desnudo y Ricky solo con su torso a la vista, además de que estaba abierto de piernas sobre su sensual cuerpo de macho.

“¿Así…?” preguntó Saúl, algo tímido.

“Si, así es perfecto” le respondió el perro callejero.

Acto seguido Ricky abrazó a Saúl, pegó su boca a la del menor y empezó a besarle de manera muy apasionada. Sus labios estaban completamente abiertos y sus mandíbulas se movían de arriba abajo al tiempo que la lengua del mayor penetraba en la cavidad bucal del chiquillo y empezaba a devorarle con lujuria. A Saúl le dio la sensación de que Ricky estaba dejando su señal allí, reconociendo aquella boca como suya, por la impetuosa y bruta manera en que lo besaba… y le encantaba. Así que le dejó hacer, muy complacido, y siguiéndole los movimientos tan bien como podía.

Las manos del perro callejero no se estuvieron quietas, mientras la diestra bajaba a agarrarle una de las nalgas, con la izquierda agarraba la nuca del menor y mantenía su cara bien pegada a la de él. Fue un beso poderoso, largo y lascivo. Cuando al fin se separaron, ambos chicos sentían sus cuerpos ardiendo de pasión. Sin mediar palabra, Ricky le dio la vuelta al cuerpo del chico, dejándolo boca abajo, con la cabeza apoyada en el reposabrazos del sofá y el culo en pompa en dirección hacia donde él estaba. Saúl se asustó un poco por el ímpetu del mayor, pero se mantuvo firme en su decisión de  dejarle hacer lo que quisiera.

“Abre tus nalgas. Quiero ver tu culo.” fue una orden directa y precisa.

Saúl notaba leves oleadas de palpitaciones excitantes recorriéndole su pequeño rabo. Dejando solo su cabeza y sus rodillas apoyadas sobre el cojín, puso sus dos manos a lado y lado de su esbelto trasero y abrió sus cachetes como el mayor le había ordenado. A penas podía verle por la situación forzada en la que tenía la cara, pero sabía que el perro estaba mirándole fijamente el agujero posterior, y eso hizo que se excitara tanto que empezó a soltar líquido transparente pre-seminal, que caía goteando desde la punta de su polla hasta el sofá.

Lo que sucedió a continuación fue demasiado fuerte para el crío. Sin aviso ni preparación alguna, notó algo cálido, mojado y blando, que empezó a repasar su entrada posterior con avidez. Era la lengua de Ricky, ese maldito perro callejero. Saúl soltó un fuerte gemido por la impresión, y Ricky pegó sus labios al culo del chico y empezó a chupar y sorber, de manera delirantemente deliciosa. Eso seguro que jamás se lo había hecho a Luis, como mucho el perro le habría ordenado a la puta de su hermano que le chupara a él el culo, pero ¿Al revés? Ni en sueños se imaginaba a un macho como Ricky metiendo su delicada lengua en semejante agujero inmundo… ¡Pero a él sí que se lo estaba haciendo! Y ¡Joder! ¡Se sentía increíblemente bien!

“Ricky…” susurró el joven rubio entre jadeos.

En ese momento el mayor acercó una de sus manos al culo del chico y empezó a meterle uno de sus largos dedos.

“¡¡Hhhhhhhhhhhhmmmmmmmm!!” se quejó el menor.

Pero el perro no hizo caso de aquellos jadeos lastimeros, pensaba follárselo ya mismo y tenía que prepararlo bien, no solo porque Saúl era a todas luces virgen, sino porque además, sumado a eso, estaba el hecho de que Ricky tenía un cuerpo de adulto, con un rabo que tenía las dimensiones de un vaso de cubata, y el pobre chaval pues… aún tenía anatomía de crio. Si de normal ese pedazo de polla hubiese destrozado cualquier culo, en el caso de Saúl las lesiones podían llegar a ser permanentes, cosa que el moreno no deseaba para nada. Lo estrenaría en condiciones, dedicando a la tarea de prepararlo todo el tiempo que hiciese falta, y luego lo follaría brutalmente, marcándolo como suyo… para siempre.

“¡¡Waaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhh!!” gritó Saúl cuando un segundo dedo se introdujo en su estrecho recto.

“Relájate, todavía voy a meter uno más” le respondió Ricky.

El menor se obligó a relajarse, respiró hondo y se concentró en el placer que le daba la lengua del perro callejero, para no pensar en el palpitante dolor que le provocaban los dedos de él hurgando en su interior. Para cuando Ricky metió, como había amenazado que haría, su tercer dedo en el culo del chico, Saúl mordió la almohada y intentó gemir lo más bajo posible.

“¡¡Mmmmmmmmmmmmmmmhhhhhhhhhhhh!!”

 “Muy bien, niño. Lo estás haciendo genial” le dijo Ricky al muchacho, que se sintió halagado por las palabras del contrario.

El perro notó que el culo del chico ya no apretaba tanto sus tres falanges, las metió y sacó unos minutos más, para terminar de dilatar ese culo inquieto que tanto le había llamado la atención, y cuando estuvo seguro de que había llegado el momento, le ordenó al menor:

“Date la vuelta. Quiero que me mires a los ojos mientras te desvirgo. Que te quede claro quién es tu Macho.”

Saúl se volteó y quedó tumbado en el sofá, con la espalda apoyada en el mismo. La forma ruda que tenía ese perro de hablarle le ponía muchísimo. Abrió las piernas y se las sujetó bien abiertas, con cada mano debajo de una de sus rodillas, como ofreciéndose a su Amo. El rostro del menor estaba teñido de rubor, sus ojos brillaban por la excitación y estaba entre emocionado, asustado, impaciente y avergonzado. Ricky se tumbó sobre él, se sacó la polla de dentro de los pantalones sin quitárselos, y puso su glande hinchado y palpitante pegado a la abierta entrada posterior del menor. Con una mano sujetó su rabo para que no se moviera de ese lugar. Ricky acercó su rostro al de Saúl y le dijo, en tono de lo más sensual:

“Suplícame que te la meta, puta”

En ese momento el joven rubio se sintió cabreado, y se reveló por primera vez en toda la velada.

“¡No me llames puta!”

Ricky se sorprendió por esa reacción, después de todo lo que habían hecho, no tenía sentido que le molestara que lo llamase así… Saúl apartó la mirada a un lado y le explicó:

“Así es como llamabas a mi hermano. No quiero tener nada que ver con él.”

El perro callejero sonrió, ahora lo entendía todo. No era el insulto en sí mismo lo que había molestado al menor, sino que lo hubiese oído llamando así a Luis. Muy bien, podía entenderlo.

“Saúl” le dijo, y esperó a que volviera a mirarle a los ojos “Suplícame que te folle.”

El joven se relajó y miró al perro, sintiendo como sus pupilas se clavaban en las de él.

“Ricky… Por favor… Te lo suplico… Méteme tu polla dentro.”

Aún no había terminado de pronunciar la última palabra, que el mayor ya estaba empujando con todas sus fuerzas, enterrando con vigor su dura polla en ese ano estrecho y virgen.

“¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH!!” Saúl gritó por el terrible dolor que estaba sintiendo.

El menor escondió su rostro en el torso del adulto y de nuevo notó lágrimas escapando de sus ojos. No podía evitarlo, el daño que sentía era insoportable. El perro estaba embistiendo contra él sin darle tregua, había conseguido penetrar con su enorme glande en su pequeño ano y ahora notaba como la piel alrededor de la entrada se estaba estirando al máximo de su capacidad para permitir alojar en su interior ese poderoso monstruo que lo atacaba. En un primer momento todos los músculos del cuerpo de Saúl se contrajeron, causándole dolor a Ricky. Pero no se detuvo ni mucho menos se propuso sacar su polla de ese rico agujero, todo lo contrario, aun empujó con más fuerzas contra ese culo. Saúl sintió unos tremendos pinchazos en su intestino y su cuerpo actuó solo, arqueando la espalda, para permitir mejor así el paso del intruso que lo violentaba de aquella manera tan salvaje.

“¡Ricky, para, no puedo! ¡¡Para, jodeeeeeeeeeer!!” gritó Saúl con la cabeza inclinada hacia detrás y arañándose sus propias piernas.

“Ni lo sueñes, puta dijo para cabrear de manera consciente al chaval.

Pero Saúl estaba tan concentrado en su dolor que ni si quiera se dio cuenta de cómo le había llamado ese bastardo perro callejero. Por su lado, Ricky aprovechó que el menor se había puesto de mejor manera para dar un último empujón, encastándole por fin toda su larga y gruesa extensión dentro de su culo. Sus aros intestinales le apretaba de manera poderosa la polla, pero eso aún lo hacía más morboso. El mayor se sintió muy complacido, había podido meterle a su pequeña puta su enorme rabo entero en la primera estocada. Notaba sus huevos completamente pegados al cuerpo del crío. La sensación de estarlo desvirgando en ese preciso momento era increíble. Algo único no parecido a nada que hubiese sentido hasta la fecha. El perro se quedó quieto, con su polla incrustada hasta el fondo de ese culo estrecho y peleón. Le dijo al chico:

“Relájate, porque no hemos hecho más que empezar. Ahora viene lo bueno.” 

Saúl bajó la mirada y le gritó, con lágrimas en los ojos “¡Te odio! le dijo al perro.

Ricky se rio de ese comentario “Eso no te lo crees ni tú, puta le respondió, y acto seguido pegó su boca a la del menor y empezó a besarle de nuevo con ansias, como si intentara absorberle el alma con ese beso.

Y en el preciso instante en que los labios del perro se separaron de los de Saúl, el mayor empezó a bombear con fuerza, metiendo y sacando su dura polla del estrecho agujero posterior del crío.

“¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHH!!” el menor gritaba, desesperado, por el terrible dolor que le causaba la tremenda follada de ese bastardo.

Pero Ricky sabía que pronto se le pasaría, y que terminaría disfrutando de aquello… y si no, ¡Peor para él! Ya lo disfrutaría la segunda o la tercera  vez que lo follara. El mayor empujaba con toda su mala hostia sus caderas contra el cuerpo del infante, golpeando con vigor contra su estrechez, casi intentando atravesarlo y terminar follándose el puto sofá. Saúl no paraba de gritar, gemir y jadear, y lloraba de manera muy abundante. Pero aquello no hacía que el perro sintiese lástima por su joven víctima, sino todo lo contrario, aún se enardecía más y embestía contra él con más violencia.

¡¡CHOF CHOF CHOF CHOF!! … “¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH!!!” …  ¡¡CHOF CHOF CHOF!!

Esos eran los ruidos que llenaban ahora la habitación, los gritos desesperados de Saúl y los duros golpes chapoteantes que provocaban la terrible polla del perro entrando y saliendo a velocidad vertiginosa del cuerpo del niño. Ricky estaba tan excitado que casi podría haberse corrido en el mismo instante en que le metió su polla dentro al chico, pero aguantaría todo lo posible, para disfrutar al máximo de esta experiencia única. Así que la tortura se alargó por muchos minutos para el pobre Saúl, que solo deseaba que el puto perro descargase su corrida dentro de él y lo dejase en paz de una jodida vez ¡Maldita la hora en que decidió ser su puta! ¡Debería haber dejado que se follase a Luis! Pero cuando el perro callejero bajó su mano a la entrepierna del chico y empezó a masturbarle, se le olvidaron todas aquellas cosas.

Poco a poco los infernales gritos de dolor del menor se vieron sustituidos por genuinos gemidos de placer, y es que al cabo de tanto rato de estarle follando, por fin el culo del chico había empezado a ceder, dejando de presionar tanto, y se dejaba follar en condiciones. Eso significaba menos dolor para el crio y más placer, que unido a la masturbación, hicieron que pronto empezara a escupir borbotones de leche por su pequeño rabo de niño.

“¡¡AaaaaaahhhhhAAAAAAAAaaaahhhhhhhhhhAAAAAAAaaaaaaahhhhhhhhhhh!!” gimió el menor.

Saúl todavía estaba convulsionando por su tremendo orgasmo, cuando el perro soltó su rabo, lo agarró con fuerza de la cadera, y hizo un heroico esfuerzo final, terminando de follar ese estrecho culo ahora sí con todas sus ganas, y sin miedo a romperlo. Lo que casi rompieron fue el sofá, de lo fuertes que eran las estocadas que le daba al joven rubio. Saúl estaba abatido, completamente relajado y un poco ido, y ya no se quejaba para nada de la abusiva manera en que Ricky, su adorado Amo, lo estaba jodiendo. Ricky metía su polla de manera bruta y salvaje, dejándose llevar por completo por las intensas sensaciones que le embargaban. Era el puto Amo e iba a marcar a ese crío como de su propiedad ¡Jamás nadie podría llegar a correrse tan adentro como pensaba hacerlo él! ¡Soltaría su leche tan profundo que no saldría jamás del cuerpo del menor!

“¡¡¡WWWWWWAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHH!!!”

Cuando Ricky se corrió soltó un gemido que parecía casi un rugido de algún animal salvaje. No se mantuvo quieto, al contrario, continuó bombeando y penetrando el herido culo del menor con saña, con todas sus ganas, regándole por dentro con su esperma abundante, espeso y calentito. Por todas partes, desde el aro exterior hasta lo más profundo de sus entrañas, así lo sintió Saúl, que de repente se dio cuenta de lo que acababa de suceder, de lo que habían hecho, y que a pesar de lo mal que lo había pasado al principio, había terminado disfrutándolo como una perra.

Ricky se acercó al joven y le dio un fugaz beso en los labios. Luego se separó de él, con el cuerpo brillante por el sudor, y se sentó en el otro extremo del sofá, con las piernas abiertas.

“Ven y chúpame la polla. Siempre tendrás que limpiarla cuando tu sucio culo me la manche.”

Saúl estaba como hipnotizado con ese chico. A estas alturas ya no se le ocurriría replicarle por nada que le ordenara hacer.

“Si, Ricky. Como desees” respondió.

Saúl se puso de manera trabajosa a cuatro patas sobre el sofá, y a pesar del cansancio que sentía, se acercó a la entrepierna de su Amo y Señor y empezó a lamerle el rabo, para limpiárselo de los restos de semen, mierda y sangre que manchaban la superficie. Empezaba a comprender la devoción que su estúpido hermano mayor había sentido por este tipo. Era en todos los sentidos un puto Dios. Era perfecto, con un rostro hermoso y un cuerpo envidiable por cualquiera. Tenía una mirada felina y una sonrisa pícara y encantadora. Su voz era de lo más sensual. Y su polla… Ah, eso era una obra de arte, tan grande y hermosa que ninguna más en el mundo podría competir con ella. Sintió lástima por su hermano, por haber tenido y haber perdido un Dios del sexo como aquel. Pero se sintió feliz de saberse su nueva puta. Y si quería llamarle así, pues que lo hiciera, qué cojones… él sería feliz solo con atender todas sus órdenes, y mantener su boca limpia y su culo a punto, por si a su Amo y Señor le apeteciera usarlos para su propio placer… y el de él. De reojo Saúl vio la botella de vaselina que no habían usado y sonrió. Que se la quedara su hermano esa botella, él se quedaba con el premio mayor. Un bastardo perro callejero llamado Ricky.

sábado

Ricky, el perro callejero

Ricky, un matón del barrio, tiene a Luis como su puta sumisa. Saúl, el hermano menor de Luis, los espía mientras Luis le chupa la polla al perro con total devoción. Ricky lo ve. A partir de aquí la vida del estudiante da un vuelco, pues se convierte en el nuevo objetivo del cabrón de Ricky. [He dividido el primer episodio en dos porque era demasiado largo]


Ricardo, Ricky para los amigos, era un perro callejero. Hijo de unos drogadictos y ladrones, creció y vivió toda su infancia en uno de los barrios más marginales de la ciudad. Desde muy joven empezó a mostrar un fuerte e irascible carácter, se metía en todas las peleas en la que podía y solía ganarlas. Era un chico alto, de complexión fuerte, músculos marcados, pelo negro como el azabache y mirada afilada y penetrante de color verde. Lucía varios tatuajes en su cuerpo, y tenía la piel de color café con leche. Era todo un semental de apariencia peligrosa y tremendamente sensual.

Fue en el colegio donde Ricky conoció a Luis, el hermano mayor de Saúl. Iban a la misma clase, pero Ricky que era repetidor, así que tenía un par de años más que Luis. Ricky siempre había abusado de mala manera de Luis. Más que su amigo era su perrito faldero. Luis le tenía más miedo a él que a los demás tipos del barrio y por eso se dejaba maltratar por Ricky, ya que su carácter era débil y jamás se le ocurrió rechazar sus ataques, ni si quiera cuando pasó a ser su puta maricona particular. Ricky usaba la boca de Luis a su antojo y apetencia, siempre que le venía en gana, en su casa, en la de él, incluso en el colegio o en el parque. Esta situación duró un par de años.

Mientras el infeliz de Luis se dejaba abusar y humillar por el macarra de Ricky, Saúl, el hermano pequeño de Luis, fue creciendo, y aunque al principio no entendía lo que ocurría con esos dos que siempre iban juntos, pronto se enteró por unos amigos del colegio, que se lo explicaron y se empezaron a burlar de él por tener un hermano maricón y blandengue. Saúl, que se parecía más en carácter a Ricky que a la maricona de su hermano, les partió la cara a esos gilipollas y fue expulsado por un mes del colegio. El menor era todo lo contrario a su hermano mayor que podía ser. Aunque físicamente eran bastante parecidos, ambos con pelo trigueño, ojos azules, piel nívea, complexión delgada y de baja estatura. Saúl tenía un carácter fuerte, y era valiente y decidido. Odiaba a su hermano por ser una puta maricona y por encima de todo odiaba a Ricky por ser el origen de su malestar. Si bien a él no se había atrevido a tocarle, y más le valía, por culpa de la relación que tenía con su hermano él era el blanco de numerosas burlas tanto en el barrio como en el colegio. Cuando tenía a Ricky delante lo trataba como a una mierda. Pasaba de él, lo insultaba, no le seguía la poca conversación que el mayor le daba. Lo trataba lo peor que podía.

Ya había pasado un tiempo desde la expulsión, volvía a ir a clase, aunque de vez en cuando hacía campana porque… bueno, porque le daba la real gana. Saúl estaba aburrido sin saber qué hacer. Como no encontró a nadie por las calles y hacía un calor de mil demonios, el rubio decidió volver a su casa y jugar con su videoconsola. Subió las escaleras de dos en dos. Entró en su habitación, dejó tirada la mochila en el suelo, y encendió la consola. No le dio tiempo a hacer nada más, pues en ese momento oyó como se abría la puerta de la calle y llegaron hasta él las voces apagadas de Ricky y su hermano.

En ese momento el corazón de Saúl empezó a latir desbocado en su pecho. No es que le diese miedo de que lo pillaran haciendo campana, eso se la traía más bien floja. Pero se le acababa de ocurrir una brillante idea. Cuando Ricky y Luis venían a casa siempre se encerraban horas y horas en el cuarto de su hermano y nunca le dejaban entrar. Saúl hacía mucho tiempo que se moría de la curiosidad por saber qué harían esos dos tanto tiempo juntos y solos. Así que sin perder ni un segundo, bajó las escaleras con total sigilo y dio la vuelta por la parte de atrás de la casa, llegando hasta la cocina, donde podía espiar a su hermano y al idiota de Ricky por el reflejo de la cristalera, sin ser visto. Los días de diario en su casa no había nadie, porque los chicos estudiaban y su madre, la única adulta que viva con ellos, trabajaba de sol a sol. Por eso cuando esos dos iban de día, no les hacía falta esconderse en la habitación, podían disfrutar a su antojo de toda la casa.

De repente Saúl oyó la voz de Ricky que decía: “Deja de decir gilipolleces.”

Acto seguido el de pelo azabache le soltó una fuerte colleja a Luis en su cabeza. El hermano de Saúl se encogió al recibir el golpe.
Pero en vez de quejarse por el golpe lo que hizo fue agradecérselo: “Gra… Gracias mi Señor Ricky.”

A pesar de que había oído muchos rumores sobre Ricky y su hermano, sobretodo referentes a chuparle la polla y esas mariconadas, no se esperaba para nada el panorama que se encontró. Luis era en verdad el sumiso esclavo de Ricky, y le complacía en mil y una marranadas que el mayor le tenía preparadas. Por ejemplo, lo primero que hizo Ricky al entrar en el comedor, fue tumbarse sobre el sofá y pillar el mando de la consola.

“¿A qué esperas, idiota? Chúpame los pies, que no tengo todo el día” le dijo Ricky a Luis.

El hermano mayor de Saúl no se lo hizo repetir dos veces, con suma devoción se arrodillo al lado del sofá, descalzó los pies de Ricky, que desde la cocina pudo constatar que olían a sudor bien fuerte, y sin escrúpulo alguno empezó a pasarle su gruesa y babosa lengua por toda la superficie de los mismos.

“¿Qué se dice, puta?” espetó Ricky soltándole una patada en toda la cara a Luis.

“Gr… Gracias por permitirme lamer sus hermosos pies, Señor Ricky” respondió el rubio, antes de seguir con lo suyo.

Saúl se quedó como hipnotizado viendo aquella escena que lo llenaba de asco y vergüenza ajena en la misma medida. Ricky al principio parecía no prestarle atención al joven que le lamía los pies como si se tratara del manjar más exquisito que pudiera haber encontrado, estuvo jugando a la consola un buen rato, sin dedicarle ni una sola mirada. Pero al cabo de media hora larga, el perro callejero soltó una de las manos del mando y empezó a acariciarse el endurecido paquete por encima de sus gastados pantalones de chándal.

“Ven aquí, puta, vas a darle un buen servicio a tu Amo con tu boca de niña” le dijo entonces el moreno al rubio.

“Sssi Señor Ricky, gracias por darme el honor de querer usar mi sucia boca, Señor” le respondió Luis, como si fuese un diálogo que hubiesen practicado más de un millón de veces en los últimos años.

Entonces Saúl, escondido como estaba tras la puerta de la cocina, vio cómo su hermano mayor le bajaba la cintura de los pantalones a Ricky y como empezaba a meterse en su boca la polla del otro. Los ojos del menor se abrieron como platos. ¡¡Maldito desgraciado!! ¡¡De verdad era una puta!! ¡¡Un jodido maricón de mierda!! ¡Y encima andaba agradeciéndole a Ricky que lo tratara de esa sádica manera! ¿Es que le gustaba ser humillado por el moreno? ¿O qué mierda era lo que le pasaba a su puto hermano?

Pero Saúl no pudo seguir insultando en silencio al bastardo de su hermano mayor, porque empezó a oír los gemidos de Ricky y algo ocurrió. Bajó su mirada a su propia entrepierna y el muchacho se dio cuenta de que ¡¡Se estaba excitando!! ¡¡No No No No!! ¡No podía ser verdad! ¿Es que eso de ser maricona iba en los putos genes o qué mierdas pasaba? Saúl temblaba levemente, y su respiración empezó a hacerse un poco más rápida, al tiempo que su hermano seguía chupándole la verga a Ricky, quien soltaba cada vez jadeos más fuertes y excitantes.

Sin poderlo evitar Saúl se bajó la bragueta, sacó su pequeña polla de dentro de sus calzoncillos, y empezó a masturbarse, tremendamente excitado por lo que estaba viendo, y sintiéndose increíblemente culpable de sentir placer de estar viendo como el cabrón de Ricky maltrataba de esa manera a su hermano, que era sangre de su sangre. La mano de Saúl se movía rápida, casi al mismo compás que se balanceaba la cabeza de su hermano en la entrepierna de Ricky. El menor, que apenas se había masturbado un par de veces en su vida, sentía que ya pronto estaría por terminar y procuró que sus jadeos no se llegaran a oír desde el otro lado de la puerta, pero hubo algo con lo que no contó.

Saúl llevaba puesto en su muñeca derecha un reloj metálico, que al moverse en sacudidas reflejó la luz de la lámpara y eso hizo que Ricky viese por el rabillo del ojo una luz que parpadeaba, y al fijarse mejor, pudo ver a través de la misma cristalera por la que el menor les estaba espiando a Saúl cascándosela a su salud. Eso lo puso frenético. Agarró la cabeza del hermano de Saúl y empezó a follarle la boca con fuerza.

“Vamos puta, trágatela toda” dijo en voz bien alta.

Ricky sabía que Saúl le estaba mirando y Saúl sabía que Ricky lo había pillado, pero aun así no pudo detenerse. Por nada del mundo podría haberlo hecho. Así que con la mirada fija en esos penetrantes ojos verdes, el menor empezó a correrse, manchando la puerta y la pared de la cocina, al tiempo que Ricky dejaba su gruesa polla incrustada en el fondo del cuello de Luis y empezaba a descargar allí su leche.

“Traga perra de mierda, trágate toda mi rica leche” oyó que Ricky le decía a Luis.

En cuanto Saúl hubo descargado su corrida, salió corriendo de allí, con las piernas temblorosas, sin mirar atrás y sin acordarse ni de subirse la bragueta. Lo que acababa de suceder le había superado. Se encerró en su cuarto y rezó porque el imbécil de Ricky no fuese a molestarse o a reírse de él, que era lo más seguro que hiciera. Pero tras un buen rato, el menor se calmó, comprobando que Ricky y Luis ya no estaban en casa y que no había ido a llamarle marica por lo sucedido.


~

Tras haber presenciado el lamentable espectáculo de su hermano mayor haciéndole una mamada a Ricky, Saúl procuraba evitar encontrarse con el perro callejero, y ni le miraba ni le hablaba cuando coincidían. Solo una semana después de ese incidente, Saúl volvía del colegio cuando al atajar por un callejón estrecho, le rodearon cinco chicos de cursos superiores. Querían hacerle lo mismo que a su hermano “Seguro que la chupa tan bien como el” dijo uno “Probemos su culo, se le ve delicioso” amenazó otro.

Saúl se defendió con todas sus fuerzas, y golpeó con acierto a un par de ellos, pero eran más en número y sus cuerpos más desarrollados, y al final lo tuvieron boca abajo sobre un container que llegaba a la altura de sus caderas. Dos de ellos tiraban de sus pantalones y calzoncillos para quitárselos, mientras otros tres lo sujetaban con fuerza para que no escapara. El chico gritaba, insultaba y pataleaba, casi prefiriendo dar su vida que dejarse follar por esos idiotas.

Cuando ya pensó que estaba todo perdido y que terminaría el día siendo el nuevo puto maricón del barrio, apareció alguien en escena. Al principio Saúl no le vio porque tenía la cara contra el container, pero cuando su salvador había superado a tres de sus rivales e iba a por el cuarto, el joven rubio vio de quien se trataba ¡Era Ricky! ¡Lo que faltaba! Ahora sí que lo iban a llamar su puta por el resto de su vida. Ricky le tendió la mano para ayudarlo a ponerse en pie, y Saúl aprovechó para girarse mientras cogía una navaja que se había caído al suelo de uno de los chicos. Le rajó la mejilla izquierda a Ricky. Al verlo los gamberros salieron huyendo, hacerle algo así a uno de los veteranos podía costarte la vida.

“¿Qué mierda te pasa niño?” le espetó el moreno.

“¡No necesito tu ayuda! ¡¡Habría podido con ellos yo solo!!” le contestó el menor, tragándose las lágrimas, iracundo e intentando subirse los pantalones.

“Y una mierda” le respondió Ricky, tirándose sobre él. Lo primer que hizo el mayor fue arrebatarle la navaja y tirarla al suelo, y luego inmovilizó al quinceañero contra el container, como lo habían hecho antes los chavales.

“Suéltame joder ¡Déjame estar!” gritó el rubio.

Pero cuanto más se debatía por librarse, más se rozaba con el cuerpo del contrario, y pronto Saúl notó la dura polla de Ricky pegada contra sus nalgas desnudas. Un terrible escalofrío le recorrió por dentro.

“Podría violarte aquí mismo y nadie vendría en tu ayuda. Lo sabes.”

La fría voz de Ricky penetró en la cabeza de Saúl y le hizo temerse lo peor. Sentía sudores fríos recorriéndole el cuerpo de arriba abajo. Se quedó quieto como una estatua. No quería ser el próximo esclavo de ese macarra. ¡Antes muerto que ser su puta! Entonces Ricky soltó un poco el agarre y le dijo al menor:

“Si limpias el estropicio que has hecho te dejaré marchar”

Saúl se sintió agradecido de que Ricky se fuese a conformar solo con eso, aunque no tenía muy claro a qué se refería con limpiar el estropicio, respondió casi sin pensar:

“Si joder, está bien, lo haré. ¡Pero suéltame de una puta vez!”

Ricky le dejó libre, y se sentó en el container, con las piernas abiertas. Golpeó la mano con la que el menor pretendía subirse los pantalones y señaló la sangre que manaba de la herida abierta en su mejilla.

“Quiero que limpies esto con tu lengua. Cuando termines podrás vestirte.”

Saúl frunció el ceño y se acercó a Ricky, situándose entre sus piernas. Por la diferencia de estatura que había entre ambos, ahora que el mayor estaba sentado, Saúl le llegaba a la altura de la cara. El menor miró por unos segundos fijamente al de pelo azabache, como enviándole oleadas de odio condensadas en sus pupilas. Luego se fijó en el tajo, sacó su pequeña y estrecha lengua y empezó a pasarla por la herida. Sintió como su rostro empezaba a enrojecer de vergüenza por tener su boca y su cara tan cerca de la del mayor, aun así se esmeró en terminar pronto con su tarea para poderse subir los putos pantalones y poderse marchar de una jodida vez de allí.

Pero Ricky no se lo iba a poner tan fácil. Hasta la fecha no había visto en Saúl más que un crío con muy mal genio, apenas si había reparado en su presencia. Pero todo cambió el día que lo pilló masturbándose mientras miraba como él se follaba la boca de su lindo hermano mayor. En ese preciso instante el de pelo azabache se juró a sí mismo que conseguiría hacer de Saúl una puta particular aún mejor que la maricona de su hermana. Precisamente por ese áspero y fuerte carácter se había sentido tan atraído por el rubito.

Por eso cuando Saúl se apartó y intentó vestirse de nuevo, Ricky volvió a golpearle la mano para impedírselo.

“¿Y ahora qué mierdas pasa?” dijo Saúl algo exasperado.

“Todavía no has terminado niño, mira. Queda sangre aquí y aquí.” Ricky señaló su brazo desnudo y también su pantalón, justo al lado de la entrepierna, donde se veían unas pequeñas manchas rojizas con forma esférica.

“Que te jodan, Ricky. ¡No pienso limpiarte ahí! ¡No soy marica, vale!” exclamó el menor, asustado por lo que el contrario quería que hiciera.

Pero el perro callejero no iba a dejarse amedrentar por un pequeño bastardo con fuertes arranques de mal genio. De repente rodeó con sus poderosos brazos al chiquillo de pelo trigueño y lo atrajo hacia sí, apretando bien el abrazo, provocando que el chico notase el contacto de su dura polla dentro de sus pantalones.

“Está bien, follemos entonces” dijo el moreno con su cara pegada a la de Saúl, como si le fuese a dar un beso en cualquier momento. Pero en vez de eso bajó una de sus manos hasta situarla en la posadera del crío y empezó a pasar la yema de su dedo índice por la raja, como buscando el agujero por donde la pensaba meter… El pobre Saúl no tuvo más opción que desistir en su intento de salir indemne de ese encuentro.

“¡Vale, joder! ¡Suéltame! Te limpiaré toda esa mierda ¡Y luego me dejarás marchar!” le dijo el chico, de manera amenazante, casi como si tuviera la convicción de tener alguna posibilidad de elegir en la situación en la que se encontraba.

El perro callejero medio sonrió de lado, mostrando su blanca sonrisa que tanto contrastaba con su morena piel.

“Bien, niño. Empieza por aquí” Ricky señaló su brazo, bajo el hombro. Soltó solo un poco el agarre del chico, para que tuviera algo de movilidad, pero aun manteniéndole prisionero entre sus firmes piernas.

Saúl sentía mil emociones embargándole por dentro ¡Odiaba a Ricky! ¡Pero de alguna frustrante manera también lo deseaba! No quería ser su puta maricona, como el idiota de su hermano, pero le excitaba lo que estaba sucediendo, y aunque no lo hubiese reconocido en voz alta ni en un millón de años, quería hacerlo. Deseaba lamer su sangre, sentirse tan protegido entre sus brazos, ser su centro de atención. Así que el menor se giró solo un poco, puso sus manos sobre el bíceps del mayor y acercó su rostro a ese brazo moreno y tatuado. Saúl empezó pasar su lengua por encima de los restos de líquido carmesí, frunciendo el ceño, como si todo aquello le desagradase muchísimo, pero disfrutando por dentro del subidón de adrenalina que estaba teniendo.

Pronto dejó el brazo de Ricky impoluto. Ahora quedaba cumplir con la parte más difícil del asunto. El perro callejero soltó de todo el abrazo y señaló las manchas de sangre en su pantalón, en la zona de la ingle.

“Ahora sigue por aquí” le dijo el moreno al rubio.

Ricky, que permanecía sentado sobre el container, apoyó sus puños sobre sus piernas abiertas, y esperó sentado y confiado a que el joven se decidiera a dar el paso. Saúl, que aún estaba con los pantalones bajados y el culo al aire, pensó que todo terminaría antes si hacía aquello de una vez. Además, no podía enfrentarse a ese tipo, pues tenía las de perder, y le aterrorizaba pensar que pudiera follarle.

“Si, ya lo sé. Cállate ya, joder.” le respondió el estudiante dos años menor que él, de mala gana.

Pero a pesar de su pésima actitud, Saúl terminó arrodillándose entre las piernas abiertas del mayor, para poder alcanzar la zona que tenía que limpiar. Antes de acercar su hermoso rostro al pantalón de Ricky, se fijó en el abultado paquete que lucía el mayor, cosa que estaba justo al lado de donde él tenía que lamer. Pensó que debía tener una polla bien grande si el bulto se veía así de grueso con la ropa puesta. Cuando los espió en el comedor, Ricky tenía su polla metida dentro de la boca de Luis, su hermano mayor, y no había podido verle el tamaño. Pero ahora que lo tenía a escasos centímetros de sus ojos… no pudo evitar preguntarse qué se sentiría al tener ese pedazo de rabo entre los labios, o peor aún… ¡Metido en su agujero posterior!

Saúl sacudió la cabeza, como intentando expulsar esos extraños pensamientos de su mente, y Ricky no perdía detalle de nada. Era como si el mayor fuese capaz de conocer sus pensamientos solo con mirarle a los ojos. Por eso el menor no alzaba la mirada. Le daba miedo verse descubierto de esa vergonzosa manera. Saúl dejó sus dos manos apoyadas sobre su propio regazo, para no tocar más allá de lo necesario el cuerpo del contrario, cerró los ojos y empezó a lamer los pantalones del perro callejero, justo en la ingle, tan pegado a su paquete que, si se hubiera girado solo un poco hacia su izquierda, su lengua habría topado de lleno con su dura polla.

El joven rubio empezó a lamer con devoción, de manera insistente, pues al contrario que había pasado en la mejilla y el brazo de Ricky, la mancha en sus pantalones no desaparecía. Pasaron unos largos minutos en los que Saúl no dejaba de pasar su lengua por el áspero pantalón de ese cabrón y solo conseguía humedecérselo con su saliva, pero la mancha persistía, sin signos visibles de querer salir de ahí. El chico no podía saberlo, pero el perro callejero estaba más que excitado. Tener al rubio arrodillado entre sus piernas, con el culo al aire y lamiéndole tan cerca de su polla, lo había puesto morcillón perdido, y ahora ya no estaba dispuesto a dejarlo marchar sin más. A los 20 minutos de haber empezado a limpiar la prenda de ropa, Saúl se dio por vencido. Separó su cabeza de la pierna ajena y le dijo al moreno:

“Es imposible, no puedo quitar la sangre de ahí.”

Ricky torció aún más su malvada sonrisa: “Entonces tendrás que compensarlo haciendo algo más por mí, niño.”

En cuanto terminó de decirle aquella frase, el perro callejero se bajó la bragueta y se sacó su larga y gruesa polla de dentro de los pantalones. Saúl reaccionó echándose hacia atrás, asustado, pero el mayor ya lo había previsto, y con la mano libre lo agarró del pelo, para que no se moviera.

“No te hagas el estrecho conmigo, Saúl. Vi cómo te pajeabas el otro día mientras veías a Luis chupándomela. Seguro que te quedaste con ganas de saber cómo se siente.” Ricky meneaba su hinchado rabo delante de las narices del joven trigueño.

“¡Y una mierda! ¡En serio Ricky, no te la voy a chupar! ¡Qué te jodan!” gritó el menor.

Ricky no se retractó de sus palabras, ni mucho menos. Insistió en que eso era lo mejor que podía pasarle: “O me la chupas o te la meto en ese culo de sabandija que tienes. Y no soy conocido precisamente por la paciencia que tengo, así que decídete rápido” le dijo el moreno al rubio.

Saúl miró con intenso odio al contrario. Estaba temblando de rabia. ¿Cómo se atrevía a tratarle así? ¡Él no era su puto hermano! ¡Él tenía orgullo! ¡Y no le daba la gana de hacerlo! Aun así… era verdad que quería saber cómo sería eso de chuparle la polla al perro callejero, solo por curiosidad ¡No porque él fuese marica ni nada de eso! Su hermano parecía complacido cuando se la mamaba, le dio la sensación de que lo disfrutaba, y no podía entender por qué. El joven miró a lado y lado del callejón. No había nadie a la vista. Si se daba prisa quizás lograra terminar con esa jodienda antes de que apareciese alguien y le pillaran haciendo… ¡Eso!

“Te odio” fue lo único que dijo el menor, y lo hizo sin mirar a la cara al contrario.

Ricky observó complacido como Saúl se acercaba de nuevo a él, con gesto enfurruñado, pero con claras intenciones de mamársela. Que dijera lo que quisiera, estaba claro que ya había caído en sus garras, y no pensaba dejar escapar a tan suculenta presa de ninguna de las maneras.

Como el mayor no le dio ninguna indicación y el pobre Saúl no tenía ni idea de cómo se hacía una mamada, empezó lamiéndole allí como había lamido el resto de su cuerpo. Con la vista siempre fija hacia la entrepierna del moreno, el chico sacó su lengua y fue pasando de manera muy tímida la punta de la misma por el glande de él. Las dos primeras sensaciones que le llegaron fueron un peculiar aroma, que no desagradable, y un curioso gusto algo ácido. Tras la primera impresión, en la que Saúl vio que no era tan terrible, que casi se parecía a lamerle cualquier otra parte del cuerpo, el joven se relajó un poco y empezó a pasar su lengua en pasadas más largas, del tronco hasta la punta. Ricky estaba en la puta gloria, con ese jovencito dedicado a provocarle tanto placer, pero estaba claro que había que mostrarle cual era la forma correcta de hacerlo. Así que empezó a darle indicaciones:

“Abre tus labios, un poco más. Ahora métete mi polla dentro de la boca. Ten cuidado con los dientes… así, muy bien.”

Ricky empezó a guiar los movimientos de la cabeza de Saúl con la mano con la que lo mantenía agarrado del pelo. Al principio fueron gestos muy lentos. El menor notaba extraño tener todo ese trabuco dentro de la boca. Bueno, en realidad esa polla era tan larga y gruesa que apenas llegaba a abarcar ni la mitad de la extensión de la misma, pero se estaba esforzando en hacerlo bien, y se notaba. El perro callejero dedicó unos largos minutos a dejar que el chico se fuese acostumbrando a aquello, y luego, de manera progresiva, fue aumentando el ritmo de la mamada, tirando y empujando la cabeza del menor a su antojo. Pronto aquello se convirtió en una chupada en toda regla. Saúl tosía y sentía arcadas cuando, de tanto en tanto, al mayor le daba por mover su pelvis, encastándole el glande más allá de su campanilla. Pero el chico no se puso histérico, ni hizo ademán de querer dejar la faena a medias. La realidad era que el rubio estaba disfrutando de hacerle aquella mamada a Ricky, y estaba él también empalmado.

“Mastúrbate, niño” le dijo Ricky al chico, pues la excitación del mismo no le había pasado por alto.

Saúl bajó su mano a su propia entrepierna y empezó a cascársela, soltando gemidos que quedaban ahogados por la mordaza que tenía puesta, y que era la polla de ese perro. Ricky entonces se puso en pie y decidió follarle con todas sus ganas la boca al niño.

“Respira por la nariz y no te pongas nervioso, esto terminará pronto.” fueron las únicas indicaciones que le dio al menor, mientras terminaba de levantarse, sin sacar en ningún momento su polla de dentro de la boca del contrario.

Saúl no entendía por qué Ricky le decía aquello, hasta el momento había podido respirar bien. De golpe ¡ZAS ZAS ZAS ZAS ZAS ZAS! Ricky tenía sujeta la cara del crío con sus dos manazas, para que no se apartara, y empezó a embestir de manera frenética y bruta contra su boca.

“HHHHHHhhhmmmmm… Qué buena boca que tienes, niño…. ¡Qué rico se siente!”

El pobre rubio abrió los ojos como platos. La enorme polla del perro callejero desaparecía casi por completo dentro de su boca. Notaba las pelotas golpeándole en la barbilla una y otra vez, y lo peor de todo era la asfixiante sensación de ahogo por tener incrustado semejante pedazo de carne dentro de su garganta. Por suerte para él mismo, Saúl reaccionó a los pocos minutos y empezó a respirar por la nariz, como Ricky le había ordenado. La mano, que se había quedado quieta por el susto, volvió a moverse, y continuó pajeándose como pudo mientras notaba que le caían gruesas lágrimas por las mejillas por el terrible esfuerzo que estaba haciendo por no toser ni intentar sacarse ese terrible intruso de entre los labios. Ricky lo vio y aun aumentó más la intensidad con la que le follaba la boca al niño. Era  un salvaje y lo demostraba con cada uno de sus movimientos. Ambos chicos empezaron a sudar por el esfuerzo realizado, y pronto el mayor notó que le llegaba su orgasmo…

“AAAAAAHH… SIIII… ¡¡TRAGATELO TODO O POR MIS MUERTOS QUE TE HAGO LIMPIAR EL PUTO SUELO CON TU LENGUAAAAAA!! ¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHH!!!!!”



Mientras le decía aquello al crío, Ricky empezó a soltar chorretones de espesa y cálida leche directa a la garganta y la boca del menor, que al tiempo que notó que ese abusón se corría empezó él a hacer lo mismo, sintiéndose atravesado por miles de espasmos electrizantes, pero al tiempo preocupándose de no dejar caer ni una sola gota al suelo. Ya había tenido suficientes humillaciones por ese día.

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