A medida que pasó el tiempo, Ricky iba incrementando la
dureza de las órdenes que le daba a su sumiso esclavo. Para el perro callejero
era un juego, en el que su imaginación y crueldad salían a relucir para su
propia diversión. Para Luis, cada nuevo reto que le imponía su Amo era una
nueva oportunidad para demostrarle con hechos, y no con vanas palabras, que su
devoción como esclavo era absoluta e incondicional. Luis se había prometido a
sí mismo que jamás le diría que no a nada, y pensaba cumplir su promesa, aunque
le fuera la vida en ello.
Dos años después de haberse conocido, Luis tenía entonces 14 años
y Ricky 16. El joven rubio seguía con su anatomía de niño de primaria, mientras
que el perro callejero había dado el estirón y había cambiado por completo. Sus
brazos eran grandes y estaban envueltos en poderosos músculos. También sus
piernas se veían firmes. Había crecido más de un palmo, y su espalda era el
doble de ancha que el año anterior. Luis no podía evitar quedarse maravillado
observando esa anatomía tan perfecta. Incuso su voz, grave y varonil, era la
más hermosa que hubiese escuchado nunca. El amor que sentía por ese Dios de
ojos esmeralda no había hecho más que crecer con el paso del tiempo, y eso
hacía que su sentimiento de gratitud y devoción hacia ese joven todavía se
viesen más intensificados.
Era viernes por la tarde. Ricky paseaba cogiendo del hombro a
Patti, una compañera de clase que decían era bastante facilona. No es que fuese
una gran belleza, pero tampoco asustaba. Era menudita, con unos pechos bastante
generosos para su tierna edad, tenía el pelo castaño cortado por encima de los
hombros y rizado, sujetado a los lados con unos lazos. Llevaba unas gafitas de
moldura naranja que le favorecían mucho. Un par de pasos por detrás caminaba
Luis, cargando con las mochilas de los dos tortolitos. A Patti se le hacía un
poco raro eso de que Luis les acompañara a esa especie de cita, pero tras dos
años ya todos en la escuela se habían acostumbrado a ver al rubio siempre
siguiendo a Ricky, y haciéndole todas las tareas, como si fuese un perrito
obediente.
Ricky llevó a Patti hasta un parque cercano a la escuela y se
sentaron juntos en un banco. Era el último que había a lado y lado de un camino
de tierra, bordeado por altos árboles y arbustos de verde follaje.
“Tú ponte ahí y haz mis deberes” le ordenó Ricky a Luis,
señalándole el suelo a unos metros delante del banco.
“Si, Señor Ricky, como ordene” le respondió el chico rubio,
de manera sumisa.
Luis se sentó donde su Amo le había mandado, y sacó los
cuadernos del moreno. Mientras Ricky había puesto su mano en la pierna de Patti
y la estaba acariciando. La niña se sonrojó al instante, pues a pesar de la
mala fama que tenía entre sus compañeros, en realidad nunca había hecho nada
con ningún chico. Su cita con Ricky era la primera, y no sabía muy bien qué
tenía que hacer o decir, o dónde tenía que poner el límite a los toqueteos del
otro. A pesar de su nerviosismo de novata, el perro callejero le gustaba mucho,
como a todas las demás niñas del colegio, y por eso dejó que le acariciara la
pierna sin decir nada. Pero cuando el de pelo negro empezó a subir la mano en
dirección a sus braguitas, la niña no lo pudo soportar más y puso sus dos
manitas encima de las de él, deteniendo su avance.
“¡No, Ricky!” gritó ella, en voz baja.
El chico, muy seguro de si mismo, no dejó de sonreír “¿Qué
pasa Patti?, pensaba que yo te gustaba…”
Ella bajó la mirada. Luis, que los observaba de reojo, hizo
ver que escribía en el cuaderno. La niña rebajó un poco la fuerza con la que
mantenía quieta la mano de Ricky.
“Si… me gustas… pero… yo no….” La pobre niña no sabía cómo
decirle que esta era su primera experiencia, y que quería ir más despacio.
“Tú también me gustas, Patti. Me gustas mucho.” Le respondió
el perro callejero, y mientras le decía esas dulces palabras, sin quitar su
mano de debajo de la falda de ella, empezó a acariciarle la punta del pelo, que
caía sobre uno de los pechos. No tardó demasiado tiempo en dejar de lado el
pelo para colar un par de dedos dentro del escote de la niña, y continuar
acariciándola allí
“Tienes unos ojos muy bonitos” le susurró Ricky al oído. Solo
le decía lo que ella quería oír, lo que sabía que le permitiría manosearla un
poco, y con suerte conseguir que le hiciera una paja con sus manitas.
“Ricky… yo…. “ Patti perdió el hilo de lo que pensaba
responderle, pues el moreno ya estaba besando y lamiendo su cuello, sin dejar
de acariciarle el duro pezón a la niña, y intentando superar la barrera de sus
manos para llegar a tocarle su tierna rajita “Ahhmm…”
Cuando la cría soltó ese jadeo de puro placer, Luis no pudo
aguantarse más. ¡Se estaba poniendo cachondo perdido! Era la primera vez que le
pasaba, que se le ponía duro el pene, y sentía unas irrefrenables ganas de
acariciarse ahí abajo, mientras imaginaba que era a él a quien Ricky le hacía
esas cosas, y no a la fea de Patti.
Pensando que estarían ambos distraídos con lo suyo, el joven
rubio empezó a bajarse muy despacio la bragueta de sus pantalones. Ricky hacía
pequeños avances. Patti seguía sin dejarle tocar su almeja, pero él había
cogido su manita y se la había puesto sobre el duro y palpitante rabo, por
encima de la ropa. Fue un gran éxito, ya que la niña no se resistió, ni retiró
su mano. En realidad la pobre Patti se sentía superada por la situación, y su
parálisis era más por causa del miedo que por aceptación de lo que estaba
ocurriendo. Eso al perro callejero le importaba un carajo. Él lo que quería era
meterle mano, sentirse manoseado, y llegar a correrse. Cómo lo consiguiera era
lo menos importante.
Luis podía percibir esa rudeza en los gestos y la forma de
tratar Ricky a la niña, y como si el perro soltara una feromona o lo que fuera
que él pudiese captar con alguno de sus sentidos, provocándole todavía más
excitación. Como la parejita estaba a lo suyo sin prestarle atención, Luis se
sintió con suficiente valor para hacer lo que estaba deseando hacer. Metió su
mano dentro de su bragueta, se sacó la pequeña polla y empezó a masturbarse,
manteniendo su mirada fija en el hermoso rostro de su Amo.
Ricky entonces hizo un tercer intento por subir la mano que
tenía entre los muslos de la chica y ¡Bingo! Esta vez Patti, un poco más
relajada, se dejó llevar por la situación, y abrió ella misma un poco más las
piernas, soltando el agarre para que Ricky pudiera avanzar en su pesquisa.
Justo cuando el perro callejero tenía el clítoris ardiente de la menor
rozándole la yema del dedo, ella abrió los ojos que había mantenido
entrecerrados y se encontró de lleno con una visión que la estremeció de pavor,
que era el inútil de Luis haciéndose una paja justo delante de ellos.
“¡¡AAAHH!! ¡¡Sois unos cerdos y unos pervertidos!!” gritó a
Luis, que se quedó paralizado con la pequeña polla entre sus dedos fríos como
el hielo.
Luego Patti apartó a Ricky de un empujón, cogió su mochila y
se marchó corriendo, como si la persiguiera el mismísimo diablo. Ricky,
enfurecido, se puso en pie para encararse con Luis.
“Tú, imbécil ¡¡¿Qué mierdas haces?!!” el perro dio una patada
a la tierra, tirándole un puñado a la cara al rubio.
“Pperdonname… Ricky… nno quise… yyo…” le respondió Luis entre
lloriqueos, rascándose los ojos porque le escocían de la tierra que le había
entrado en ellos.
“¡¡Estaba a punto de hacerme una paja!! ¡¡Una puta paja!!
¿¿Eres idiota??” continuó regañándole el mayor “¿Quién dijo que podías hacer eso?
¡Yo no recuerdo habértelo ordenado, puta!” Ricky pateó la entrepierna del
menor, provocando que él soltara de golpe todo el aire que tenía dentro de los
pulmones. Luis se quedó blanco como la nieve. Era la primera vez que veía a
Ricky tan enfadado con él. ¿Iba a dejarle? ¿Ya no podría ser su esclavo? ¡No,
eso nunca!
“Pperdóneme Sseñor Ricky, sse lo supplico… ppor ffavor…
Pperdóneme…” lloraba Luis, que se había tirado a sus pies y estaba besándole el
calzado con desesperación.
A Ricky le gustó aquello. Le hizo sentir más autoritario e
importante. Pero no podía dejar así las cosas. Luis tenía que recibir un
castigo a la medida de la metedura de pata que había hecho.
El mayor se dio la vuelta y empezó a andar, sin decir nada. A
Luis se le cayó el alma al suelo. Estaba seguro de que lo estaba abandonando.
Había sido un completo idiota, la había cagado, y ahora su Dios de ojos
esmeralda lo abandonaba para siempre… ¡No podría soportarlo! ¡¡Se mataría antes
de tener que soportar pasar un solo día sin su presencia!! Pero entonces el
rubio vio que Ricky no se marchaba, lo que hizo fue sentarse de nuevo en el
banco, con las piernas abiertas. Ante la atenta mirada del rubio, el perro callejero
se bajó la bragueta y sacó al aire su propia polla, que era gruesa como una de
las piernas de él, y larga como su antebrazo. Luis no había vuelto a ver su
polla desde aquel día en el vestuario, y quedó petrificado al comprobar que en
esos dos años, el rabo de su Semental había crecido de manera proporcional a
como se había desarrollado el resto de su anatomía. Si, sintió un miedo atroz
de lo que podía ordenarle su Amo, pero también un deseo más poderoso e intenso
que el que hubiera sentido nunca de complacerle, fuera lo que fuera lo que se
le ocurriese decirle.
“Ven aquí” la primera orden fue clara y precisa.
El chico rubio se medio arrastró, medio gateó, hasta situarse
entre las piernas de su Macho. Su cara quedó muy cerca del hinchado glande, del
que empezaba a supurar líquido preseminal.
“Dame tu mano” fue la siguiente orden que le dio.
Luis alzó su brazo y Ricky le cogió la mano, poniéndola sobre
su polla. El rubio notó como su Señor apretaba sus deditos contra esa dura y
cálida carne. Luis mantenía su mirada fija en el rostro de su Dios, y Ricky
tenía sus pupilas clavadas en su propio rabo, observando como la manita de su
esclavo le masturbaba, obligado por su propia mano. El primer jadeo de Ricky no
se hizo esperar. Luis sintió su polla palpitar cuando oyó el suspiro de placer
de su Amo. Obligado por su instinto, el joven rubio no lo pensó cuando volvió a
poner su otra mano sobre su pollita y volvió a pajearse. Ese hecho no le pasó
desapercibido a Ricky, que le soltó una nueva patada en la entrepierna al
chico.
“¡He dicho que no te toques, puta de mierda!” y una vez dicho
esto, el moreno soltó una segunda patada, que fue a parar a la boca del menor,
que empezó a sangrar por el labio partido.
“Llo ssiento Sseñor… Llo ssientto… “ Luis estaba defraudado
de sí mismo por tener tan poca voluntad.
Mientras el niño lloriqueaba, Ricky iba a darle otra patada,
pero se quedó parado. El labio partido de Luis se parecía mucho a un coño de
niña, así puesto de lado, y con esa sangre, como si lo acabara de desvirgar…
Ricky imaginó el interior de la boca del rubio, lo suave, cálida y húmeda que
se sentiría, exactamente igual que una vagina.
“Ponte aquí de rodillas con la boca abierta” le dijo Ricky a
Luis, sintiendo unas fuertes oleadas de electricidad muy placenteras en su
entrepierna.
El rubio se colocó como su Semental le había pedido, sin
atreverse a decir nada más.
“Vas a complacerme como lo habría hecho Patti” empezó a
explicarle, mientras se masturbaba muy cerca de la cara del niño “Si no
consigues que termine, si te mueves, escupes, te atragantas o pestañeas ¡¡Les
diré a todos en la escuela que eres una puta comepollas y que dejaré que vengan
todos a joderte!! ¿¿¡Me has entendido!??
Luis solo se atrevió a asentir levemente con la cabeza.
“Bien, guarra. Abre la boca ¡Y cuidad con los putos dientes!”
le ordenó el mayor.
Acto seguido, el perro callejero apunto su hinchado glande a
la boca entreabierta del menor y embistió con saña contra su cara, clavándole
el rabo hasta la puta campanilla. Luis pensaba que en serio iba a morir, que no
podría seguir respirando, que desfallecería antes de poder terminar esa forzada
mamada. A Ricky le importaba un carajo como se sintiera Luis. Era la primera
vez que alguien se la mamaba y la sensación era increíble, un millón de veces
más placentera de lo que había imaginado en sus fantasías de adolescente
cachondo y pervertido.
“Ahhhmm que bieeeen jodeeer que rica boca tienes
putaaaahhhh…” Ricky empezó a bombear más rápido y de manera mucho más intensa,
y Luis solo intentaba seguir respirando y no ahogarse.
A pesar de que ambos chicos eran novatos en aquello que
hacían, sus cuerpos eran sabios por naturaleza, y pronto las embestidas del
mayor se acoplaron a la perfección a los movimientos de balanceo de la cabeza
del menor. El Macho puso sus dos manos sobre el pelo trigueño y guiaba los
movimientos, consiguiendo así mucho más placer para sí mismo. Luis no conseguía
acostumbrarse del todo a esa enorme polla que entraba y salía de su boca sin
descanso, dejándole la tráquea dolorida y la mandíbula fatigada. Pero aunque
sentía el arranque de tos agarrado en su cuello, no se permitió toser ni una
sola vez, por miedo a no poder detenerse, y que Ricky cumpliera con la amenaza
que le había hecho.
Cuando Luis se atrevió a abrir los ojos, vio a una distancia
media, a un anciano paseando solo, y un par de madres jóvenes que llevaban
sendos carritos de bebés. El rubio vio como esa gente se paraba, se los quedaba
mirando, y luego se marchaban, escandalizados. Seguro que a su espalda había
más testigos de aquella libidinosa escena, pero a pesar de la vergüenza que
sentía, no se le ocurrió apartar su boca de la polla de su Dueño. Solo faltaba
que se volviera a enfadar con él, y esta vez sí que lo perdiera para siempre.
Así que Luis cerró los ojos y se concentró en continuar subiendo y bajando sus
finos labios por esa tranca magistral, hasta que el cuerpo de Ricky empezó a
convulsionar y terminó llenándole la garganta, toda su boca, y parte de su
cara, son su tremenda corrida.
“A partir de ahora vas a ser mi zorra comepollas particular,
que no se te olvide” le dijo el perro a Luis, mientras se limpiaba los restos
de corrida en sus mejillas.
“No te limpiarás eso en toda la noche, quiero que duermas
oliendo mi semen de macho” le dijo entonces al rubio
“Si, Señor Ricky, como desee. No me limpiaré su corrida de la
cara” le respondió de manera muy sumisa el joven rubio.
Y así fue como el hermano mayor de Saúl pasó a ser la puta de
Ricky, el perro callejero.