martes

Ricky, el perro callejero #6

Segunda parte del capítulo dedicado al Diario de Luis. Finalmente Luis cruza la frontera y pasa de ser esclavo a ser la puta sumisa del perro callejero. En vez de copiar directamente los textos del diario de Luis, hemos preferido dar la información en forma de relato, para que resulte más amena de leer.


A medida que pasó el tiempo, Ricky iba incrementando la dureza de las órdenes que le daba a su sumiso esclavo. Para el perro callejero era un juego, en el que su imaginación y crueldad salían a relucir para su propia diversión. Para Luis, cada nuevo reto que le imponía su Amo era una nueva oportunidad para demostrarle con hechos, y no con vanas palabras, que su devoción como esclavo era absoluta e incondicional. Luis se había prometido a sí mismo que jamás le diría que no a nada, y pensaba cumplir su promesa, aunque le fuera la vida en ello.

Dos años después de haberse conocido, Luis tenía entonces 14 años y Ricky 16. El joven rubio seguía con su anatomía de niño de primaria, mientras que el perro callejero había dado el estirón y había cambiado por completo. Sus brazos eran grandes y estaban envueltos en poderosos músculos. También sus piernas se veían firmes. Había crecido más de un palmo, y su espalda era el doble de ancha que el año anterior. Luis no podía evitar quedarse maravillado observando esa anatomía tan perfecta. Incuso su voz, grave y varonil, era la más hermosa que hubiese escuchado nunca. El amor que sentía por ese Dios de ojos esmeralda no había hecho más que crecer con el paso del tiempo, y eso hacía que su sentimiento de gratitud y devoción hacia ese joven todavía se viesen más intensificados.

Era viernes por la tarde. Ricky paseaba cogiendo del hombro a Patti, una compañera de clase que decían era bastante facilona. No es que fuese una gran belleza, pero tampoco asustaba. Era menudita, con unos pechos bastante generosos para su tierna edad, tenía el pelo castaño cortado por encima de los hombros y rizado, sujetado a los lados con unos lazos. Llevaba unas gafitas de moldura naranja que le favorecían mucho. Un par de pasos por detrás caminaba Luis, cargando con las mochilas de los dos tortolitos. A Patti se le hacía un poco raro eso de que Luis les acompañara a esa especie de cita, pero tras dos años ya todos en la escuela se habían acostumbrado a ver al rubio siempre siguiendo a Ricky, y haciéndole todas las tareas, como si fuese un perrito obediente.

Ricky llevó a Patti hasta un parque cercano a la escuela y se sentaron juntos en un banco. Era el último que había a lado y lado de un camino de tierra, bordeado por altos árboles y arbustos de verde follaje.

“Tú ponte ahí y haz mis deberes” le ordenó Ricky a Luis, señalándole el suelo a unos metros delante del banco.

“Si, Señor Ricky, como ordene” le respondió el chico rubio, de manera sumisa.

Luis se sentó donde su Amo le había mandado, y sacó los cuadernos del moreno. Mientras Ricky había puesto su mano en la pierna de Patti y la estaba acariciando. La niña se sonrojó al instante, pues a pesar de la mala fama que tenía entre sus compañeros, en realidad nunca había hecho nada con ningún chico. Su cita con Ricky era la primera, y no sabía muy bien qué tenía que hacer o decir, o dónde tenía que poner el límite a los toqueteos del otro. A pesar de su nerviosismo de novata, el perro callejero le gustaba mucho, como a todas las demás niñas del colegio, y por eso dejó que le acariciara la pierna sin decir nada. Pero cuando el de pelo negro empezó a subir la mano en dirección a sus braguitas, la niña no lo pudo soportar más y puso sus dos manitas encima de las de él, deteniendo su avance.

“¡No, Ricky!” gritó ella, en voz baja.

El chico, muy seguro de si mismo, no dejó de sonreír “¿Qué pasa Patti?, pensaba que yo te gustaba…”

Ella bajó la mirada. Luis, que los observaba de reojo, hizo ver que escribía en el cuaderno. La niña rebajó un poco la fuerza con la que mantenía quieta la mano de Ricky.

“Si… me gustas… pero… yo no….” La pobre niña no sabía cómo decirle que esta era su primera experiencia, y que quería ir más despacio.

“Tú también me gustas, Patti. Me gustas mucho.” Le respondió el perro callejero, y mientras le decía esas dulces palabras, sin quitar su mano de debajo de la falda de ella, empezó a acariciarle la punta del pelo, que caía sobre uno de los pechos. No tardó demasiado tiempo en dejar de lado el pelo para colar un par de dedos dentro del escote de la niña, y continuar acariciándola allí

“Tienes unos ojos muy bonitos” le susurró Ricky al oído. Solo le decía lo que ella quería oír, lo que sabía que le permitiría manosearla un poco, y con suerte conseguir que le hiciera una paja con sus manitas.

“Ricky… yo…. “ Patti perdió el hilo de lo que pensaba responderle, pues el moreno ya estaba besando y lamiendo su cuello, sin dejar de acariciarle el duro pezón a la niña, y intentando superar la barrera de sus manos para llegar a tocarle su tierna rajita “Ahhmm…”

Cuando la cría soltó ese jadeo de puro placer, Luis no pudo aguantarse más. ¡Se estaba poniendo cachondo perdido! Era la primera vez que le pasaba, que se le ponía duro el pene, y sentía unas irrefrenables ganas de acariciarse ahí abajo, mientras imaginaba que era a él a quien Ricky le hacía esas cosas, y no a la fea de Patti.

Pensando que estarían ambos distraídos con lo suyo, el joven rubio empezó a bajarse muy despacio la bragueta de sus pantalones. Ricky hacía pequeños avances. Patti seguía sin dejarle tocar su almeja, pero él había cogido su manita y se la había puesto sobre el duro y palpitante rabo, por encima de la ropa. Fue un gran éxito, ya que la niña no se resistió, ni retiró su mano. En realidad la pobre Patti se sentía superada por la situación, y su parálisis era más por causa del miedo que por aceptación de lo que estaba ocurriendo. Eso al perro callejero le importaba un carajo. Él lo que quería era meterle mano, sentirse manoseado, y llegar a correrse. Cómo lo consiguiera era lo menos importante.

Luis podía percibir esa rudeza en los gestos y la forma de tratar Ricky a la niña, y como si el perro soltara una feromona o lo que fuera que él pudiese captar con alguno de sus sentidos, provocándole todavía más excitación. Como la parejita estaba a lo suyo sin prestarle atención, Luis se sintió con suficiente valor para hacer lo que estaba deseando hacer. Metió su mano dentro de su bragueta, se sacó la pequeña polla y empezó a masturbarse, manteniendo su mirada fija en el hermoso rostro de su Amo.

Ricky entonces hizo un tercer intento por subir la mano que tenía entre los muslos de la chica y ¡Bingo! Esta vez Patti, un poco más relajada, se dejó llevar por la situación, y abrió ella misma un poco más las piernas, soltando el agarre para que Ricky pudiera avanzar en su pesquisa. Justo cuando el perro callejero tenía el clítoris ardiente de la menor rozándole la yema del dedo, ella abrió los ojos que había mantenido entrecerrados y se encontró de lleno con una visión que la estremeció de pavor, que era el inútil de Luis haciéndose una paja justo delante de ellos.

“¡¡AAAHH!! ¡¡Sois unos cerdos y unos pervertidos!!” gritó a Luis, que se quedó paralizado con la pequeña polla entre sus dedos fríos como el hielo.

Luego Patti apartó a Ricky de un empujón, cogió su mochila y se marchó corriendo, como si la persiguiera el mismísimo diablo. Ricky, enfurecido, se puso en pie para encararse con Luis.

“Tú, imbécil ¡¡¿Qué mierdas haces?!!” el perro dio una patada a la tierra, tirándole un puñado a la cara al rubio.

“Pperdonname… Ricky… nno quise… yyo…” le respondió Luis entre lloriqueos, rascándose los ojos porque le escocían de la tierra que le había entrado en ellos.

“¡¡Estaba a punto de hacerme una paja!! ¡¡Una puta paja!! ¿¿Eres idiota??” continuó regañándole el mayor “¿Quién dijo que podías hacer eso? ¡Yo no recuerdo habértelo ordenado, puta!” Ricky pateó la entrepierna del menor, provocando que él soltara de golpe todo el aire que tenía dentro de los pulmones. Luis se quedó blanco como la nieve. Era la primera vez que veía a Ricky tan enfadado con él. ¿Iba a dejarle? ¿Ya no podría ser su esclavo? ¡No, eso nunca!

“Pperdóneme Sseñor Ricky, sse lo supplico… ppor ffavor… Pperdóneme…” lloraba Luis, que se había tirado a sus pies y estaba besándole el calzado con desesperación.

A Ricky le gustó aquello. Le hizo sentir más autoritario e importante. Pero no podía dejar así las cosas. Luis tenía que recibir un castigo a la medida de la metedura de pata que había hecho.

El mayor se dio la vuelta y empezó a andar, sin decir nada. A Luis se le cayó el alma al suelo. Estaba seguro de que lo estaba abandonando. Había sido un completo idiota, la había cagado, y ahora su Dios de ojos esmeralda lo abandonaba para siempre… ¡No podría soportarlo! ¡¡Se mataría antes de tener que soportar pasar un solo día sin su presencia!! Pero entonces el rubio vio que Ricky no se marchaba, lo que hizo fue sentarse de nuevo en el banco, con las piernas abiertas. Ante la atenta mirada del rubio, el perro callejero se bajó la bragueta y sacó al aire su propia polla, que era gruesa como una de las piernas de él, y larga como su antebrazo. Luis no había vuelto a ver su polla desde aquel día en el vestuario, y quedó petrificado al comprobar que en esos dos años, el rabo de su Semental había crecido de manera proporcional a como se había desarrollado el resto de su anatomía. Si, sintió un miedo atroz de lo que podía ordenarle su Amo, pero también un deseo más poderoso e intenso que el que hubiera sentido nunca de complacerle, fuera lo que fuera lo que se le ocurriese decirle.

“Ven aquí” la primera orden fue clara y precisa.

El chico rubio se medio arrastró, medio gateó, hasta situarse entre las piernas de su Macho. Su cara quedó muy cerca del hinchado glande, del que empezaba a supurar líquido preseminal.

“Dame tu mano” fue la siguiente orden que le dio.

Luis alzó su brazo y Ricky le cogió la mano, poniéndola sobre su polla. El rubio notó como su Señor apretaba sus deditos contra esa dura y cálida carne. Luis mantenía su mirada fija en el rostro de su Dios, y Ricky tenía sus pupilas clavadas en su propio rabo, observando como la manita de su esclavo le masturbaba, obligado por su propia mano. El primer jadeo de Ricky no se hizo esperar. Luis sintió su polla palpitar cuando oyó el suspiro de placer de su Amo. Obligado por su instinto, el joven rubio no lo pensó cuando volvió a poner su otra mano sobre su pollita y volvió a pajearse. Ese hecho no le pasó desapercibido a Ricky, que le soltó una nueva patada en la entrepierna al chico.

“¡He dicho que no te toques, puta de mierda!” y una vez dicho esto, el moreno soltó una segunda patada, que fue a parar a la boca del menor, que empezó a sangrar por el labio partido.

“Llo ssiento Sseñor… Llo ssientto… “ Luis estaba defraudado de sí mismo por tener tan poca voluntad.

Mientras el niño lloriqueaba, Ricky iba a darle otra patada, pero se quedó parado. El labio partido de Luis se parecía mucho a un coño de niña, así puesto de lado, y con esa sangre, como si lo acabara de desvirgar… Ricky imaginó el interior de la boca del rubio, lo suave, cálida y húmeda que se sentiría, exactamente igual que una vagina.

“Ponte aquí de rodillas con la boca abierta” le dijo Ricky a Luis, sintiendo unas fuertes oleadas de electricidad muy placenteras en su entrepierna.

El rubio se colocó como su Semental le había pedido, sin atreverse a decir nada más.

“Vas a complacerme como lo habría hecho Patti” empezó a explicarle, mientras se masturbaba muy cerca de la cara del niño “Si no consigues que termine, si te mueves, escupes, te atragantas o pestañeas ¡¡Les diré a todos en la escuela que eres una puta comepollas y que dejaré que vengan todos a joderte!! ¿¿¡Me has entendido!??

Luis solo se atrevió a asentir levemente con la cabeza.

“Bien, guarra. Abre la boca ¡Y cuidad con los putos dientes!” le ordenó el mayor.

Acto seguido, el perro callejero apunto su hinchado glande a la boca entreabierta del menor y embistió con saña contra su cara, clavándole el rabo hasta la puta campanilla. Luis pensaba que en serio iba a morir, que no podría seguir respirando, que desfallecería antes de poder terminar esa forzada mamada. A Ricky le importaba un carajo como se sintiera Luis. Era la primera vez que alguien se la mamaba y la sensación era increíble, un millón de veces más placentera de lo que había imaginado en sus fantasías de adolescente cachondo y pervertido.

“Ahhhmm que bieeeen jodeeer que rica boca tienes putaaaahhhh…” Ricky empezó a bombear más rápido y de manera mucho más intensa, y Luis solo intentaba seguir respirando y no ahogarse.

A pesar de que ambos chicos eran novatos en aquello que hacían, sus cuerpos eran sabios por naturaleza, y pronto las embestidas del mayor se acoplaron a la perfección a los movimientos de balanceo de la cabeza del menor. El Macho puso sus dos manos sobre el pelo trigueño y guiaba los movimientos, consiguiendo así mucho más placer para sí mismo. Luis no conseguía acostumbrarse del todo a esa enorme polla que entraba y salía de su boca sin descanso, dejándole la tráquea dolorida y la mandíbula fatigada. Pero aunque sentía el arranque de tos agarrado en su cuello, no se permitió toser ni una sola vez, por miedo a no poder detenerse, y que Ricky cumpliera con la amenaza que le había hecho.

Cuando Luis se atrevió a abrir los ojos, vio a una distancia media, a un anciano paseando solo, y un par de madres jóvenes que llevaban sendos carritos de bebés. El rubio vio como esa gente se paraba, se los quedaba mirando, y luego se marchaban, escandalizados. Seguro que a su espalda había más testigos de aquella libidinosa escena, pero a pesar de la vergüenza que sentía, no se le ocurrió apartar su boca de la polla de su Dueño. Solo faltaba que se volviera a enfadar con él, y esta vez sí que lo perdiera para siempre. Así que Luis cerró los ojos y se concentró en continuar subiendo y bajando sus finos labios por esa tranca magistral, hasta que el cuerpo de Ricky empezó a convulsionar y terminó llenándole la garganta, toda su boca, y parte de su cara, son su tremenda corrida.

“A partir de ahora vas a ser mi zorra comepollas particular, que no se te olvide” le dijo el perro a Luis, mientras se limpiaba los restos de corrida en sus mejillas.

“No te limpiarás eso en toda la noche, quiero que duermas oliendo mi semen de macho” le dijo entonces al rubio

“Si, Señor Ricky, como desee. No me limpiaré su corrida de la cara” le respondió de manera muy sumisa el joven rubio.

Y así fue como el hermano mayor de Saúl pasó a ser la puta de Ricky, el perro callejero.

lunes

Ricky, el perro callejero #5

Capítulo dedicado a Luis. Se desvela cómo fue que el hermano mayor de Saúl terminó siendo la puta sumisa del perro callejero. En vez de copiar directamente los textos del diario de Luis, hemos preferido dar la información en forma de relato, para que resulte más amena de leer.


Luis siempre había tenido un carácter flojo y débil. Sumado a su delgada anatomía, y a su falta de carácter, desde muy pequeño había sido objeto de burla de los demás niños de la escuela. El pequeño Luis ni si quiera se defendía cuando le atacaban, en solitario o en grupo, y empezaban a insultarle, o peor, le golpeaban y daban patadas. Por eso ya desde su más tierna infancia, el muchacho de pelo trigueño se encerró en sí mismo, y empezó a sentir miedo de todo. Tenía poco más de diez años cuando los primeros síntomas de ansiedad y depresión aparecieron en él. A penas comía, suspendía todas las asignaturas, no hablaba con nadie, ni con otros chicos, ni con los profesores, ni si quiera con su madre. Incluso se alejó de su hermano menor, buscando estar solo también en su casa.

El primer encuentro entre Ricky y Luis se dio cuando el rubio tenía 12 años y el perro callejero 14. Ricky estaba repitiendo curso por enésima vez, y coincidió que le metieron en la misma aula que Luis. Ricky por aquel entonces no estaba del todo desarrollado, aun así su físico era mucho más imponente que el de cualquiera de los otros críos, ya que les llevaba un par de años de ventaja, y contaba además con una constitución que ya se denotaba fuerte y robusta. La primera vez que le vio, Luis quedó hipnotizado por su regia presencia. Sentado en la última fila de la clase, el rubio pasó toda la mañana observando la piel oscura de Ricky, sus incipientes músculos, sintiéndose maravillado y aterrorizado en partes iguales por aquel chico nuevo. Lo veía como alguien inalcanzable. Fuerte, seguro de sí mismo, extrovertido y macarra, era exactamente todo lo contrario a sí mismo. Y a pesar de que se sentía irrefrenablemente atraído por su mera presencia, supo desde el primer momento que no tenía ni la más mínima posibilidad de ser su amigo, ya que él no tenía de eso. Luis era una mierda, un cero a la izquierda, el saco de basura donde todos volcaban su mala leche. Y lo más seguro era que el niño nuevo terminara tratándole igual de mal que todos los demás.

Ese día a la hora del almuerzo, Ricky fue testigo de cómo los matones de la clase primero se burlaban de Luis, y luego le robaban la comida, sin que éste hiciera nada por defenderse. Observó de manera disimulada cómo había ocurrido todo, pero como si en realidad no le estuviera prestando atención al asunto. En su tierna cabecita de cabroncete empezó a idear un plan donde ese rubio de mirada lánguida y andares pesarosos terminaría siendo su criado para todo. Y es que Ricky hacía tiempo que deseaba tener un esclavo, un mocoso que lo obedeciera en todo lo que le ordenara. Era una especie de juego de niños para él, como un reto autoimpuesto, solo por el placer de poder conseguir un objetivo tan difícil, pero sería un juego que terminaría teniendo serias e inesperadas repercusiones en el futuro, donde ese niño triste y solitario terminaría siendo su puta sumisa y obediente, aunque Ricky no pudiera saberlo en ese momento. En realidad todo venía porque había visto en la televisión una película de romanos en la que un poderoso militar, un general de alto rango, se compraba en el mercado un esclavo venido de lejos, y lo utilizaba para que realizara las tareas más penosas para él.

Más tarde tocó la clase de gimnasia. Era la asignatura que más odiaba Luis, no solo porque con su frágil cuerpecito se le hacía difícil conseguir lo que los demás niños hacían casi sin esforzarse en ello, sino que además de ello tenía que aguantar sus burlas en el vestuario. Eso era lo que más miedo le daba de todo. Tener que desnudarse y ducharse entre los abusones. Sin ropa aun se sentía más vulnerable que cuando le hacían lo mismo estando vestido. Era mil veces más humillante. Pero tampoco podía faltar a clase, pues eso conllevaría un fuerte castigo por parte de su madre. Así que al finalizar la clase, Luis suspiró, y dirigió sus pasos, de manera calculadamente lenta, hacia el vestuario. Cuando llegó, muchos de los chicos ya estaban metidos en las duchas, otros estaban por desnudarse. Varias miradas cayeron sobre él. Vio de reojo que Ricky estaba en un rincón, solo con los calzoncillos puestos. Su cuerpo, como había imaginado, era el de un Adonis. Absolutamente perfecto. Lo envidió por eso, pero más que envidia era auténtica devoción lo que empezaba a sentir por ese muchacho, que hasta el momento no había abusado de él, ni le había humillado. Era extraño, porque de cualquier otro habría agradecido que lo ignorara, pero de Ricky… no deseaba su pasotismo ¡Lo que quería era que lo mirara a los ojos! ¡Que lo reconociera y le diera un nombre y un lugar en el mundo!

El joven rubio sacudió la cabeza, alejando esos extraños pensamientos que estaba teniendo. Se fue al rincón más alejado de todos, y empezó a desnudarse de manera deliberadamente lenta. Procuró mantenerse de cara a la pared, dándoles la espalda a los chicos, que ya habían empezado con sus gilipolleces de niñatos. Cinco de ellos se habían puesto en semicírculo y estaban midiendo el tamaño de sus pitos. A Luis le temblaban las piernas, las sentía flojear, como si fuese a quedarse sin fuerza en ellas y terminara cayendo en el suelo. Los dos años anteriores había conseguido evadir esa situación, él si que había visto alguno de los penes de sus compañeros de clase, pero ellos no se lo habían visto a él. Era muy cuidadoso en ese aspecto. El motivo era sencillo, si bien el resto de niños tenían pitos aun sin desarrollar de varios tamaños, grosores y largarías, en comparación su pequeño pitito se le antojaba algo diminuto. Seguro que se reirían de él por eso.

Así que intentando evitar lo inevitable, Luis cogió la toalla y se la enrolló a la cintura, aguantándola bien por un lado para evitar que se le cayera. Cuando pasó al lado de los chicos que estaban dando el espectáculo, vio que habían inventado un nuevo juego. Cada uno de ellos se había colgado una toalla de diferentes tamaños sobre sus pitos tiesos, y estaban calculando quien ganaba. “Estúpidos niñatos” pensó. Pero como era un cobarde no dijo nada. Dirigió sus pasos hacia las duchas.

Aunque no llegó muy lejos, porque una voz gritó a su espalda:

“¡Eh Luis, ven aquí! ¡Queremos medirte el rabo!” el rubio se quedó paralizado por el miedo.

“¿Qué dices? ¡Seguro que ese idiota no tiene pito!” soltó otro, haciendo que el resto se rieran de él a carcajadas. Luis estaba que quería morirse. Unos cuantos niños se habían interpuesto entre él y las duchas, y no podía avanzar más.

“Dejadme en paz” susurró tan bajo que casi ni se oyó él mismo lo que había dicho.

“¡¡Enséñanos el pito!!” gritó el primero, al tiempo que se abalanzaba contra él por detrás, arrancándole de un solo tirón la toalla que le tapaba sus zonas íntimas.

Otras manos lo empujaron contra la fría pared, obligándole a volverse. Cuando se los encontró a todos frente a él ya no pudo reprimir más las lágrimas, y empezaron a caerle gruesas gotas por las mejillas. Luis mantenía sus manitas pegadas a su entrepierna, sin quererlas apartar de ahí. Ricky lo observaba todo muy divertido. Era realmente patético ese mocoso. Lo que lo convertía en el tipo ideal para hacer con él su experimento de convertir a alguien en su esclavo personal.

Como Luis no quería colaborar, varios niños le cogieron por las muñecas y los brazos, dejándolo inmovilizado con la espalda contra la pared. Al acto se hizo un silencio sepulcral. Una veintena de pares de ojos quedaron clavados en la zona de la entrepierna de Luis, que deseó con todas sus fuerzas encogerse y desaparecer convertido en aire, porque después de aquello su existencia sería un millón de veces peor que hasta la fecha.

“¡¡Jaaaaaaaaajajajajaja!! ¡¡Luis no tiene pitoooo!!” empezó a reírse el cabecilla, al ver ese menudo gusanito tan escondidito por el miedo que realmente parecía que Luis no tuviese miembro.

“¡¡LUIS ES UNA NENAAA!!” gritó otro, señalándole, y de nuevo todos los chicos se rieron al unísono.

El pobre rubio ya no sabía qué hacer. Estaba temblando de los pies a la cabeza. Lloraba a moco tendido. Se sentía humillado, dolido, triste, enfadado, ninguneado. Era la escoria de la escoria. No había sitio para él en este mundo. No luchó por defenderse. Se quedó parado, con los ojos cerrados, rezando para que esa vergonzosa situación finalizase pronto. Luego iría a casa y se encerraría para siempre. Ya no volvería a salir jamás a la calle. Se quedaría en su cuarto. Y si a la estúpida de su madre se le ocurría intentar obligarle a salir de allí… él… él… ¡¡Cometería una locura!!

“¡¡NENA, NENA, NENA!!” empezaron a canturrear los niños, mientras algunos de ellos cogían las toallas, las enrollaban, y empezaban a golpearle por todo el cuerpo, como si fuesen pequeños latiguitos.

“¡¡AAHH!! ¡¡NOOOO!! ¡¡ BASTAAA!!¡¡AAAAAAAH!!” Luis solo empezó a removerse y luchar por su integridad, cuando algunos de los golpes le cayeron directos al pito y sus minúsculos huevos.

Poco a poco todos los críos se animaron, soltaron al rubio, que cayó de rodillas al suelo, intentando protegerse la cara y el estómago con los brazos, y empezaron a golpearle de manera brutal. La piel del niño estaba salpicada de pequeños cardenales rojos y azules por todos lados; en las piernas, brazos, el cuello, su pito, su culo… sentía fuertes pinchazos de dolor por toda su púber anatomía. Cuando pensaba que esa panda de borregos descerebrados iba a matarlo allí mismo, se oyó una voz firme, clara, bien alta, y que provocó que todos los muchachos se detuvieran al acto.

“¡BASTA!” a Ricky no le había hecho falta usar la fuerza, ni perder los nervios. Su tono autoritario era ineludible. Tenías que obedecerle y punto.

El perro callejero fue hasta la pica de lavarse las manos, abrió el grifo y mojó por completo la gran toalla que llevaba en la mano. En silencio, volvió hacia donde estaban los chicos y se paró justo al lado de Luis. El rubio veía sus pies morenos de reojo, el pobre no se atrevía a descubrir aún su rostro. Se había quedado tumbado en el suelo de lado, en posición fetal. El resto de niños miraban al mayor con expectación. Ricky lucía una poderosa erección entre sus piernas, y su polla era magnífica. El triple de gruesa, grande y larga que la mayor de ellos. Ricky puso la toalla mojada, que pesaba más que las secas que habían usado antes ellos para apostar, sobre su rabo, y la soltó. Su polla se mantuvo firme. Hinchada. Rígida. Orgullosa.

“¡Aquí el Puto Amo soy yo!” los compañeros de clase cuchicheaban por lo bajo, asombrados por la increíble hazaña que acababan de presenciar. Ninguno de ellos se le ocurrió replicarle nada al nuevo.

Entonces Ricky pateó a Luis, obligándole a ponerse boca arriba sobre el suelo. Alzó uno de sus pies desnudos y lo situó sobre el torso del menor.

“¡Y esta nena me pertenece! ¿¡Tenéis algo que decir a eso!?” les retó, de manera masculina y dominante.

Luis de repente se sintió inundado de paz. En el momento en que la piel de Ricky rozó con la suya, fue como si su calor lo envolviera por completo, y el niño se dejó llevar por esa fantástica sensación. Aunque Ricky no es que lo estuviera tratando del todo bien, en cierta manera lo estaba protegiendo de los demás niños. Además, por algún extraño motivo, que Ricky abusara de él no le causaba la misma malsana sensación que cuando lo hacían los demás. Que reconociera su existencia, aunque fuese para patearlo o pisotearlo, no sabía por qué, pero le producía una agradable sensación dentro del pecho. Según su diario personal, ése fue el momento en que Luis empezó a amar a Ricky de manera incondicional. Justo en ese instante.

Pero los niños, aunque maravillados con la prodigiosa polla del perro callejero, no iban a dejar que ese chico repetidor les quitase su fuente de mayor diversión. El pequeño líder de los macarras fue el que habló, intentando que su voz de niño sonara tan autoritaria como la de Ricky, aunque no lo consiguió en absoluto:

“¿Qué quiere decir que te pertenece?” le preguntó, encarándose con él.

Ricky torció su macabra sonrisa “Quiero decir que es mi esclavo, que hará todo lo que yo le ordene, y que no tenéis permiso para volver a ponerle la mano encima a mi posesión.”

A Luis estaba a punto de salírsele el corazón por la boca de lo fuerte que le latía ¿Qué había querido decir Ricky con eso? ¿De su posesión? ¿Eso quería decir que lo quería como amigo? La joven mente del rubio entendía más o menos lo que era un esclavo, y que más que un amigo era un criado, pero a él ya le parecía bien, si Ricky cumplía con su parte del trato y lo mantenía a salvo de las constantes palizas que llevaba recibiendo desde que tenía uso de memoria.

“Qué mierdas va a ser tu esclavo ¡Eso es una trola!” le respondió el cabecilla, riéndose.

“¡Ricky es un mentirosooo!” añadió otro de los críos.

“Yo no miento” fue la escueta respuesta del perro callejero, que permanecía imperturbable, con el pie todavía sobre el cuerpo de Luis y los brazos cruzados en su pecho.

“Demuéstranoslo” fue lo siguiente que dijo el matón

“¡Si, que lo demuestre!” corearon varios niños

“Muy bien” les respondió el de pelo negro. Entonces inclinó ligeramente la cabeza y clavó sus pupilas en las de Luis “Abre la boca y trágatelo” le ordenó sin alzar la voz.

Luis no sabía a qué se refería. Lo entendió cuando vio que el perro callejero empezaba a soltar un lapo, que iba colgando poco a poco de sus perfectos labios de Macho. Luis perdió de vista al mundo. Sabía que era la prueba de fuego. Si se tragaba su escupitajo, los otros niños se verían obligados a dejarle en paz, y de alguna manera, sabía que haciéndolo estaría firmando una especie de contrato de esclavitud con Ricky. Así que Luis no se lo pensó dos veces. Abrió la boca y dejó que la saliva de Ricky se metiera dentro. Cuando la tragó, se selló el pacto. Ricky sería su Dios, su Amo y Señor, y él sería su humilde esclavo, para todo lo que él necesitara. Jamás le diría que no a nada.

El resto de niños hicieron gesto de asco y se apartaron, dejando a Ricky y Luis solos en el vestuario. Finalmente Ricky se apartó y quitó su pie de encima del torso del rubio. Luis se quedó medio sentado medio arrodillado en el suelo. Todavía no entendía del todo lo que había pasado, ni podía terminar de creérselo.

“Ggracias” susurró con un hilo de voz inteligible.

Ricky le dio una patada en la pierna “¡Gracias Señor Ricky! Vamos, ¡Repítelo!”

Luis bajó la mirada a los pies de su Dios “Ggracias, Sseñor Ricky” exhaló en un susurro.

El perro callejero sonrió complacido, y empezó a enumerarle a su esclavo cuales iban a ser sus tareas a partir de ese momento:

“A partir de hoy vas a traerme un almuerzo para mí, además del tuyo. Llevarás mi mochila. Me harás todos los deberes ¡Y como estén mal te daré una buena paliza!...”

Evidentemente, siendo niños como eran, Ricky solo le ordenó tareas como esas, que nada tenían que ver con lo sexual. Eso llegaría un poco más adelante. Luis no se movió de su posición, a lo mucho iba asintiendo con la cabeza, y dejaba ir algún que otro “Si, Señor Ricky” de vez en cuando. Le daba igual todo aquello. Es más. Cuantas más tareas nombraba Ricky más afortunado se sentía Luis de poderlas llevar a cabo, porque eso significaba que pasaría mucho tiempo a su lado, y eso haría que se sintiera protegido y seguro. El chico rubio no era estúpido. Sabía que si se equivocaba, o sencillamente si Ricky lo creía conveniente, podría molerle a palos cuando le viniera en gana. Pero solo era uno, y era Él. Ricky. Mejor soportar las palizas de un solo muchacho que las de cincuenta, y más cuando estás completamente enamorado de ese chico. Así fue como Luis empezó a ser el esclavo sumiso y complaciente de Ricky, y además sintiéndose agradecido por ello.

martes

Ricky, el perro callejero #4

Capítulo sin sexo explícito, pero necesario para que avance la trama.


Al día siguiente, sábado por la mañana, había aparecido el perro callejero muy pronto. Justo cuando la madre de los dos chicos rubios giraba por la esquina de la calle, Ricky llamaba a la puerta de su casa, de ese modo tan particular, con un toque corto seguido de dos muy rápidos Toc Toc-Toc, que hacían que fuese inconfundible quien estaba llamando.

Saúl no se enteró de nada, estaba durmiendo a pierna suelta en su habitación. Fue Luis quien bajó corriendo los escalones de dos en dos y abrió la puerta raudo y veloz, encontrándose al perro callejero, que vestía unos pantalones de cuero negro, muy ajustados y la parte de arriba del mismo color, sin mangas, típico estilo motero, y que le quedaba que ni pintado.

“Buenos días, mi Señor” saludó el de pelo trigueño, con una ligera inclinación de torso, y sintiendo el rubor cubrir sus pálidas mejillas.

Ricky echó un vistazo al chico, fijándose en que llevaba puesto solo el pantalón del pijama, y lucía despeinado.

“Puta” le dijo el moreno, a modo de saludo, y entró en la casa como si fuera suya.

Luis cerró con cuidado la puerta y siguió a Ricky hasta el comedor, que permanecía con las luces apagadas. El lugar estaba en completo silencio. Ricky se asomó por la puerta abierta de la cocina. Abrió las luces, sacó una lata de cerveza de la nevera, y luego se dirigió a su joven esclavo.

“¿La puta número dos todavía duerme?” le preguntó al hermano mayor, mientras tomaba un trago de la bebida, sentado sobre la mesa de la cocina.

Luis sintió una fuerte punzada de celos oprimiéndole la boca del estómago.

“Ssi señor… Saúl no se ha despertado aún” le respondió, y esperó a recibir su siguiente orden que sería seguramente ir a despertarle.

“Bien.” dijo acto seguido el de mirada verde y felina “Vístete que nos vamos.” añadió luego. Luis abrió los ojos como platos “Y asegúrate de no despertar a tu hermanito” Ricky lucía una perversa sonrisa cuando dijo esto último a su esclavo.

Luis hizo exactamente lo que su Macho le había ordenado. Subió corriendo, pero en silencio, al piso de arriba. Entró en su habitación y se vistió con la ropa que pensó mejor le quedaba. Unos tejanos azules largos por las rodillas y una camisa verde oscura. El corazón le latía desbocado en su pecho. ¡Su Amo se lo llevaba a él y dejaba a Saúl en casa! No podía creerse lo afortunado que era. Se sentía tan increíblemente feliz que podría haber muerto de alegría en ese mismo momento. Pero no lo hizo. Con sigilo, bajó de nuevo al piso de abajo, y entró en la cocina, donde se encontró al perro callejero garabateado algo en la primera hoja de la libreta donde su madre hacía las listas de la compra. Se atrevió a mirar por encima de su hombro y vio lo que había escrito, con letras grandes y masculinas:

“Las putas buenas que madrugan van de paseo con el Amo, las malas se quedan castigadas en casa.” Y luego había añadido  “Más te vale ingeniártelas para quitarme el cabreo cuando vuelva o te espera una buena. Tú mismo idiota.” Y estaba firmado con su nombre “Ricky”

Sin girarse, el perro tendió la nota a Luis “Cuélgala en la puerta de la nevera” le dijo.

El rubio así lo hizo, algo temeroso de que su hermano menor no encontrase la nota y fuese su madre quien la viera, pero por mucho miedo que le tuviera a su madre, más miedo y respeto le tenía al perro callejero, así que no dijo nada. Solo dejó ahí el pedazo de papel, y siguió a Ricky hacia la salida de la casa. Allí vio que el moreno se subía a una motocicleta de gran cilindrada que había aparcada fuera. Ricky le hizo un gesto con la cabeza para que se subiera con él, y así, sin cascos ni protección alguna, los dos chicos emprendieron la marcha hacia un lugar desconocido para el menor, que sabía sin necesidad de preguntarle a su Semental que esa moto seguro que era robada, pues Ricky no tenía ni en broma suficientes ahorros para comprar una, ni que fuese de segunda mano. Pero eso no le importó a Luis, que se abrazó a su Amo por la espalda, lo justo para no molestarle, pero suficiente para sentir el calor que emanaba de su varonil cuerpo, y dejó que el Macho le llevara allá donde quisiera. Sonrió por haber tenido la suerte de ser él quien estaba despierto y Saúl quien dormía cuando Ricky llegó. Conociendo a su hermano, armaría una buena cuando encontrase la nota.

Cansado como estaba, Saúl no se despertó hasta llegado el mediodía. Se había dormido desnudo, y así fue como bajó al piso de abajo. Al pasar frente a la habitación de su hermano Luis, vio que la luz estaba apagada y no había ni rastro de él, seguro que estaba abajo preparando la comida. Al pensarlo empezaron a rugirle las tripas, se sentía con un hambre de lobo, capaz de comerse un cordero entero si se lo ponían delante y horneado al punto.

“¿Luis? ¿Dónde andas, imbécil?” preguntó al aire cuando llegó al pie de las escaleras.

Pero nada. Silencio en esa sala y en el resto de la casa. Saúl se rascó la cabeza ¿Dónde estaba el muy idiota? ¿No se le habría ocurrido salir sin prepararle nada de comer? Saúl odiaba cocinar, y aunque le disgustaba reconocerlo, el calzonazos de su hermano mayor cocinaba mil veces mejor que él.

“¡¡Luis, joder!! ¿¿¡Dónde mierda estás!??” preguntó de nuevo, más cabreado, al no obtener respuesta alguna.

Furibundo, y intentando imaginar dónde se habría metido su hermano, Saúl entró en la cocina dispuesto a comerse la primera cosa que agarrase en la nevera, para calmar su estómago vacío. Entonces fue cuando vio la nota colgada en la puerta del frigorífico. Sabía que esa letra no era de Luis ni de su madre. Sus ojos se posaron sobre la firma ¡Era de Ricky!

Saúl cogió el pedazo de papel de un rápido movimiento, tirando al suelo el pequeño imán que lo mantenía sujeto a la mesa, y empezó a leer lo que ponía en el papel, con el corazón bombeándole como un caballo desbocado contra su pecho. Al principio se sentía emocionado, pero poco a poco, mientras empezaba a descifrar las letras allí escritas, la ira iba ganando el pulso a su repentina y fugaz felicidad… “puta buenas… de paseo… malas… castigadas…” ¡¿Qué cojones significaba eso?! ¡¡¿Es que Ricky se había llevado al imbécil de su hermano por ahí para divertirse con él, y follárselo, mientras a él le tocaba quedarse en casa, esperando a su vuelta?!!

“¡¡¡WAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHH!!!” el menor gritó para desahogar la tremenda ira que lo inundaba por dentro, como un volcán en erupción.

“¡¡Y una mierda me voy a quedar aquí esperando!!!” rugió Saúl, y salió disparado escaleras arriba.

En pleno ataque de furia, el menor había tirado la nota de Ricky al suelo, arrugada, sin fijarse en la segunda parte de la misma, donde el perro callejero le ordenaba que preparase algo para su vuelta o recibiría un buen castigo. El joven de pelo color oro subió al primer piso y se metió de sopetón en la habitación de su hermano Luis, respirando agitadamente.

“Voy a descubrir dónde estáis, cabrones” dijo a nadie, mientras se mantenía agarrado al pomo de la puerta.

Lo primero que hizo Saúl fue encender la luz. Acto seguido sus inquisitivos ojos azules repasaron todos los objetos que había en la estancia. Comparado con él, que era totalmente desordenado, Luis era un ejemplo de pulcritud y  perfecto orden. Su cuarto era un santuario, donde cada pieza de ropa estaba bien doblada y limpia dentro del armario (no como Saúl, que tenía la ropa, sucia y limpia, mezclada, y tirada por el suelo y por encima de varios muebles), Luis tenía el escritorio vacío, solo con el pc. Saúl pensó que no recordaba de qué color era su escritorio, de la cantidad de libros, papeles y cosas que tenía encima. El menor dio un par de pasos dentro de ese santuario de la limpieza. Estaba seguro de que revolviendo las cosas de Luis terminaría encontrando alguna pista que le llevase a saber dónde se lo había llevado Ricky.

Así que el chico pelirrubio empezó a registrar la habitación de su hermano. Todavía alimentado por la creciente furia que sentía en sus entrañas, empezó a desordenarlo todo. Abrió el armario y tiró al suelo toda la ropa, abrió los cajones de la cómoda y los dejó revueltos, los libros que tan bien puestos estaban en la estantería terminaron la mitad al suelo también. A medida que pasaban los minutos y quedaban menos lugares que inspeccionar, la irritación que sentía Saúl crecía de manera exponencial.

“¿Dónde te lo has llevado? ¿¡Dónde estáis hijos de puta!?” bramó de nuevo.

En un arranque de cólera y frustración, el quinceañero cogió el colchón de la cama de su hermano, lo alzó por los aires y lo mandó volando hasta donde estaba el armario, en la otra punta de la habitación. Ese gesto le había dejado agotado. Se sentía herido, lleno de dolor y tristeza. Y con un cabreo monumental que no había manera de que se le pasara. Fue en ese momento cuando vio sobre el somier  una libreta negra y gruesa, de tamaño cuartilla. Cualquier chico adolescente normal guardaría ahí sus revistas porno, pero Luis había ocultado otra cosa en ese lugar.

“¿Qué es esto…?” se preguntó Saúl, al tiempo que se acercaba a la cama de Luis y cogía el cuaderno con sus pequeñas manos.

El quinceañero abrió la libreta por una página cualquiera, y empezó a pasar las hojas rápido, echándole una ojeada en conjunto. Luis había escrito un montón de cosas ahí. Además los márgenes estaban llenos de corazones y el nombre de “Ricky”. Le dio la sensación que estaba mirando en la carpeta de una de las chicas de la escuela, y no en la libreta de su hermano mayor. ¡Por Dios qué vergüenza! Al final llegó a la primera hoja escrita y vio que ponía “Diario de Luis”. Entonces empezó a entenderlo todo. Ahí era donde su hermano mayor anotaba todo lo que le ocurría con su Semental. Miró al primera fecha escrita, era de hacía poco más de dos años. Por aquel entonces él tenía 13 años. Ricky 16 y Luis unos 14 años.

A Saúl se le olvidó el motivo que le había impulsado a entrar de aquella manera en la habitación de su hermano. Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, apoyó la espalda en la cajonera del escritorio, y empezó a leer. No podía evitarlo. El joven quinceañero sentía una inmensa curiosidad por saber cómo se habían conocido esos dos, y sobre todo, cómo había sido que Luis terminara siendo la puta sumisa del perro callejero. Sin ni si quiera darse cuenta de cómo pasaban las horas, Saúl permaneció todo el día y toda la tarde leyendo aquel diario, de principio a fin.

domingo

Ricky, el perro callejero #3

Aquí se explica qué le ocurrió a Luis en el bar.


Saúl, el menor de quince años de edad, estaba muy cabreado. El día anterior Ricky los había puesto a prueba, a su hermano mayor Luis y a él, para comprobar quien de los dos resultaba ser la puta más sumisa. Al principio Saúl lo había pasado muy mal, sobre todo cuando tuvo que comerle el culo al gilipollas de su hermano. Se reveló contra su Amo Ricky, y recibió un buen castigo por ello. Pero después, mientras su Semental estaba recuperando fuerzas comiendo, le había puesto una prueba a Luis que no había superado, y lo había castigado de una manera muy humillante, obligándole a ir al bar de en frente a comprarle tabaco, vestido con unos sujetadores, una faldita corta y unas botas altas de su madre. Mientras lo observaban a través del cristal de la ventana, Ricky había sodomizado a Saúl de manera brutal, consiguiendo que se corriera de manera abundante.

Cuando Luis volvió con el tabaco, tuvo que arrodillarse y limpiar con su lengua la corrida de Saúl en el cristal de la ventana de la habitación de su propia madre. Ricky, el perro callejero, se partía de la risa mientras el joven sumiso le explicaba entre sollozos, y entre lamida y lamida, lo mal que lo había pasado. Saúl le mamaba la polla a su Dios mientras escuchaba ese relato. Su hermano mayor había entrado en el bar, un antro de mala muerte donde camioneros y demás tipejos pasaban las horas muertas emborrachándose. Se había acercado rápidamente a la barra y había pedido que le encendieran la máquina de tabaco con el mando a distancia. Los comentarios soeces de los presentes no se hicieron esperar “¿Cuánto cobras por una mamada, guapa?” dijo uno de los camioneros, riéndose con sus compadres “¿Ese no es el hijo de Martha?” preguntó otro en voz un poco más baja, y algo escandalizado. Luis quería morirse, además no contaba con la protección de su Amo en ese lugar, y se sentía tremendamente expuesto y vulnerable. Tenía que conseguir el tabaco y marcharse corriendo de allí, antes de que sucediera algo malo. Metió el dinero en la ranura, ignorando a los presentes, y le dio al botón, pero cuando se agachó a recoger el paquete, notó una mano grande y rasposa colándose por debajo de su falda y cogiéndole una nalga con mucha fuerza bruta.

“¡EEeeh! ¡Basta!” se quejó el rubio, girándose indignado.

“¿De qué te quejas, putita? Si ni si quiera llevas las bragas puestas ¡Vas pidiendo polla a gritos vestido así! ¡¡Y por suerte para ti yo tengo un rabo bien gordo que te encantará que te folle!!”

El pobre Luis se puso blanco incluso mientras relataba su extraña aventura a su Amo y a su hermano menor, se notaba que lo había pasado mal de verdad, que había tenido muchísimo miedo. El tipo que lo molestaba era el más viejo y feo del bar. Un gordo calvo y decrépito al que el aliento le olía a podrido. El primer instinto de Luis fue salir por piernas de ese lugar, pero entonces recordó la sentencia de su Dueño “Si no haces lo que te he ordenado, puedes irte a la mierda si quieres, pero no vuelvas a aparecer en mi presencia en tu jodida vida”. Recordarlo fue lo que le dio fuerzas y ánimo suficiente para permanecer quieto en ese lugar sin moverse. Con el susto que le había dado ese viejo pervertido manoseándole el culo desnudo debajo de la falda, no había podido agarrar bien el paquete de tabaco, y éste había quedado ladeado en el dispensador de la máquina.

“Yyo ssolo quiero mi tabaco… déjame enn paz” le replicó el rubio, con la voz cortada por el miedo.

Luis volvió a intentar coger el tabaco, pero entonces oyó al viejo gritándole a sus amigos “¡Cogedle!” y acto seguido tres pares de manos lo estaban agarrando por las piernas, el torso y sus brazos.

“¡Noooooooooooooo!” el pobre  Luis daba patadas y se retorcía, pero ellos eran más en número y más fuertes también que esa inmunda sabandija.

Mientras lo alzaban en el aire, el mismo viejo que se había atrevido a meterle mano, ahora le arrancaba sin piedad su corta falda, lanzándola al suelo. Luis quedó entonces totalmente expuesto ante los ojos de esos pervertidos degenerados, que lo estamparon contra la mesa, dejándolo tumbado boca arriba.

“Abridle bien las piernas, que quiero verle bien si es un chico o una chica” ordenó el tipo horrendo.

Sus compadres lo obedecieron al acto, sujetándole a Luis ambas piernas muy estiradas y alzadas, y completamente abiertas. El dilatado ano del menor quedó a la vista de los presentes, que quedaron impresionados al ver la cantidad de semen y sangre que rezumaba de su maltratado agujero.

“Joder, si resulta que es una puta de verdad” dijo uno.

“Vaya una maricona de mierda” añadió otro.

“Una puta, una maricona, y encima le gusta que le den fuerte ¡Pues vamos a darle tan fuerte que no pueda volver a sentarse en un mes! ¡Jajajajaja!” todos se rieron de la estúpida ocurrencia del viejo.

Luis estaba paralizado por el terror ¡Iba a ser violado por esa panda de viejos degenerados! ¡No podía dejarles que lo hicieran! ¡Su Amo no querría volver a follárselo si dejaba que esas escorias inmundas usasen su culo! Fue precisamente el pensar en Ricky que le hizo coger fuerzas suficientes para revelarse, como nunca antes se había revelado ante nadie. Cogió impulso como buenamente pudo y empezó a soltar patadas, una de las cuales acertó en la diana. De pronto se vio librado de uno de los agarres, y se animó a sí mismo a continuar con aquella batalla.

“¡Maldito estúpido! ¡Agarradle bien! ¡¡Que se esté quieto!!” gritó el viejo entonces.

Y Luis, que era endeble y flojo por naturaleza, vio que volvía a ser reducido sobre la mesa. El viejo empezó a bajarse la bragueta y le mostró una fea, arrugada, sucia y maloliente polla.

“Verás como gritas de placer cuando te esté follando, guapa” le dijo amenazante, mientras acercaba su apestoso rabo a la entrada posterior del rubio.

Luis, que estaba ya desesperado y sin saber qué hacer, tuvo una ocurrencia. Si no podía soltarse por la fuerza, lo haría con el ingenio. Así que apuntó como pudo con su polla al viejo asqueroso que pretendía violarle y empezó a mearle encima.

Ricky en ese punto se descojonaba de la risa “¿Qué hiciste qué? ¡¡Aaaaaaaaaaaaaa jajajajajajajajajaja!!”

El hermano mayor continuó con el relato de sus penurias, avergonzado por la humillante forma que tuvo de salir de ese bar indemne. Saúl alucinaba con aquella historia. Él les habría partido la cara a todos y luego les habría metido los botellines de cerveza por el culo a cada uno, para que se les quitaran las ganas de ir jodiendo al personal, pero su hermano se había valido de… ¡Su propia orina! Incluso el menor tuvo que sacarse la polla de Ricky de entre los labios para no atragantarse con ella, del ataque de risa que le había dado.

Evidentemente, en cuanto el viejo vio que el niñato lo estaba duchando con su meada, se apartó en seguida con un tremendo gesto de asco, y al hacerlo Luis salpicó de pis a otros dos tipos, que lo soltaron. Mientras los tipos se limpiaban el asqueroso líquido que les había caído encima, Luis aprovechó para saltar al suelo, coger el paquete de tabaco de la máquina, la falda del suelo, y salir corriendo de ese antro en el que no pensaba volver a poner los pies ¡¡Nunca!!... A no ser que su Amo se lo ordenara, claro. Entonces entró en la casa y relató lo sucedido a Ricky y su hermano menor, que estaban doblados de la risa y llorando del descojone de imaginar lo que había tenido que hacer el rubio para huir de sus atacantes.

Ese día Ricky usó una vez más la boca de ambos chicos, terminó por correrse en la garganta de Luis, a modo de recompensa por su valor y por haberle hecho reír tanto, y por la tarde se marchó. Los hermanos de pelo color trigo limpiaron todo lo que su Macho había ensuciado en la habitación de la madre, dejaron su ropa en su lugar, se desmaquillaron y limpiaron a consciencia y luego ni si quiera cenaron, se fueron a dormir completamente agotados por la intensa jornada de sexo que habían tenido.

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