viernes

Mi propósito para el 2019



 Mis queridísimos lectores…

Me dirijo a vosotros para informaros del propósito que me he hecho para este año que está a punto de iniciarse, dentro de poco más de un mes.

Me he dado cuenta de que he cometido un error a la hora de colgar mis relatos. Lo hacía exactamente cuando se me aparecía la inspiración divina, tenía tiempo libre para explayarme redactando los relatos con el mínimo de calidad que me gusta mantener, y no se conjugaban los astros para joderme el día jajaja.

Así que mi nuevo propósito para el 2019, el único que me hago, es ser capaz de poder colgar un relato nuevo cada viernes. Así yo tengo una meta, un propósito marcado, una fecha de entrega, y vosotros tendréis la confianza que cada semana al menos tendréis material nuevo que amenice vuestras jornadas.

Sé que jamás he sido capaz de mantener semejante ritmo, por eso es un reto para mí y me lo estoy tomando en serio, comenzando ya mismo a reunir nuevo material que poder presentaros, y continuación de series antiguas por terminar.

Espero de corazón que os guste mi nuevo propósito de año nuevo, y que podáis disculparme por tan larga espera. Creo que el resultado final realmente lo merece.

Un abrazo para todos y todas los que se pasen por aquí y me lean, para los que lleváis siguiéndome desde el primer día, y los recién llegados. Porque este blog no sería nada sin vosotros.

sábado

CraZy RaiNy DaY

Tras meses de mucho frío y oscuridad, por fin ha salido el sol.

Bajé del altillo del armario la ropa de verano y me puse algo más ligero, uno de esos vestidos ibicencos blancos que están tan de moda.

Salí a la calle. Aunque me quedaba algo lejos, me apetecía ver el mar.

Al llegar a la ancha avenida que cruza la ciudad de punta a punta en diagonal, me encontré con un vendedor de paraguas. Vestía muy elegante, de chaqué. Hasta llevaba un sombrero de copa. Le compré un paraguas de color azul eléctrico al señor del traje elegante. Pensé que me resultaría de utilidad, pues el sol cada vez estaba más alto en el horizonte y podría resguardarme de sus ardientes rayos gracias a él.

Comencé a pasear avenida abajo, en dirección al aroma salado y húmedo del vasto mar.

Abrí mi paraguas, y vaya sorpresa, porque empezó a lloverme encima. El día seguía tan soleado como antes. Esa lluvia caía de dentro de mi paraguas. Pero no me importaba. Había decidido que lo llevaría y pensaba hacerlo.

Al poco rato vi como venía hacia mí, por la carretera contigua al paseo, un gran autobús rojo. Al pasar por mi lado me percaté por el rabillo del ojo que dentro había una mocosa de unos diez años de edad, con vestidito de tirantes rosa, mismo color que los lacitos de sus dos coletas altas. La niña, con la cara pegada al cristal de una de las ventanas centrales, hacía muecas a los viandantes, a mi entre ellos.

Por haberme girado a mirar a la cría, no me di cuenta de que estaba a punto de cruzar por en medio de una zona en obras “¿Dónde vas muchacha? ¡Apártate de aquí! ¡Lo vas a poner todo perdido de agua!” me gritó uno de los obreros.

Paré en seco, me giré y rodeé la zona vallada, que tenía el suelo levantado. Estaba todo lleno de cascotes, podría haberme hecho daño.

Llegué al cruce y esperé a que el semáforo se pusiera verde. Poco a poco mi ropa veraniega iba empapándose con el agua de la lluvia que caía de dentro de mi paraguas. Pero no me importaba.

Se puso verde y crucé la calle.

Al llegar al siguiente tramo de paseo, me encuentro con un vendedor parecido al primero que vi. Este también viste elegante, pero su ropa se asemeja más a la burla de un traje que a ropa realmente elegante. Era algo parecido a un payaso con frac “Necesitarás un par de estos si quieres continuar” me dijo. Miré lo que me ofrecía. Eran un par de aletas de esas para nadar, negras y amarillas “¿Por qué no?” me dije yo, quitándome los zapatos y dejándolos ahí.

Proseguí mi paseo, bajo la lluvia del paraguas, ahora caminando algo más dificultosamente por esas aletas que sobresalían dos palmos hacia delante en forma de patita de pato. Eran dolorosamente incómodas, pero divertidas. Me alegré de haber decidido cambiarlas por mis sosos zapatos blancos.

Al levantar la mirada de mis pies, vi que se acercaba en mi dirección, en el carril contiguo al que yo estaba, un triciclo rojo enorme, llevado por una vieja raquítica. En la cesta de delante había un bebé tan gordote que parecía que aquel escuálido vehículo de tres ruedas tuviera que partirse en dos por no poder soportar su peso. “Parece que va a llover” dijo la vieja mirándome. Yo le sonreí de vuelta porque bueno, no sabía muy bien si se estaba metiendo conmigo por el paraguas que llevaba, o si realmente era una auténtica previsión meteorológica.

Al girarme me di de bruces con el paleta, que había evitado que metiera mis aletas de patito dentro de un carril recién asfaltado “Con cuidado por favor” me volví a disculpar con él y rodeé dicho lugar. Llegué a la intersección.

El semáforo se puso verde. Crucé la calle.

Ahora el vendedor que encontré era un dodo parlanchín de aspecto humanoide. Llevaba gafas y estaba leyendo el periódico con aires de intelectual. Me acerqué con curiosidad a él “¿No tienes nada para mí?” le pregunté. El dodo me miró muy serio y me respondió “No. Eres tú quien tiene algo para mi” me agarró la nariz con sus dedos emplumados e hizo ver que me la robaba, en el clásico juego infantil con el que los padres suelen tomar el pelo a sus hijos de pequeños.

A continuación, se acercó hacia mí, por el carril contiguo, una enorme furgoneta color rojo intenso. Tenía todas las ventanillas pintadas de ese color, incluso el parabrisas delantero. Me pregunté cómo podía ver nada quien estuviera conduciéndola. Pero mi curiosidad por el conductor quedó eclipsada en la nada, cuando me percaté que sobre el techo de la misma había un enorme trono color sangre, con una especie de luna con las puntas hacia arriba por detrás del trono. En el mismo iba sentada una mujer majestuosa y divina, que podría haber sido una reina. Era preciosa y terrorífica al mismo tiempo. Me sacó la lengua y se alejó de mí por la carretera.

Esta vez me había girado a mirarla bien, pero no dejé de andar. Eso provocó que al siguiente paso que di noté que no había suelo bajo mis pies y comencé a caer de espaldas dentro de un agujero. “Muchacha, te dijimos que tuvieras cuidado” reclamó el mismo obrero de la vez anterior. Me disculpé con él y salí de ahí todo lo rápido que pude.

Llegué al último cruce. Pero esta vez no esperé a que el semáforo se pusiera verde.


Crucé en rojo.


Cuando por fin llegué a la playa, tras un viaje agotador, cerré el paraguas.

Me senté sobre la cálida arena y lo dejé a mi lado.

Escuché un potente trueno.

El rayo no se hizo esperar.

En un segundo el cielo azul cambió a negro como la noche.

El chaparrón cayó de manera inminente, era una lluvia torrencial.

Los bañistas salieron corriendo del agua, recogieron sus toallas y huyeron de allí.

A mí no me importaba estar mojándome, total venía ya empapada.




Me quité las aletas.

Me quité el vestido.

Me quité la ropa interior.

Descalza y desnuda, me acerqué hasta la orilla del mar.

Las aguas estaban embravecidas.

Sonriendo, me metí dentro del agua.

Sin miedo.

Empecé a nadar mar adentro.

Poco a poco noté como mi cuerpo se expandía e iba perdiendo consistencia.

Fui agua en aquella tormenta.

Y me sentía tan feliz, tan tranquila, segura.

No podía ver, ni oír nada. No sentía nada.

Cerré los ojos, sonriente y pensé “Ya estoy en casa”

viernes

El jardín de la delicias # 4

Explosivo final. Mi marido les permite violarme por el coño para preñarme. Luego abusan de mí de todas las maneras posibles. Termino con dos pollas en mi coño y otras dos en mi culo, mientras me obligan a comerle el culo al gordo. Lluvia dorada. No consentido. Dominación.



Desde aquel fin de semana en que mi marido Alejandro me pilló teniendo un orgasmo en la piscina con Rubén, el mejor amigo de mi hijo aquí en la urbanización, y luego me obligó a satisfacer con mi cuerpo a los cuatro adolescentes que habían querido abusar de mí, haciéndome sentir la más puta de las madres y esposas, hemos subido otras muchas veces a la torre, más que lo que solíamos hacerlo antes de aquel suceso.

Mi vida ahora es muy diferente. Alejandro me puso precio. Cada uno de mis servicios como prostituta de esos cuatros chiquillos tiene un coste distinto. Si quieren algo, primero me pagan, no más de 15 euros, es un precio muy simbólico. Y luego les hago lo que ellos quieran, excepto follar por el coño, ya que no tomo anticonceptivos y mi marido me lo tiene prohibido. Es él el único macho que tiene derecho a perforar mi sucio coño de guarra y llenármelo con su leche de semental.

En estos meses han sido varias las ocasiones en que Julián, mi hijo, ha estado a punto de pillarme en mi nueva profesión como puta de sus amigos.

Una de las veces yo estaba en el pequeño cuartito de la lavadora, junto a la cocina. Nicolás, el gordo seboso, estaba sentado sobre la secadora en marcha y yo le mamaba su gruesa polla. Entonces mi hijo Julián entró en la cocina y me preguntó si estaba haciendo la colada. Me incorporé, abrí un poco la puerta para que mi hijo no viese a su amigo con su duro rabo al aire, y saqué la mano “Dame lo que quieras limpiar y ya lo hago yo” mientras hablaba con él, con la otra mano masturbaba a Nico. Fue de lo más excitante, aunque yo temblaba de miedo por dentro por el descaro de estar cascándole la polla al amigo de mi hijo detrás de la puerta, con mi hijo al otro lado de la puerta. Fue estresante, pero de lo más caliente.

Otra vez, Julián y su novia Jessy estaban en la piscina, junto a mi marido, Rubén y Nico. Yo estaba dentro, en la cocina. Miguel fregaba los platos y su hermano Adrián los secaba, sonriendo a mi hijo y su novia a través de la ventana. Mientras, yo permanecía agachada entre ellos, y les hacía una mamada doble. A un precio especial, claro. Jajajaja. Sus corridas en mi cara y en mi boca de zorra me resultaron deliciosas.

La vez más excitante de todas fue cuando Rubén, el líder de la pandilla, subió a la habitación de mi hijo para usar su pc por no sé qué excusa que le dio. Yo me vi arrastrada arriba con él. En realidad, estaba follándome el culo cuando mi hijo subió por las escaleras. Me escondí debajo de su mesa de estudio para que no me viera, aun con la polla de su mejor amigo metida en lo más hondo de mis entrañas. Mientras hablaba con él, Rubén con maldad embestía contra mi orto cada vez que mi hijo Julián se distraía y dirigía su mirada a otro lado, provocándome que casi me corriera ahí mismo por no poder hacer ni un solo sonido cuando estaba siendo empalada con saña y brutalidad por la rica polla del mejor amigo de mi hijo.

Y finalmente llegaron las vacaciones de verano, es decir, que pasaríamos al menos un mes en esa casa de la lujuria y puro vicio. Como todos los estudiantes habían terminado con la escuela, los chicos de la urbanización organizaron una especie de fiesta de fin de curso, y adivinad en qué casa decidieron montarla. Sí, exactamente, la mía. La sorpresa que me llevé cuando vi lo que me habían preparado Alejandro y los chicos fue tremenda. Pero no adelantemos acontecimientos. Mi marido avisó a mi hijo Julián que podía montar ahí la juerga, pero el garaje ni tocarlo. Lo cerraría con un candado y arrancaría la cabeza de quien intentara entrar allí, supuestamente por el auto y los objetos que guardábamos allí, pero ese no era el verdadero motivo.

Alejandro me ordenó no aparecer por ahí hasta última hora de la tarde, cuando ya empezara a oscurecer. Así que dediqué el día a ponerme a punto para lo que me esperaba, que sería una orgía con esos cinco sementales que se morían de ganas de perforar mis agujeros.

Tomé un taxi al centro de la urbanización y me hice una limpieza de cutis, un peeling corporal completo, depilación a cera de piernas, pubis y axilas... Me sobraba el tiempo, así que después de comer pase por una peluquería y allí me maquillaron con tonos muy marcados, como una auténtica puta, y me lavé y peiné mi larga melena azabache, pasándole la plancha y dejándola muy lisa. Todavía era pronto cuando terminé con todo eso, así que fui de compras.

En un sexshop adquirí un conjunto de verdadera calientapollas, nada digno de una amante madre y esposa, compuesto por unas braguitas de encaje que tenían una raja en la zona del coño y por detrás había un agujero bien grande por el que se veían completamente mis nalgas, con un lacito en la parte superior. El sujetador, de encaje también, dejaba a la vista mis tetas, sujetándolas por debajo, y era sin tirantes, cruzado por atrás en la espalda. El conjunto era rojo y negro. Le pregunté al dependiente si podía llevármelo puesto y no hubo problemas, así que entré en el probador, me desnudé y me puse el conjunto. Me quedaba ceñido a mis prietas carnes y mis tetazas enormes quedaban espectaculares, por no hablar de mi culo. Parecía un hermoso regalo libidinoso a punto de ser entregado.

Luego fui a comprarme ropa. Unos zapatos negros del tacón más alto que me atreví a llevar. Y luego me decidí por un insinuante vestido granate. Era de esos que quedan completamente pegados al cuerpo. Sin hombros, aprovechando que el sujetador no tenía tirantes. El escote era bastante pronunciado. Y la parte de la falda no podía ser más corta. Quería llevar algo que gustara a los chicos cuando me vieran “Pero que puta llego a ser...” pensaba mientras me lo ponía en el probador e iba a pagarlo a la caja. En cuanto salí de la tienda, noté los ojos de todos los hombres a mi alrededor sobre mí y mojé mis braguitas rojas de encaje. “Que calientapollas soy…”.

Entrada la noche, volví a nuestra casa, y cuando llegué me quedé sin palabras. La fiesta ya había empezado un par de horas antes. Los jóvenes tenían alcohol para aburrir, y andaban ya medio pedos. Alejandro salió a recibirme a la puerta, ya que le había avisado de mi llegada por un mensaje al móvil.

“Vaya, es asombroso. Debe haber costado un dineral” le dije.

Alejandro se rio “Pues espera a ver el otro lado jajaja”

Entramos a la casa, y fuimos hacia el comedor, para salir al jardín.

“Madre mía...” había enormes espejos a lado y lado, una pista de baile, la piscina llena de luces... una pasada.

Y la mayor sorpresa me la llevé cuando Alejandro me cogió de la mano y me dijo:

“Ven conmigo”

Salimos del jardín. Yo no tenía ni idea de dónde me llevaba. Rodeamos la casa por fuera y cuando llegamos al garaje, Alejandro llamó a la puerta de madera de una forma muy concreta. Al poco, abrieron la puerta y entramos. Allí estaban los amigos de mi hijo que habían “abusado” de mí durante tantos meses, follándome siempre que tenían ocasión mi boca y mi culo. El coño pertenecía a mi marido y no les permitía usarlo. Estaba Rubén, el líder rubio de la pandilla. Nicolás, el gordo seboso pelirrojo al que me vi obligada a comerle el culo la primera vez que follamos todos juntos, y los hermanos castaños Miguel y Adrián, quien era el más jovencito de todos.

Pero mi mirada pasó rápido por encima de ellos, dirigiéndola a la pared lateral del garaje, que antes era de madera, y ahora era un enorme espejo, de techo a suelo, al parecer el mismo que yo había visto en el jardín. Podía ver perfectamente a los adolescentes bailando, bebiendo y pasándolo en grande a pocos metros de mí. Pero yo recordaba que por el otro lado el espejo sí que era espejo, es decir, que desde fuera los chicos de la fiesta no nos podían ver a nosotros. Aun así, la sensación de estar expuesta era muy fuerte.

“Increíble” susurré, acercándome al espejo y acariciándolo con la yema de mis dedos.

“¿Te ha gustado la sorpresa? Me alegro querida, porque aún tenemos más para ti” me dijo entonces Alejandro, alzando el brazo y dirigiéndolo hacia algo cubierto con una sábana negra “Lo hemos llamado “La sillita de la Reina”... ¡Porque será para la Reina de las Putas! Jajaja”

Miguel y Adrián tiraron de la sábana y descubrieron una especie de silla de ginecólogo, pero algo distinta. Es decir, tenía eso para mantener mis piernas abiertas, pero el resto de la silla eran secciones metálicas, lo justo para quedar yo tumbada con la nuca, mi espalda y las lumbares apoyadas sobre la fina superficie. Había una zona, como en forma de T, en la que me atarían los brazos, también mi cuello, cintura, pantorrillas y tobillos.

Los adolescentes se acercaron a mí, y entre los cuatro fueron quitándome el vestido ceñido que traía puesto, manoseándome descaradamente en el proceso. Cuando quedé solo con la ropa interior que había elegido para la ocasión, tan ceñido a mis prietas carnes, Alejandro me dijo:

“Pero que puta eres Natalia”

Entonces los chicos me ataron a la máquina.

“Todo esto no es necesario, Alejandro, mi amor. Sabes que no voy a escapar” le dije.

“A mí me pone muy caliente verte así” me respondió él.

Yo estaba excitadísima. Aunque no entendía muy bien por qué me habían puesto de aquella forma, no era lo mejor si pretendían llegar a mi culo, el único orificio, además de mi boca, que Alejandro les permitía usar. Tal y como estaba puesta, podía ver el espejo que me quedaba justo delante, ya que la zona de la cabeza estaba algo más arriba que la de mi culo. Estar así de expuesta era tremendo... no podía dejar de pensar que era la guarra de la madre de Julián, que andaba por ahí bebiendo inocentemente con su novia y colegas, y que estaba allí abierta de piernas, a la espera de ser duramente sodomizada y abusada por los amigos de su hijo. Y el cristal era tan trasparente que realmente parecía que pudieran verme. Estaba muy nerviosa.

Una vez me tuvieron completamente atada, sin posibilidad de moverme, expuesta al “público” al otro lado del espejo, mi marido dio la orden a los chicos.

“Podéis empezar.”

Conociéndole, seguro que ya les habría dado órdenes muy precisas de lo que debían hacerme. Los amigos de mi hijo se quitaron la ropa, quedando completamente desnudos.

Nicolás, el maldito gordo seboso más pervertido del mundo, que me obligó a comerle el culo la primera vez que follamos, se situó entre mis piernas.

“Señora... que buenorra está joder...” me halagó a su particular manera, acariciando todo mi cuerpo con intenso deseo.

Con el paso del tiempo, los chicos se habían vuelto mucho más seguros de sí mismo, y ya no permanecían tan mudos y asustadizos como la primera vez, en que solo Rubén, el líder, mostró más sangre fría, digna de un pequeño semental en potencia como era él. Por mi parte, ya no me sentía mal siendo la puta a sueldo de esos pequeños bastardos, y tras mucho sufrir, ahora ya disfrutaba como una perra de ser enculada por ellos, o de mamarles las pollas. Bueno, a unos más que a otros. Nicolás en concreto seguía dándome grima. Por su físico desagradable y fofo, y porque realmente era un puto depravado.

Los otros tres muchachos permanecían sin ropa, de pie a mi alrededor. Se masturbaban despacio sus erectos miembros.

El gordito pelirrojo se escupió en la mano y frotó su rabo para lubricarlo. Yo no presentía nada malo. Solo me extrañaba que aquella vez nadie estuviese grabándolo, porque mi marido Alejandro permanecía a cierta distancia, viéndolo todo, pero sin participar por el momento. Se había sentado sobre el maletero de nuestro coche y sujetaba con la mano una copa de lo que supuse que debía ser un cubata. Entonces vi que habían situado dos o tres cámaras dentro del garaje de manera estratégica supongo para grabar mi rostro, mi cuerpo y todas las perversiones que sucedieran en aquel lugar.

Nicolás comenzó a frotar su grueso glande contra mi perineo, la zona entre mi ano y mi vagina.

“Hhhmmm... no me hagas esperar más mi semental. Empálame con tu duro rabo de toro y hazme llorar” supliqué a Nico.

A esas alturas me complacía actuar como la puta que era, incluso con alguien como él que me daba tanto repelús. Siempre que le veía recordaba la degradación que tuve que sufrir comiéndole su culo fofo de vaca y se me removían las entrañas. Pero una puta es una puta, y a mi marido le excitaba verme follar con todos ellos, así que yo actuaba para él.

El adolescente obeso torció su sonrisa, volviendo su rostro algo más malvado de lo habitual en él y soltando un fuerte jadeo, me penetró por mi coño seco y cerrado tan duro y potente que me encastó su polla gordota, y dura como una piedra, hasta las putas pelotas de un solo movimiento.

“¡¡AaaAAaaaAaaaahh...!! ¡Siiii.... Jodeeeeer!” rugió el jovencísimo semental.

“¡¡AAAAAAAAHHH...NOOOOOOOOOO!!” aullé yo como una cerda, revolviéndome en mis ataduras.

Me había quedado muda. Pálida. Paralizada. Sentí verdadero pánico. Me costó la puta vida recuperarme del susto. Alejandro les había dejado bien claro a los mocosos que solo podían contratarme como puta para follarme por la boca o por el culo. El coño era propiedad exclusiva de mi marido, pues no tomo ningún método anticonceptivo por estar buscando un hijo con él. Por ese motivo no entendía qué pasaba. Todos los chicos habían acatado con aquella orden todo este tiempo atrás, desde que me convertí en su puta. Miré a Alejandro con terror en la mirada.

“¡¿Qué pasa?! ¿¡Por qué le dejas que me la meta por el coño?! ¡¡Alejandro háblame!!” exigí entre lágrimas, casi histérica.

Ahora entendía por qué había querido atarme de manos y pies el muy cabronazo. Yo no tenía forma alguna de defenderme. Me dí cuenta de mi terrible error. Había confiado en ellos, y me habían traicionado. Sobre todo, Alejandro, mi marido.

Pero mi pareja no se dignó ni a dirigirme la palabra. Le dijo a Nicolás:

“No le hagas ni caso a la cerda. Fóllatela bien duro, que recuerde tu polla metida en su coño de zorra calientapollas por el resto de su vida.”

Yo miré con los ojos muy abiertos a Alejandro, y luego al gordo, que seguía incrustado dentro de mí:

“¡Ni se te ocurra, Nico! ¡¡AaaAAaAaaAAaAAAAAaAHH!!” mi queja quedó interrumpida por un gemido alto y claro cuando el pervertido pelirrojo comenzó a violentar mi coño con toda su mala hostia.

“¡AaaAaaaaahhh...! ¡Ssii...! ¡¡Follarte el coño es mil veces mejor que hacértelo por el culo, mamita!!” me dijo el mocoso de ojos verdes.

“¡¡Nooo! Basta yaaa!! ¡Tienes que parar!” le respondí yo gritando, fuera de mí.

Yo me removía como podía, trataba de soltarme, pero era del todo imposible. El obeso pelirrojo llamado Nicolás apartó su boca de mi teta para decirme:

“Has sido afortunada... Hhhhhmm... Lo echamos a suertes y gané yo” el gordo me miraba con deseo ardiente en sus pupilas “Imagínate... Tu embarazada de mí... ¡Pariendo a mi hijo...! ¡Joder que caliente me pone pensarlo...!” después de decir eso, mordió mi pecho con saña, marcándomelo con sus dientes.

Yo miraba a Alejandro, a los otros tres chicos a mi alrededor, a Nico, que seguía follándome como un maldito animal salvaje.

“¡¡Seguro que te preño con mi leche de macho…!! ¡!AaaAAaaAAaahhh…!” me dijo, agarrando mis dos tetazas enormes con sus manos gordezuelas y chupándolas.

Hablaba de preñarme en contra de mi voluntad, con mi marido presente y callado, y sin poder defenderme de ninguna de las maneras. Eso era de lo más humillante... degradante. Es que no podía soportarlo.

“¡Basta ya! ¡Dejadme en paz! ¡¡AAaAAaAAAaAAAAhH...!!” reclamaba yo entre hondos jadeos.

Nicolás entonces comenzó a aumentar la velocidad a la que me estaba perforando mi rajita. Arañó mis pantorrillas y empezó a gemir muy fuerte:

“¡¡Me corroo....!! ¡¡AaAAaAaAaAAAAaAAaAAhhh...!!” gritó el crío, incrustándome su durísimo rabo de semental hasta el puto útero y corriéndose de manera increíblemente abundante en él.

Yo pataleaba, lloraba, gritaba. Quería matarlos a todos. Ese maldito gordo seboso se me había corrido dentro y yo no tomaba nada para prevenir el embarazo. A Alejandro lo mataría el primero por hijo de la gran puta.

“¡¡NOooOOoOOOO!! ¡No quiero quedar embarazada de ti! ¡¡NO QUIEROOO!! ¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!!!” aullé cuando sentí su ardiente corrida en mi interior.

Mientras se corría, el asqueroso de Nico me agarró con saña del pelo y comenzó a morrearme apasionadamente, metiéndome su lengua tan gorda como el resto de su ser dentro de mi estrecha boquita. ¿¿Por qué Alejandro insistía en que follara con ese crío que me resultaba tan asqueroso?? ¡No lo soportaba! ¡No quería tener que besarle! ¡Ni tener que comerle su sucio culo de foca! ¡¡Me daba ASCO! ¡¡¡Y AHORA SE ME HABÍA CORRIDO DENTRO DE MI COÑO, PREÑÁNDOME SEGURO!!!.

Pero no me dieron tiempo a calmarme.

“El siguiente” anunció mi marido, con la mayor serenidad del mundo, bebiendo tranquilamente de su copa, como si diese el turno en la charcutería, y no a unos malditos críos para que me violaran por mi delicada vagina, preñándome en contra de mi consentimiento.

“¿Porqué...? ¿¿Porqué....?? ¡¡No quiero más!! ¡¡BASTA!!” dije sollozando entre lágrimas.

De nuevo mis ruegos no sirvieron de nada. El líder de la pandilla, Rubén, se puso en el lugar del gordo y pervertido Nicolás y mojó su duro rabo, grande y grueso casi como el de mi marido, contra mi raja, mojándola con el semen de Nico.

“Rubén por favor... ¡Detente!” le imploré llorando. Normalmente, en mi papel de puta insaciable, era con ese chico con quien más disfrutaba yo siendo sodomizada. Pero no quería que me follara el coño.

“Que dice, señora. Vamos a tener un bebé precioso jajaja” me respondió él, riéndose de mí en mi maldita cara.

En cuanto me lo hubo dicho, el rubio empujó fortísimo con su firme vergota, haciéndome sentir que me iba a rajar el coño, por no tenerlo acostumbrado a ser follado por pollas distintas a la de mi marido, no haberme lubricado correctamente, y estar completamente tensa porque eso era prácticamente una puta violación.

“¡¡NOOOOOOOOOO!! ¡¡¡AAAAAAAHH!!! ¡¡NOOOOOO!!” grité yo.

Como la vez anterior, el muchacho que estaba follándome por el coño sin mi permiso, lo hacía con toda su mala hostia, dañándome más e irritando mi vagina y mis labios, dejándolos rojos e hinchados. Si podía metérmela así de rápido y brusco era solo por la lubricación que le proporcionaba el semen de Nicolás. Y yo seguía llorando y tratando de soltarme mis amarres, sin conseguirlo.

“No puedo con esto Alejandro… ¡¡AAAaaAAaaAAhhH…!! ¡¡No quiero quedar preñada de estos críos!!” grité a todo pulmón. Cosa que no sirvió de nada, pues la música de la fiesta estaba puesta a un nivel muy alto y ocultaba mis quejidos.

“Qué coño más delicioso tienes Natalia… No me cansaría jamás de follártelo… ¡AaaaAAaahh…!” me dijo mi pequeño semental preferido, pero también muy odiado en ese preciso momento.

Rubén clavó sus uñas en mis tetas y las apretó queriéndome hacer daño. Me mordió el estómago, dejándome sus dientes marcadas en él.

“¡AAAAAHHHHH…! ¡QUE HACES…! ¡¡PARAAA!!” gritaba yo asustada y humillada.

El líder rubio debía estar realmente cachondo por estar follándome el coño en contra de mi voluntad, porque no tardó ni diez minutos en adquirir una velocidad infernal, y fue el segundo en correrse en mi interior.

“¡¡¡AAAHAHAHAAAH!!! ¡¡¡SIIIII!!! ¡¡TE VOY A PREÑAR CON MI LEFAA!!” gritó eyaculando tan abundante dentro de mí que rezumaba un montón por fuera.

“¡¡NOOO!! ¡¡¡¡QUE NOOO!!!! ¡¡¡PARAD YAAA!!!” yo volví a romper a llorar cuando el mejor amigo de mi hijo se me corrió dentro del útero. Estaba claro que, si el gordo seboso de Nico no me había preñado antes, lo había hecho ahora Rubén.

“Siguiente” dijo mi marido, hundiéndome en la miseria.

“Basta… Ya basta por favor… Os lo ruego…” susurraba yo, ya abatida por lo que estaba sucediendo.

El siguiente fueron los hermanos castaños Miguel y Adrián. Los que el día de la piscina me follaron juntos mi culo destrozándomelo y provocándome un orgasmo tan intenso que les meé encima sin poderlo evitar.

“Ya sabéis como quiero que se lo hagáis” les dijo Alejandro.

“Si, señor” respondieron ambos muchachitos, que no tenían las pollas demasiado grandes, pero cuando las juntaban eran capaces de desgarrarme si no iban con cuidado.

“No… eso no… Los dos juntos por mi coño no…. ¡Me vais a desgarrar!” imploré, temiéndome lo peor.

“Fuiste capaz de metértelas juntas por ese culo de zorra insaciable sin problema, así que tu coño podrá con ambas pollas” me respondió Alejandro, como si en vez de mi marido, fuese mi chulo o algo así.

“Alejandr…. AAaaAAaAAAAAaAAAAAHHHHHHH!!!” quise decirle algo más, pero mi frase quedó cortada por un aullido estremecedor cuando esos dos mocosos me empalaron duramente con sus dos rabos tiesos y duros.

“¡AaaaaAAaaahhhh….! ¡Siii que bieeen!” exclamó el mayor

“¡Aaaaaaaaaaahhhmm…!” gimió el más pequeño.

Yo sentía mi raja abierta hasta más allá de su capacidad real. Esas dos pollas insertadas dentro de mi vagina me estaban destrozando por dentro. Y eso que aún no se habían movido, solo me las habían incrustado hasta las malditas pelotas.

“HHnnm.... Miguel... Adrián...- No lo hagáis... Me partiréis en dos... por favor...” supliqué llorando.

Los críos en vez de responderme miraron a mi marido, quien les hizo una señal silenciosa para que empezaran. Y vaya si lo hicieron.

De pronto esos dos adolescentes amigos de mi hijo comenzaron a retirarse de mi interior, juntos.

“¡Qué pasada!” dijo el gordito Nicolás, sin perder detalle de cómo se ensanchaba mi vagina hasta límites insospechados, sin romperse.

“Se nota que es un coño habituado a follar” añadió Rubén, el líder, para mi mayor vergüenza.

“¡¡QUE OS DEN POR CULO NIÑATOS!!” cuando les mandé a cagar, los hermanos de pelo castaño embistieron con todas sus fuerzas contra mí, empalándome de nuevo sus dos durísimos rabos.

“¡¡AAAaAAaaAAAAaaAAAHH!!” grité desesperada por el dolor que sentía, por haberse corrido ya en mi útero, por todo lo malo que estaba pasando.

Demoraron unos minutos en conseguir que mi canal vaginal se ensanchara lo suficiente como para poder meterme sus dos pollas juntas y sacarlas, sin que pareciera que mi coño se las fuera a arrancar de cuajo de lo tenso y poco dilatado que estaba. Fue un proceso lastimero y muy doloroso. Yo solo quería que terminaran ya y me dejaran en paz de una maldita vez.

“¡¡AAaaAAAaaaAAaaaAAAAhhh...!!” aullaba yo como una cerda en el día de la matanza.

Los hermanos adolescentes se movían cada vez más rápido en mi interior, completamente coordinados el uno con el otro. Adrián, el más joven de todos los presentes, agarraba a su hermano por la cintura, y Miguel le sujetaba por los hombros, así se impulsaban el uno al otro al unísono, follándome al mismo tiempo mi dolorido coño ya violentado dos veces antes que llegara su turno. Yo quería morirme. Sentía mi coño rajándose, destripándose, rasgándose de dentro hacia fuera de la potente presión que ejercían esos dos rabos de macho dentro de él. Pero solo eran imaginaciones mías, no hubo heridas internas.

Y al poco rato, como había sucedido con el gordo Nico y el líder de la pandilla Rubén, los hermanos de pelo castaño encastaron sus dos pollas bien hondo dentro de mi coño y se corrieron tan abundante dentro de mi matriz que parecía que hiciera meses que no se corrían.

“¡¡AAAaaaAAAaaAAHH!! ¡¡¡Siii…!!!” jadeó el mayor de ellos.

“¡¡AAAAhhhh…!! ¡Que bieeen!” gimió el pequeño.

Los muchachos se salieron de mi interior. Rezumaba muchísimo esperma de mi vagina dolorida y palpitante. Yo no había dejado de llorar durante todo el proceso de mi violación.

“Os… odio… A todos…” murmuré entre lágrimas, sin querer mirar a ninguno a la cara.

Los cuatro adolescentes que acababan de preñarme permanecían a mi alrededor, desnudos y masturbándose, para volver a endurecer sus pollas.

Alejandro entonces dejó la copa vacía sobre el coche, se puso en pie y se acercó a mí. Al principio evité su mirada, pero al final dirigí mis pupilas llenas de odio a sus orbes, que me devolvieron una mirada tranquila. Es que no podía entenderle. Ya ni ganas de gritarle tenía. Mi marido sacó algo de su bolsillo y lo puso frente a mi cara, sonriendo. Os juro que estaba tan fuera de mí misma que tardé una puta vida en comprender lo que era.

“¿Una prueba de embarazo?” le pregunté a mi marido, sin entender nada.

“Es la prueba que te has hecho esta mañana, mi querida Natalia. Y es positiva” me respondió Alejandro.

Yo miré el palito y las rayitas que indicaban que era positivo. Fruncí el ceño.

“Pero tú me dijiste que había dado negativo” dije llorando de nuevo, pero esta vez de felicidad, porque hacía mucho tiempo que Alejandro y yo buscábamos un hijo. Además, ahora entendía que no me había podido quedar preñada de ninguno de esos críos. Que sí que estaba embarazada, pero el padre del retoño sería mi amante esposo, como debía ser. Sonreí y lloré de pura felicidad. Se me olvidó la putada de hacerme creer que quedaría preñada de uno de esos idiotas.

“Te engañé” Alejandro sonrió con maldad “A partir de ahora y hasta que dé a luz, los chicos tienen permiso para usar tu coño también.”

“Como desees mi amor. Haré todo lo que te complazca” le respondí yo, sin dejar de sonreír.

Ahora que sabía que todo había sido un engaño, y que mi útero estaba a salvo, porque ya estaba embarazada de Alejandro, no me importaba nada de nada. Esos chicos podían follarme por donde quisieran, humillarme como les diera la gana. Mi “yo” más sumiso hacia mi marido volvió a hacerse presente, y a esas alturas estaba dispuesta a todo para complacerle. Porque todo aquel embrollo se había liado por mi culpa. Fui yo la que caí en las redes de los adolescentes, dejando que me grabaran teniendo un orgasmo con la mano de Rubén metida en mi coño en la piscina.

Entonces los chicos manipularon el artefacto en el que estaba tumbada y me dejaron boca abajo, con las piernas bien abiertas, y aun sin posibilidad de moverme por mis varias ataduras. Pero no me importaba en absoluto. Mi marido se me acercó y me puso un bozal en la boca, pero de esos con orificio, y me dijo.

“Hoy vas a hartarte de mamar polla. No quiero que muerdas a nadie sin querer, mi zorra.”

A partir de ese momento comenzaron a follarme todos los muchachos, uno por el coño, puesto tumbado debajo de mí, otro por el culo, otro por la boca. En cuanto se corrían, se cambiaban las posiciones. Los cuatro muchachos se corrieron cada uno en todos mis orificios de puta, otorgándome ricos y suculentos orgasmos. Las cámaras lo iban grabando todo. De vez en cuando yo dirigía mi mirada al espejo, viendo a los muchachos en la fiesta tan cerca. Eso me hacía sentir expuesta y todavía más guarra por estar disfrutando de todo aquello como lo hacía.

Cuando ya todos habían tenido su ocasión de probar mi coño, mi culo y mi boca, y yo me sentía llena, satisfecha, agotada y feliz, Alejandro llamó a los cuatro chicos y les habló lejos de mí, así que no escuché nada de lo que decían.

Al volver, Nicolás, el gordo pelirrojo, se arrodilló delante de mi cara, con su asqueroso culo justo en frente de mí.

“Ya sabes lo que le gusta al chico. Esta vez le comerás el culo como Dios manda puta” me dijo Alejandro.

Yo asentí, sin poder hablar demasiado por el bozal en mi boca, y sin necesidad que nadie me obligara a ello, aunque era la cosa más repulsiva del mundo para mí, situé mi lengua contra su entrada posterior y comencé a lamerle con todas mis ganas. El sabor y el olor eran detestables.

“¡AaaAAaaAAaaahhh…! ¡Ssiii! ¡Qué bieeen…!” jadeó el pelirrojo.

“Te desataré las manos para que puedas usarlas con tu cliente” anunció mi marido, y así lo hizo.

En cuanto tuve los brazos libres, puse una de mis manos sobre la polla de Nicolás el obeso, para masturbar su gordota y corta polla, que estaba durísima, y la otra mano la puse en su nalga fofa para apartarla y seguir chupando ese valle enorme entre sus nalgas con la mayor devoción de zorra.

Como yo tenía la cara metida dentro de ese culote enorme, no vi cómo se colocaban los chicos. Esta vez Alejandro se uniría a la fiesta. Él y Miguel, el mayor de los hermanos, se situaron detrás de mi culo, y Rubén, el líder, y Adrián, el pequeño, se tumbaron debajo de mí. El gordo Nicolás seguía gimiendo complacido por mi excelente comida de su culo grasiento.

“Hhhmm.. sii… más… ¡Méteme un dedo…!” me pidió el muchacho.

Así que solté su enorme nalga y me lamí un dedo, insertándoselo lentamente en su orificio posterior.

De pronto sentí algo muy extraño. Eran cosotas enormes y duras como piedras que intentaban penetrarme por el coño y por el culo al mismo tiempo.

“¡¡HHHHHHHHHHMMMMMM…!!” jadeé sin poder quejarme del dolor que me estaban causando.

Miré al espejo y vi reflejados a los cuatro sementales que iban a abusar de mí a su complacencia. Alejandro y Miguel con sus pollas enormes intentando penetrar mi orto, y Rubén, con una polla como la de mi marido de grande y gruesa, y el más joven Adrián, empujando contra mi coño con sus dos rabos de macho.

“Relájate Natalia, o te haremos daño” me advirtió mi marido.

Respiré hondo, y traté de calmarme. Había tenido el orgasmo más tremendo de mi vida cuando los hermanos castaños me follaron el culo a dúo en el jardín. Y hoy me las habían metido ya juntas por el coño. El problema era que ahora se habían sumado al juego dos pollas de tamaño mucho mayor, eran tres pollones importantes y uno un poco más pequeño los que pretendían empalarme por dos orificios demasiado estrechos.

“¡¡HHHHHHHHHHHHMMMMM…!!” grité cuando sentí como gracias a haberme relajado esos cuatro machotes conseguían empalarme juntas sus cuatro pollas.

“No te distraigas puta. No olvides cuál es tu trabajo” me dijo Alejandro, poniendo su mano sobre mi cara y empujándola contra el culo del gordo.

“¡HHhhHHhHHMmmM…!” jadeé.

Joder era imposible. No podía estar concentrada con Nicolás cuando cuatro pollas me destrozaban por dentro de aquella manera desgarradora. Pero tenía que reconocer algo, esta vez, al contrario que la anterior, que sentía que me estaban violando y preñando en contra de mi voluntad, y después de haber tenido tantos orgasmos, mi cuerpo estaba hipersensible aquellas penetraciones salvajes y extremas, tan dolorosas, me estaban poniendo cachonda perdida. Mi coño rezumaba jugos a litros de lo excitada que estaba.

Volví a respirar hondo y le metí mi lengua dentro de su culo a Nicolás, junto a dos de mis dedos, mientras volvía a mover mi otra mano con la que le estaba masturbando.

“Así, muy bien putita… Que gustazo… ¡AaaAAaaahh..!” gimió el gordo seboso.

Alejandro, Miguel, Rubén y Adrián habían encastado sus durísimos mástiles de pétrea carne dentro de mis dos orificios, dilatándolos al máximo de su capacidad. Se quedaron quietos por unos segundos, para dejar que me acostumbrara a su grosor enorme, y a una señal de mi marido, comenzaron a moverse los cuatro, provocándome el mayor dolor y placer sentidos juntos jamás en mi maldita vida de zorra.

“¡HHhhhmmm…! ¡¡HHHHHhhhh….!!” La mordaza en mi boca no me permitía hablar, pero si jadear como una puta perra en celo.

Los sementales comenzaron a moverse acompasados, sacando sus cuatro pollas juntas de dentro de mi coño y mi culo, para volverlas a ensartar todos al mismo tiempo. Cuando eso ocurría, cuando los cuatro me tenían empalada hasta las putas pelotas, de mi coño salían disparados jugos de puro placer lujurioso y prohibido. Mis jadeos eran cada vez más fuertes, y al mismo tiempo que iba excitándome como la perra que era. Le comía el culo a Nicolás con mayor deseo. Metía mi lengua bien profundo y la movía dentro de sus intestinos dando vueltas, junto a los tres dedos que ya tenía metidos dentro de él. Le machacaba el rabo con mi otra mano con dureza. El gordo jadeaba como un cerdo, y mis otros cuatro sementales también lo hacían.

“Que caliente estoy Natalia mi zorra… ¡AaaAAaaahh…! ¡Cuando me corra te llenaré de tanta leche que no te cabrá en ese culo de guarra que tienes!” me dijo mi marido entre gemidos.

“Tenéis que probar a que os coma el culo... ¡AAaaaaahhh…! ¡Es increíble lo bien que lo hace…!” añadió el gordo.

“Aaahhh… Joder... ¡Esta puta me vuelve loco!” dijo Rubén.

Miguel y Adrián simplemente jadeaban.

Yo no estaba mojada, es que estaba encharcada de lo caliente que me sentía al dejar que los chicos le hicieran eso a mi cuerpo.

“¡HHHHhhhHHhHhHhmmm..!” gemí yo, uniéndome a la fiesta lujuriosa.

Era increíble cómo me hacían sentir esas cuatro pollas ricas cuando sincronizadas penetraban mi coño y mi culo, estirándolos al máximo, retirándose casi por completo, solo para volverme a empalar. Una y otra y otra vez… dulce tormento extasiante. Mi orgasmo cada vez estaba más cercano, y sería de esos que hacen historia. Tremendo. Demasiado bueno para ser verdad.

“¡¡HHHHHHHHHHMMMM….!!” Jadeé fuerte cuando comencé a correrme.

Todo mi cuerpo se convulsionó de manera intensa, por dentro y por fuera, mis entrañas y mi vagina también se contrajeron palpitando con mucha fuerza, y eso provocó que mis sementales comenzaran a correrse todos juntos.

“¡¡AaAAAAaaAAahhH…! ¡Me corro…! ¡¡Ahí va mi lechada, mi puta!!” exclamó mi marido.

“¡AaAAAaAAaahhh…! ¡¡Yo también!!” dijo Rubén.

Los cuatro chicos comenzaron a embestir contra mis dos orificios como si no existiera el mañana y aquel fuera el último polvo que fueran a echar en sus miserables vidas.

El gordo seboso Nicolás se giró de pronto, sacándome la lengua de su culo y me encastó su gordota polla bien profundo en mi boca, hasta más allá de mi garganta. Ahora cinco machos salidos violentaban mis tres orificios con toda su mala hostia. La sensación de ser empalada por pedazos de carne tan enormes gruesos y duros es indescriptible.

“¡¡HHHHHHHHHHHHHHHHHMMMMM…!!” gemí al notar como Nicolás comenzaba a eyacular dentro de mi boca, que ahora mismo me sabía a su culo. Era demasiada leche para tragarla. Ese muchacho era una puta manguera. Tragué con glotonería todo lo que pude, y el resto de su lechada terminó saliéndoseme por la nariz al respirar.

Las pollas de Alejandro y Miguel se encastaron una última vez dentro de mi orto, hasta la raíz, y los duros rabos de Rubén y Adrián hicieron lo mismo en mi coño, penetrándolos muy profundo, hasta las putas pelotas. Esas cuatro pollas estallaron al mismo tiempo, inundándome el intestino y mi útero de tantísima leche ardiente que se me abultó la tripa de la enorme cantidad de leche que contenía dentro de mí.

Al notar como se corrían en mi interior, mi orgasmo continuó, manteniéndose por unos minutos preciosos, extasiantes, placenteros como ningunos. Me sentía completa. Satisfecha. Inmensamente feliz.

Entonces los chicos me sacaron de dentro sus pollas, me quitaron la mordaza, y me hicieron mirar al espejo translúcido. Allí estaba Julián, mi hijo. Miré a mi primogénito, que estaba a dos pasos de mí. Bailando y riendo. Y la puta de su madre rezumando esperma de sus amigos por todos sus agujeros.

“Pero que puta llego a ser…” murmuré sin dejar de sonreír como una idiota.

Volvieron a girarme, dejándome de nuevo boca arriba. Los cinco me rodeaban.

“Vamos a darte un regalito de despedida. Algo que sabemos que te gusta mucho, mi zorra” me dijo Alejandro.

Yo imaginé de qué se trataba, porque ya me lo habían hecho antes. Al contrario que la vez anterior, en esta ocasión abrí bien mi boca y alcé mis manos abiertas hacia ellos, en señal de total sometimiento y aceptación de su precioso regalo.

Uno por uno comenzaron a soltar su pis sobre mí. Sus meadas ardientes y humeantes caían principalmente por mi cara y mi boca, limpiándome los restos de la espesa corrida del gordo, pero también por mis tetas, mi coño, estómago y resto de mi cuerpo. Quedé completamente bañada, y rota. Mi coño y mi culo parecía que jamás recuperarían su tamaño normal. Los sentía dilatados, palpitantes, me ardían, sentía un fuerte dolor en ambos orificios, pero también seguía sintiendo un fortísimo placer.

Y al verme bañada por ese líquido de color oro, volví a orgasmar una vez más, sin ayuda de nadie. Mi cuerpo se convulsionó, solté un chorretón de jugos por el coño, y acto seguido yo misma me meé encima, mientras esos cinco sementales cachondos seguían impregnándome con sus esencias, marcándome como de su propiedad.

“¡Siii….! ¡¡Soy vuestra puta…!! ¡Aaaaaahhh...! ¡¡La más guarra de las zorras…!! ¡Hhhmmm..!” fue lo último que dije antes de desmayarme.

Lo siguiente que recuerdo es haber despertado en nuestra cama de matrimonio. La fiesta de los estudiantes ya había terminado hacía horas. Estaba amaneciendo. Alejandro estaba tumbado a mi lado durmiendo. Yo había sido limpiada a conciencia, porque no sentía rezumar nada de los litros de esperma que me habían derramado dentro. Me habían puesto el pijama y metido en la cálida y cómoda cama. Sonreí, acaricié mi tripita, donde guardaba el hijo de mi amado, autoritario y loco marido. Le besé suave en el pelo para no despertarle, y aun dolorida en mi coño y mi culo, me puse a dormir de nuevo, abrazada a él y sintiéndome feliz.

Como podéis imaginar, a ese verano fue la hostia. Los cuatro adolescentes amigos de mi hijo se volvieron adictos a mi cuerpo de puta, y hacían todo lo posible por pasar cuanto más rato posible conmigo, y más ahora que mi marido Alejandro les había dado permiso para follarme por el coño, además de por mi culo y mi boca. Nicolás el gordito cada vez se volvía más depravado. Y llevar esta doble vida de madre respetable y puta que cobraba por follar, a mí me ponía cachonda perdida.

miércoles

El jardín de la delicias # 3

Los amigos de mi hijo siguen humillándome. Me veo obligada a comerle el culo al gordo seboso mientras los hermanos Miguel y Adrián me follan el culo al mismo tiempo. No consentido. BDSM.


Tras haber recibido la leche de Rubén en mi culo, la de Alejandro en mi boca, y haber limpiado las corridas de los hermanos Miguel y Adrián del piso, me tumbé a los pies de mi marido, de lado, en posición fetal sobre el suelo, y descansé, dejando que los cálidos rayos de aquel precioso sol de primavera calentaran y secaran mi cuerpo. Totalmente abatida. Reconfortada. Increíblemente feliz. Terriblemente avergonzada. Deseaba que me tragara la tierra. Y al mismo tiempo me entristecía pensar que aquella aventura extraconyugal hubiera llegado a su fin tan rápido. Abrí los ojos al escuchar la voz de Alejandro diciéndome:

”Natalia, ahora que estás seca mete las bolsas de la compra en la nevera, y sácanos unas cervezas bien fresquitas” miró a los muchachos ”Si tenéis suficiente edad para follar, la tenéis para beber” ellos asintieron complacidos.

No le pregunté si podía cubrir mi desnudez. Él no me dijo que lo hiciera. Cogí las bolsas, entré en la casa, solo con el tanga de hilos fucsia puesto, y salí vestida igual, poco después, para servirle a él y a nuestros invitados inesperados las heladas bebidas alcohólicas. La mayoría lucía rígidas erecciones. No imaginaba cual sería el siguiente paso de mi marido. Para mi desgracia, no tardé demasiado en averiguarlo.

”Nicolás. Tú eres el que estuvo grabando. Dime qué es lo que más te gustaría hacerle a la zorra de mi mujer.”

El niñato gordo seboso al parecer lo tenía muy claro, porque no tardó ni medio segundo en responder:

”Quiero sentarme en su cara. Y que me coma el culo mientras me follo sus tetazas… Señor” dijo un poco asustado, pero con gesto de baboso.

Nicolás, completamente sudado, miraba a mi marido Alejandro con algo de miedo, ya que no podía terminarse de creer lo que estaba sucediendo, y esperaba que él le diera una paliza por atreverse a decirle eso en voz alta. Pero eso no pasó. Todo lo contrario, el cabronazo de mi marido, sabiendo que ese crío me daba un asco impresionante, sonrió complacido.

”Muy bien Natalia, ya has escuchado al chaval. Túmbate ahí” me dijo, señalando la misma tumbona en la que Rubén abusó de mí, cuando yo creía que era mi marido.

Alejandro le dio el móvil a Rubén, quien acababa de sodomizarme, y le dijo que ahora le tocaba grabar a él.

”Quiero que al principio se le vea bien la cara a mi zorrita, así que por ahora no te sientes en su cara. Deja que sea ella la que te coma el culo, y luego ya podrás hacerlo ¿Entendido Nico?”

El gordo asintió. Sentía la polla a punto de estallarle solo de saber lo que estaba a punto de hacer. Yo quería suplicar a Alejandro que no me obligara a hacer eso. No quería comerle el apestoso culo a ese niñato con obesidad amigo de mi hijo. Pero sabía que no tenía más opción que obedecer… y una pequeñísima parte muy ínfima de mí lo estaba deseando, porque sí. Está claro que soy una zorra y una guarra de cuidado.

Como Nicolás estaba realmente gordo, y a mi marido Alejandro le daba miedo que su peso sumado al mío rompiera la tumbona, cambió de opinión, y en vez de colocarme a lo largo de una estirada, lo que hizo fue poner dos tumbonas juntas y yo apoyada en ellas en perpendicular, a lo ancho, justo en medio. Con mi cabeza y mi espalda puestas encima, y mi culo colgando fuera. Tenía las rodillas flexionadas y los pies apoyados sobre el suelo. Ahora serían dos tumbonas las que aguantarían nuestro peso. Mucho mejor.

Entonces el obeso Nicolás se situó encima mío, de rodillas, con una pierna apoyada a lado y lado de mi cuerpo. Su enorme y fofo culo de foca quedaba justo encima de mi cara. Sin poder contenerse más por probar a la zorra que todos habían catado ya, el crío comenzó a sobarme las tetas con brutalidad, metiendo su gordota polla entre ellas y follándomelas a su placer.

Pero yo no era capaz de moverme. Veía ese culazo enorme, celulítico, feo, y no podía lamerlo. Me daba demasiado asco. Miré a mi marido y susurré su nombre con tono de voz suplicante.

”Alejandro por favor, no me obligues a hacer esto.”

Él se inclinó a mi lado, y me dijo con voz muy segura:

”Sé perfectamente que esto te está encantando, Natalia. Deja de luchar con la puta que llevas dentro.”

A mí se me cayó una lágrima. Le respondí:

”No puedo hacerlo. De verdad que no puedo…”

Entonces el cabrón de mi marido me respondió:

”Si cuando terminen contigo no te has corrido, podrás dejarlo. Te lo prometo.”

¿Terminen? ¿Porqué hablaba en plural? Pero no me dio tiempo ni a preguntar ni a pensarlo más, porque de golpe Alejandro me agarró fortísimo del pelo y empujó mi cara hacia arriba, aplastando mi rostro contra el oscuro valle del culo de Nicolás.

”¡Lámele el culo, zorra de mierda! ¡No me hagas cabrear!” ordenó mi marido, empujando y restregando mi cabeza con saña contra el orto del crío gordo.

Y me di por vencida. Con lágrimas cayéndome por el rostro, alcé mis manos, aparté esas enormes nalgas y pasé mi húmeda lengua por el exterior del orificio, queriendo estar muerta. Rubén estaba a mi otro lado, grabándolo todo con el móvil. Y Nicolás comenzó a jadear complacido.

Mientras yo me ocupaba de chupar con deleite aquel ano asqueroso, Alejandro se dirigió a los hermanos Miguel y Adrián, que volvían a estar empalmados.

”Vosotros dos venid aquí” les ordenó con voz firme.

Los críos tenían pollas más bien pequeñas, uno solo de ellos follando a Natalia no le causaría demasiado impacto. Necesitaba algo más. Y la solución era obvia, al menos para él.

”Vais a meterle vuestras pollas juntas por el culo a Natalia, mientras ella le come el culo a Nico ¿Ha quedado claro?” les preguntó a los chiquillos con ese tono autoritario suyo.

”¡Si, señor!”respondió el mayor de ellos, Miguel. Y como siempre, el joven Adrián sencillamente siguió los pasos de su hermano.

Los críos se situaron entre mis piernas. Alejandro les dijo que cada uno de ellos sujetara una de mis piernas en el aire, para dejar mi culo bien abierto y alzado, y que pudieran follarme mejor. Tiró aceite bronceador sobre sus pollas. Entonces los hermanos pusieron juntos los glandes y empujaron. Mientras, yo había comenzado a meterle la lengua dentro del culo a Nicolás. Una vez superado el horror inicial, solo quería darle el mayor placer posible y que se corriera cuanto antes, por eso le follaba el culo con mi lengua a ese gordo con todas mis malditas ganas, hasta lo más hondo y con intensidad.

”Ahora, ¡empujad juntos! ¡Tenéis que metérsela por el culo al mismo tiempo!” les dijo, y luego dirigiéndose al cabecilla, añadió ”Rubén, ahora graba aquí, luego haz una toma general de todo su cuerpo y los chicos, y luego vuelves a su boca.”

Todos los amigos de mi hijo obedecieron las órdenes de mi marido sin rechistar. De pronto noté como esas dos pollas, que no eran demasiado grandes, pero juntas eran más gruesas que la polla de Rubén, o la de Alejandro incluso, intentaban meterse en mi culo dolorido. Aparté la boca del orto del gordo de Nicolás para quejarme.

”¡AAAAAhh…! Nnoooo… ¡¡Qué daño!!”

Pero Alejandro, en vez de compadecerse de mí, sacó su vena más sádica.

”¡Nicolás siéntate en su cara! ¡AHORA!”

Y en cuanto le dijo eso, Alejando puso sus dos brazos sobre mi estómago, apoyándose con todas sus fuerzas, cosa que provocó gracias al aceite lubricante que mi culo bajase de golpe, empalándome yo sola esas dos pollas de niñato dentro de mi culo ya dañado. El dolor fue tremendo, pero mis gritos fueron ahogados por ese enorme culazo que tapaba mi cara por completo.

”¡¡HHHHMMMMMMHHHHMMMM!!”

Pataleé, me quejé, grité, lloré, y nada. No se apartaron. Ni se movieron. Permanecieron como estaban, hasta que me calmé y dejé de luchar.

Pero al parecer que yo gritara y me moviera de aquella manera con mi cara pegada al culo del Nicolás, provocó que el gordo se corriera sin remedio sobre mis tetas, pues llevaba demasiado tiempo aguantándose.

”¡AaaaAAaahhh! Joder… perdón. No lo pude evitar” se disculpó.

”No te preocupes. Ahora siéntate al revés y que te chupe la polla” le dijo mi marido.

Comerle el rabo a ese gordo asqueroso no era la ilusión de mi vida, pero al menos ya no tendría que meterle la lengua dentro de su sucio culo fofo de foca.

Nico se movió de manera trabajosa con todos aquellos kilos de más que pesaban sobre su joven cuerpo adolescente, y se situó igual que antes, con cada rodilla apoyada a lado y lado de mi cuerpo sobre las tumbonas, pero ahora lo que me quedaba justo frente a mi boca era su polla gordita como él, mojada de semen. Yo no le hice ascos al rabo del pelirrojo obeso. Abrí los labios y me metí ese pedazo blando de carne, que para nada me supo rica, y comencé a mamársela con devoción. No por gusto. Sino por la alegría que me dio poder sacarle mi lengua del culo a ese cerdo amiguito de mi hijo.

”¡Vamos puta calientapollas, esmérate!” exclamó mi marido Alejandro, sin perder detalle de lo que sucedía. Quien tampoco se perdía detalle era Rubén, que lo seguía grabando todo con el móvil.

Para satisfacer a mi marido subí las manos, y masturbé la base de la gordota polla de Nicolás con una, mientras le sobaba los huevotes rechonchos con la otra, y al mismo tiempo succionaba y chupaba con todas mis ganas su asquerosa polla de gordito. A todo esto, los hermanos Miguel y Adrián seguían follándome el culo con sus dos pollitas metidas en él y meneándose como si no existiera el mañana. Ahora que no tenía un apestoso culo en mi cara podía disfrutar mucho más de la fantástica enculada que me estaban regalando esos niñatos, y por qué no, hasta llegó a ponerme como una moto cuando conseguí ponerle dura la polla a Nico el pelirrojo con mi mamada de campeonato. En breve tendría la corrida de los tres chicos sobre mi cuerpo de hembra ardiente.

Estuve chupándole el duro rabo a Nicolás por un buen rato. De pronto el gordo comenzó a jadear como una perra en celo y me dijo.

”Señora... Aaahhh... métame un dedo por el culo... AAaahhhh... ¡Ahoraaa!”

Sabiendo que mi marido se sentiría feliz si obedecía, accedí sin quejarme. Acerqué mi mano al enorme culo del adolescente pelirrojo al que estaba mamándole el cipote y metí los dedos entres sus enormes glúteos oscilantes. Me costó un poco encontrar su pequeño orificio posterior, pero cuando lo localicé, meterle mis dedos fue sencillísimo, puesto que ya estaba bien lubricado por mi comida de culo anterior.

”¡Aaaaaahhh! ¡Siii.... que gustoooo!” jadeó el gordo pecoso, sintiéndose en la gloria.

”Yo... ¡Estoy a punto de correrme...!”avisó Miguel.

”¡Aaaahhh... Aaaahhhh... Aaaaaaaaaah...!” su hermano menor Adrián gemía fuerte.

Todos estaban listos para correrse. Y yo también estaba al borde del orgasmo. Solo que mis jadeos quedaban ahogados por la gordota polla de Nicolás.

”¡HhhhhhhHhhhhhHhhhmmm!” salía de mi boca.

Decidí meter un segundo dedo dentro del culo gordo del pelirrojo. De golpe y porrazo, los hermanos de pelo castaño encastaron sus pollas juntas en lo más hondo de mi recto y comenzaron a soltar una cantidad extraordinaria de leche juvenil que provocó que mis entrañas ardieran. Al mismo tiempo, Nicolás, con mis dos dedos follando su culo, incrustó su rabo gordo muy profundo en mi garganta y eyaculó de manera abundante.

Tanta leche dentro de mí me causó el orgasmo más intenso que haya tenido hasta la fecha. Yo no sé si fue por la degradación, por las humillaciones sufridas, porque mi marido estaba viéndolo todo, y además el mejor amigo de mi hijo y líder de aquella pandilla, Rubén, lo estaba grabando todo en vídeo. Algo de todo eso, o la mezcla de todo hicieron que llegara al clímax de manera muy potente. Todo mi cuerpo se convulsionó, soltando una cantidad ingente de jugos por mi coño ávido de polla....

”¡¡AAAAAAAAaaaAAaAAAaaaAAAaAAHH!!” ahora que Nico había sacado su polla de mi boca, podía gemir bien alto.

Pero mi cuerpo, actuando por voluntad propia, además de proporcionarme un increíble orgasmo, hizo algo que yo no tenía en mente, pero que salió así, y cuando empezó no fue capaz de pararlo, pues sentía todo mi cuerpo completamente relajado y sin fuerzas. Sin más, comencé a soltar un chorro de claro pipí sobre Miguel y Adrián, que todavía tenían sus pollas bien metidas en mi orto dilatado, palpitante y dolorido.

”¡Se está meando!” exclamó el más pequeño de ellos.

”¡Que guarra, señora!” dijo el mayor.

Yo no era capaz de reaccionar, ni de hablar, solo dejaba salir aquel fino chorro de líquido translúcido sobre los chicos, que se apartaron rápido de mí.

Aquello le dio una mala idea a Alejandro, que se acercó a mi lado, cuando ya había terminado, y apuntándome con su polla dijo al resto de muchachos.

”La cerda se ha atrevido a mearse encima de vosotros ¡Ahora le toca a ella recibir nuestras meadas!” miró a Rubén ”Todos ¡Tú también semental! Pero no dejes de grabar ¡jajajaa!”

Cuando escuché aquello dirigí mi mirada hacia mi marido, como diciéndole en silencio “Serás cabrón...”, pero él pasó de mí como de comer mierda.

Nicolás se salió de encima de mí y fue a situarse junto al resto de muchachos. Allí estaban todos los participantes en esta curiosa orgía que habíamos tenido en el jardín de mi castita de veraneo. Estaban los amigos de mi hijo Rubén el líder de la pandilla, Miguel y Adrián los hermanos, Nico el gordo seboso, y además estaba Alejandro mi marido. Todos en círculo a mi alrededor y con sus pollas en la mano.

”Aaaaaaaaaaaaah...” fue mi marido soltándome encima su meada con un jadeo placentero que dio el pistoletazo de salida.

Acto seguido todos los chicos se unieron a él. Nicolás se meó en mi cara, los hermanos sobre mis tetas, y Rubén sobre mi coño. Yo permanecía quieta, callada, con los ojos y la boca bien cerrados para no tragarme nada. Era la humillación final. Ya no podía sentirme más cerda, más guarra y más puta.

¿O si...?

De nuevo fue mi marido quien me sorprendió con sus siguientes palabras.

”Natalia, ha quedado más que demostrado que eres una zorra caliente y comepollas” yo lo miraba entre extasiada y en otro mundo. Alejandro siguió hablándome ”Y ya que eres una puta, a partir de ahora los chicos podrán pagarte por tus servicios.”

Yo estaba quedándome pálida por momentos, pero mi marido siguió a lo suyo, martirizándome hasta extremos insospechados. Y todo por haberme pillado en la piscina teniendo un orgasmo con Rubén metiéndome los dedos en mi coño. ¿Cómo algo así podía haber derivado en algo como esto? ¿De verdad que ahora sería la puta de los amigos de mi hijo? Mi coño, más sincero que mi mente, palpitó complacido con la idea.

”Si quieren una mamada 5 euros. Meterla por tu culo serán 10. SI les apetece un doblete como hoy, por la boca o por el culo hay precio especial de amigos. Y tú no podrás quejarte. Por eres más zorra que las gallinas Natalia” aquella última afirmación, tan cierta, cayó como un jarro de agua helada sobre mí. Alejandro prosiguió con las instrucciones ”Y cada vez que hagas un servicio, lo grabarás y me mandarás el video o una foto, y el dinero, ya que ahora, al parecer, además de tu marido, soy tu chulo.”

Yo seguía en absoluto silencio, entre aterrorizada y más excitada que jamás en mi vida.

”¡Respóndeme pedazo de guarra insaciable! ¿¡Lo has entendido!?” me gritó.


”Ssi mi amor. Soy una puta y podrán pagarme por mis servicios” le respondí casi sin voz.

lunes

El jardín de la delicias #2

Mi marido me convierte en la puta de los amigos de mi hijo, como Amo dominante. No consentido. Dominación. BDSM.


Justo en el momento más humillante de todos, cuando estaba metida en la piscina de mi casa de veranero con los dedos de Rubén, el mejor amigo de mi hijo insertados en lo más hondo de mi coño de puta, justo entonces, apareció mi marido.

”Esta puta es de mi propiedad. ¿Quién cojones os habéis creído que sois para ponerle las manazas encima sin pedirme permiso?” dijo Alejandro, dejando las bolsas de la compra a un lado, y acercándose a la piscina con un gesto serio y de absoluta autoridad.

Yo no podía saberlo entonces, me lo contó más tarde, pero en ese momento mi marido Alejandro se sentía tremendamente excitado por lo que había visto. Cuando llegó con la compra, estábamos todos tan inmersos en lo que ocurría en la piscina que nadie escuchó el auto llegar. Al entrar al jardín, mi marido se quedó alucinado por la escena que se encontró allí. Pero ya que todos estaban empalmados y la zorra de su mujer cachonda como una perra, decidió aprovecharse de la situación en su propio beneficio, y para el de todos.

Todos los críos, incluido Rubén, el líder de la pandilla, se habían quedado paralizados por el miedo, con sus duras pollas provocando tensas tiendas de campaña en sus bañadores.

Entonces el líder recuperó más o menos la compostura, y se acercó a la escalerilla para salir del agua, mientras le decía a Alejandro.

”Señor, nosotros ya nos íbamos.”

Pero mi marido no se lo iba a poner nada fácil.

”¡¡Como intentéis escapar irrumpiré en vuestros cuartos a media noche y os follaré el culo tan duro que os convertiré en mis zorras maricas por el resto de vuestras miserables vidas!! ¿¡Entendido!?”

EL adolescente rubio se quedó completamente quieto y pálido, allá donde estaba dentro de la piscina conmigo, y el resto de sus amigos, fuera de ella, igual. A mí me latía tan fuerte el corazón dentro del pecho que la percusión del mismo me reverberaba en los malditos tímpanos. Estaba a punto de sufrir un paro cardíaco, pero de verdad. Creo que no me he sentido tan asustada jamás en mi vida, ni cuando creí que sería violada por esa panda de pervertidos amigos de mi hijo. Que Alejandro se enfadara conmigo, que quisiera el divorcio… solo podía pensar que le había defraudado como esposa, aunque hubiese sido de manera no consentida. Pero al final lo había terminado disfrutando, y eso fue lo único que vio Alejandro, a la puta de su esposa corriéndose con las manos del mejor amigo de su hijo manoseándola por todas partes.

”Alejandro…” susurré su nombre con miedo.

Pero mi marido me ignoró soberanamente. Se dirigió a Rubén, el líder de la pandilla.

”No te mees encima, semental. Empieza a masturbarte, necesito que tengas la polla bien dura para lo que vas a tener que hacer” le dijo al crío ”¡Esto va por todos! ¡Manos dentro de los bañadores!” exclamó, mirándolos a todos con intensidad.

Rubén se metió la mano dentro del bañador y empezó a pajearse, y el resto de amigos, situados fuera del agua y que hasta ahora solo habían sido meros observadores, le copiaron, obedeciendo la orden del adulto. Mi marido dirigía todos nuestros movimientos, como si fuese el director de una orquesta pervertida y viciosa.

”Nat, ven aquí” ordenó Alejandro, señalando justo en frente de él.

Fui a situarme donde me decía. Era una zona bastante profunda de la piscina en la que estaba metida con Rubén, y terminé caminando de puntillas, medio nadando, para poder llegar.

”¿Estás cachonda, mi vida?” me preguntó.

Yo no quería tener que aguantarle la mirada, pero peor era pensar que los amigos de mi hijo estaban alrededor masturbándose y mirándome fijamente. Así que clavé mis pupilas en las suyas y le dije, abrazándome a mí misma por el estómago y los pechos:

”Ssi…” en un susurro tan bajo que casi fue imperceptible.

Alejandro se regodeaba en su papel de Dueño y Amo dominante.

”No tenemos condones, y Natalia no toma ningún método anticonceptivo, así que no puedo dejar que te la folles por el coño. Lo entiendes, ¿verdad, semental?” le dijo a Rubén.

”¡Claro, señor!” respondió rápidamente el cachorro alfa de la pandilla de amigos de mi hijo.

Casi me muero cuando Alejandro me obligó a ponerme con el culo en pompa, ofreciéndoselo a mi amante casual, como una puta cualquiera. Ahora mis pies no tocaban el suelo de la piscina ni de lejos. Mi pelvis había quedado pegada a la pared interior, y tenía mis enormes pechos aplastados contra el embellecedor de tablas de madera que había en por todo el borde, para evitar patinazos.

”Mira que eres torpe, Nat. He dicho que se lo enseñes. Así no puede ver nada” insistió con mala hostia mi marido.

Por enésima vez aquel día, cumplí con su voluntad, abriéndome ambas nalgas con mis propias manos, para dejar a la vista de todos los presentes mi estrechito agujero posterior. Alejandro sabía que yo odiaba el sexo anal, y las contadas veces que le había permitido meterme su enorme polla por ahí atrás, lo había pasado francamente mal. Así que le dediqué una mirada cargada de odio. Pero no me moví de cómo estaba puesta. No sé por qué. Necesitaba sacar a la puta que había en mí. Darle más alegría a nuestro matrimonio, algo monótono últimamente. Cumplir con su voluntad. Satisfacerle en todo. Y quien sabe, si a partir de aquel día, si soportaba el castigo de dejarme sodomizar por Julián por ser una mala madre, una puta, una cachonda mental, luego me ganaría como recompensa unos polvos de alucine.

Mi vergüenza podía conmigo, así que dejé de mirar con odio a mi marido, relajé mis facciones y agaché la cabeza, apoyándola también sobre la madera. En absoluta señal de sumisión a Alejandro. No hacía falta que se lo dijera en voz alta. Él sabía que yo acataría todas sus órdenes, dentro del marco sexual de nuestro matrimonio.

”Así está mucho mejor, puta” me dijo mi marido.

Escucharle llamarme así me provocó una oleada de electrizante placer que me recorrió todo el cuerpo con violencia. Mi coño comenzó a palpitar reclamando polla de nuevo, y mi orificio posterior se relajó, a la espera de lo que se le venía encima.

”Semental, ¿tengo que explicarte lo que tienes que hacer?” increpó al muchacho.

”¡No, señor! ¡Ya voy!” respondió el líder de la pandilla.

Rubén estaba alucinando. No podía creerse que el propio marido de la hembra de sus sueños le obligara a follársela por el culo. Joder. Sentía una tremenda excitación con solo pensar en lo que estaba a punto de hacerme. Se le notaba en la cara de salido que ponía.

”Y tú gordo seboso ¡Grábalo todo bien! ¡Quiero tener el vídeo de recuerdo!” ordenó Alejandro.

Cuando Nicolás escuchó eso volvió a accionar la cámara del móvil, enfocando el objetivo hacia donde estaba yo, prácticamente desnuda, medio salida de la piscina, con las manos abriéndome las nalgas. El gordo pelirrojo cogió valor y se acercó, para hacer un primer plano de mi orto y de la polla de Rubén, que pronto estaría alojada en mi interior.

Rubén se mordió el labio inferior al ver mi estrecho orificio. Escupió sobre él y frotó su glande contra mi entrada con rudeza. El crío jamás le había metido la polla por el culo a ninguna chica, pero había visto cientos de videos y sabía cómo proceder. Mantuve mi actitud sumisa hacia mi marido, con la cabeza apoyada sobre el suelo y la mirada baja, puesta en los pies de Alejandro, que lo estaba viendo todo desde primera fila. Yo intentaba controlar mi respiración y mi cuerpo, relajando todos mis músculos lo máximo que era capaz, para tratar de no sentir tanto dolor cuando me violentara con su duro rabo de adolescente.

”Prepárese, señora” anunció el rubio.

A continuación, Rubén me agarró por las caderas y empujó de manera firme contra mi culo. Yo misma mantenía apartado el hilo de mi tanga brasileño fucsia, para que no le molestara.

”¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!” grité yo.

Solté un fortísimo alarido cuando aquel cilindro de carne dura, gruesa, larga y que tanto me recordaba a la de mi propio marido me taladró, empalándome con violencia. Aquella polla enorme y dura se había abierto paso por mis prietas carnes con seguridad y rudeza, ignorando completamente mi bienestar y solo preocupándose por el suyo.

”Alejandro… Por favor… ¡Detén esto!” le supliqué a mi marido, con la polla del mejor amigo de mi hijo metida en lo más hondo de mis entrañas.

”Natalia, mi amor. Fuiste tú la que tuviste un orgasmo con ese niñato metiéndote mano, y los otros mirándote. Ahora atente a las consecuencias de tus actos de puta” me respondió mi marido.

Aquellas duras palabras se me clavaron en el corazón como hirientes dagas afiladas. La cosa quedaba clara entre nosotros. O aceptaba el castigo que él quisiera imponerme de manera sumisa y obediente, o lo más seguro es que pidiera el divorcio en cuanto llegáramos a casa.

”Lo siento. Tienes razón. Perdóname” susurré, volviendo a quedar tumbada sobre el suelo, con el culo en pompa y las piernas metidas dentro de la piscina.

Entonces Alejandro se dirigió al niñato rubio que tenía su polla metida en mi culo.

”Semental, quiero que la folles tan duro que no pueda volver a sentarse en un mes.”

Rubén asintió. Me agarró las muñecas y usó esa sujeción para embestirme con fiereza, encastándome su durísimo cilindro de carne en lo más profundo de mis entrañas de zorra.

”¡AaaaAaaaaaAaaAaaaahhh!” yo gemía como una puta perra en celo.

Y mi sodomizador se iba animando con mis lastimeros quejidos mezclados con hondos jadeos de gozo, así que poco a poco aumentó el ritmo al que me penetraba, llegando a adquirir una velocidad endiablada. Su cuerpo de adolescente arremetía contra el mío con dureza y salvajismo, haciendo que con cada embestida no solo sintiera un punzante dolor en mi orto destrozado, sino que además me clavaba la pared de la piscina en mis piernas y mi bajo vientre. Aunque eso último era lo de menos.

Mi marido Alejandro debió ponerse cachondo con aquello, porque a los pocos minutos de haberse iniciado la brutal sodomización, se arrodilló ante mí y se sacó la polla de dentro de los pantalones.

”Mientras te destroza el culo vas a hacer lo que más te gusta en el mundo zorra, chupar una buena polla” me dijo para mi vergüenza. Y luego, señalando a los hermanos castaños, les ordenó ”¡Vosotros dos venid aquí ya mismo!”

Miguel y Adrián se pusieron cada uno a un lado de mi cuerpo. Rubén me soltó las muñecas, para que pudiera agarrar los pequeños miembros de aquellos dos muchachos y masturbarles.

”¡Nicolás!” llamó al obeso del móvil ”Ya sabes lo que quiero. Encárgate de hacer unas buenas tomas y cuando terminemos tendrás algo especial solo para ti.”

Aquello ya me gustaba menos. Nicolás me daba grima. Es que era francamente desagradable, con todos aquellos incontables kilos de más que volvían a su figura un tapón orondo y nada sexy. Además, se le notaba que era un maldito pervertido de cuidado, con lo joven que era. Pero no podía negarme a nada. No, si quería mantener vivo mi matrimonio. Y eso era lo único que realmente me importaba. Eso y que me sentía caliente como jamás en mi vida.

Entonces Alejandro me obligó a abrir la boca al máximo y situó su gordote glande en ella.

”¡Dale todo lo fuerte que puedas, semental!” le ordenó a Rubén, que le obedeció al acto.

El mejor amigo de mi hijo agarró con saña mis glúteos, arañándolos, y empezó a penetrarme con todas sus malditas fuerzas, y por culpa de aquellas potentes embestidas, dignas de un verdadero semental, mi cuerpo se veía inevitablemente empujado hacia delante, porque ni mis manos podía usar para frenarme, ya que las tenía puestas sobre las pollas de los hermanos Miguel y Adrián, que estaban alucinados con todo eso. Al no poder frenarme, con cada potente penetración, mi propia cabeza se iba hacia delante con rudeza, incrustándome yo sola el durísimo rabo de mi verdadero semental dentro de la maldita garganta, hasta las putas pelotas me lo estaba comiendo.

”¡¡HhhhHhhhHhhhmmMmmMmMMM!!”

Mis alaridos quedaron apagados por el grueso rabo de macho que ocupaba cada centímetro de mi boca y de mi garganta. Alejandro me agarró la cabeza por los lados y empezó a embestir contra mi cara, acompasando sus potentes empujones con los de mi sodomizador salvaje, así que ambos varones me follaban uno por el culo y otro por la boca, aprovechando el momento en que el otro empujaba contra mi cuerpo con todas sus fuerzas, para hacer el contrario exactamente lo mismo, y así conseguían insertarme sus duros mástiles de machos hasta lo más hondo que eran físicamente capaces, destrozándome por dentro. Y cuanto más dolor sentía, cuanta más vergüenza me embargaba, mayor era el charco de jugos que cubría mi coño ardiente y necesitado de una buena polla que se lo follase.

Aquella doble penetración tan brutal por mi culo y por mi boca duró lo que a mí me pareció una eternidad. Llegó un momento que mi mente se evadió, y ya no pensaba en nada más que en conseguir sacar y dar todo el placer posible de aquellas pollas que me rodeaban, las de mis manos, las que maltrataban mis orificios... Yo era puro sexo, un jodido animal lujurioso, y necesitaba recibir la corrida de todos aquellos machos para sentirme satisfecha. Hasta mi manera de jadear con el duro rabo de mi marido atravesándome el cuello cada vez que embestía contra mi cara habían cambiado. Ya no gritaba quejándome por ese trato, ahora gemía de puro placer como una auténtica puta. Porque eso era lo que era. La puta de la madre de Julián que estaba dejándose encular por su mejor amigo Rubén, le estaba pajeando sus pollas a sus amigos Miguel y Adrián, estaba mamándole el duro rabo a su esposo como una auténtica zorra de campeonato, y aun no sabía qué más guarradas me vería obligada a hacer con el gordo seboso que por ahora solo lo estaba grabando todo.

”¡Hhhhhmmmm..! ¡Hhhhhmmmm..! ¡Hhhhhmmmm..!” yo jadeaba de manera rítmica y muy morbosa, con la boca ocupada de rica polla de semental cachondo.

De pronto Rubén, el mejor amigo de mi hijo, y líder de esta pandilla de fines de semana, exclamó.

”¡AaaAaaAaahhh...! ¡Ya no puedo... aguantaaar... Hnmmm... mucho maaaas...! ”

”¡Solo un poco más Semental! ¡Contente hasta que yo empiece a correrme! ¡AaaAaaaAaaahh! ¡Me falta muy poco ya!” le respondió marido Alejandro.

”¡Sí, señor! ¡Aguantaré! ¡AaaAaaAaahhh..!”

Al momento, ambos varones comenzaron a follarme como si no existiera el mañana. Mi amado esposo me violentaba la boca, atravesándome la tráquea y llegando muy lejos en mi estrechita garganta cada vez que me empotraba con su durísima polla de semental. Y el amigo de mi hijo me destrozaba el orto a base de durísimos pollazos, empalándome tan fuerte que parecía que quería atravesarme el maldito estómago con su rabo duro como una piedra. Yo lloraba por el extremo dolor que me estaban haciendo sentir, que estaba extrañamente unido a un placer sin igual.

”¡¡HHHHHHHHHHHHHHHMMMM!!!” gemí fortísimo cuando empecé a correrme.

Mi cuerpo se convulsionaba de manera muy violenta. Como había dejado de masturbar a los hermanos Adrián y Miguel, cada uno puso sus manos sobre una de las mías, y me obligaron a seguir cascándoles las pollas mientras me corría. Alejandro, al notar mi convulsión, le dijo a Rubén.

”¡Ahora semental! ¡¡CORRETE!! ¡¡AAAaaaAAAaaAAAAAAHH!!”

”¡¡SIIIIIIIIIIIIIII SEÑOOOOOOR!! ¡¡AAAAaAAAAAAAAHHH!!” le respondió el crío.

A continuación sentí la boca llena de la lechada espesa de mi marido Alejandro, y el orto inundando con la ardiente corrida del mejor amigo de mi hijo. Seguí corriéndome mientras ellos me llenaban de su esencia masculina. Incluso los hermanos a los que masturbaba eyacularon un poco sobre mí y mucho sobre el suelo.

Cuando todos hubieron terminado de correrse, noté como la gruesa polla de Rubén comenzaba a desinflarse, retirándose poco a poco del interior de mi maltrecho ano. Me dolía horrores por la brutalidad de sus embestidas, pero al mismo tiempo acababa de tener un orgasmo tan poderoso que me había dejado sin respiración. Pero Alejandro no iba a dejarme descansar tranquila ni un momento. Con aquellos cuernos consentidos, deseados, pero no pedidos, me estaba encontrando con una de cal y otra de arena. Mi marido me sacó su rabo de semental de la boca y me dijo.

”Todavía no has terminado con tu trabajo, perra del demonio. Limpia el suelo. No quiero que quede manchado.”

Me impulsé para salir de la piscina. Mojada como estaba, y me quedé a cuatro patas sobre el suelo. Mi mirada se mantenía fija sobre el piso. Veía como mis generosos pechos se balanceaban, dejando caer goterones de agua desde mis abultados pezones hacia el suelo. Si. Era una perra. Sin lugar a dudas. Y una gran puta. Una comepollas ávida del semen de cualquier hombre o crío que me lo quisiera dar.

Me situé frente al mayor de los hermanos, Miguel, a sus pies. No alcé la mirada en ningún momento. Me aterrorizaba lo que podría descubrir en aquellos ojos extraños si me veía reflejada en ellos en ese vergonzoso momento. Vi la mancha de semen esparcida sobre el suelo. Sin dudarlo, me incliné y le pasé un lento lengüetazo por encima. Como antes en la piscina, los amigos de Julián no hablaban. Ni si quiera se movían, para no romper la sexual magia del momento. En pocos minutos conseguí tragarme aquel espeso y amargo líquido blanquecino.


Mientras proseguía con mi procesión hacia su hermano menor, Adrián, podía notar los ojos de todos los presentes mirando cada centímetro de mi cuerpo. Analizándolo. Viendo mis enormes tetas colgonas, y por detrás noté como comenzó a rezumarme la abundante corrida de Rubén de mi orto dolorido. El ano me palpitaba de manera intensa, y con cada convulsión, salía un chorro de semen que caía desde mi trasero mal cubierto por el hilo del tanga fucsia, por el interior de mis piernas. Era todo tan denigrante... Repetí la operación. Siempre con la mirada baja, saqué la lengua y limpié la corrida del más joven de los chicos presentes del suelo. Pensé que al menos no era tan amarga como la de su hermano mayor.

sábado

El jardín de la delicias #1

Los amigos de mi hijo abusan de mí en la piscina, aprovechando que mi marido salió a comprar comida. Lo que no esperan es que él aparezca de nuevo. No consentido.


Aquel era el primer fin de semana soleado tras los interminables meses de invierno, y por ese motivo mi marido Alejandro y yo decidimos, en cuanto nos levantamos de la cama, que era la ocasión ideal para subir a la casita con piscina que teníamos alquilada en una tranquila urbanización a tocar del bosque, a unas dos horas en coche de la capital, donde teníamos nuestra residencia habitual.

“Vamos chicos, daos un poco de brío o no llegaremos” dije, levantándome de la mesa de la cocina, donde estábamos tomando el desayuno.

“Ay mamá no seas pesada” respondió con su natural insolencia mi hijo Julián, quien todavía no había tocado su comida, y se dedicaba a enviar whatsapp a diestro y siniestro, imagino que a sus amigos de la urbanización, avisándoles que llegaríamos en unas horas.

Rápidamente intervino Alejandro, mi marido:

“¿Qué te he dicho de hablarle mal a tu madre?“ le recriminó, dándole una sonora colleja del todo bien merecida.

Julián se quejó por el toque, pero funcionó. Se terminó el desayuno de manera apresurada. Luego se puso en pie, y salió disparado hacia su habitación, a hacer la mochila. Comencé a recoger la taza sucia de mi hijo, pero me tuve que quedar quieta, pues de repente noté la gran mano de mi marido posándose sobre mi trasero.

“No se lo tengas en cuenta, Natalia, está en una edad difícil“ me dijo él, acariciándome una de mis nalgas con su gran mano, firme y robusta.

“Lo se mi amor, solo espero que no le dure demasiado esta fase, porque es de lo más difícil tratar con él “ acto seguido me incliné y le di un suave beso en los labios.

Adoraba a mi marido. Era un hombre bueno, y fogoso en la cama. Además, poseía un físico ideal para mí, era alto, musculado, por las horas que pasaba en el gimnasio. Tenía el pelo rubio ceniza cortado al estilo militar, muy corto, y los ojos color marrón.

Eran exactamente las diez de la mañana cuando al fin lo tuvimos todo preparado. Cada uno llevaba sus cosas al hombro, y salimos de casa para ir a buscar el coche, aparcado no muy lejos de allí. Cuando abrimos la puerta de salida a la calle, cual fue nuestra sorpresa al encontrarnos a Jessy, la que había sido la novia de mi hijo el último año y medio, sentada en un banco, con ojos hinchados y aspecto triste y abatido. Había sido una relación bastante turbulenta, con muchos gritos y lloreras, pero también con mucha pasión, así como son los amoríos entre adolescentes.

En el momento en que Julián vio a Jessy, salió corriendo hacia ella, se arrodilló en el suelo a su lado y la abrazó, diciéndole algo inteligible al oído. Ella le respondía con cariño, acariciándole la mejilla.

“Uff, nos hemos quedado sin piscina” refunfuñé por lo bajo. Conocía a mi hijo a la perfección, sabía lo apasionado que era, casi tanto como su padre, y si intentábamos separarlo de ella en el momento de la reconciliación, nos daría un fin de semana infernal, a base de malas palabras, patadas, portazos y demás. Y si nos esperábamos a que lo arreglaran nos iban a dar las uvas.

Alejandro debió leerme el pensamiento. Miró al reluciente sol que brillaba de manera majestuosa desde las alturas, y tras unos segundos pensándoselo, me respondió:

“Ni hablar. No dejaré que ese culebrón, que ni si quiera tiene que ver con nosotros, nos joda el fin de semana”

”Pues ya me dirás tú qué podemos hacer. Saber perfectamente cómo se pondrá de insoportable Julián si lo llevamos a rastras” le repliqué, desanimada.

”Pues no lo haremos” fue su enigmática respuesta, que fue seguida de una gran sonrisa, la misma que me ponía cuando estaba a punto de decirme algo que sabía que no me gustaría, pero que tendría que aguantarme...

”¿Cuál es tu genial idea?” dije, intentando tirar del hilo.

”Julián, en poco tiempo será mayor de edad...” mi rostro empezó a cambiar al de “No estarás pensando lo que creo que estás pensando”, y sí, mis temores quedaron corroborados cuando Alejandro continuó hablando ”Sé que no te hace gracia, pero éste es un momento tan bueno como cualquier otro para probar su madurez, y saber si podemos confiar en él.”

”¿¡Estás diciendo que lo dejemos solo en casa dos días!?” de alguna forma conseguí soltar un bramido lo suficientemente tenue para que solo me escuchara él ”Va a subirse a Jessy. Van a... ¡Ya sabes lo que van a hacer! ¿Cómo pretendes que lo consienta?”

Mi marido, sin perder esa encantadora sonrisa por la que me derretía, me respondió:

”Jajaja ¿Quién habla ahora Natalia, tú o tu madre?” se reclinó hacia mí y me susurró al oído ”Si quieren follar lo van a hacer igual, les dejemos o no la casa. Digo yo que será mejor que estén aquí que tirados por cualquier otro lado...”

En ocasiones mi marido sabía cómo meter el dedo en la llaga. Si hay algo que no soporte es que me diga que me parezco a mi madre, y menos en asuntos de la crianza de los hijos. Además, Alejandro tenía razón, si Julián y Jessy querían echar un polvo, lo harían igual en cualquier otro lugar. Y yo, con unos magníficos 38 años tan bien llevados, tenía que demostrar que podía ser una madre mucho más abierta y cercana de lo que fue la mía, por mucho que me costara hacerlo.

”Está bien” susurré a regañadientes.

Alejandro se acercó a la pareja, que seguía en melodrama particular, y les dio la buena noticia. Yo le seguía a poca distancia, dejando que fuese él quien se llevara la gloria por ser el progenitor permisivo y de más buen rollo. La verdad es que el papel se ajustaba a la perfección a su carácter abierto y sociable.

”Julián, nosotros nos vamos” dijo mi marido a nuestro hijo, quien estuvo a punto de abrir la boca para discutirle, por suerte Alejandro no se lo permitió ”Te quedas al cargo de la casa. No la cagues.”

En cuanto Julián comprendió lo que le estaba diciendo su padre, puso los ojos como platos y se quedó mudo. Con la boca abierta. Cuando consiguió reaccionar, saltó sobre Alejandro, abrazándolo con fuerza.

”¡Gracias papá! ¡No voy a cagarla! ¡¡Prometido!!” le dijo, muy alegre. Luego se giró hacia mí y me dio otro abrazo, seguido de un cariñoso beso en la mejilla ”Siento lo de antes.”

¿Qué iba a hacer yo ante semejante muestra de afecto? Pues sonreír como una tonta y devolverle el beso con todo mi amor.

Alejandro y yo llegamos a la urbanización cuando ya eran pasadas las doce del mediodía. La casita que teníamos no era de las más grandes de por allí, pero sí que era coqueta y acogedora.

En la planta inferior, la que estaba a ras de suelo, estaba el comedor, y tenía una chimenea que a veces usábamos cuando hacía peor tiempo. Al otro lado estaban el lavabo de cortesía de los invitados y la cocina y el lavadero. A lo largo de toda la pared que daba al exterior, donde estaba la piscina, teníamos puestos unos enormes ventanales con puertas correderas de aluminio, tan blancos como la fachada. En el piso de arriba era donde estaban nuestra habitación de matrimonio, el despacho de Alejandro, el cuarto de nuestro hijo, y dos lavabos más. No podía quejarme, la vida nos sonreía.

Cuando aparcó tras la verja, Alejandro no se bajó del coche.

”Ya voy yo a comprar la comida. Tú vete a la piscina y descansa, Nat” fueron sus amables palabras.

Normalmente, por su interminable horario de trabajo, suelo ser yo la que se encarga de todas las fatigosas tareas del hogar, desde poner la lavadora, a hacer la comida, la compra, barrer, y un largo etcétera. Así que cuando subimos a la urbanización, Alejandro intenta compensarme tratándome como una reina, cosa que le dejo hacer encantada.

”Vale mi amor. Nos vemos en un rato” respondí, cogiendo las maletas de los dos del asiento trasero del coche.

El sonido del motor se iba perdiendo en la lejanía mientras subía al piso de arriba. Guardé la poca ropa que habíamos traído con nosotros en el armario. Cuando el ronroneo se disipó del todo, me tomé un minuto para disfrutar la paz que se respiraba en aquel lugar.

La casa estaba completamente rodeada por la montaña, solo teníamos vecinos a lado y lado, pero los alargados y frondosos jardines hacían de separación natural entre nuestras casas, otorgándonos intimidad y mucha calma.

Fui hacia la ventana y la abrí de par en par. Respiré hondo. Aquello era una maravilla. Conseguiría recargar las pilas, y volver con fuerzas renovadas a la ciudad el domingo por la noche.

Tal y como Alejandro me había pedido que hiciera, me desvestí completamente, quedándome desnuda. Alcé la mirada y observé el reflejo en el espejo de la puerta del armario. Mi piel estaba pálida, pues aquella era la primera vez que iba a tomar el sol en varios meses. Aun así, a mí me gustaba. Al ser tan pálida, el moreno natural de las ondas de mi larga melena, todavía lucía más cuando lo llevaba suelto sobre todo. Ojos verde oscuro. Labios carnosos.

Bajando la mirada, llegué hasta mis pechos, grandes, hinchados, levemente caídos, por haber dado de mamar a Julián y por el efecto de la gravedad con paso de los años. Aun así me sentía secretamente orgullosa de ellos. Con el escote y el sujetador adecuados, todavía podía provocar miradas lujuriosas de los hombres a mi paso. Aunque no suelo vestir para destacar. Un poco más abajo llegué hasta mi entrepierna, perfectamente depilada al cero.

Ni muy gorda, ni demasiado delgada. En general, mi anatomía tiraba más hacia la generosidad, con unas caderas algo pronunciadas, que hacían que mi cintura resultara agradable de ver, y un trasero suave y delicado. A mi marido le encanta mi cuerpo. Se pasaría el día entero mirándome desnuda si pudiera. A mí no tanto. Soy tímida y me da vergüenza pasearme desnuda por la casa, por si alguien pudiese llegar a verme.

Saqué mis trajes de baño de la bolsa. Había traído dos. Normalmente, para utilizar delante de mi hijo y sus amigos, suelo llevar un bañador con pernera tipo pantalón corto, negro, y que cubre la máxima cantidad de carne posible, dentro de sus posibilidades. Es con lo que más cómoda me siento.

Pero aquel fin de semana solo estaríamos Alejandro y yo, así que había cogido otra prenda, un bikini brasileño que nada tenía que ver con mi triste y casto bañador negro. Todo lo contrario. Para empezar era de color fucsia brillante. Nada discreto. La parte de arriba consistía en dos triángulos tan pequeños que me tapaban los pezones a duras penas. Los triángulos iban sujetos con cuatro cordeles, todo del mismo color. Dos de los cordeles me los até a la espalda y los otros dos en la nuca. Realmente no servía para sujetar ni alzar mis grandes pechos. Ni tampoco servía para nadar. Solo para lucirlo.

La parte inferior del bikini era un diminuto rectángulo, ancho y largo como mi dedo gordo. Así que solo quedaba cubierto mi clítoris. Algo asustada, descubrí que mis labios gruesos exteriores quedaban muy a la vista. Me sonrojé y excité al verlo. Pero que puta podía llegar a ser... Me mojé solo con pensar las guarrerías que me haría mi marido cuando llegara a casa y me viera vestida de aquella espectacular manera. Pasé una tira finísima por debajo de mi coño, luego entre mis generosas nalgas, y al final con los dos hilos restantes hice dos lazadas, a cada costado de mis caderas.

Cuando terminé me miré al espejo de nuevo. Joder qué cambio. Mi cuerpo no era el de una quinceañera, pero rezumaba voluptuosidad por cada poro de mi anatomía al descubierto. Cogí el aceite solar en spray, un pareo translúcido de un rosa un poco menos chillón, me puse las chanclas del mismo color, y mis gafas de sol oscuras. Luego bajé al piso de abajo. Al pasar por el comedor miré la hora en el reloj, era casi la una del mediodía. Esperaba que Alejandro no se retrasara demasiado en volver con la comida. Aunque algo me decía que de comer sería de lo último que se iba a preocupar cuando me viese vestida de aquella depravada manera.

Salí al jardín, dejé el pareo estirado sobre la que solía ser mi tumbona, y me senté encima, de lado. Eché un chorro de spray de aceite bronceador sobre mi brazo izquierdo y lo fui esparciendo con la mano. Allá donde me ponía el oscuro aceite la piel adquiría un reluciente tono tostado y reluciente. Luego hice lo mismo por mi otro brazo.

De pronto escuché que alguien tras de mí se ponía aceite del bote de spray en las manos y comenzaba a repartirlo por toda mi espalda.

”Alejandro, cariño, que pronto has vuelto” le dije sonriendo.

Pero no obtuve respuesta por su parte. Claro, estaba tan ocupado fijándose en cada detalle de mi cuerpo casi desnudo, que su cabeza no llegaba a procesar mi voz. Estaba segura de ello. Cerré los ojos y disfruté de las atenciones que me daba.

Acto seguido, mi marido se puso más aceite en las manos, y esta vez las pasó sus manos desde atrás donde estaba puesto a mi espalda, por debajo de mis grandes pechos, apretando con ganas sus dedos contra mi mullida piel.

”Hmmm... Veo que te ha encantado mi nuevo bikini” le dije de manera coqueta y juguetona.


A modo de respuesta, mi marido gruñó y comenzó a mordisquearme el cuello por un lado. Alzó sus manos, situándolas justo encima de mis pezones, y como no, comenzó a juguetear con ellos. Pasó dos dedos de cada mano por debajo de los diminutos triángulos fucsia y pellizcó mis botoncitos hasta que los sintió húmedos de aceite y duros entre sus índice y pulgar.

De pronto, Alejandro apretó con más fuerza contra mi pecho, atrayéndome hacia él, lo que provocó que su dura polla quedara pegada a mi espalda.

”Déjame que te ayude con esto, mi vida” dije, intentando girarme para mirarle a los ojos.

Pero mi marido parecía tener otros planes en mente. Me impidió girarme, dejándome sentada de nuevo en la tumbona. Seguro que se estaba excitando muchísimo y quería alargar los juegos previos un poco más, cosa que me parecía fantástica.

”Está bien, tu ganas” dije, quedándome donde estaba.

Pasé mi mano derecha hacia mi espalda, sin girarme, y se la metí por dentro de su bañador. Mis dedos rodearon el tronco de su durísimo rabo.

”Me resultará más fácil si lo lubricas un poco” murmuré con voz sedosa, mientras comenzaba a masturbarle muy despacio.

Alejandro echó algo de aceite directamente sobre su polla, y en seguida noté como mi mano podía frotarle el hinchado y venoso miembro con mucha más facilidad. Comenzó de nuevo a morderme el cuello, y a sobarme las tetas con algo más de salvajismo de lo habitual en él. Nuestros jadeos se intensificaron a medida que crecía nuestra excitación. A los pocos minutos mi marido comenzó a bajar muy despacio una de sus manos por mi estómago, hacia mi coño. Tuve que abrir mis piernas, no pude contenerme. Mi vagina rezumando jugos y ardiéndome. Sentía palpitaciones en el clítoris. Necesitaba que me follara bien duro, y necesitaba que lo hiciese ya mismo.

”Fóllame mi amor” le supliqué con un ronroneo de gatita en celo.

Respondió mordiéndome una oreja. Todavía no. Pues mejor para mí, más juegos preliminares.

Alejandro comenzó a restregar su mano abierta contra mi coño ardiente. En seguida comencé a soltar una gran cantidad de líquido translúcido por mi raja de puta insaciable. Como no había apartado el rectángulo del bikini que cubría mi clítoris, tiraba de la tela al presionar, haciendo que el hilo que yo tenía entre mis nalgas se me clavara todavía más, presionándome el ano y el perineo.

En ese momento, cuando nuestras pasiones iban in crescendo, Alejandro me agarró del pelo de la parte trasera de mi cabeza, haciendo que mis gafas de sol se me cayeran, y causándome algo dolor. Pero no me quejé. Solo arrugué el entrecejo, cerré los ojos y apreté los dientes. Acto seguido me encontré con los sabrosos labios de mi marido exigiéndome que le diese un profundo beso de tornillo, cosa que hice sin quejarme, y sin abrir los ojos. Me estaba encantando aquella experiencia, que por algún motivo desconocido para mí me resultaba muy diferente a lo que era habitual en nuestras sesiones de sexo.

Mi marido era un hombre apasionado y fantástico en la cama, y aunque a veces habíamos hablado de hacer un trio por ejemplo, eran vanas palabras que nunca habían llegado a ningún puerto. La forma en la que me estaba tocando, con tanto anhelo, como si fuese la primera vez que lo hiciera conmigo, con cierta urgencia, con más ímpetu de lo habitual me sorprendió un poco, pero no lo suficiente como para darme cuenta de lo que estaba pasando, y así haberme librado de lo que iba a sucederme a continuación.

De repente, una voz desconocida, de un crío, me despertó de mi sueño tan maravillosamente pervertido, haciendo que me golpeara de morros con la dura realidad:

”Joder que puta es, señora...”

Unas duras y acusadoras palabras. Separé mi boca de la de Alejandro, y al abrir los ojos me di cuenta que aquel al que había estado masturbando, a quien dejé tocarme a sus anchas mis pechos y mi vagina inflamada, no era mi marido, sino Rubén, el mejor amigo de mi hijo aquí en la urbanización. Un mocoso macarra de pelo rubio platinado natural y mirada celeste cargada de maldad, del que no me fiaba ni un pelo. ¡Y detrás de él estaban el resto de sus amigos! Mirándome fijamente, con las bocas abiertas y sus paquetes abultadísimos.

”¡Aaaaahh! ¡¡Fuera de aquí mocosos!! ” les grité, entre humillada y cabreada.

Mierda. Quería morirme. De normal, cuando mi hijo Julián invitaba a sus amigos a la piscina ya solían ponerme nerviosa, con sus miradas furtivas y ese carácter rebelde, sobretodo el de Rubén, quien era el líder de aquella pandilla de fines de semana, y el más alto de todos ellos. Como si un rayo me atravesara de arriba abajo, sentí el cuerpo como si fuera de gelatina, tembloroso.

Rubén no me soltaba el brazo. Seguían mirándome. Yo era completamente consciente de las pintas que llevaba. Si, de una auténtica guarra. No era así como debería vestir la respetable madre de un amigo. Y no solo eso ¡¡Es que me habían visto excitarme con las marranadas que me había hecho aquel niñato impertinente!! Tenía que salir corriendo y esconderme en la casa.

”¡Suéltame idiota!” rugí en un acceso de ira. Pero por mucho que me debatía por soltarme, no había manera.

”Lo llevas claro” me respondió Rubén.

Por fortuna, como ambos estábamos resbaladizos por el aceite solar, aunque él era más fuerte que yo, conseguí escurrirme y salí corriendo. Bueno, lo intenté. Porque en cuanto di el primer paso para alejarme de aquel infierno, noté como Rubén me agarraba con toda su mala hostia de la parte de atrás del bikini, y por mi brazo, levantándome en el aire y echándome hacia atrás. Intenté empujarle. Él me empujaba a mí. Finalmente terminamos cayendo los dos de lado a la piscina, sin dejar yo de intentar huir y él de atraparme.

Tuve que aguantar la respiración. Cuando salí al exterior y di una bocanada de aire, vi que Rubén estaba justo en frente de mí, y me enseñaba con descaro la parte superior de mi diminuto bikini fucsia, que sujetaba en su mano derecha.

”¡Devuélvemelo ahora mismo!” le increpé, al tiempo que me tapaba las tetas cruzando ambos brazos sobre mi voluptuoso pecho desnudo. Mi piel y mi pelo mojados goteaban.

Pero Rubén se estaba divirtiendo de lo lindo con todo aquello, y no iba a ceder tan fácilmente.

”Ve tú misma a por él” respondió, y justo cuando terminó de pronunciar la última palabra, vi como lanzaba mi bikini por los aires en dirección a uno de los chavales que permanecían fuera de la piscina.

Dirigí mi iracunda mirada hacia el crío en cuestión, llamado Miguel, y que era de la misma edad que mi hijo. Tenía el pelo castaño y los ojos oscuros.

”Lo digo muy en serio. ¡Se lo diré a vuestras madres!” fue lo primero que se me ocurrió soltarles.

Miguel le lanzó el diminuto sujetador rosa a su hermano Adrián, que era un par de años menor que él, y físicamente calcado a su hermano mayor, aunque en dimensiones reducidas.

”Adri, no estoy bromeando. ¡Os va a caer el castigo del siglo!” le grité.

El muchacho, que era el más joven y cortado de los cuatro, se puso rojo y rápidamente lanzó la prenda rosa al siguiente de sus amigos, y el último involucrado en este turbio asunto. Su nombre era Nicolás, y por lo visto era un jodido pervertido en potencia, porque cuando agarró al vuelo el bikini, lo acercó a su boca y lo lamió con evidente lascivia. Nicolás era un pelirrojo greñudo, pecoso y con sobrepeso… No. Más que eso. Estaba rozando la obesidad mórbida infantil. Yo me estaba quedando alucinada con todo eso. ¡¿Cómo demonios iba a pararlos?!

”Si eres lista no vas a decirle nada a nadie” fue Rubén quien me dijo aquellas palabras.

Nicolás, el obeso pelirrojo, había dejado de lamer el bikini. Buscó algo en el teléfono móvil que sostenía en su mano y me lo enseñó. De lejos no podía ver bien la imagen, pero recordaba las palabras que yo misma había pronunciado mientras dejaba, totalmente engañada, que Rubén me metiera mano por todas partes. También estaba la parte en que le masturbaba. ¡Menuda putada joder!

El adolescente lanzó la prenda de nuevo a Rubén. Yo le dediqué una mirada de odio tremenda.

”Basta ya...” susurré, casi con ganas de echarme a llorar.

Si, les doblaba la edad, pero en mi interior en ese momento me sentía como una niña desvalida, que estaba a punto de ser abusada por un grupo de cuatro macarras, tres de los cuales no llegaban ni a la mayoría de edad.

”No Natalia” la respuesta de Rubén fue rotunda ”Tú harás lo que te ordenemos sin quejarte, y cuando estemos satisfechos te dejaremos ir.”

”¡Mi marido volverá en seguida!” respondí, intentando hacerles entrar en razón.

”¡Jajaja! ¡De eso nada!” Rubén se descojonó vivo de mí ”Hemos visto a Alejando ir con el coche en dirección a la urbanización de al lado. Eso nos da una hora libre contigo, por lo menos.”

¿Por qué no me muero ya y se me traga la tierra? ¡¿Pero cómo podía tener tan mala suerte jodeeeer?! Cuando me di cuenta que estaba a su absoluta merced, comencé a llorar en silencio. Pero aquello no ablandó los corazones de aquellos pequeños sádicos.

”Aparta tus manos y déjanos ver las tetas” me ordenó Rubén.

”¡Eso que las enseñe!” se sumó Nicolás el obeso, quien volvía a grabarme con su móvil.

Los hermanos Miguel y Adrián no hablaron, pero no apartaban sus ojos abiertos como platos de mí.

Derrotada, decidí terminar con esta agonía lo antes posible. Les seguiría el juego, alargándolo todo lo que pudiera sin dejar que me tocaran ni nada parecido. Y cuándo mi marido regresara, le explicaría todo, y seguro que juntos encontrábamos la manera de solucionarlo.

En absoluto silencio, dejé de mirar a los chicos y clavé mis pupilas sobre el agua, agachando la cabeza. Apartar mis brazos de encima de mis tetas fue el acto de voluntad más grande que había hecho hasta la fecha.

”¡Señora tiene tetas de vaca lechera!” exclamó el cámara.

”¡Son tan grandes como melones!” dijo Miguel.

”Son... enormes...” susurró el jovencísimo Adrián.

Me habría dado un paro cardíaco ahí mismo por la absoluta vergüenza que estaba sintiendo, pero una nueva orden llegó a mis oídos.

”Tócatelas” el líder había hablado.

”¡No!” repliqué, con los últimos trazos de dignidad que me quedaban.

”¿Prefieres que lo hagamos notros?” anunció Rubén. Y no le hizo falta usar un tono demasiado amenazante, la advertencia era bien clara. O lo hacía yo por las buenas, o lo harían ellos por las malas.

”¡Está bien!” exclamé.

Tuve que cerrar los ojos del todo para no ver lo que sucedía. Me obligué a levantar las manos y las puse sobre mis pechos. Al no poder ver nada, solo oscuridad, parecía que todo resultaba un pelín más sencillo. Seguía temblando por el subidón de adrenalina, así que al poner mis manos sobre mis enormes de tetas, éstas comenzaron a moverse.

”Es una puta gorda. Pero está buenorra” dijo el mayor de los hermanos.

”Me la follaba ya mismo” anunció el gordo del móvil.

El ambiente se iba caldeando por segundos, y yo cada vez tenía más las de perder, y menos las de salir airosa de lo que parecía que terminaría siendo una violación grupal de unos macarras de instituto a la zorra de la madre de su amigo. Y encima tenía que aguantar que me llamasen gorda (sí, me molestó más eso que lo de puta).

”¡Hazlo con más ganas o voy yo a enseñarte como se hace!” reclamó el más mayor de todos.

”¡¡Que se las chupe!! ” el obeso pelirrojo no perdía oportunidad de meter más baza en el asunto.


”¡Ya lo has oído! ¡Chúpatelas! ” de nuevo Rubén dándome órdenes, como si fuese su perra.

Me sentía tremendamente angustiada. Tenía un punzante nudo en el estómago que me dolía por el estrés. Todos los músculos rígidos. Mi corazón latía acelerado. Y en medio de todo ese caos, no sé por qué cojones, comencé a sentirme excitada. Nada tenía sentido para mí, me estaban coaccionando para humillarme delante de aquel grupo de niñatos, y de alguna forma muy retorcida, en lo más profundo y secreto de mi alma, comenzaba a gustarme. Bueno... solo tenía que seguir con el papel de víctima horrorizada. Nadie se daría cuenta de nada.

Como Rubén me había ordenado, empujé mis pechos por los lados y los subí, como si mis manos fuesen un push-up, incliné del todo mi cabeza hacia delante y abrí los labios. También tuve que abrir los ojos para mirar. De momento enfocada únicamente a mis tetas. Saqué la lengua y comencé a pasarla `por encima de uno de mis pezones, que no tardó en endurecerse.

De reojo vi que líder rubio se había metido la mano dentro del bañador y se estaba masturbando. No me atreví a alzar la mirada para ver qué coño estaban haciendo los demás. Joder. Les doblaba la edad, pero me deseaban con tanta intensidad que eran capaces de transgredir la ley para poder alcanzarme. Eso era lo que más me excitaba, su evidente deseo hacia mi persona, alguien tan distinto a las niñas a las que estaban habituados.

Cuando cambié de pezón y comencé a lamerle el otro, Rubén no pudo contenerse más y de pronto lo tuve justo delante de mí. Me asusté tanto que me quedé paralizada, mientras él me agarraba ambos pechos con sus manos y comenzaba a chuparlas con deleite.

”Hmmm que pedazo de tetas tienes mamita calientapollas” me dijo el mejor amigo de mi hijo.

Yo quería morirme. Le puse las manos sobre sus brazos, intentando apartarle, aunque debo reconocer que no luché contra él con todo el ímpetu que debería haberlo hecho.

”Rubén… para por favor. Esto está mal” le dije a mi agresor adolescente.

El muchacho ignoró mis súplicas y continuó masajeándome las tetas y succionando los pezones juntos, lamiéndolos y llevándome al quinto cielo con todo aquello. Lo odiaba con todas mis fuerzas, por haberme obligado a hacerlo, por estar sus otros amigos mirándonos y viéndolo todo, y me odiaba a mí misma porque en el fondo. Muy muy en el fondo, todo aquello me estaba poniendo cardíaca perdida. Ni en mis más oscuras y secretas fantasías habría llegado a soñar una escena como la que estaba viviendo en esos momentos, tan horrible y excitante al mismo tiempo.

”Sabes que no pararemos hasta sentirnos satisfechos, así que colabora” fue lo que me respondió Rubén.

El mejor amigo de mi hijo me cogió la mano y la puso sobre su paquete duro como una piedra. La dejó allí y situó la suya sobre mi raja más que húmeda, y no por el agua de la piscina precisamente, sino por la ingente cantidad de jugos que había estado soltando.

El joven rubio comenzó a masturbarme con sus dedos, acariciando de manera demasiado hábil para su edad mi clítoris y mi raja palpitante y necesitada de polla. Y sin haberle dado la orden de hacerlo, noté como mi mano cobraba vida propia y comenzaba a masturbar al crío por encima del bañador. No era capaz de alzar la mirada y ver al resto de muchachos, pero no hacía falta. Notaba sus libidinosas miradas clavadas en mi cuerpo. Estaba muerta de vergüenza.

”Joder esta puta está encharcada. Su coño reclama polla a gritos” dijo el líder de la pandilla a sus subordinados adolescentes.

Yo noté como mis mejillas se sonrojaban, tomando una tonalidad carmín intenso.

”Rubén… eso es mentira” repliqué, sin demasiada convicción. Pero tratando de conservar el poco orgullo que me quedaba tras aquella tremenda humillación.

”Vemos quién de los dos miente, señora.”

Justo cuando el malvado rubio le dijo aquellas palabras en tono más que amenazante, me metió dos dedos dentro de mi coño encharcado. Yo no lo esperaba y el jadeo que salió de mi garganta fue de lo más delatante.

”¡Aaaaaaaaahhhh Rubeeeeeen…!”

El mejor amigo de mi hijo torció la sonrisa, volviendo su hermoso rostro adolescente en algo peligroso y diabólico. Sin dejar de mamar de mis tetas, empezó a meter y sacar esos firmes dedos del interior de mi raja, provocándome una excitación inaguantable. De pronto olvidé quién era, cual era mi nombre, olvidé al obeso pelirrojo que me grababa con su móvil. Me olvidé de todo y sencillamente me dejé llevar por una situación que me superaba en demasiados aspectos, llegando al clímax en un tiempo récord. Jamás me había corrido tan rápido siendo masturbada por otra persona.

”¡¡AaAAaaaAaAAAaAAAaAAhhHHH!! ¡¡NoooOOoo!!”

Mis jadeos fueron tan altos que debieron escucharme desde la urbanización del al lado.

Justo en ese momento, el más humillante de todos, cuando me dejaba llevar y me corría con los dedos del mejor amigo de mi hijo insertados en lo más hondo de mi coño de puta, justo entonces, apareció mi marido.

”Esta puta es de mi propiedad. ¿Quién cojones os habéis creído que sois para ponerle las manazas encima sin pedirme permiso? ” dijo Alejandro, dejando las bolsas de la compra a un lado, y acercándose a la piscina con un gesto serio y de absoluta autoridad.

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