domingo

Ricky, el perro callejero #21

EL VIAJE. DIA 3 (parte 1) Desayuno con castigo de Ricky para Luis en la piscina de Don Romannetti. Mientras el Don sodomiza a su hijo Lionardo, para vergüenza del joven aprendiz de Semental.


Al día siguiente Miele despertó a los chicos, siendo ya cerca de las doce del mediodía. Los Sementales habían decidido no madrugar, por lo que no era necesario que ellos lo hicieran. Se limpiaron bien sus cuerpos, que todavía sentían doloridos por la juerga de la noche anterior. Saúl tenía moretones y heridas por todas partes, causadas por los malos tratos que le había propinado Lionardo la tarde anterior cuando salieron a pasear a caballo. Y Luis tenía todo su cuerpo cubierto de latigazos, hechos también por Lio, por la noche, antes que le sodomizara con rudeza. Ambos hermanos habrían dado lo que fuera por poderse tomar ése día como descanso, quedándose dormidos y recuperando fuerzas. Pero no poseían ese poder de decisión sobre sí mismos.

Los sumisos se pusieron unos bañadores que el bello andrógino Miele les dio. Thian y Phuo lucían un pequeño tanguita negro, que contrastaba con su pálida piel, y conjuntaba con la oscuridad de sus ojos y su pelo lacio. Saúl y Luis en cambio tuvieron que ponerse, para su bochorno, unos bikinis fucsia nada discreto y mucho menos masculinos. La parte superior era un sostén con dos triángulos, atado a la espalda por un hilo y un lazo. Todo del mismo color. La parte inferior era una braguita de corte muy bajo, que apenas llegaba a taparles el abultado paquete, y dejaba al aire la zona superior de sus nalgas. Miele estaba preciosa, como siempre, con un conjunto también de dos piezas de color verde lima, que le quedaba como un guante en su cuerpecito de ninfa.

Don Romannetti, Lionardo y Ricky estaban en la piscina, con sendos bañadores de hombre. El Don lucía uno de tonalidad verde oscuro, su hijo menor uno negro y el perro callejero otro de color azul eléctrico. Los Amos estaban estirados cómodamente sobre unas tumbonas de diseño radiantemente blancas. Hacía mucho calor y el agua de la piscina, completamente translúcida, resultaba de lo más apetecible.

Don Cornelio había ordenado traer para ellos unas fuentes variadas de fruta fresca, y estaban apagando su sed con un delicioso combinado de cava, que llevaba azúcar de caña, unas gotas de zumo de limón, algo de coñac, y un chorrito de licor de fresa. Era una bebida levemente ácida, con mucho sabor a alcohol y un leve toque afrutado, servida en grandes copas heladas.

Cuando los sumisos llegaron a la piscina, Don Romannetti ordenó a sus dos pequeños vietnamitas que se metieran en el agua, no sin antes manosearles un poco el culo a cada uno de ellos, y que ellos le besaran con devoción la polla por encima del traje de baño.

Saúl, su hermano mayor Luis, y Miele, el hijo andrógino del mafioso, se quedaron de pie, quietos, esperando a que les ordenasen hacer algo. Todos suponían que a continuación habría una follada en grupo, como la noche anterior, y Saúl rezaba para que no le tocase hacerlo con Lionardo. Desde la tarde anterior Saúl se había sentido muy confuso respecto a sus sentimientos por ese bastardo malnacido. Le odiaba y le deseaba tan intensamente, que prefería mantenerlo lejos, y más si su verdadero Amo, Ricky, estaba cerca. Por nada del mundo quería que el perro callejero supiese cuanto le gustaba que ese niñato chulo y pijo le sodomizara de manera bruta.

“Puta Insaciable” dijo Ricky, sacando a su joven sumiso de pelo rubio de su ensoñación “Ve allí y tráeme aquel palo” dijo, señalando un limpia-fondos de piscina, compuesto por el cabezal móvil y una vara de acero inoxidable larga, algo parecido a una escoba, pero con distinto uso.

“Sí, Señor, como ordenes” le respondió el chico.

Saúl tuvo que rodear toda la piscina, que era de tamaño generoso, para poder coger aquel objeto que le había pedido su Semental. Aunque no lo veía porque no quería alzar la mirada hacia él, podía sentir la fija y penetrante mirada de Lionardo puesta sobre su cuerpo. El esclavo rubio caminó rápido, pero con cuidado de no resbalar, y cogió el artefacto, que pesaba muy poco. Mientras lo traía de vuelta, Saúl vio que en el extremo superior el palo de acero inoxidable, que era algo más grueso que la polla de Ricky, estaba recubierto con un material plástico verde, con rugosidades, a modo de agarradera.


“¿Qué diversión nos tienes preparada hoy, amico Ricky?” preguntó Don Cornelio, cuando vio lo que había ordenado traer a Saúl.

“Si lo recuerdas, ayer hice una apuesta con la Cerda Comepollas, y perdió” el Don asintió con la cabeza.

“Así que ahora voy a aplicarle el castigo que se merece” sentenció el Semental de ojos verdes.

Luis, al oírle decir aquello, y viendo el enorme tamaño del palo, que ya se imaginaba por dónde se lo iba a tener que meter, empezó a temblar de miedo. Pero no se quejó. Si su amado Amo creía que ese era el castigo que merecía por haber perdido la apuesta en el yate, no consiguiendo que Miele se corriera con su pito metido en su delicado culo, apechugaría con ello, aunque le doliese.

Ricky ordenó que atasen a Luis. Le hizo meterse en la piscina, y los complacientes Thian y Phuo amarraron sus muñecas y tobillos, completamente abiertos. El pie derecho con la misma mano hacia un lado, en el mismo borde de la piscina, y el otro pie y la otra mano juntos hacia el otro lado. Su cara quedaba medio sumergida en el agua, y su culo en pompa sobresalía de la superficie acuosa, como suplicándole a Ricky que maltratara a su placer esa zona de su anatomía. Realmente era lo que deseaba. Tanto su placer como su dolor pertenecían al perro callejero. Todo lo que él quisiera darle, el rubio lo aceptaría con alegría, respeto y devoción. Aunque fuese una penitencia como aquella.

Cuando Luis estuvo situado tal como lo quería, el Semental de ojos esmeralda se metió en la piscina, y Saúl le siguió, pues así se lo mandó. Don Cornelio estaba excitado con solo imaginar lo que vendría a continuación, y había ordenado a Miele, su dulce hijo mayor con cuerpo de mujer, que se arrodillase al lado de su tumbona, y empezase a chuparle el duro rabo. Lionardo se había quedado sin sumiso a quien darle órdenes, pero no le importaba, ni si quiera se percató de ello. Sostenía su fría copa en la mano, dándole pequeños sorbos, y observaba la escena que sucedía en la piscina, aparentemente interesado en el castigo que iba a recibir Luis, pero realmente obsesionado con Saúl y deseando follárselo de nuevo en cuanto tuviera la más mínima ocasión.

“Abre la boca, Cerda” ordenó de manera tajante Ricky.

Luis así lo hizo, y notó como su adorado Macho le metía ese gordo mango de acero cubierto de plástico rugoso dentro de la boca. No pudo abarcar más que unos centímetros, antes de empezar a notar que se le desencajaba la mandíbula. Ricky dejó el palo metido todo lo profundo que pudo en la garganta de su esclavo rubio.

“¡Con la de pollas que has comido tendrías que poderte tragar mucho más que eso, puta!” le increpó Ricky al pobre Luis, que luchaba por abrir lo máximo que podía sus labios, pero realmente era físicamente imposible que le cupiera ni un solo centímetro más de palo dentro.

El perro callejero empezó a meter y sacar de manera brusca el mango de plástico de la boca de su esclavo. Todos, tanto el Don, como su primogénito, e incluso Saúl, estaban excitándose enormemente con el maltrato del Semental de pelo negro hacia el esclavo rubio. Miele sentía más pena por él que otra cosa. Y todavía le quedaba lo peor.

Cuando Ricky se cansó de follarle la boca a Luis con aquel instrumento, se lo sacó y el pobre chico pudo respirar aliviado.

“Puta, ábrele bien el culo a tu hermano, que voy a empalarle y no pararé hasta que no vea salir el extremo por su boca de zorra”

A Luis se le abrieron los ojos como platos. Con lo bien que pasaron el día de ayer, con su Amo amable, casi se había olvidado de esa vena cruel que surgía de su interior, más a menudo de lo que quisiera. Saúl puso una mano en cada nalga del imbécil de su hermano mayor, y las separó todo lo que pudo. Acto seguido, Ricky dirigió el borde rugoso hacia el nada dilatado culo de su esclavo, y empujó con todas sus fuerzas, hasta que a los pocos segundos, la piel de la entrada cedió, dejando pasar al interior del intestino un buen pedazo de esa descomunal vara de acero.

“¡¡¡NNNNNNNNNNHHHHHHHHH!!!” a Luis le faltó muy poco para no ponerse a gritar como un cerdo en el día de la matanza. El dolor que sintió en su culo fue insoportable. Pero tenía que aguantarlo, por Ricky, por su venerado Amo.

Al ver aquel rostro contraído por el sufrimiento, Don Romannetti no pudo contenerse más. Estaba muy cachondo, y necesitaba meter su rabo dentro de algún culito goloso. Tenía a su disposición a la complaciente Miele, que seguía chupándole el rabo, o a los dos hermosos asiáticos, incluso Saúl, la Puta Insaciable, habría salido de la piscina y le habría ofrecido su ano, si así se lo hubiera reclamado él. Lo sabía. Pero en ese momento decidió que ya iba siendo hora de sodomizar un trasero que había mucho tiempo que no probaba, y que todavía le pertenecía.

“Leonardo, figlio mio, ven a complacer a tu viejo padre” dijo de repente el Don, mirando a su hijo más pequeño, y señalando su regazo, al tiempo que apartaba la cara de su primogénito de su duro paquete.

Lionardo no podía creérselo. Le costó mucho reaccionar. Su padre era muy listo, mucho más de lo que le gustaba aparentar, y seguro que sabía del odio que había surgido entre él y Saúl, el sumiso de Ricky, nada más verse. Su progenitor había estado presente mientras él humillaba, abofeteaba y descargaba su ira sobre ese mocoso. Sabía que su honor estaba en juego, ¡Y el muy malnacido escogía precisamente esa ocasión para sodomizarle! ¡¡Le odiaría eternamente por aquello!!

Pero a pesar de su odio, Lionardo no podía negarle nada a su padre. Don Romannetti sabía que el bastardo de su hijo menor era pura maldad, y que estaba esperando a cumplir la mayoría de edad para ocupar su lugar en los turbios negocios familiares. Realmente el Don no estaba molesto por aquella jubilación anticipada, precisamente porque el carácter de Lio era como era, le había criado para ser el próximo Don. Era por su propia naturaleza sádica y malvada que sería un gran líder. Pero hasta que llegara ese momento todavía quedaba un tiempo, y Don Romannetti disfrutaba de una manera especial hiriendo el hinchado orgullo de su hijo pequeño con cosas como aquella, es decir, sodomizándole por puro capricho frente a un sumiso al que se la tenía jurada. Lionardo no debía olvidar que quien mandaba en esa mansión por el momento era él, y que si tenía los privilegios que tenía era porque a él le había salido de los huevos, y que tal como se los dio, se los podía retirar cuando le saliese de los cojones. Dejarlo en la estacada y sin dinero sería como una muerte en vida para el joven Lio, quien siempre había vivido, desde su más tierna infancia, rodeado de los objetos más lujosos.

Así que Lionardo finalmente se puso en pie, se sentó encima del regazo de su padre, dándole la espalda y quedando mirando a la piscina. Saúl alzó la mirada y vio como el sádico chico de ojos marrones pasaba cada una de sus piernas a cada lado del cuerpo del Don, y como se apartaba la parte trasera del bañador, se escupía en la mano para lubricarse, y empezó a insertarse él solo el férreo cipote de su padre dentro de las entrañas.

“Ooooooooh, siiiiiii... ¡Molto bene, bastardo mio!” exclamó Don Cornelio, al sentir el estrecho conducto anal de su hijo apretándole la polla.

Don Romannetti abrazó a Lionardo por su estómago, y empezó a dirigir el ritmo de la follada que le estaba dando con su prieto culo, mientras le manoseaba y susurraba guarrerías en su oído. Lio había permanecido con los ojos cerrados desde que se metió la punta de la polla de su padre dentro del culo, y por sus santos cojones que no soltaría ni un solo quejido por tener aquel enorme pedazo duro de carne taladrándole los intestinos. Cuando unos minutos después decidió abrirlos, se encontró con la fija mirada azul de Saúl clavada en él. No solo estaba divirtiéndose con aquella humillación hacia su persona, ¡¡Sino que el muy imbécil además tenía el descaro de sonreírle con cinismo!! Como diciéndole en silencio... “Ahora es a ti a quien le toca sufrir una sodomización no deseada ¡Y espero que te duela tanto como a m pedazo de imbécil! ¡¡Sobre todo en tu orgullo!!” Aquella mirada fue su condena de muerte.

Ajeno a todo aquello que se sucedía en absoluto silencio, Ricky seguía sodomizando con brutalidad el maltratado culo de Luis, el mayor de sus sumisos, que hacía el esfuerzo más grande del mundo para no gritar por el exagerado dolor que le estaba provocando su Macho en su trasero, pero no podía evitar llorar mientras era empalado de aquella manera tan bestia.

De pronto Ricky, el perro callejero, dejó incrustado el mango de la herramienta de limpiar la piscina en lo más hondo de su orto y le ordenó a Saul:

“Tú, Puta insaciable, coge esto”

“Si, Amo” le respondió el menor de los hermanos rubios.

El sumiso rebelde agarró la herramienta y esperó al siguiente mandato de su Semental de piel morena, que no tardó en llegar:

“Voy a follarle la boca al imbécil de tu hermano mayor” le informó “Mientras, quiero que tú sigas aplicándole el castigo. Hasta que me haya corrido”

Los orbes de Saúl brillaron con una maldad especial que a su Amo no se le pasó por alto. Se le acercó y le dijo con tono de voz bajo, para que solo pudiera escucharle él, pero de manera realmente intimidante:

“No te pases ni un pelo con él. Luis es MI sumiso, NO el tuyo. Solo métele el mango hasta el tope, rápido. Nada más. Si lo desgarras por dentro y lo lesionas para siempre te juro que desearás estar muerto ¿Me has entendido?” miró fijamente a Saúl a los ojos.

Al instante el estudiante respondió, algo mosqueado “Vale joder. Lo haré bien… tsk”

“Más te vale” sentenció Ricky.

El perro callejero entonces fue a situarse al otro lado, justo delante de la cara de Luis, que estaba que no se lo creía. Evidentemente él si que había escuchado aquel aviso. Al menos ahora sabía que le importaba lo suficiente a Ricky, su adorado Amo, como para que él se preocupara de que no recibiera heridas de gravedad en aquellas sesiones sadomaso. Si hasta ese momento su devoción por él había sido absoluta, ahora su nivel de sumisión y obediencia hacia el perro callejero se había incrementado hasta el infinito. Hasta sonrío como un auténtico bobo cuando su Semental le golpeó la cara con la mano abierta, diciéndole:

“¡Cerda comepollas abre la puta boca!”

El sumiso abrió su boca y se preparó para lo que le venía encima, pero ahora ya todo era distinto. Amaba a Ricky. Lo adoraba. Era su único Dios. Le veneraría por el resto de su miserable vida. El perro agarró la cabeza de Luis y comenzó a follársela con verdadero ímpetu.

“¡Aaaaahhh… Siiii…! ¡¡Que gustazo de boca jodeeer!!” exclamó.


Acto seguido, Saúl comenzó a meterle y sacar el mango de la herramienta con fuerza y velocidad, pero sin pasarse en ningún momento del tope impuesto por su Amo. Le guardaba una gran animadversión a su hermano mayor porque ambos luchaban por llegar a ser el favorito de su Amo y Señor. Pero no le dañaría. Esta vez lo haría bien.

Fuera de la piscina, Don Romannetti quería ver mejor el espectáculo, así que ordenó al menor de sus hijos, que le estaba cabalgando de espaldas a él:

“Leonardo, figlio, apoya las manos sobre la tumbona y preséntame tu culo para que pueda follártelo bien a gusto” le dijo el mafioso.

“En seguida, padre” respondió asqueado el menor, poniéndose a cuatro.

No estaba asqueado por su polla. Hacía mucho tiempo que le follaba, y al igual que Miele, estaba más que acostumbrado a su tamaño y extraña forma. Lo que asqueaba a Lionardo era verse obligado a mostrarse tan sumiso ante Saúl, el menor de los putos de Ricky. No lo soportaba. Cada vez que ese maldito rubio, que rompía el culo de su hermano mayor con aquella herramienta, dirigía su mirada hacia él, se le llevaban los demonios de la ira.

“¡Aaaaaaahhhhh..!” exclamó de pronto el hijo del Don.

Lio estaba tan obsesionado con Saúl, maldiciéndole por dentro, que no se percató de cuando su padre embistió contra él con todas sus fuerzas, penetrándole con aquel mástil durísimo hasta las putas pelotas. Hasta cayó un poco hacia delante y tuvo que incorporarse para volver a su posición inicial. La sorpresa hizo que aquella vez sí que le doliera la penetración, por no estar preparado y relajado.

Don Romannetti sonrió satisfecho “Hacía mucho tiempo que no gritabas Lionardo, no sabes cuánto me excita que lo hagas”

El Don agarró con fuerza las nalgas de su hijo menor por los costados y empezó a follárselo con salvajismo, algo realmente extraño en él. Don Romannetti era un Semental menos sádico que Ricky, o el propio Lionardo. Él prefería el vicio por el vicio, le ponía cachondo el incesto, retorcer la mente de sus esclavos, volverlos dóciles y complacientes, la lubricidad, todo lo que estuviera fuera de lo normal. Pocas veces se mostraba sádico, siempre que sus deseos fueran satisfechos. Era un buen Amo. Pero no podía permitirse dejarse pisotear por nadie, y menos por el menor de sus bastardos. Recordarle a Lio cuál era su posición en esa casa, a base de duros pollazos y una follada animal, le ponía como una puta moto de caliente.

“¡¡Aaaaaaahh!! Aaaaaaaaaahhh!!” los gemidos de Lionardo eran música celestial para los oídos del menor de los sumisos rubios, Saúl, que imaginaba que era él y no el Don quien le sodomizaba de aquella humillante manera.

Ricky seguía follando la boca a Luis, hundiéndosela a ratos en el agua, y luego sacándola, encastándole el puto rabo hasta el puto estómago de lo potentes que eran las penetraciones que le daba. Luis sentía que iba a morirse con su Dios ahogándole y follándole la boca de aquella forma tan salvaje, mientras su hermano menor se dedicaba a destrozarle el orto con el mango de la herramienta.

Finalmente, los Sementales comenzaron a correrse. El primero en descargarse fue el perro callejero, inundándole la tráquea a Luis con su simiente de Macho. Luis no había recibido la orden de poder correrse, además con el intenso dolor que recibía en su culo, habría sido bastante difícil que lograra hacerlo. Cuando Saúl vio que su Señor se corría, se detuvo y dejó de martirizar a Luis, sacándole el mango de su culo, que había quedado dilatadísimo. Estaba sorprendido. Se preguntó si su propio orto se vería igual que ése cuando era sodomizado brutalmente por alguno de aquellos Señores. La respuesta a aquella pregunta era negativa. El culo de Saúl era tan elástico que no importaba lo que uno le metiera dentro, pocos segundos después recuperaba su estado inicial, haciendo que parecía que se le desvirgara cada vez que se le follaba, o incluso en la misma sodomización, con sacarle la polla de dentro, esperar unos pocos segundos, y volver a metérsela.

A continuación, Don Romannetti clavó su dura estaca hasta lo más hondo del prieto culo de su hijo Lio y empezó a soltar chorretones de ardiente leche de Macho dentro de su culo de Semental. Ser el único que tuviera derecho a fornicarle el orto era un placer inigualable. Lionardo por su parte había estado masturbándose mientras su padre le sodomizaba, y cuando el viejo le llenó el culo de leche, soltó su corrida sobre la tumbona. No por sentirse especialmente excitado, no es que lo estuviera demasiado en ese momento, pero no hacerlo habría sido un claro insulto hacia su padre. Lionardo no era un sumiso como el resto de los presentes. Él era Semental, y llegaría a superar a su padre en todos los aspectos de la vida cuando tuviese la edad suficiente. De momento debía joderse y aguantarse cada vez que su padre le otorgaba el grandísimo honor de querer follarle. Por eso se esforzó y se corrió sin putas ganas de hacerlo en realidad.

“Ha sido un castigo fabuloso, amico Ricky” le felicitó el Don, sacándole la polla del culo a su hijo menor.


“Si que lo ha sido” respondió el perro callejero, y entonces ordenó a Saúl “Tú, cerda. Desata a tu hermano y ayúdale a salir de la piscina”

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