lunes

Ricky, el perro callejero 17

EL VIAJE. DIA 2 (parte 2) Continúa el castigo de Lionardo a Saúl. Ricky y Don Romannetti se divierten en el yate con Miele, Luis, Thian y Phuo.


Lionardo ya había alcanzado la cima de la colina, y esperaba, todavía montado sobre su negro corcel, a que Saúl llegara también. Estaba tardando muchísimo más de lo que había pensado. No le había quitado el ojo de encima en ningún momento, así que el chico no podía haber hecho trampas.

Cuando el sumiso de Ricky llegó a la cima, se sentó en el suelo y se miró las manos y las rodillas. Las tenía en carne viva. Ese Lionardo era un demente y un sádico por obligarle a hacer aquello. No le dijo nada en voz alta, pero le dirigió una mirada, con el ceño fruncido, y cargada de odio, que tendría que haberle atravesado y matado, como un puñal envenenado.

Pero a Lionardo se la sudaba mucho la prepotencia del joven. Era un sumiso y tenía que aprender a complacer y respetar a los Amos. Y el primer castigo se lo iba a dar ahora, allí mismo, en la cima del monte cercano a la mansión.

Lionardo desmontó de su corcel negro y se situó de pie ante el sumiso de pelo rubio y ojos azules.

“Levántate y ponte ahí, junto al árbol. Agarra esta rama de ahí arriba con tus manos.” le ordenó el joven Amo.

Saúl hizo lo que le había hecho. Le escocían mucho las partes heridas de su cuerpo, pero no iba a darle a ese chulo el placer de saberlo. Se acercó al árbol, quedando a unos pasos de su grueso tronco, y alzó los brazos por encima de su cabeza para poder sujetar con ambas manos la rama que le había señalado el joven mafioso.

Entonces el hijo menor de Don Cornelio cogió de un amarre de la silla de montar una fina y larga vara de doma. Estaba cubierta con cuero marrón, y la empuñadura era negra. Saúl lo miraba con más odio aun en sus ojos. Lionardo sacudió la vara, que chasqueó contra el suelo con un desagradable sonido que se presentía de lo más doloroso. El corcel negro relinchó al oírlo, sacudió la cabeza y se alejó unos pasos. No quería recibir él también una tanda de golpes. Era un caballo listo. Pero Saúl, a pesar de no tener las manos atadas, tendría que soportar aquella tortura sin quejarse ni rebelarse, y empezaba a pensar que le iba a resultar casi imposible. Aun así lo intentaría.

Lionardo alzó la vara y se la enseñó a Saúl.

“Voy a golpear todo tu asqueroso cuerpo de Puta Insaciable con esto. ¡Y vas a darme las gracias por cada azote!”

Tal cual hubo dicho eso, Lio soltó el primer golpe contra el costado derecho del sumiso rubio ¡¡¡CHASSS!!!

“¡¡NNNNNHHMMMMMM!!” el pobre Saúl ahogó el grito que nacía en su garganta. Miró a Lionardo a los ojos y le dijo, con mucha rabia y le gritó “¡GRACIAS, SEÑOR!”

Lionardo sentía como se llenaba de odio por Saúl con cada gesto prepotente que hacía contra él, así que empezó a golpearle toda la anatomía con aquella vara, sin dejarse ni un rincón. Azotó con fuerza los brazos, las piernas, el torso, el culo, la espalda… ¡¡¡CHASSS!!! ¡¡¡CHASSS!!! ¡¡¡CHASSS!!! ¡¡¡CHASSS!!! ¡¡¡CHASSS!!! ¡¡¡CHASSS!!! ¡¡¡CHASSS!!!

Y tras cada chasquido de la vara marcando la fina piel de Saúl, se oía la voz del sumiso diciendo en voz muy alta: “¡GRACIAS! ¡MIL GRACIAS! ¡GRACIAS, SEÑOR!”

Cuando Lionardo tenía ya el brazo derecho dolorido por el esfuerzo de estar golpeando a Saúl por todo su cuerpo desde hacía un buen rato ya, y al sumiso se le habían bajado los humos por culpa del dolor lacerante que sentía con solo respirar, el joven Amo agarró al sumiso rubio del pelo y tiró de él hasta hacerle caer al suelo boca arriba.

Lionardo se bajó los pantalones, se sentó sobre la cara de Saúl y le puso el culo a la altura de la boca.

“¡Chúpame el culo, zorra estúpida!” le ordenó, vociferando.

La nariz del sumiso había quedado también entre las nalgas del joven mafioso, y allí olía a mierda. Era asqueroso. ¡No pensaba meter su lengua en ese apestoso agujero de cagar del joven Amo chulo y prepotente por nada del mundo!

Lionardo, viendo que Saúl le ignoraba, empezó a golpear con saña el pito del chico con su vara de doma. ¡¡¡CHASSS!!! ¡¡¡CHASSS!!! ¡¡¡CHASSS!!! ¡¡¡CHASSS!!! Aquello sí que hizo saltar de dolor al menor, que empezó a llorar y arañaba la espalda del joven Amo, intentando evitar que le golpeara más veces en su zona más sensible, pero sin poder hablar con la boca pegada a su apestoso culo.

“¡Chúpame el culo ya mismo o te dejo sin polla, joder!” le gritó el joven Amo, dándole otro golpe en la dolorida y enrojecida entrepierna.

Saúl se tragó los restos de orgullo que todavía le quedaban, abrió la boca, sacó su lengua y se la metió dentro del ano a Lionardo. El joven de ascendencia italiana sonrió maliciosamente al notar la cálida y húmeda sinhueso de ese mocoso rebelde dentro de su culo.


En el yate, Ricky hacía ya un buen rato que tenía la polla dura, con la ayuda de las lenguas de los dos jóvenes asiáticos. Sus dedos no dejaban de entrar y salir de los culos de los sumisos, y decidió que había llegado el momento tan ansiado. Iba a probar lo que se sentía follándolos, y lo iba a hacer ya mismo.

“Basta. Poneos aquí encima, mirando hacia el mar. Así.” les dijo.

Thian y Phuo se situaron sobre el sofá del exterior del yate. Thian se puso debajo, arrodillado y con el cuerpo completamente encogido, y Phuo se puso encima de su hermano, con las piernas a cada lado de su cuerpo. Los dos culitos de los chicos, uno encima del otro, quedaban justo a la altura del glorioso rabo del Señor Ricky.

“Empezaré contigo” le dijo al que estaba puesto más arriba.

El perro callejero se agarró el hinchado rabo, lo situó en el agujero posterior de Phuo y empezó a empujar. Era como meter un cuchillo dentro de mantequilla derretida. Se sentía cálido, mojado, suave y algo apretado, pero pudo penetrar con su enorme polla aquel pequeño intestino, sin que el menor profiriera ninguna queja ni lamento.

“Joder, ¡Qué bien se siente esto!” dijo en voz alta, para sí mismo.

“Ya te lo dije, amico, follar esos culitos prietos no tiene precio” le respondió Don Cornelio.

Ricky empezó a sodomizar sin preocupación alguna el culo del joven asiático, y al cabo de unas cuantas embestidas, sacó su polla de ese estrecho esfínter y la clavó sin compasión en el otro culito que se le ofrecía. Ambos muchachos gemían de placer cuando sentían ese poderoso vergote llenándoles las entrañas, mucho más que lo que se las llenaba el gran rabo de su Amo, casi a diario.

Don Romannetti también quería sentir más placer, así que ordenó a Miele, su hijo mayor, que parara de chuparles la polla.

“Ahora tú, Cerda Comepollas, vas a meterte mi polla dentro del culo. Y tú, Miele, siéntate encima de él y fóllale." les dijo el mafioso a los dos sumisos que tenía al cargo en ese momento.

Luis se quedó estupefacto con aquello. Él solo había metido su polla en el culo de su hermano pequeño Saúl en aquella ocasión que su adorado Señor Ricky se le meó en la boca como castigo por haberle arrancado de un mordisco el piercing que le acababa de poner. Ni se le había pasado por la cabeza que pudiese volver a meter su ridículo pito en el culo de nadie más. Confuso, y sin saber muy bien qué hacer, Luis miró a Ricky, por si su Amo tenía algo que objetar, pero parecía demasiado concentrado en el intenso placer que le daba follarse a Thian y Phuo como para negarle nada.

El joven de pelo trigueño alzó su culo, apoyó el grueso glande del Don en su entrada y empujó hacia abajo, clavándose él mismo esa verga tan hinchada. Y cuando estuvo completamente empalado en ella, Miele se sentó sobre Luis y se metió dentro de su respingón culo de chica el pequeño pito del sumiso. Luis estaba alucinando con el placer que sintió al meter su rabo dentro del culo de Adrián. Se sentía cien veces más excitado que cuando sodomizó al rebelde Saúl en contra de su voluntad. Ahora sí que entendía cuál era el placer que recibía Ricky sodomizándolos a ellos, y todavía sintió más ganas de complacerle y dejarle hacer cualquier cosa que su adorado Amo quisiera sobre su cuerpo.

Don Romannetti cogió las manos del sumiso de pelo rubio y las puso, junto a las suyas, sobre los firmes pechos del andrógino. Luis estaba en las nubes en ese momento, sintiendo un gran placer con la firme polla del mafioso reventándole las entrañas, con su pito metido dentro del culo de Miele, que le cabalgaba como una yegua en celo, y además apretujándole al chico sus tetas de adolescente. Era demasiado para todos sus sentidos, y el pobre muy pronto empezó a correrse con fuertes sacudidas de todo su cuerpo.

Los espasmos del esfínter del chico rubio hicieron que al Don se le derramara su ardiente lechada dentro de su culo, en el mismo momento que él se corría. Miele no pudo llegar a tener un orgasmo, el pequeño pito de Luis era tan esmirriado en comparación con el de su padre, que apenas había sentido nada. Pero Luis le caía muy bien, de alguna manera se sentía identificado con él, y se alegraba de haberle podido dar tanto placer.

Ricky por su lado seguía embistiendo, cada vez más rápido y profundo, en los dos culos de los sumisos asiáticos. Los tenía agarrados por los lados y golpeaba contra ellos con toda su fuerza de Macho Semental. Era tan bueno lo que sentía, que poco después de que Don Cornelio se corriera, él hizo lo mismo, llenándole el culo a Phuo de su espeso semen caliente.

Cuando terminaron, descansaron del folleteo y Miele les sirvió más bebidas a los Amos. Ricky y Don Romannetti hablaron de negocios, y ya estaba pensando a cuál de los sumisos se follarían a continuación.


Un poco lejos de allí, cerca de la lujosa mansión, Lionardo seguía disfrutando maliciosamente con la lengua de Saúl bien metida en su ojete. El joven mafioso había obligado de muy malas maneras al esclavo menor de Ricky a lamerle el culo por un buen rato. Cuando Lionardo se cansó, se puso en pie, guardó la vara de doma en su sitio y montó sobre su corcel negro. Se subió los pantalones, pero no se abrochó la bragueta, su polla seguía al aire. Entonces ordenó a Saúl:

“Móntate encima de mí, cara a cara. Eres una puta lo suficientemente lista como para saber dónde quiero que te metas mi polla mientras cabalgo”

Saúl, sin más opción que obedecer, se subió al caballo y se insertó él mismo, y no sin sentir un enorme dolor, la dura polla de Lionardo con enorme glande y gruesa base dentro, y puso cada pierna encima de las suyas. Para no caerse tendría que ir abrazado a él, la misma persona que tanto odiaba.

El hijo menor de Don Cornelio pensaba cabalgar así, con su polla penetrando el lindo trasero de Saúl, hasta llegar a la mansión. En cuanto Lionardo golpeó con sus tacones la grupa del corcel, el animal empezó a cabalgar a trote rápido. El propio movimiento de la montura hacía que el culo de Saúl botara bruscamente, lo quisiera él o no, metiéndose profundamente y sacándose de golpe el duro rabo de aquel bastardo.

“Aaaaah…!! Aaaaaahhh…!!” se quejaba el joven sumiso cada vez que ese pétreo mástil de dura carne le empalaba destrozándole las entrañas.

Saúl tenía tan dolorido el cuerpo entero, incluso su propio rabo, por culpa de los crueles azotes que Lionardo le había dado, que el atroz dolor que le llegaba de su culo cuando la gruesa base de la polla del joven Amo le penetraba se le hacía insoportable. Con cada trote del caballo esa verga dura y rígida se le clavaba más y más en las entrañas. El joven sumiso de pelo rubio no quería tener que abrazarse a Lionardo, no soportaba tenerle tan cerca. Pero rodearle los hombros con sus brazos y hacer fuerza con ellos era la única forma que tenía el pobre Saúl de no terminar con el ano desgarrado, porque sus pies estaban volando en el aire y no podía usarlos para tener un punto de apoyo con ellos. Así que el chico estrechó todavía más el abrazo, pegando su torso al del bastardo y apoyó su barbilla sobre el hombro del chico de pelo castaño al que tanto odiaba.

Lionardo aumentó el ritmo del trote de su corcel, ajustándolo a su propio placer. Cuanto más rápido y fuerte trotaba el animal, más intenso era el placer que sentía con el estrechísimo culo de Saúl follándose él solo su duro rabo. Tan rápido habían estado cabalgando, que el corcel entró en el jardín de la finca sin que Lio hubiese llegado a correrse. Los mismos trabajadores que se habían estado riendo de él cuando caminaba a cuatro patas tras Lionardo en dirección al cerro, ahora se descojonaban viendo como el hijo del dueño de la finca se follaba a aquel joven rubio vestido de sirvienta justo delante de sus narices.

Lionardo dirigió a su corcel hacia el interior de los establos. El joven Saúl supuso que ahora le obligaría a desmontar y terminaría de follarle sobre la paja que cubría el suelo, pero no fue así como sucedió. Sin desmontarse, con el pequeño esclavo rubio todavía sentado sobre él con las piernas abiertas y el ano empalado por su dura polla, el joven Amo de ojos marrones abrazó fuerte al chico rubio por debajo de su culo y se puso de pie sobre las estriberas del caballo. Saúl todavía abrazaba a Lionardo y tenía su cabeza apoyada sobre el hombro de él.

"Me das asco, puta estúpida" le dijo el joven Amo al sumiso de pelo rubio.

Pero la forma en que empezó a embestirle, jadeando profundamente, daba a entender que podía sentir muchas cosas por el cuerpo del esclavo, pero el asco no era precisamente una de ellas. Lio agarraba con fuerza el cuerpo del sumiso rubio y soltaba fuertes gemidos en su oído mientras le penetraba con sadismo y violencia. Era el joven Amo quien le sostenía en el aire con la fuerza de sus brazos. Lionardo no se había sentido tan excitado sodomizando a ningún otro puto en su corta vida. Y estaba seguro de que la clave estaba en el fuerte carácter del muchacho. Cuanto más se rebelaba contra él, cuanto más se quejaba, mayor era el placer que sentía sometiéndolo, igual que le había sucedido a Ricky. Y es que el hijo menor de Don Cornelio y el perro callejero tenían caracteres muy parecidos.

“¡¡Siente mi polla destrozándote el orto, basura inmunda!!” le gritaba el hijo del mafioso mientras le embestía con toda su mala hostia.

Saúl permanecía abrazado a él, sujeto en el aire por sus fuertes brazos, y cada vez gemía más alto. Su polla estaba dura como una piedra, y recibía miles de latigazos de electrizante placer nacidos en su trasero. Se odiaba de manera intensa por estar disfrutando de toda aquella mierda.

“¡¡Aaaaahhh…!! ¡¡Me dueleeee…!!” gritó el rubio.

Finalmente, para descanso de Saúl, Lionardo terminó descargando su abundante lechada dentro de sus entrañas. El joven sumiso de ojos azules no podía entender cómo era posible que hubiese terminado disfrutando de aquella brutal follada que se parecía más a una violación que a cualquier otra cosa. Había tenido que hacer un enorme esfuerzo para no terminar corriéndose al mismo tiempo que lo hacía aquel pequeño sádico violador. El bastardo la noche anterior le había torturado, dejando que los jóvenes sumisos asiáticos del Don le diesen placer con sus lenguas, pero no le permitió correrse. Ahora su orgullo herido le hacía aguantarse las ganas. Cuando tuviera un momento de intimidad, o esa misma noche, se masturbaría y dejaría salir toda la tensión que tenía acumulada en su entrepierna. Claro que su potente erección era evidente, pero si Lionardo se dio cuenta, no dijo nada al respecto.

El hijo del Don dejó al sumiso rubio sobre el suelo y se bajó de la montura. Mientras se subía la bragueta, guardándose la polla dentro del pantalón, le dijo al mocoso con su mala leche habitual:

“No ha estado mal, pero sigues quejándote demasiado para mi gusto zorra comepollas”

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