El viaje. Día 3 (parte 3). Los Sementales y sus sumisos, se divierten juntos con un juego en la piscina, que tendrá crueles consecuencias para los perdedores. De momento va ganando el equipo de Luis, quien acaba de recibir un premio especial por parte de su Macho por ser siempre tan buen esclavo. Ahora les toca el turno de competir en la piscina a los jovencísimos esclavos Thian y Phuo.
Enrabietado con su hermano Luis por ser tan asquerosamente obediente, con Lionardo y Ricky por ser unos tramposos y básicamente con el mundo entero, Saúl se salió de la piscina y permaneció de pie a la espera de ver cómo terminaba aquella competición de mierda de sumisos. No podía sentarse porque todavía llevaba puesto el plug anal negro hinchado varias veces durante la carrera, y que había más que doblado su tamaño.
“¿Tutto bene?” preguntó Don Romanetti, el dueño de la mansión y padre de Lionardo y el andrógino Miele. El Don había detenido la música cuando vio que los muchachos discutían, para que no se pasara el tiempo determinado para las carreras.
“Si, todo bien” respondió Ricky, cabreado con Saúl, el impertinente bocazas de su sumiso. Su otro esclavo, Luis, de quien se sentía más orgulloso y le acababa de regalar un beso profundo y una rica corrida, salía de la piscina con cara de bobito enamorado, para permanecer de pie junto a su hermano menor Saúl, pues él también tenía el culo a rebosar con el plug vibrador hinchado, éste rosa, que llevaba y que le impedía sentarse.
“Excelente. Thian, Phuo. Es vuestro turno. ¡Buona fortuna para ambos!” se despidió de los muchachos a los que había estado manoseando mientras Saúl y Luis competían.
Los jovencísimos muchachos fueron a meterse a la piscina, silenciosos y solemnes como eran ellos.
Phuo llevaba un vibrador negro, como el otro miembro de su equipo de sumisos, Saúl, el perdedor de la carrera anterior. Así que fue a situarse frente a Lionardo, el hijo menor del Don, quien sostenía el mando negro en su mano.
Thian llevaba un vibrador rosa como el de Luis, el hermano mayor de Saúl, y vencedor casi obligado de la etapa anterior. Se colocó delante de Ricky, quien agarraba el mando rosa.
Ambos muchachos eran tan bajitos que no llegaban a tocar el suelo sin hundirse dentro del agua. Lo iban a tener mucho más complicado que Luis y Saúl, pero ellos contaban con la ventaja de haber sido educados desde su nacimiento por su Dueño, Señor, Don Romanetti, y estaban más que acostumbrados a los peores castigos, humillaciones, dolor y sufrimiento. Aquello de nadar de punta a punta de la piscina con el plug metido dentro de su culo hinchándose a cada cambio de canción casi resultaba un alivio, unas tranquilas vacaciones, en comparación a los terribles tormentos que solían sufrir en su día a día. Cuando el asunto había resultado una terrible pesadilla para los pobres Luis y Saúl, nada acostumbrados a los malos tratos tan crueles por parte de Ricky, el perro callejero, su Semental.
En esta ocasión Miele no podía sujetar a Luis y Saúl como había hecho con Thian y Phuo, pues ella (él) era muy débil, y aunque los rubios eran esbeltos, imposible cargar con ambos a pulso y por media hora o más tiempo. Con los prepúberes Thian y Phuo había sido relativamente fácil porque pesaban muy poquito, como unas plumas.
Por ese motivo, Don Romanetti pidió ahora que se situaran de manera distinta para ver la segunda carrera de la competición.
“Miele, date la vuelta y siéntate sobre mi polla mirando hacia la piscina” su hijo mayor andrógino con tetas y cuerpo espectacular de hembra, pero con una pollita entre sus piernas, obedeció completamente sumiso a su progenitor. El Don llamó a los dos sumisos de Ricky “Puta insaciable, Cerda comepollas, aquí” y ellos acudieron raudos.
Don Romanetti alzó sus piernas y las apoyó estiradas sobre la tumbona. Miele tenía su polla empalada dentro de su prieto esfínter de ninfa, con su espalda contra el pecho de su padre. Saúl y Luis se tumbaron muy juntos, en perpendicular sobre las piernas del Semental de más edad que había en el lugar, y dueño de todo allí. El Don empujó la espalda de Miele para que agachara su torso, apoyando sus tetas encima de la espalda de uno de los muchachos rubios. Ahora Don Romanetti tenía a mano y a la vista el culo relleno de su propia polla de su hijo Miele, y los culitos preciosos rellenos de plugs rosa y negro hinchados bastante de los dos sumisos preciosos de su invitado Ricky, el perro callejero.
“Mira figlio, como tienen de hinchados sus anos” el Don pasó su manaza abierta por encima del otro de Saúl, y presionó levemente, notando como éste se estremecía y soltaba un pequeño quejido de dolor.
De pronto, Don Romanetti agarró a la puta de su hijo mayor por la nuca y le soltó un puñetazo “¿¿Te he pedido que pares, porca di merda??” increpó al andrógino, quien se había quedado anonadado viendo aquellos abultados traseros rellenos con los plugs súper inflados, que parecían a punto de estallar por dentro.
“No ¡Perdóname padre!” imploró su hijo, sin poderse incorporar, porque le taparía las vistas a su Macho, así que como buenamente pudo en la posición que estaba, solo podía mover su cadera, manteniendo quieto el resto de su cuerpo de ninfa, y así Miele continuó sodomizándose solo el pollón duro y grueso de su padre, quien ahora se entretenía maltratando los doloridos ortos de Luis y Saúl, moviendo y apretando los consoladores que tenían insertados en sus rectos.
A una señal de Lionardo, su padre el Don cogió el móvil para que volviera a sonar la música “El juego empieza en tres... dos... uno... ¡YA!” y esta vez pellizcó los cojones de Miele muy fuerte, retorciéndoselos, para que su hijo mariconazo travestido gritara “¡¡AAAAAAAAAAH!!” dando la salida. Accionó el teléfono para que comenzara a sonar la música.
Acto seguido, Thian y Phuo, situados a cada extremo de la piscina, se hundieron dentro del agua, cada uno mamando la polla del Semental que le había tocado, el primero a Ricky y el segundo a Lio.
Para que el plan de Lionardo saliese bien, y Saúl se llevara el castigo más doloroso, tenía que conseguir que Phuo, que era quien hacía de pareja con Saúl en ese juego, perdiera. Debía ponerle las cosas fáciles a Thian, quien pertenecía al equipo de Luis. Realmente, el joven bastardo sádico no sentía ni pena ni gloria por estar involucrando a una tercera persona en aquel asunto personal que tenía con Saúl, y con sus ganas de maltratarle hasta límites inimaginables. Provocar que Phuo perdiera y recibiera dicho castigo era un mal menor para conseguir un bien mayor bajo el egoísta punto de vista del Semental.
Lio prácticamente le follaba la boca a Phuo, y cuando la música dejó de sonar, le avisó sutilmente con una señal por debajo del agua con su mano. Phuo salió disparado nadando hacia la otra punta de la piscina, donde le esperaba Ricky, y Thian, que acababa de estar comiéndole la polla al perro callejero, ahora nadaba con brío en dirección a Lionardo. Por el camino, ambos hermanos asiáticos prepúberes notaron como sus dildos se inflaban dentro de su culo, accionados por los mandos a distancia que poseían ambos sementales que participaban en el juego.
“Queda poco tiempo ya” avisó Don Romanetti, con su polla metida dentro del culo del pobre Miele, que en la postura que estaba ahora, con su torso inclinado hacia abajo, era imposible que viera nada. Pero el muchacho podía imaginar por lo sucedido en la carrera anterior quien iba a ser el ganador. Si su hermano menor Lionardo anhelaba ver perder al equipo de Saúl, el pobre sumiso rubio no tenía opción de librarse del castigo. Sin que su padre se percatara, y manteniendo un ritmo tranquilo de movimientos de su cadera, el andrógino ángel llamado Miele acarició muy sutilmente con sus dedos las pantorrillas y lumbares de Saúl, que era el esclavo que permanecía tumbado boca abajo sobre las piernas del Don, junto a Luis, en perpendicular a éste y la butaca en la que estaba situado.
Los jovencísimos hermanos asiáticos cruzaron a nado unas pocas veces más la piscina, de polla de Semental a polla de Semental. Tanto Lionardo como Ricky volvían a estar ya empalmados y listos para correrse. Thian, con el consolador rosa como el de Luis, se sumergió y comenzó a devorarle la polla a Ricky como si no existiera el mañana. Parecía que Miele no había sido el único en intuir las oscuras intenciones del Macho Lio. Al otro extremo de la piscina, Phuo con su consolador negro incrustado en su orto de prepúber, había comenzado a comerle la polla a Lio con todas sus ganas, pero recibió un pellizco en el costado. Así que comprendiendo su muda petición, continuó haciendo ver que mamaba la polla de Lionardo, pero en realidad los labios del crío asiático no llegaban a tocar la polla del Semental, así que Lio no tuvo problemas para contenerse la corrida, hasta que se aseguró que Ricky se había corrido antes que él. Cosa que sucedió más pronto que tarde.
“AaaAaaaAaahh... siii... Joder la boca de estos críos es tan gozosa de follar como sus jodidos culos” dijo el perro callejero, sujetando de pronto la cabeza de Thian para follársela duro y rápido a su gusto unas cuantas y potentes embestidas, hasta que finalmente Ricky se corrió en su boca “¡¡AaAAaAAAaAAAaHH!!”
Thian, con cierto aire de orgullo en su semblante impasible, emergió y abrió la boca, mostrándoles a Don Romanetti y a su hijo Lionardo el semen del perro callejero. El Don aplaudió y le dio permiso al menor para que lo tragara, cosa que él hizo sin pensárselo dos veces.
“Tienes toda la razón Ricky. Estos críos valen su peso en oro... bueno, más jajaja” bromeó, porque pesar pesaban poco. Entonces Lio le puso todas sus ganas a la follada de la boca del jovencísimo asiático y terminó corriéndose de puro gusto en ella “¡AaAAaAAAAaAAAah!” más por saber que estaban a punto de aplicarle un duro castigo al insoportable de Saúl, que realmente por estar abusando de la boquita del esclavo de su padre, que ya tenía muy vista y probada.
“Il gioco ha terminado” sentenció el dueño de la casa, y palmeó los traseros de Saúl y Luis “Levantaos” se dirigió a Miele, que seguía empalado sobre el duro rabo de su padre, sin haber conseguido que se corriera, pero a veces eso sucedía con el Don. Follaba tantísimo a lo largo del día, y se corría tanto, que a veces solo quería mantener la polla en un lugar caliente y agradable, pero sin intención real de buscar el orgasmo, solo el placer por el placer. Así que Miele no se sintió mal por esa orden “Tú también figlio. Todos en pie”
Don romanetti se quedó sentado en la butaca, Ricky y Lionardo salieron de la piscina, seguidos por Thian y Phuo.
Mientras Saúl y Phuo recibían su no tan bien merecido y doloroso castigo, los sementales se sentaron a la mesa exterior
Luis y Miele comenzaron a preparar la carne y las verduras a en la barbacoa. Pronto el delicioso aroma de la carne cocinándose llenó las fosas nasales de los presentes. A Luis le sonaron las tripas. Pero sabía que la escoria como él no tenía derecho a disfrutar de manjares como esos.
“Luis, Thian, venid aquí” les ordenó Don Romanetti.
Ambos muchachos se acercaron a la mesa y se quedaron en pie mirando hacia el suelo en actitud totalmente sumisa. Habían sido bien entrenados por sus respectivos Machos, Ricky y el Don, respectivamente.
“Dijimos que los ganadores del juego tendrían un premio” señaló dos sillas vacías “Sentaos. Comeréis con nosotros” les dijo el dueño de la casa. Luis se sorprendió más que el impasible Thian.
“Pero no podéis quitaros los plugs. Comeréis con ellos puestos” advirtió el perro callejero.
“Ssi, claro. Sería... ¡gracias!” dijo Luis, con una gran sonrisa y emocionado, aunque fuese a resultarle incómodo comer así.
A continuación, los jóvenes esclavos ganadores tomaron asiento muy cuidadosamente.
Miele les puso platos y vasos a los muchachos y luego comenzó a dejar sobre la mesa los pedazos de suculenta carne a la brasa, junto a las verduras, a medida que se iban haciendo al punto.
Los Sementales Don Romanetti y Ricky junto a los sumisos ganadores Luis y Thian, disfrutaban del vino y la comida. Bueno, en realidad el joven asiático prepúber no comía demasiado, más bien mareaba la comida. Cuando el Don se dio cuenta, dejó de comer y le preguntó “¿Quieres tu salsa especial sobre la carne, Thian?”
El muchacho asintió silencioso y serio. Era tan pequeño que apenas si llegaba a la mesa.
El Don torció la sonrisa en una más malvada “Pues sírvete tú mismo”
El menor cogió su plato, bajó de la silla y se arrodilló entre las piernas de su Dueño. Mientras el Don comía, Thian le masturbaba y chupaba la polla, hasta que en poco tiempo consiguió su verdadero premio, una buena corrida espesa y caliente sobre su carne. El Don jadeó suave mientras llegaba al clímax y regaba el plato del esclavo con su simiente de Macho.
Entonces sí, Thian se sentó a la mesa y comenzó a comer con ganas de su carne especiada de leche italiana, recibiendo unas cariñosas caricias en su pelo de parte de Romanetti.
Por su parte Luis no podía dejar de notar la incomodidad del plug hinchado en su orto, comía con ganas esos platos que le habían sido prohibidos por tanto tiempo, pero al mismo tiempo no podía evitar sentirse tremendamente preocupado por su hermano menor Saúl, sabiendo que él disfrutaría de aquella comida como un animal. Miraba de reojo de vez en cuando en dirección a los sumisos castigados por perder el juego propuesto por Lio.
Saúl y Phuo habían sido colgados de unas estructuras de varas metálicas con base.
Ambos estaban boca abajo, colgando de unas cuerdas atadas a sus tobillos, que habían sido separados forzosamente por el palo que cruzaba en horizontal la estructura por encima de sus cabezas. Tenían las manos en cruz. Sus cuerpos estaban cubiertos por cables y pinzas metálicas por sus pezones, huevos, perineo, axilas y lengua, que tenían que dejar fuera de la boca a la fuerza.
Además de todo eso, tenían una esposa en cada muñeca, con un peso anclado a ellas. Para que les costara mantener los brazos en cruz. Y estaban puestos de cara a la mesa donde comían la carne a la brasa, al otro lado de la piscina.
Lionardo fue en busca de la manguera, entonces su padre le preguntó con curiosidad:
“¿Qué castigo vas a imponerles?” quiso saber Don Romanetti, sentado a la mesa.
El hijo menor del Don se acercó a Phuo, le quitó el plug de un tirón, y lo sustituyó por la manguera, que comenzó a llenarle las tripas de agua fría a gran presión.
“Les he puesto unos electrodos. Cada vez que se cansen y bajen los brazos, se activará y les pasará la corriente por cada pinza que llevan” les explicó el joven aprendiz de Semental “Además, tendrán que aguantarse con las barrigas bien llenas de agua” sacó la manguera y la cambió por el plug, hinchándolo al máximo permitido. Estaba tan enorme dentro del culo del cuerpo prepúber de Phuo que parecía que lo iba a partir en dos. Pero el menor no soltó ni el más mínimo lamento.
Lionardo caminó hacia Saúl, quien llevaba unos pesos más pesados que los de Phuo, y unas pinzas más grandes y dolorosas por ser afiladamente dentadas. Era un puto sádico sin escrúpulos “Además, tendrán que soportar el sol sobre su piel, y aguantarse boca abajo mientras nosotros comemos tranquilamente”
Don Romanetti asintió complacido “Bene figlio mío, bene”
Lio se puso detrás de Saúl y repitió más o menos el proceso, pero esta vez, cuando el sumiso rubio tuvo todo su estómago lleno de agua, en vez de sacar la manguera, se la dejó incrustada hasta el puto estómago y metió el plug desinflado junto a ella, hinchándolo acto seguido hasta el máximo posible, para que atrapara dentro de su esfínter la manguera y buena parte del agua “NNNNHHHHGGG” gruñó el hermoso esclavo rubio. El resto de líquido que ya no le cabía dentro del culo caía a chorretones sobre el suelo. Y el dolor que sentía en su orto era del todo inhumano. Miraba a Lionardo con auténtico odio refulgiendo en sus pupilas.
El malvado ya iba a sentarse a comer con el resto de comensales, cuando de pronto sintió ganas de orinar. Miró con infinita maldad a Saúl mientras se apartaba el bañador y sacaba su polla de dentro “Ya que estamos…” murmuró al esclavo de Ricky.
A continuación, Lionardo soltó su vejiga y comenzó a mearle encima al pobre Saúl, que quería morirse del puto asco. Y no podía cerrar la maldita boca por culpa de la pinza, así que aquel líquido pestilente, amarillo y ardiente le cayó directamente dentro de la boca, llenándola de su olor y sabor particular y asqueroso. Lio meó un poco también a Phuo, y luego volvió a dedicarse a mancillar el cuerpo del sumiso rubio perdedor del juego, dejándolo mojado entero de arriba abajo.
“Ahora sí que he terminado” dijo con una sonrisa triunfal el muy imbécil, y se sacudió las gotitas y se marchó a comer con su padre, el perro callejero, Luis y Thian.
El nivel de humillación suprema que estaba sintiendo Saúl en ese momento era infinito. Se había convertido en el maldito retrete portátil de ese bastardo sin alma llamado Lionardo. Y había quedado más que claro que el imbécil de los cojones había amañado la competición para que él fuera el perdedor, y también le quedó claro que a su Señor Ricky, el perro callejero, se la sudaba de canto, o mejor dicho, le parecía bien aquella puta mierda. Se lo había dejado bien claro. Saúl odiaba al puto mundo entero en ese instante deplorable de su mísera existencia como esclavo de Ricky.
Los esclavos perdedores estuvieron así colgados durante toda la comida, y los cafés, y las copas que siguieron a los cafés, y las copas que siguieron a estas copas.
Phuo soportaba bastante mejor el asunto, porque no había sido tan puteado como Saúl. El rubio, en cambio, sentía que se le cansaban cada vez más los brazos a medida que pasaban las horas y tenía que mantenerlos en cruz con esos pesos colgando de sus muñecas. Al principio recibió calambrazos cada mucho rato, pero ahora ya atardeciendo, los descuidos se volvían más seguidos. Cada vez que movía sin querer sus brazos por el dolor de tenerlos completamente estáticos y ejerciendo fuerza, tremendas descargas recorrían su cuerpo meado por Lio, en sus cojones, perineo, pezones, en su lengua llena de meado de aquel bastardo. Su cuerpo se convulsionaba, se retorcía, y aunque al principio del castigo intentaba no gritar, como Phuo, con el pasar del tiempo el dolor se volvió insoportable y sus aullidos de puro tormento eran perfectamente audibles, aunque por su honor de esclavo Saúl intentaba no gritar demasiado, apretando fuerte sus dientes y manteniendo su mandíbula completamente tensa.
Cuando los Machos de la casa se dieron por satisfechos, el mayor de todos ellos dio la orden:
“Miele, figlio ve con Luis y Thian. Baja a Saúl y Phuo de allí y todos id a tomaros un buen baño. Os quiero en cuanto estéis listos de vuelta con nosotros. Desnudos. Sin distracciones. ¿Entendido?” dijo el Don.
Su hijo mayor travestido respondió sumiso como él era “Si, padre. En seguida.”
Y así lo hicieron. Los sumisos que habían sido castigados no comieron nada. Todos juntos se adentraron en la mansión de Don Romanetti y fueron a limpiarse. Saúl caminaba renqueando, con un dolor atroz y palpitante en todo su orificio anal. Aunque ya no llevase el plug y la manguera, al haberlo tenido al máximo de tamaño y con el agua entrándole por ahí a alta presión, además de lo de las electrocuciones, se sentía exhausto, derrotado, con ganas de morirse ya mismo y dormir mil días seguidos. Pero no podía hacerlo.