Pensamientos de una sumisa. Escrito en Julio 2013.
Vivo en una realidad distinta a la que viven los demás. No importa si estoy en el metro, de camino al trabajo, o sentada en el parque leyendo un buen libro. La gente que me ve piensa que me conoce, y que saben lo que pasa por mi mente… pero no podrían estar más equivocados. Porque yo sencillamente no estoy allí. Me muevo entre tinieblas, avanzando cada paso que doy llena de dudas y frustración. La indecisión me atormenta por dentro.
No reparo en los viajeros que van conmigo, ni en el trayecto, pierdo el hilo de mi lectura, mi menta vaga solitaria por lejanos páramos, que sé con seguridad que esconden maravillosos paraísos, pero que soy incapaz de ver por mi autoimpuesta ceguera. Cierro los ojos y me trago las amargas lágrimas que amenazan con salir a la luz. No me lo puedo permitir ¿Qué pensarían de mi si dejo aflorar mis sentimientos y le muestro al mundo quien soy yo en realidad?
Alzo la mirada al cielo y me recrimino por ser tan tonta, por llorar lágrimas invisibles por un ser que ni si quiera existe. ¿Cómo es posible sentir dolor por la pérdida de algo que nunca se tuvo? ¿Cómo puede herir tanto el mero hecho de no hacer nada? Me siento estúpida. Estoy de luto por un hombre que jamás conocí. Sé que anda por ahí, sé que en algún lugar hay un Amo que está esperando pacientemente mi llegada, y que no aparecerá hasta que no esté preparada. Yo no le conozco, no sé su nombre ni lo intensa que es su mirada. Él no es nada excepto una sombra si rostro en mi imaginación, aun así le rindo devoción a diario. Pienso en él muy a menudo. Le imploro que me perdone por ser incapaz de dar el paso, y le suplico que siga esperando, que tenga paciencia, que llegará el día en que seré lo suficientemente valiente como para salir de las sombras para ir en su búsqueda.
Voy andando por la calle. Mi respiración es rápida y pesada. Siento como si en mi interior ardieran de manera constante unas brasas que no pueden ser apagadas, pero que tampoco terminan de prender en un incendio. Me cuesta seguir adelante como si nada. Aparece una amiga y me pregunta “¿Estás bien? Parece que viajaste a otro mundo” vuelvo de mi ensoñación, me pongo la máscara, sonrío con cariño y le respondo “Si, no es nada.” Por su bien y el mío es mejor que nadie sepa nada. Sé que hay personas muy cercanas a mí que no se reirían, ni me señalarían con el dedo, que incluso harían el esfuerzo de intentar comprenderme. Pero no serían capaces, porque ser sumisa es algo que una lleva dentro. No se aprende ni se practica. No se puede explicar, porque no existen palabras para hacerlo. No tengo Amo, pero eso no impide que me sienta ya subyugada a un fantasma de niebla y oscuridad. Soy quien soy, y ahogar esa oscura parte de mí creo que me está matando poquito a poco.
Aun así sigo sin sentirme preparada. Todavía no.
Me tumbo en la cama. Antes de dormir alzo mi mirada y la dirijo a ese astro luminoso tan hermoso que brilla en la oscuridad. Allá donde esté mi Amo, le envío todo mi cariño y devoción. Le deseo que haya pasado una buena jornada, y que duerma y descanse bien. Lo arropo en mi pensamiento, deseándole lo mejor. Y de nuevo me disculpo con él por ser la peor sumisa que pudiera haber, que aun sabiendo qué es lo que tiene que hacer, no puede dar el paso para iniciar la búsqueda de aquel ante quien sabe que tiene que rendirse por completo.
Vivo en una realidad distinta a la que viven los demás. No importa si estoy en el metro, de camino al trabajo, o sentada en el parque leyendo un buen libro. La gente que me ve piensa que me conoce, y que saben lo que pasa por mi mente… pero no podrían estar más equivocados. Porque yo sencillamente no estoy allí. Me muevo entre tinieblas, avanzando cada paso que doy llena de dudas y frustración. La indecisión me atormenta por dentro.
No reparo en los viajeros que van conmigo, ni en el trayecto, pierdo el hilo de mi lectura, mi menta vaga solitaria por lejanos páramos, que sé con seguridad que esconden maravillosos paraísos, pero que soy incapaz de ver por mi autoimpuesta ceguera. Cierro los ojos y me trago las amargas lágrimas que amenazan con salir a la luz. No me lo puedo permitir ¿Qué pensarían de mi si dejo aflorar mis sentimientos y le muestro al mundo quien soy yo en realidad?
Alzo la mirada al cielo y me recrimino por ser tan tonta, por llorar lágrimas invisibles por un ser que ni si quiera existe. ¿Cómo es posible sentir dolor por la pérdida de algo que nunca se tuvo? ¿Cómo puede herir tanto el mero hecho de no hacer nada? Me siento estúpida. Estoy de luto por un hombre que jamás conocí. Sé que anda por ahí, sé que en algún lugar hay un Amo que está esperando pacientemente mi llegada, y que no aparecerá hasta que no esté preparada. Yo no le conozco, no sé su nombre ni lo intensa que es su mirada. Él no es nada excepto una sombra si rostro en mi imaginación, aun así le rindo devoción a diario. Pienso en él muy a menudo. Le imploro que me perdone por ser incapaz de dar el paso, y le suplico que siga esperando, que tenga paciencia, que llegará el día en que seré lo suficientemente valiente como para salir de las sombras para ir en su búsqueda.
Voy andando por la calle. Mi respiración es rápida y pesada. Siento como si en mi interior ardieran de manera constante unas brasas que no pueden ser apagadas, pero que tampoco terminan de prender en un incendio. Me cuesta seguir adelante como si nada. Aparece una amiga y me pregunta “¿Estás bien? Parece que viajaste a otro mundo” vuelvo de mi ensoñación, me pongo la máscara, sonrío con cariño y le respondo “Si, no es nada.” Por su bien y el mío es mejor que nadie sepa nada. Sé que hay personas muy cercanas a mí que no se reirían, ni me señalarían con el dedo, que incluso harían el esfuerzo de intentar comprenderme. Pero no serían capaces, porque ser sumisa es algo que una lleva dentro. No se aprende ni se practica. No se puede explicar, porque no existen palabras para hacerlo. No tengo Amo, pero eso no impide que me sienta ya subyugada a un fantasma de niebla y oscuridad. Soy quien soy, y ahogar esa oscura parte de mí creo que me está matando poquito a poco.
Aun así sigo sin sentirme preparada. Todavía no.
Me tumbo en la cama. Antes de dormir alzo mi mirada y la dirijo a ese astro luminoso tan hermoso que brilla en la oscuridad. Allá donde esté mi Amo, le envío todo mi cariño y devoción. Le deseo que haya pasado una buena jornada, y que duerma y descanse bien. Lo arropo en mi pensamiento, deseándole lo mejor. Y de nuevo me disculpo con él por ser la peor sumisa que pudiera haber, que aun sabiendo qué es lo que tiene que hacer, no puede dar el paso para iniciar la búsqueda de aquel ante quien sabe que tiene que rendirse por completo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario