sábado

El Rey de los Cerdos 01

Cómo el chico más nerd, gordo y desagradable consiguió hacerse con un harén en su propia casa. Corriéndose en la boca de Valeria, su estúpida hermana mayor.

Ovidio no había tenido una vida nada fácil. Ya solo por su físico, tan obeso que hasta tenía papada, su piel grasienta, gafas de culo de botella, un pelo color paja y aceitoso pegado a su cabeza, siempre sudoroso y maloliente porque poco se bañaba, por todo ello el chico era el centro de bullying de todos siempre. Lo llamaban el cerdo seboso, en su propia cara y en su propia casa incluso. A lo largo de su existencia había recibido incontables palizas, y un sinnúmero de humillaciones variadas. Y en su propia casa tampoco es que la cosa mejorara demasiado. Sus dos hermanas, una mayor y una pequeña que él, una lo acosaba y le dejaba claro que lo encontraba insoportable y aberrante, y la otra hacía casi como que no existía. Lo mismo que sus padres, que incluso preferían salir a hacer cosas en familia, como comer en un restaurante, o ir al parque de atracciones, sin su molesta presencia. Ovidio era un deshecho humano para el universo.

Pero todo aquello estaba a punto de cambiar de manera muy radical. Y todo gracias a un experimento fallido, que resultó en el mejor fallo de su miserable existencia, y que lo transformaría de cerdo seboso al puto Rey Cerdo de su hogar.

Era un martes por la tarde. En la casa solo estaban Ovidio y su odiada hermana mayor Valeria, que de verdad que ni parecían de la misma especie. La muchacha era preciosa. Si esto fuera una típica película americana, ella sería sin duda la líder de las animadoras. Poseía una reluciente melena rubia lisa y larga hasta media espalda. Ojos azules intensos. Unos jugosos labios de fresa. Sus pechos eran dos bamboleantes globos de tamaño más que generoso. Prieta cintura. Cadera sobresaliente. Culo de infarto. Piernas finas interminables. Adorable y follable allá por donde la miraras.

Su madre estaba haciendo compras. Su padre trabajando. Y la menor de las hermanas en una actividad extraescolar. Valeria se había pasado la tarde en su habitación, distraída con sus cosas. Ahora la escuchaba hablar por teléfono con alguna de sus amigas, o seguro que con Izan, su mejor amigo gay que vivía en la casa de al lado. Ovidio permanecía como siempre en su cuarto, su santuario. El lugar del mundo en el que más seguro se sentía. Su ordenador portátil estaba en una esquina de la mesa de estudio, y encima de ésta había colocado su trabajo de ciencias, que tenía que ver con neurofeedback, ondas cerebrales, y ese tipo de cosas. Aunque por el momento no estaba consiguiendo que funcionara correctamente. La mesa estaba hasta arriba de placas metálicas, chips, sus herramientas, cables y más cables… una caja con la batería y los emisores de ondas.

Ovidio quiso revisar la parte que pensaba que había colocado mal, y en el instante en que el metal del destornillador tocó un cable pelado, se escuchó una pequeña explosión dentro del artilugio, salieron todo de chispas volando y una buena humareda, que hizo saltar la alarma contra incendios de su cuarto. El pitido agudo del cacharrito blanco en el techo se escuchaba por toda la casa y era bastante insoportable. Pero no hizo nada por remediarlo, más preocupado por los posibles daños a su invento, que solucionar el asunto de la alarma ensordecedora.

De pronto su hermana mayor Valeria irrumpió en su habitación, muy cabreada y con las manos en sus orejas para intentar amortiguar el potente sonido de la alarma.

—¿Es que además de gordo estás sordo, maldito cerdo seboso? —le preguntó la borde de su hermana.

—Mira, no tengo ganas de hablar contigo.

Tan insoportable resultaba Valeria para Ovidio, como a la inversa. La rubia despampanante apartó de un empujón al seboso de su hermano menor y cogió la silla para poder subirse a ella y alcanzar la alarma en el techo.

Valeria no habría entrado ahí si no fuera por ser una emergencia. El resto de la casa y habitaciones de la casa eran puro orden y limpieza. Olían bien. Estaban organizadas. Pero aquel lugar resultaba desagradable a la vista y al olfato. Había montañas y montañas de ropa tiradas por todas partes, junto a restos de comida, envases vacíos, libros, libretas y un interminable etcétera. Aquello no era una habitación, era un maldito vertedero.

Cuando consiguió que la molesta alarma dejara de sonar, la preciosa muchacha de mirada celeste bajó de la silla y se dirigió al asqueroso de su hermano.

—Que sepas que pienso decírselo a papá en cuanto vuelva a casa ¡Te vas a ganar un buen castigo!

—Ufff… haz lo que quieras —respondió el gordo seboso sin alzar la mirada de su aparato humeante, sintiéndose cada minuto que Valeria pasaba allí más incómodo y cabreado con ella.

Pero la pesada de su hermana parecía tener un día especialmente toca cojones, y no se marchó de su cuarto. En vez de eso movía con la punta del zapato el montón de porquería y caos de cosas que hacían montañas en el suelo de su cuarto.

—Dios que asco. Aquí debe haber ratas… y no quiero ni imaginar qué otros bichos. Joder, mira que eres cerdo y asqueroso. Ya podrías limpiar de vez en cuando toda esta mierda. ¡Y dúchate! ¡Que tu mal olor ya atraviesa las paredes y me llega al otro lado del maldito pasillo!

Ovidio, harto de las malas palabras de la estúpida de su hermana mayor, se la quedó mirando con odio infinito y la mandó a la puta mierda.

—Valeria ¡Que me dejes en paz! ¿¿¡Por qué mejor no vas a masturbarte un rato a ver si se te quita la mala hostia y me dejas tranquilo de una puta vez!?? —le dijo, como podía haberle dicho cualquier otra cosa.

Pero fue eso lo que le ordenó hacer. Y joder… Valeria acató la orden sin dudarlo.

De manera totalmente sumisa, la muchacha de larga melena rubia se desabrochó los botones, metió la mano dentro de su pantalón tejano y comenzó a masturbarse.

Ovidio quedó totalmente perplejo. Sus ojos tras aquellas gafotas de culo de botella estaban abiertos de par en par. Es que no era capaz de comprender qué cojones pasaba. Pero era bien real, porque la estúpida de Valeria no le obedecería jamás de los jamases. Y antes moriría que dejarle ver cómo se masturbaba ¿Acaso todo aquello tenía que ver con la explosión de su invento? A ver, teóricamente sí que había estudios sobre la manipulación mental relacionados con aquel campo en concreto en el que experimentaba, pero nada concluyente ni probado. Todo eran meras hipótesis.

Pero su preciosa hermana mayor ahí estaba de pie en su cuarto y masturbándose para él. Ovidio no iba a dejar pasar la oportunidad de comprobar por sí mismo hasta qué limite podía llevar a Valeria, ahora su primer sujeto experimental en el control mental. Si la cosa se ponía fea, bueno… él no estaba obligando a su hermana mayor a nada realmente. Solo de palabra. Era la propia rubia la que se movía por aparente voluntad propia.

—Así no estás nada cómoda, Valeria. Mejor túmbate sobre mi cama. Pero antes quítate los pantalones y las bragas.

—Si, Olvido.

El corazón del cerdo seboso comenzó a latirle fuerte en el pecho cuando la preciosa rubia se acercó a su cama, se bajó las prendas de ropa dejándolas sobre el suelo y se tumbó sobre ella boca arriba, volviendo a meterse la mano sobre su coño para continuar masturbándose.

—Increíble —murmuró el gordo, con su polla de virgen durísima como una puta piedra de la excitación que estaba sintiendo al ver a la zorra de su hermana Valeria en esa actitud tan sumisa y obedeciéndole sin rechistar.

El gordo se agachó para recoger el tanga negro que la rubia dejó sobre el suelo y se lo pegó a la nariz, aspirando su aroma de hembra. Ufff quería hacerle tantas cosas a esa guarra… pero necesitaba dejarlo todo bien documentado, sobre todo por si luego Valeria recuperaba la memoria, o dejaba de hacerle efecto lo que fuera que le afectaba el raciocinio, poder demostrar que ella no estaba siendo coaccionada por él.

Así que Ovidio situó el portátil para que la webcam grabara el glorioso momento, y él dejó su móvil grabando también, desde una posición mucho más cercana a la cama.

—¿Eres virgen, Valeria? —quiso saber el obeso de su hermano, sin poder apartar la mirada de su escultural cuerpo de hembra calentorra.

—No. He follado ya con varios chicos.

El nerd ya se imaginaba aquello. Una rubia deliciosa como ella seguro que era de lo más popular entre los muchachos. Difícilmente sería virgen como él.

—¿Has probado el sexo anal? —fue lo siguiente que quiso saber Ovidio.

—Lo intenté una vez, pero me dolía demasiado y al final lo dejamos. No me gusta —fue la sincera respuesta de su hermana mayor, que no dejaba de masturbarse.

—Seguro que te encanta masturbarte. ¿Cuántas veces sueles hacerlo y cómo lo haces?

—Depende… dos o tres veces por semana más o menos —le dijo la rubia, con las mejillas encendidas en rubor por la excitación —Tengo un consolador guardado en mi cajón de la ropa interior. Suelo esperar a que todos estén dormidos, me pongo una porno en el móvil y me masturbo con el consolador metido en mi coño.

Mierda, todo aquello era demasiado bueno joder. Necesitaba descargarse de una maldita vez o sentía que le explotarían los putos huevos de la presión.

Ovidio fue a la habitación de su hermana mayor, revolvió sus cajones hasta encontrar el de la ropa interior y sacó el consolador del que le había hablado la rubia, que era de un tamaño medio tirando a pequeño. Volvió a su cuarto, temeroso de que la extraña magia hubiese dejado de hacer efecto, y Valeria le partiera la boca de un puñetazo. Pero no pasó nada de eso. La fémina seguía tumbada boca arriba sobre la cama, desnuda de cintura para abajo, soltando leves jadeos y acariciándose su coñito encharcado con ganas.

—Enséñame cómo te sueles masturbar —le ordenó su hermano nerd seboso, dándole el consolador.

—Si, Ovidio —ella sumisa cogió el aparato y se lo metió despacio en el interior de su vagina.

El gafotas obeso alucinaba. Aquello era una puta pasada. A la mierda con la precaución. Ya no se aguantaba más las ganas de eyacular. Se bajó la bragueta y bajo su enorme panzota emergió una polla enorme, larguísima y gruesa como el brazo de un niño. Si en general Ovidio apestaba a semanas sin ducharse, aquella parte íntima de él era totalmente repulsiva de oler. Su hedor inundó el cuarto con una marea insoportable para cualquiera. Pero Valeria no se movió de su lugar tumbada sobre la cama de su hermano seboso y masturbándose con su propio consolador.

Ovidio comenzó a pajearse a un ritmo suave al principio. Apoyó una rodilla en el borde de la cama y levantó la camisa a su hermana mayor, viéndole entonces las tetazas dentro de su sostén. Menudas tetas joder. Envalentonado por la falta de reacción por parte de Valeria, el seboso se soltó la polla y comenzó a magrearle los pechotes a la rubia. Mierda… le faltaban manos para hacer todo lo que querría.

—Sigue masturbándote con el consolador, pero la otra mano ponla en mi polla y pajéame.

Valeria ahora se masturbaba a sí misma y al asqueroso de su hermano al mismo tiempo.

Ovidio sacó los pechotes de su hermana mayor de dentro del sujetador y amorró su boca de cerdo a uno de los pezones oscuros, succionando con deleite. Sus primeras tetas de verdad joder. La primera paja de una hembra. Jodidamente increíble. Aquellas tetas juveniles eran tersas, suaves, y al contrario que él, que apestaba a sudor y suciedad de semanas, su hermana mayor olía de maravilla. Alzó su rostro y lo puso frente al de su hermana.

—Abre la boca, Valeria.

En cuanto ella lo hizo, el gordo seboso pegó sus labios a los de la rubia y comenzó a morrearla de manera libidinosa, mezclándose ambas salivas con el roce de sus lenguas. Valeria mantenía una actitud pasiva mientras su asqueroso hermano menor abusaba de su cavidad oral a su propio placer y beneficio, sin dejar ella de meterse el consolador por su coño encharcado, ni de masturbarle su polla apestosa a Ovidio. Bien. Si ella había soportado tener su lengua en la boca, porqué no iba a poder ir un poco más allá y meterle otra cosa en ese orificio tan suculento.

—Chúpame la polla, Valeria. Y no te detengas hasta que me haya corrido.

—Si, Ovidio.

Aquella hembra deslumbrante y preciosa se apoyó sobre su codo quedando de costado, y sin dejar de masturbarse con el consolador en su coño de puta, acercó el apestoso rabo de su hermano menor a sus labios y comenzó a meter y sacar con ganas lo que le cabía dentro de su boca, bastante menos de la mitad porque era enorme y gordísimo.

—Hhhhmmm…

—Usa tu lengua. Muévela por dentro. Sobre todo, en mi glande.

Si su mente no hubiera estado siendo controlada, Valeria habría sentido ganas de vomitar por estar mamándole ese apestoso rabo al cerdo seboso de su hermano, que no se duchaba en semanas. Pero ahora mismo actuaba como si le estuviera mamando la polla al chico más guapo de la clase. Con cada empujón de su cabeza, el gordote glande inflamado de Ovidio golpeaba el inicio de la garganta de Valeria, su campanilla. La hembra rubia hacía succión y movía su lengua deleitándose con aquel pedazo duro de carne viril que tenía el placer de engullir.

Ah Dioses que maravillosa estaba resultando su primera puta mamada. Y lo mejor de todo es que se la estaba haciendo la estúpida de Valeria… Ovidio todavía no podía creerse la suerte que había tenido con todo aquello. Estaba en el puto paraíso para pervertidos. Ni en sus más locas fantasías habría soñado con soltar la corrida de su primera mamada en la boquita jugosa de aquella zorra estúpida que tenía por hermana mayor ¡Y sin tener que abusar de ella por las malas!

El pobre nerd estaba tan sobreexcitado que su eyaculación fue muy temprana. Pocos minutos tras haberse introducido Valeria su polla gordota dentro de la boca, su hermano menor entrecerró los ojos, tiró de su cabeza por su larga melena rubia, para que se incrustara bien al fondo su rabo de cerdo seboso y comenzó a correrse con el mayor puto placer del jodido mundo.

—¡AAAaAAaAAaaAAAaaAAH! ¡Siiiiiiiii jodeeeeeeeeeeer putaaaaaaaaaa que bieeen la chupaaaaaaas! ¡¡CÓRRETE CONMIGO!!

La espesa lechada de Ovidio de sabor amargo inundó la boquita de fresa de su preciosa hermana a borbotones que parecían no tener fin. De pronto Valeria se vio atravesada por un poderoso orgasmo tan intenso que el consolador que tenía metido en su coño salió disparado y cayó sobre la cama, mientras el interior de su vagina palpitaba y soltaba grandes montones de líquido cristalino. El propio gordo le apartó la cara a su hermana para sacarle el rabo de la boca y que los últimos chorretazos de su lechada le cayeran sobre esas morbosas tetazas que tenía la rubia.

Cuando terminaron, el obeso nerd amasó las tetas de su hermana mayor, restregándole su corrida ahí. Luego alzó ambas manos y se las pasó por su cara, mojándosela bien con su espesa y apestosa leche. Luego bajó las manos y enterró una entre sus mullidas nalgas y la otra la puso sobre su coño rezumante de dulces jugos de hembra.

—No te limpies. Quiero que te pases el resto del día con mi corrida en tu cuerpo.

—Si, Ovidio.

—Todo esto que ha pasado desde que explotó mi invento lo olvidarás por ahora. Para ti hemos estado haciendo “cosas de hermanos” de lo más normales. Cuando vuelva a reclamarte que hagamos “cosas de hermanos” recordarás cada vez que has sido usada por mí y te excitarás por ello.

Y mientras Valeria se vestía, Ovidio le dio estas instrucciones:

—Cómprate un consolador más grande para el coño y unos dilatadores para ir trabajando tu culo. A partir de hoy sentirás unas terribles ganas de masturbarte el coño y el culo cada noche a la misma hora, tan potentes que no podrás evitar hacerlo hasta llegar a tu orgasmo. Y no podrás evitar pensar en mí cuando lo hagas. Cada noche. Y cada vez que te masturbes y te corras será mi cara la que aparecerá en tus pensamientos. Tu coño se encharcará imaginando como te follo bien duro. Como me corro en tu boca o abuso de tu culito virgen.

—Si, Ovidio.

—Ya no soy Ovidio. Soy tu Dueño y Señor. Así te dirigirás a mí cuando te dé alguna orden. Y yo te llamaré mi puta, mi zorra o como mierdas me venga en gana.

—Si, mi Dueño y Señor.

—Ah, y tira tus pastillas anticonceptivas a la basura. No volverás a necesitar tomártelas.

—Si, mi Señor.

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