sábado

Maite. Secuestrada en Egipto. Cap 05.

Había pasado toda la tarde sentada en esa esquina, con los muslos, el trasero, el estómago y mis pechos doliéndome por los azotes. Conforme pasaron las horas mis piernas empezaron a dolerme por no poder moverme de aquella postura, el terror podía más que cualquier dolor muscular, y llegada la noche, un delicioso olor a comida recién hecha me distrajo de todo aquello. Me di cuenta de que llevaba dos días sin comer, y bebiendo el agua justa para no morir deshidratada, tenía mucha hambre, y deseaba, ansiosa, que se acordaran de mí y me diesen algo que llevarme a la boca, y vaya si se acordaron.

Alguien picó a la puerta, Ashraf respondió algo y entro Salima, que ahora que me fijaba, mantenía la vista fija al suelo, en una actitud sumisa. Como ya he dicho, era una muchacha preciosa, de edad indeterminada, pero más joven que yo seguro. Con el pelo negro azabache recogido en una trenza. Su cuerpo era más voluminoso que el mío, pero no estaba gorda, ni mucho menos. Salima vestía un gracioso conjunto de sirvienta, con faldita corta oscura y delantal blanco, y la parte de arriba, también oscura, tenía un amplio escote cuadrado con ribeteado de blonda blanca, por donde asomaban un par de pechos, más grandes que los míos, y de piel más oscura. Una pequeña diadema de blonda blanca en su cabeza remataba el conjunto.

Ashraf cogió algo del cajón del escritorio, se levantó, y vino a donde estaba yo. Dio un tirón a la cadena atada a mi cuello sin decir nada, me levanté como me había dicho que hiciera, vi de reojo como ataba el otro extremo de la cadena a una ancha pulsera de cuero negro que se acababa de poner en la muñeca, en la que había un pequeño mosquetón de hierro incorporado. Me dijo:

«Átate el vestido»

Así lo hice, Luego me puse delante de él y empecé a andar, siguiendo a Salima. Suerte que estaba ella aquí, si no, no sé cómo habría averiguado hacia dónde tenía que dirigirme, teniendo en cuenta que era yo la que debía ir delante de él. Supongo que lo hacía así para tenerme controlada y porque, de esta manera, podía ir deleitándose con la visión de mi cuerpo mientras andábamos.

Suponía que nos dirigíamos al comedor, así que me fijé el camino que tomamos porque me pareció que tendría que repetirlo muy a menudo... al salir del despacho andamos por el pasillo hacia la derecha... conté 5 puertas hasta llegar a unas escaleras que bajaban por la izquierda... al llegar abajo giramos de nuevo a la derecha y allí estaba el salón con la mesa preparada para... ¡un comensal!

Así que hoy no voy a comer nada tampoco. Pero no voy a quejarme, ¿qué puedo hacer en esta situación? Cuando pasamos al lado de la mesa vi que había pan, un estofado, vino, varias frutas... todo un banquete para mi captor... y yo medio desmayada por el hambre.

Ashraf se sentó en la elegante silla que encabezaba la mesa y me ordenó que me arrodillara a sus pies. Mientras se arremangaba la túnica, me dijo:

«Chúpamela mientras ceno, perra»

«Si Amo, se la chuparé mientras cena» dije, medio atragantándome por las palabras que acababa de pronunciar.

Habiéndosela comido al repugnante moro en la cueva, ya me daba igual tenérselo que hacer a él también, además, como descubrí al acercar mi cara a su enhiesta polla, su olor no era desagradable. Olía como una buena polla tiene que oler. Usé mis manos para agarrar la base de ese rabo, que diría era más grande que el del taxista y me lo puse en la boca.

Ashraf empezó a comer, y el tenerlo allí tan cerca, degustando esas delicias, mientras metía y sacaba su polla de mi boca, hizo que irremediablemente mi estómago empezara a protestar. Un rugido salió de mi barriga, eso era algo imposible de controlar para mí.

Entonces él me miró y preguntó:

«¿Tienes hambre, perrita?»

Como él me había enseñado, respondí sumisamente, buscando su complacencia y algo que llevarme a la boca:

«Si, Amo, tengo mucha hambre»

«Está bien, sigue con lo que estás haciendo» me respondió, y luego dio una orden a Salima, que salió por la puerta, volviendo al rato con una especie de cuenco en las manos, que dejó en la mesa junto al plato de Ashraf.

Chupé, lamí, absorbí ese pedazo de rabo como si me fuera la vida en ello, esperando que terminara pronto y pudiese comer por fin. Al cabo de un buen rato de mamada, cuando él estaba a punto de correrse, me hizo apartarme con un pequeño empujón en la frente, cogió el cuenco que habían traído y soltó toda su espesa corrida allí dentro... chorros y chorros de leche caliente en la que suponía, iba a ser mi cena.

Y, efectivamente, cuando terminó, lanzó el cuenco (que resultó ser un comedero de perros) frente a mí y me dijo:

«Primero límpiame bien la polla, y luego podrás comer, como una buena perrita»

«Si Amo, le limpiaré bien la polla» respondí.

Volví la vista a su rabo, que sin estar del todo erecto era de un tamaño temible, y lo limpié todo lo bien que supe hacerlo, pasando mi lengua por todo el tronco y las gruesas bolas. Cuando terminé, le bajé la túnica y así como estaba, a cuatro patas, me quedé mirando por un momento el cuenco que tenía frente a mí.

Era arroz blanco hervido, pero menos da una piedra. Vi todos los chorretones de lefa que empezaban a derramarse entre los granos... me dio mucha repugnancia, sí, pero hice de tripas corazón, alargué la mano me puse un puñado de arroz en la boca.

Ashraf me dio un susto de muerte cuando tiró de la cadena de golpe, haciendo que se me derramara el arroz que tenía en la mano.

«Así no, las perritas no utilizan las manos para comer»

¿Qué? ¿Quiere que me lo coma directamente del cuenco con la boca? Dios, este hombre está muy perturbado. Pero qué remedio me quedaba... si lo hacía como él me decía podría cenar algo esa noche, si no me quedaría sin cena y encima me daría una paliza... así que le respondí:

«Si Amo, comeré como las perritas, perdóneme Amo»

Dicho y hecho, me puse a cuatro patas, con el culo en pompa, y empecé a comer directamente del cuenco. Se me enganchaba arroz por las mejillas y la nariz, y en la barbilla, pero me daba igual. Además, su semen tenía un sabor... no diré delicioso, pero sí soportable, con un leve toque de amargo y ese regusto de fondo a lefa.

Así estaba yo comiendo cuando Ashraf, mi captor, habiendo terminado su cena, se dedicó a explorar las partes de mi cuerpo que más cercana tenía a él... mi culo y mi raja.

Empezó subiéndome el vestido, y puso una de sus grandes manos en mi nalga. Por un momento dejé de comer... él empezó a acariciármela. Volví a comer, no fuera que al final cambiara de opinión o me dijera que le estaba desobedeciendo, pues no me había dicho que parara en ningún momento.

Su mano bajó hasta mi coño y empezó a acariciarme el clítoris, pellizcándolo entre dos dedos, tirando de él... yo seguía comiendo... intentó meter uno de sus dedos en mi raja, pero evidentemente estaba super seca, por lo nerviosa que me sentía...

Dio un tirón a la cadena, acercó la mano con la que estaba tocándome el coño y me dijo:

«Chúpame los dedos, y luego sigue comiendo»

«Si Amo, chuparé sus dedos» dije, con las mejillas encendidas.

Y como la buena perrita en que me estaba convirtiendo ese ser demoníaco, abrí la boca y chupé sus dedos, ensalivándolos bien, pues me imaginaba qué pretendía hacer después con ellos. Cuando estuvo satisfecho, los sacó de mi boca, así que volví a agacharme para comer y, como suponía, él puso los dedos húmedos a la entrada de mi coño.

Con suaves movimientos introdujo un par de dedos en mi coño cerrado y seco, los iba metiendo y sacando a poco a poco, y con el pulgar seguía acariciándome el clítoris... ya casi había terminado de comer mi plato, pero no me moví por miedo a que se enfadase.

No entendía por qué actuaba así... ¿esta era la recompensa que me había prometido? ¿Intentar darme placer en vez de violarme y punto? Porque tenía claro que en un momento u otro iba a meterme su polla dentro. La cuestión ya no era tanto cuándo lo haría, sino cómo.

Aparté el cuenco con las manos y apoyé mi cabeza sobre ellas, manteniendo el culo alzado a su altura. Mientras Ashraf seguía introduciendo sus dedos en mi coño, no sé muy bien porqué, me vino a la mente la imagen de sus ojos... ojos de felino... de depredador... él era el cazador y yo su presa. Sin que mi mente consciente diese la orden, mis piernas se abrieron un poco más, y la tensión de mi coño se aflojó levemente, permitiéndole profundizar más en mi interior. Los toques que me daba en mi botoncito iban haciendo su efecto... no tardé mucho en notar cómo una delatante humedad salía de mi coño, para derramarse en su mano.

Cuando más relajada y tranquila me sentía paró en seco. Se levantó de la mesa y me instó a imitarle. Esta vez no sabía dónde se dirigía, así que él, con tirones en la correa, me indicaba cuando girar, como si fuera su perrita.

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