miércoles

Maite. Secuestrada en Egipto. Cap 06.

Ashraf me llevó hasta el baño en el que había estado antes, y me preguntó:

«¿Tienes sed, perra?»

«Si Amo, tengo mucha sed» le respondí

«Puedes beber de allí, y límpiate un poco que pareces una cerda en vez de una perra con lo sucia que vas»

«Si Amo, gracias Amo» dije, y fui donde me decía, era un cubo de agua situado al lado de una pica, por lo que deduje que allí se limpiarían las manos y lo que fuera todos los que pasaran por aquí. Me dio mucho asco, pero bebí de aquel cubo, y luego, me limpié los restos de arroz.

Aun me sentía perturbada por la reacción de mi cuerpo a sus caricias... ¿habría notado él que me había humedecido? esperaba que no, una cosa es que intentara pasar por este mal trago de la mejor forma posible, otra muy distinta es que lo disfrutara, y lo peor, que Él, mi Amo, el que me había privado de mi Vida, de mi Libertad, supiera que me gustaba lo que me hacía. Por encima de mi cadáver.

En eso estaba pensando cuando Ashraf me dijo:

«Tengo ganas de mear. Aguántamela mientras lo hago»

Jesús... lo que hay que aguantar para seguir con vida un minuto más... como no, respondí

«Si Amo, le aguantaré la polla mientras mea»

Es que no me podía creer lo que estaba diciendo, lo que estaba a punto de hacer... le arremangué de nuevo la túnica y cogí su rabo con mis manos, apuntando al agujero del retrete. Cuando estuvo hecho, Ashraf cerró los ojos y empezó a soltar su meada, que caía caliente y olorosa entre mis manos... así estuvimos hasta que terminó, y entonces me dio la peor orden de todas:

«Ahora límpiamela con la boca»

¿¿Cómo?? ¿¿Que quiere que haga qué?? Esto sí que no... no pienso meterme su rabo sucio de pis en la boca... ¡¡por nada del mundo!!

Como tardaba mucho en responder o hacer nada, y por mi cara de supremo asco, supo lo que estaba pensando, Ashraf de un golpe me estampó la cara contra la taza del wáter, agarrándome por el cuello fuerte, y acuclillado junto a mí usó la otra mano para coger agua y meado del fondo del wáter y restregármelo por toda la cara.

«¿¡¡Te da asco mi meada, PUTA!!?»

Yo no podía responder. Su arranque de mal genio me había dejado atontada. Él seguía insultándome y cogiendo agua y meado del fondo para restregármelo por la cara, yo, en mi intento de no ahogarme, abrí la boca y terminé tragando esa bazofia, que también se me metía por los agujeros de la nariz.

¿Cómo había sido tan ilusa de dejarme llevar antes por sus habilidosas manos? ¿Cómo había podido pensar que yo le importaba algo a este psicópata agresivo?

Con la mano que tenía en mi cuello me agarró de la coleta y me forzó a levantar la cara. Me dijo muy enfadado:

«Ahora límpiamela, venga abre la boca, puta»

Entre lágrimas de humillación, vergüenza y sentirme derrotada, respondí un casi inteligible...

«Si Amo.»

Abrí los labios y dejé que introdujera con fuerza su polla en mi boca. Me ordenó que sacase la lengua y me pasó todo su rabo por ella, disfrutando de lo que me estaba haciendo. Tanto placer le daba verme así de derrotada, con todo el maquillaje corrido, que la limpieza se convirtió en mamada, y como acababa de correrse, esta vez se estuvo muchísimo rato vejando mi boca con su rabo.

Finalmente se corrió. Me obligó a tragarme toda su leche, «la leche de tu Amo es sagrada para ti, no puedes dejar que se derrame ni una gota. Y siempre que me haya corrido, tienes que seguir chupando hasta dejarla reluciente» me dijo.

Luego soltó la cadena de su pulsera y llamó a Jalil, que me desnudó y me dejó atada al gancho del techo, el que estaba en medio de la bañera. Pensé que me iban a duchar otra vez, pero en vez de eso Ashraf llamó a Salima y le pidió algo, que resultó ser el maldito látigo… por todo lo que había pasado para no tener que sufrir ese castigo de nuevo y no había servido de nada... y todo por mi culpa...

Ashraf empezó a golpearme, y esta vez no se contuvo. Eran golpes secos, fuertes y rápidos. Cuando me daba en un lado, yo intentaba protegerme poniéndome del otro, entonces me daba por ahí, en todo mi cuerpo... las piernas... el abdomen... cuando subió a mis pechos y les dio cinco latigazos seguidos juro que vi las estrellas.

Luego me hizo dar la vuelta y repitió la operación en mi espalda, dejándomela toda marcada... las pantorrillas... y mi culo... me dio tantos azotes en mi culo que sentí que debía tener la carne al rojo vivo.

Intenté contener mis gritos y mi llanto, pero fue inútil... me dolía demasiado.

Cuando al fin terminó me dijo:

«Espero que hayas aprendido la lección, perra desobediente. Te vas a quedar aquí colgada pensando en lo que has hecho. ¿Tienes algo que decirme?»

«Si Amo... lo siento mucho, Amo... he sido una perra estúpida...»

«Si, muy estúpida, pero me alegro de que lo hayas entendido.» luego se giró y le pidió a Salima que recogiera el desaguisado.

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