domingo

Maite. Secuestrada en Egipto. Cap 11.

Avancé unos pasos, sin atreverme a levantar la vista del suelo.

«Quédate quieta, de rodillas» me dijo Ashraf, muy seriamente

«Si Amo» le respondí yo en un susurro

Se levantó de la silla y vino hacia mí. Empezó a andar a mi alrededor, como pensando qué me diría o cual sería su siguiente paso, aunque conociéndole seguro que ya lo tendría todo planeado de antemano, y que lo único que pretendía al hacer eso era ponerme más y más nerviosa, y lo estaba consiguiendo. En ese momento, esperando que hiciera o dijera algo, arrodillada casi desnuda en el suelo, con el cuerpo dolorido. Fue cuando entendí que mi vida estaba ahora en sus manos. Yo había dejado de ser yo. Le pertenecía, como le pertenecían sus zapatos o su mesa. Por lo que tenía derecho a utilizarme como quisiera, y lo más importante, podía deshacerse de mi cuando le apeteciese. Decidí que a partir de ese momento sería la perra perfecta de mi Amo. Se acabaron los castigos. He dejado de ser Maite. Solo soy la perra de mi Amo.

«Abre la boca»

Lo hice, me metió la polla dentro, hasta el tope y empezó a follarme así mientras me decía:

«Esta va a ser tu rutina a partir de hoy. Dormirás en la bañera. A primera hora vendrá Salima a despertarte y desatarte, te duchas y rasuras si hace falta, luego irás al vestidor con ella y tu misma escogerás la ropa que creas más apropiada para presentarte frente a tu Amo. Te maquillarás y peinarás tu sola. Luego, vendrás a mi despacho, y lo primero que harás será arrodillarte, venir a gatas hasta mi escritorio y me harás una mamada.»

Entonces me sacó la polla de la boca, me llevó hasta el escritorio y me dejó allí apoyada, con el culo en pompa. Se puso tras de mí y me la clavó en el coño sin miramientos. Yo no dije nada... no me quejé... él siguió hablando.

«Cuando yo te lo ordene, podrás parar y te irás al rincón, a cuatro patas, y te esperarás por si me apetece ordenarte cualquier cosa... repítelo para que vea que lo has entendido»

«Si Amo, una vez limpia, vestida y maquillada, cada mañana entraré a gatas y se la chuparé y luego me quedaré en la esquina esperando.»

Me costaba hablar mientras me envestía con su polla, pero lo hice lo mejor que pude.

«Bien, veo que el castigo de ayer sirvió de algo.»

Se calló y siguió follándome bruscamente un buen rato, finalmente me dijo:

«Ahora» me dijo «quiero que me supliques que me corra dentro de ti. Dilo... ¡quiero que te corras en mi coño, Amo!»

«Quiero que te corras en mi coño, Amo»

y me follaba con más brutalidad... con golpes más fuertes.

«Y quedarme embarazada de ti sería un honor, Amo»

Tragué las lágrimas que luchaban por salir y lo repetí

«Y quedarme embarazada de ti sería un honor, Amo»

Y como yo le había pedido, embistió una última vez y se corrió dentro de mí. Luego cogió un plug anal del cajón de la mesa, lo metió en mi coño para humedecerlo, y luego fue presionando con fuerza en mi culo, metiéndolo por el aro metálico, que lo mantendría sujeto allí. Era más corto que el consolador que utilizó ayer, pero más grueso, con forma triangular. Y en el otro extremo salían unas tiras de cuero negro, como si fuera un látigo. Terminó de meterlo, me puse a cuatro patas, y fui andando hasta la esquina. Cuando me vi a través de sus ojos, entendí que las tirillas de cuero saliendo de mi culo hacían que pareciese la cola de la perra. Y su inicial tatuada al lado dejaba claro de quién era la perra. En eso me había convertido, en la puta de Ashraf.

Era antes de mediodía cuando Ashraf me cogió por la cadena, y obligándome a andar a cuatro patas, bajamos por las escaleras y me hizo salir fuera. Vi que Jalil estaba ahí. El patio era un rectángulo amurallado, de suelo arenisco, y en el centro del mismo había un pozo.

«Da diez vueltas al patio, andando y ladrando como una perra. Cada vez que pases por mi lado quiero que beses mis zapatos y me des las gracias por el castigo» me dijo Ashraf

«Si Amo» respondí yo

Y empecé a recorrer el perímetro marcado por mi Amo. Me sentía muy avergonzada, pues sobre los muros había varios hombres apostados, con metralletas en el regazo. Hombres que, como Jalil, no apartaban su penetrante mirada de mí. No me extraña. Una pequeña joven de piel blanca, rubia, bonita, con los pechos al aire, un consolador metido por el culo y que, no solo iba andando a cuatro patas por el suelo, sino que además iba ladrando:

«guau, guau»

«Ladra más fuerte, perra» me dijo Ashraf

«¡¡Guau!! ¡¡Guau!!»» ladré yo, y oí como varios de los hombres reían, divertidos por el espectáculo. Pero no me iba a dejar amedrentar. Ashraf me estaba poniendo a prueba, y estaba dispuesta a demostrarle que haría cualquier cosa que me pidiese, por absurda o ridícula que ésta me pareciese. Por mucha vergüenza que me hiciera sentir.

Terminé de dar la primera vuelta, llegué donde estaba mi Amo, me arrodillé frente a él, y le besé los sucios zapatos.

«Gracias por el castigo, Amo»

Y seguí con mi vuelta, ya solo me quedaban 9. Terminé otra, y al empezar la tercera mis manos y rodillas empezaron a dolerme por la arena del suelo. Sobre todo, las rodillas estaban empezando a ponerse al rojo con los arañazos y las piedrecillas que se me quedaban clavadas en la piel. Pero seguí adelante. Llegué donde Ashraf, le besé los zapatos:

«Gracias por el castigo, Amo»

Y empecé la cuarta vuelta. Era tanto el dolor que sentía que ya me daba igual todo a mi alrededor, los hombres podían estar haciéndose una paja, que la verdad ni si quiera me importaba. Mi mundo quedó reducido al sordo dolor que emanaban mis manos y rodillas.

«¡No te oigo ladrar, perra!»

Coño, me había olvidado... «¡Guau! ¡Guau!»

Vuelta, ladrido, beso, vuelta, ladrido, beso... perdí la cuenta cuando decidí centrarme solo en el siguiente paso, o no lograría completar el castigo. Mano - rodilla - ladrido - mano - rodilla - ladrido... y cuando finalicé, dando un último beso a sus zapatos, y agradeciéndole por última vez a Ashraf su castigo, me cogió la cadena y me hizo entrar en casa.

Mis extremidades me seguían doliendo, pero agradecí al cielo que casi todo el palacio tuviera los suelos cubiertos de mullidas alfombras. Fuimos hasta el comedor. Ashraf se sentó a comer. Salima puso un cuenco con caldo frente a mí, mientras Jalil se situaba a mi lado. subiéndose la túnica.

«Coge el cuenco con las manos, chúpasela a Jalil, y que no caiga ni una gota al suelo o te quedas sin comer»

Hice lo que me ordenó, arrodillada frente a Jalil, un negro de dos metros de alto por lo menos, cogí el cuenco de sopa entre mis manos y abrí la boca, para meterme dentro la enorme polla del guardián de Ashraf. Era una polla increíblemente grande, como el resto de su persona, más grande y gruesa que la de su Amo. Con un olor más fuerte. Y un sabor más marcado. Casi era imposible metérmela en la boca, si algún día me la intentaba meter en el coño me reventaría por dentro, seguro.

Le succioné el rabo un buen rato, y sabía que le gustaba porque éste se iba endureciendo y soltando líquido preseminal que, junto a mi propia saliva, iba cayendo dentro del cuenco; pero el negro no variaba su serio semblante para nada. Cuando llegó al clímax, tras un buen rato de chupársela, me hizo apartar la cabeza, apunto su vergote a mi plato de comida y se corrió tanto que el volumen del caldo se duplicó. La sopa estaba caliente, pero no quemaba. Jalil puso su rabo dentro, y a modo de cuchara, removió el caldo, mezclándolo bien con su semen. Luego lo sacó y me hizo una seña que entendí perfectamente. Volví a meterme su polla en la boca y se la dejé limpia.

Cuando terminé se subió los pantalones y se hizo a un lado. Yo dejé el cuenco en el suelo, junto a los pies de Ashraf, y empecé a beberme el caldo lefoso... realmente el semen de Jalil tenía un gusto mucho más fuerte que el de Ashraf. Pero me lo comí sin rechistar, hasta la última gota. Esperaba que después de haber aguantado todo esto sin quejarme, mi Amo dejara de estar enfadado conmigo.

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