miércoles

Maite. Secuestrada en Egipto. Cap 10.

Salima salió de la habitación y fue a buscar lo que el Amo le había pedido.

Lo primero que hizo Ashraf fue ponerme una mordaza, una de esas que llevan una pelota. Luego, me puso a los pies de la cama, de rodillas, con el tobillo y la muñeca derechos atados a ese poste de la cama, y los izquierdos al otro. De este modo quedé con la cara apoyada en la cama, el culo totalmente en pompa, y las piernas completamente abiertas.

Esta vez cogió un látigo de varias colas. Sin previo aviso alzó la mano y ¡¡ZAS!! ¡¡ZAS!! ¡¡ZAS!! empezó a golpearme con toda su rabia contenida

¡¡¡¡ZAS !!!! ¡¡¡¡ZAS !!!! ¡¡¡¡ZAS !!!! ¡¡¡¡ZAS !!!! ¡¡¡¡ZAS !!!! ¡¡¡¡ZAS !!!!

Y un azote... y otro... y otro más... y yo lloraba y gemía como podía a través de la mordaza... ¡¡¡¡ZAS !!!! ¡¡¡¡ZAS !!!! ¡¡¡¡ZAS !!!! ¡¡¡y otro y otro más!!! Me dio más de 40 azotes en el culo. Yo creo que paró cuando se le cansó el brazo. Jamás había sentido tanto dolor en mi vida... ni cuando hacia un momento me penetraban por el coño, y mi culo virgen... aaaaah Dios mio que dolor. Cuando paró me sentí muy aliviada.

Entonces entró Salima en la habitación, llevando en las manos un hierro candente, que entregó con sumo cuidado a Ashraf. Yo lo veía todo de medio lado, ahí con la cabeza hundida en el colchón y las lágrimas nublándome la vista. Ashraf vino a donde estaba yo, me enseñó el hierro al rojo vivo y me dijo, sonriendo:

«A partir de hoy te va a quedar muy claro a quien perteneces»

Y tal cual dijo esto... ¡ZAS! apretó la punta de hierro candente contra mí ya dolorida nalga. Yo gritaba como podía... lloraba... me ardía el coño por haberse tenido que abrir tanto con su polla, me dolía el ano por la intrusión de Salima, sentía todos los latigazos como tiras de fuego en la piel, y ahora literalmente Ashraf me estaba quemando, tatuándome su inicial de por vida en el culo, como al ganado...

Mantuvo el hierro caliente contra mi piel unos segundos, luego se lo devolvió a Salima, y sin más, me cogió por las caderas y me metió su polla hasta los huevos. Como tenía el coño completamente mojado por su semen, su enorme rabo pudo meterse sin problemas en mi raja, y lo hizo, vaya si lo hizo. Miles de agujas me atravesaban. Ya casi no podía gritar. Sus manos me cogían con firmeza y su polla me penetraba una y otra vez... yo ya no podía aguantar más... otra vez follándome como un salvaje. Todo ese dolor en mi coño y en mi trasero... ¿por qué le había gritado? ¿porque he sido tan tontaaaaa? Sus empujones se fueron haciendo cada vez más duros, más fuertes y rápidos. ¡¡Su polla me rompía en dos el coño y yo no podía hacer nada!! Todo eso le tenía que estar poniendo muy cachondo, porque en nada me la clavó y su semen se vertió en mi interior. Como aclarándome con sus actos que él es el Amo y yo una simple perra que hará lo que le digan.

Y lo entendí. Se me quitaron las ganas de volver a gritarle nunca.

Después me desató y me llevó al baño de siempre. Me ataron las muñecas al techo, en la bañera. No me limpiaron. Me sentía sucia. Ashraf le dijo a Salima que me desnudara completamente y me pusiera un arnés, como el que ella había llevado antes, pero éste tenía una polla generosa que se deslizó fácilmente en mi coño, y otra más fina que se metió en mi culo con dificultad. Era tanto el dolor que sentía en mi cuerpo que me era imposible relajarme para que la penetración fuese más sencilla. Finalmente consiguió meterla. Cuando ya tuve el arnés bien puesto, Ashraf me dijo que esa noche iba a pasarla allí:

«Así tendrás tiempo para reflexionar sobre tu comportamiento»

Y dicho esto, le dio al mando y los consoladores empezaron a vibrar. Apagaron las luces y me dejaron sola. Las primeras horas fueron terribles. Dolor en los brazos, en mi boca, y sobre todo en mis nalgas, y mi coño y mi culo recibiendo estímulos sin pausa. El peor era el del culo. Me seguía doliendo mucho y se me hacía muy extraño tenerlo allí metido. Bien entrada la noche mi cuerpo empezó a responder a esos estímulos sin mi permiso, y sinceramente, sin que yo lo entendiese. Mi coño me daba descargas eléctricas... la polla de mi culo ya no me molestaba tanto... la vibración empezó a gustarme. No podía dejar de pensar en Ashraf, en sus ojos oscuros mirándome. Recordé como Salima y él me habían follado esa tarde... más cosquilleo en mi entrepierna... mi cabeza lucha por mantenerse serena. Nada de esto tenía sentido, no podía ser verdad que me estuviera poniendo cachonda... otra descarga eléctrica... y dejé de luchar con ello. Me dejé llevar, cerré las piernas, junté las rodillas, sentí más profundamente el consolador metido en mi coño... aaaaah... el interior de mi coño empezó a palpitar desmedidamente cuando me corrí, sintiendo una gran cantidad de mis propios jugos, que mezclados con los de Ashraf, bajaban por mis muslos.

Debí haber aguantado, porque una vez me hube relajado y me dejé llevar, al haber tenido un orgasmo mi coño quedó más sensible, y eso no paraba de vibrar... y me volvía a excitar... no.... no podía parar. Pero es que ya me daba igual. Estaba claro que si me mantenía en mis trece acabaría muy malherida. Ashraf no se contenía a la hora de castigarme. Y ya estaba cansada.... aaah... otro orgasmo me llenó la raja de humedad. Esta vez mi esfínter también palpitó, uniéndose a la tortura de mi placer no deseado... y los consoladores siguieron vibrando... uf... a partir de ahora me iba a portar bien. Me convertiría en la perra más sumisa de mi Amo. Haría lo que me pidiese. Le lamería los zapatos si fuese necesario. ¿Qué más daba, si igualmente, me lo haría hacer a la fuerza? Recordé el hierro candente en mi nalga, el olor a piel quemada, el crepitar... no quería volver a pasar por eso nunca más.

Esa noche se me hizo eterna. Di alguna cabezada que otra, pero tenía sueños húmedos extraños, y me despertaba con el coño palpitante, como si me hubiera corrido en sueños.

Como los días anteriores, por la mañana vino Salima, me sacó los consoladores y la mordaza, me limpió, y fuimos al vestidor. Yo me dejaba llevar sin quejarme ni decir nada. ese día me puso un conjunto interior muy curioso, compuesto por un sujetador que eran unas tiras de látex negro en forma de triángulo hueco para dejar el pecho al aire, y un tanga del mismo material, con un aro metálico en la zona del ano y una raja en la entrada del coño. Zapatos a juego. Coleta alta, como el primer día. Antes de salir del vestidor, pude ver de reojo la letra «A» grabada a fuego en mi piel, entre multitud de marcas rojas que cruzaban sin orden la blanca piel de mi trasero. Jalil me llevó entonces al despacho de Ashraf, abrió la puerta y me dejó allí sola.

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