domingo

Maite. Secuestrada en Egipto. Cap 13.


Una vez estuve bien limpia, sin rastro de sus meadas en mi cuerpo ni mi pelo, toda mojada, sin maquillaje, y con aroma a jazmín, Ashraf me hizo tumbar en una cama que había a un lado de la mazmorra. Me dijo que agarrara con las manos los barrotes del cabezal.

«Ahora no te muevas, Salima va a decorar tu cuerpo para mayor satisfacción de tu Amo»

«Si Amo, me estaré quieta, solo quiero complacerte»

Ashraf sonrió. Mi corazón se llenó de gozo. Hacerle sentir orgulloso de mí era el mayor premio que podía tener. Ya no me acordaba de mi anterior vida como Maite, ni pensaba en mi marido ni mis amigas. Solo existía mi Amo y sus deseos.

Salima se acercó a la cama, y con mucho cuidado me hizo el primer piercing en el ombligo. Me dolió, pero era soportable. Luego me miró con cara de «lo siento, pero tengo que hacerlo» cogió uno de mis pezones y lo atravesó con otra aguja. Esto me hizo ver las estrellas, ya que los tenía super sensibles por los palazos de antes, cerré los ojos, apreté los dientes con fuerza, y cuando me di cuenta, la criada había puesto ya un pendiente en el otro pezón. Luego le tocó el turno a mi clítoris. No iba a gritar. No pensaba moverme para nada. Abrí las piernas, Salima se acercó a mi coño y ¡Zas! ya tenía el piercing puesto allí también.

Ashraf se acercó a mí, me acarició la cara con su mano y me dijo

«Te has portado muy bien perrita, ven que tengo algo para ti»

Me arrodillé en el suelo. Ashraf se acercó y me puso un collar de cuero negro en el cuello, con su inicial plateada en la parte delantera.

«Gracias Amo»

«Te lo has ganado, perrita. Acompáñame»

Le seguí hasta su habitación.

«A partir de hoy dormirás a los pies de mi cama, por la mañana te despertarás antes que yo, prepararás el baño, me despertarás con una mamada, y luego me limpiarás»

«Si Amo, como desees»

Y allí dormí esa noche, con el doble consolador dándome grandes orgasmos. feliz de haber contentado a mi Amo, de haberle demostrado lo buena perra que puedo llegar a ser.

Las siguientes semanas fueron las mejores que pasé allí. No hice nada que mereciera un castigo. Era la esclava ejemplar de mi Amo, que cada vez se mostraba más generoso conmigo, hasta dejando que comiese los deliciosos restos de su plato. Tenía mucha libertad de movimiento, ya que Ashraf tenía muchos momentos del día ocupados con sus «negocios» y yo los pasaba junto a Salima, aprendiendo a cocinar, limpiando la ropa, fregando el suelo, lo que fuese para complacer a mi Señor.

Un día Ashraf me dijo:

«Esta noche vendrán unos hombres a hablar de negocios. Salima y tú os encargaréis de servirnos la cena. Espero que no me defraudes, o te lo haré pagar caro»

«Si Amo, cumpliré con todo lo que me ordene» le respondí

Pasé la mañana con Salima, limpiando a fondo el Palacio, incluida la mazmorra, lo que me hizo pensar que no solo tendríamos que ocuparnos de servir la cena aquella noche. Nos pusimos a cocinar, la comida de Ashraf y la cena para varios comensales. Por la tarde nos duchamos con agua perfumada, eliminamos cualquier pelito, nos pusimos un enema para tener el esfínter bien limpio, y fuimos al vestuario. Salima sacó del armario dos uniformes de doncella, parecidos al que ella llevaba siempre, pero éstos tenían la falda más corta, un gran escote cuadrado, y eran el suyo blanco y el mío negro, con una cofia a juego. Nos pusimos zapatos de tacón de aguja, ella blancos y yo negros. Nos maquillamos como putas. Mucho khol en los ojos, pintalabios rojo. Ambas nos recogimos el pelo, yo en una coleta alta, y ella también, pero además se hizo una trenza en su larga melena azabache.

Cuando nos pusimos frente al espejo aluciné con la imagen que veía reflejada en él. Salima y yo estábamos guapísimas, una pasada. El vestido blanco resaltaba muchísimo su piel morena, y mi ropa negra hacia lo mismo con mi pálida piel, además, los generosos pechos de ambas sobresalían insinuantes por encima del escote. Hice la prueba de agacharme un poquito y ví que se me vería todo a la hora de servir la comida en la cena. Supongo que eso era precisamente lo que Ashraf quería, que esos hombres de negocios acabaran bien satisfechos esa noche. Pues no defraudaría a mi Amo. Me daba mucho reparo follar así, con cualquiera, y a saber cómo serían esos tipejos, o cuántos, o si se habrían duchado últimamente... si mi Amo quería una puta, una puta tendría.

Finalmente llegó la hora. Salima y yo fuimos al recibidor a esperar la llegada de los comensales. Ashraf entró el primero por la puerta, seguido de cinco hombres. El primero que vi fue un señor muy mayor, alto y delgado, con todo el pelo cano peinado hacia atrás, y grandes ojos azul clarito, que se clavaron en nosotras en cuanto entró. No sé porque se me erizó la piel cuando sentí sus ojos sobre mi cuerpo... como si fuera un pederasta o algo así. El siguiente era bajito y regordete, estaba muy sudado, y llevaba el pelo rubio graso pegado a la cabeza, y unas pequeñas gafitas redondas, de unos 35 años. Luego entró un chico, ¡guapísimo! no sé por qué había presupuesto que serían todos unos adefesios. Bueno, el chico, que debía tener unos 25 años, tenía el pelo castaño cortito y los ojos azul eléctrico. Nos repasó con una mirada de lo más lasciva cuando nos vio. Mi coño respondió mojándose. El cuarto hombre era rubio, bajito pero fornido, con el pelo largo despeinado, y llevaba perilla. Y por último entró un tipo delgado y pelirrojo, desgarbado, pero tenía cara de simpático. Todos tenían facciones europeas, americanas me atrevería a decir.

Acompañamos a la comitiva, andando delante de ellos, hasta el salón. Allí se sentaron y empezaron a comer mientras Salima y yo servíamos la comida y el vino en abundancia. Hablaron de negocios toda la cena, y todos sin excepción nos miraban el canalillo cuando nos agachábamos a coger o llevar algo a la mesa. Luego se levantaron, y les guiamos, siempre andando delante, hacia la mazmorra. Era una sala muy amplia, por lo que no había problema para acogernos a todos, los cinco invitados, Ashraf, Jalil, siempre silencioso y vigilante en una esquina, Salima y yo.

Jalil nos había ayudado por la mañana, apartando la cama a un lado y poniendo unos sofás y unas mesas bajas. También pusimos un mueble bar. Los hombres se fueron sentando y les empezamos a servir las bebidas, mientras la mayoría encendía un cigarro, un puro en el caso del hombre cano que me daba repelús. Ashraf debía haberles explicado que Salima y yo éramos sus esclavas personales, y que podían hacernos lo que quisieran (dentro de unos límites, no valía desgraciarnos para siempre), y el joven guapetón fue el primero en romper el hielo. Cuando me puse a su lado para darle el cubata, puso su mano en mi pierna y empezó a subirla hasta llegar a tocarme el culo. Por supuesto, no llevábamos ropa interior.

Miré a Ashraf, que estaba sentado en un butacón más alejado, sonreía mirándome, así que me quedé quieta y dejé que el joven se deleitara tocándome el agujero del culo. Salima estaba de pie entre el hombre cano y el rubio de perilla, que la manoseaban sin reparo. El hombre cano chasqueó los dedos, entonces Salima se arrodilló frente a él, le abrió la bragueta y empezó a chupársela, dejando el culo en pompa al alcance del rubio, que empezó a meterle un par de dedos en el coño.

El chico que me sobaba chasqueó entonces los dedos, me arrodille frente a él e hice lo mismo, dejando libre su hermosa polla, me la metí en la boca, agradecida de que fuera a él y no a otro a quien tuviera que mamársela. El gordito y el pelirrojo de momento se contentaban con mirar la escena, sentados cerca de mí, bebiendo de sus copas.

Salima iba gateando del hombre cano al rubio de perilla, chupándoles las pollas por turnos, entonces el gordito chasqueó los dedos, vi que era a mí a quien miraba, así que, con mucha pena, solté la polla que estaba mamando y me acerqué a él a cuatro patas, le bajé la bragueta y saqué su pollita, pequeña pero gruesa, y empecé a chupársela. El chico guapo, que ya no podía contenerse más, se puso tras de mí, escupió en la entrada de mi culo, y empezó a follarme por detrás con mucha fuerza. Estaba ya tan acostumbrada a la gran polla de mi Amo, que no me dolió para nada esa intrusión anal. Sus embestidas me empujaban hacia el hombre a quien se la estaba chupando, haciendo que me metiera dentro hasta los huevos.

De reojo ví como Salima se sentaba encima del hombre del pelo blanco, metiéndose su polla hasta el fondo del coño, y empezaba a cabalgar sobre él. El rubio no tardó mucho en ponerse detrás de ella, y apuntando su rabo a la entrada de atrás, se la metió de un golpe. El gordito terminó enseguida, llenándome la boca con su leche. Entonces el pelirrojo dijo algo al chico guapo que me enculaba, fuimos a la cama, el pelirrojo se tumbó boca arriba, yo me puse sobre él, metiéndome su polla en el coño, y el joven se puso tras de mí, enculándome con fuerza otra vez. Así nos follaron la primera vez, y todos se corrieron dentro de nosotras.

Entonces hubo un breve descanso, Salima y yo fuimos a la esquina, donde había el agujero en el suelo y el piso hundido, y nos limpiamos con cuidado el cuerpo. Los hombres no perdían detalle ya que, para hacerlo más morboso, ella me limpiaba a mí, metiéndome los dedos en el coño y el culo, y yo hacía lo mismo, metiéndoselos a ella. Nos secamos y nos quedamos desnudas frente a esos hombres.

Ashraf seguía observándolo todo desde su rincón. Me dio mucha pena que él no participara. Tenía muchas ganas de sentir su polla en mí. El segundo asalto estaba a punto de empezar.

El chico guapo y el pelirrojo pusieron a Salima en el potro, con las manos atadas a un lado, el culo en pompa, y las piernas atadas bien abiertas. A mí me llevaron frente a ella, ataron mis brazos abiertos a una tabla que estaba enganchada horizontal por unas cadenas por encima de mi cabeza. Me pusieron unas gruesas tiras en las rodillas y me las alzaron también, quedando en cuclillas, pero suspendida en el aire, y sin posibilidad de defenderme ni cerrar las piernas. Éste iba a ser el momento decisivo. Mientras me ataban vi como los hombres que tenían a mi amiga empezaban a pegarle con palas de madera. Salima no se quejó ni una vez.

El gordito y el rubio de perilla se pusieron a cada lado y empezaron a azotarme por atrás. Delante de mí se puso el hombre de pelo cano. No sé porque me desagradaba tanto este tío, pero mi instinto me decía que haría mejor huyendo ahora mismo de allí. No hice caso. Cogió un látigo y empezó a golpearme los pechos, el estómago, y se estuvo un buen rato martirizando mi coño abierto. Procuré no quejarme para nada. Sus golpes eran fuertes y contenían mucha rabia. Cuando se cansaron de eso, el hombre cano se acercó y me besó. No estaba preparada para aquello, al principio me quedé paralizada, pero hice de tripas corazón y empecé a acariciar su lengua con la mía. Quería morirme del asco que me daba.

A Salima ya se la estaba follando uno, alternando su polla entre el culo y el coño de la criada, mientras el otro se había puesto frente a ella y le follaba la boca con fuertes embestidas. Yo empecé a sentir una polla perforándome el año, el hombre cano cogió su polla, la apunto a mi coño y me la metió de un golpe. La tenía bastante grande. Me tiraba del pelo mientras me follaba, mirándome a los ojos en todo momento, como si supiera que me daba asco que me tocase, y lo disfrutara al máximo. Me mordió los piercings en mis pezones. El gordito estaba a un lado, pajeándose mientras miraba. se volvieron a correr. Esta vez no nos limpiaron... el rubio que me destrozaba el culo se apartó, y el viejo cano ocupó su lugar, metiéndome su polla hasta los huevos dentro, el gordito se situó frente a mí y me metió su polla en el coño.

El rubio se fue donde Salima, la habían desatado. El hombre pelirrojo se tumbó en el suelo, la criada se sentó encima, metiéndose su polla dentro del coño, el guapo, que era un adicto al sexo anal, introdujo su polla en el culo de mi amiga, y el rubio de perilla le metió su rabo en la boca, y empezaron a follársela los tres sin compasión. No tardaron mucho en correrse, entonces me tocó a mí. Me desataron también. El gordito se tumbó en el suelo, metiéndomela en el coño, el joven guapo no perdió oportunidad de volverme a encular, y el señor canoso me la metió en la boca hasta la campanilla. Me estuvieron destrozando todos mis agujeros mucho rato, hasta que se volvieron a correr.

Y como colofón final, Salima y yo nos pusimos en el suelo, de rodillas, besándonos y metiéndonos los dedos en el coño y el culo, mientras los cinco hombres, situados en círculo a nuestro alrededor, se pajeaban y nos regalaban, al unísono, una última corrida, que nos dejó completamente mojadas de sus espermas, dentro de cada uno de nuestros agujeros, y ahora por fuera también... el pelo.... los pechos... la cara... Salima lamía las lechadas de mi cuerpo y yo hacía lo mismo con ella...

Finalmente, los hombres se fueron. Salima y yo nos volvimos a limpiar, a fondo. Esa noche, cuando se la chupaba a Ashraf antes de ir a dormir, me acarició y me dijo

«Estoy muy orgulloso de ti» ... No podría ser más feliz.

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