miércoles

Maite. Secuestrada en Egipto. Cap 14.

Habían pasado casi tres meses desde mi secuestro, la vida en la casa era una rutina para mí. Limpiar, cocinar, hasta Salima me estaba dando lecciones de danza del vientre. Tengo que confesar que desde que dejé de luchar por mi libertad, había empezado a disfrutar muchísimo de mi estancia aquí. No sé cómo explicarlo. Cuando estaba con Ashraf, solo verle ya me excitaba. Chupársela me ponía tremendamente cachonda. Deseaba con locura, cada segundo que pasaba a su lado, que me follase como el animal salvaje que él era.

Un día Ashraf se fue pronto por la mañana, sin decirme nada de donde iba o cuando iba a volver, por supuesto. Yo seguía a Salima por la casa, limpiándolo todo. Por las ventanas vi que estaban montando algo en el patio, una gran pila de madera, mesas y sillas... ¿Sería alguna festividad aquí? ¿Vendrían más visitas a las que complacer? Yo solo podía pensar en los felinos ojos de Ashraf, que tan cachonda me ponían, y desear que volviera pronto. La casa sin él estaba vacía para mí.

Por la tarde Salima y yo nos limpiamos y rasuramos bien. Luego hizo algo que no había hecho antes, me decoró el cuerpo con henna, las manos, el estómago, los pies... los llenó de pequeños motivos florales. En el vestidor ella se puso el traje de sirvienta de siempre, pero a mí me dio otra ropa. Me recordó a los vestidos que llevan las bailarinas de danza oriental. Dos anchas tiras de suave y translúcida seda, cruzadas por encima de mis pechos, un cinturón bajo, por lo que mi vientre y ombligo quedaban a la vista, y del cinturón caían más tiras de la misma seda. El conjunto era exquisito, completamente blanco, con infinidad de detalles en oro. Luego puso por mis brazos, y atado a las muñecas, otro trozo de la misma tela. Taconazos de aguja blancos y dorados. Fue ella quien me maquilló, con esmero. Me puso un detalle dorado entre los ojos. Grandes pendientes y varias pulseras del mismo metal. Khol negro. Pintalabios rojo. Me dejó el pelo rubio suelto, con sus ondas naturales, y entre mechón y mechón trenzó hilos de oro con florecillas blancas.

Cuando terminó me miré en el espejo. No pude reconocer a la mujer que vi allí reflejada. Estaba tan bonita... y tan blanca... era como si fuese el día de mi boda y Salima mi dama de honor. Como ella se había vestido con el atuendo de siempre, supuse que esta vez sería yo la única que complacería a los invitados, cosa, que no sé por qué, me hizo un nudo en el estómago.

Cuando terminó de arreglarme ya era de noche. Bajamos al salón, Salima me llevó por la cocina, hasta la despensa. Me hizo señas para que me quedara allí quieta. Yo no entendía nada. Había comida preparada para alimentar a un ejército. Varias mujeres, supongo las del poblado, se afanaban a terminarlo todo sin demora. Por las ventanas vi que, rompiendo la oscuridad de la noche, habían encendido una enorme hoguera en el patio, y todas las mesas... ¿Es que era el cumpleaños de Ashraf?

Así estaba yo, ensimismada en mis pensamientos, cuando una fuerte mano me agarró del brazo, dándome un buen susto. Al girarme me encontré cara a cara con Ashraf. Sus ojos me repasaron de arriba abajo con una sonrisa.

«Estás realmente preciosa hoy, perrita» me dijo.

«Gracias Amo» atiné a contestar. Tenerle tan cerca, después de todo el día sin verle, me había dejado sin respiración.

Ashraf me dijo entonces:

«Ha llegado el momento de la verdad, hoy es el día en que me tendrás que demostrar si todo el tiempo que he invertido en ti ha valido para algo»

¿Cómo? ¿No se lo había demostrado ya? ¿Qué más me quedaba por hacer? desde luego no hice estas preguntas en voz alta... solo esperé en silencio, con la mirada fija al suelo, a que siguiera explicándome:

«Hoy Rashid, mi hijo, ha vuelto a casa tras un largo viaje.»

¿Su hijo...? pensé yo.

«Es un día de celebración. Por todo lo alto. Y tú serás mi regalo sorpresa para él. Su esclava personal.»

Espera... ¿Qué es lo que había dicho?

«Ya te he enseñado como debes comportarte. No me defraudes hoy o lo sentirás muchísimo»

Solo atiné a responder: «No le defraudaré, Amo»

«Muy bien. Cuando hayamos terminado de cenar, Salima te dará la señal, empezará a sonar la música, tienes que salir fuera y bailar como ella te ha enseñado. Rashid será el hombre que esté sentado a mi derecha. Quiero que bailes para él, que te insinúes, que seas una gatita... ¿Entiendes lo que te estoy pidiendo?»

«Si Amo lo entiendo» respondí, mientras miles de ideas cruzaban por mi cabeza... ¿Se me iba a llevar Rashid de allí? ¿Volvería a ver a Ashraf alguna vez? Un miedo intenso me subió hasta el pecho ¿Cómo sería su hijo? Ashraf siguió hablando:

«Rashid es un chico muy especial, más cruel que yo con las mujeres, y más con las occidentales. Él también habla tu idioma. Pase lo que pase, haga lo que haga, no te quejes ni luches contra ello, se sumisa y complaciente. O no me hago responsable de su castigo.»

Hacía tiempo que no me temblaban las piernas de aquella manera, y creo que Ashraf notó mi nerviosismo, porque me abrazó y me besó. Me quedé de piedra. Fue un beso muy pasional. Cuando terminó, me puso la mano en la barbilla, haciendo que le mirara a los ojos, y me dijo, sonriendo:

«Sé que lo harás bien. Haz que me sienta orgulloso de ti, mi perrita.»

«Si, Amo, lo haré lo mejor que pueda, gracias Amo.»

Entonces Ashraf se fue. En cuanto cruzó la puerta unas lágrimas asomaron a mis ojos. Las limpié con cuidado, para no estropear el maquillaje.

La cena duró mucho tiempo, finalmente Salima me vino a buscar. Pasamos rápido por la cocina y me dejó en la puerta de entrada. La abrió y salí. La música empezó a sonar. Sin saber casi qué hacer, repetí los sinuosos movimientos que la criada me había estado enseñando. Mientras bailaba me fui haciendo una idea de la situación. En el centro, al lado del pozo, estaba la enorme hoguera, casi más alta que los muros que rodeaban el palacio. Varias mesas a derecha e izquierda, una mesa más grande en el centro. Vi a Ashraf, y dirigí mi mirada a la silueta sentada a su lado, a su derecha, mientras seguía bailando, avanzando por el patio de arena con mis taconazos, procurando no tropezarme ni morirme de vergüenza por estar haciendo aquello delante de todos esos hombres.

Cuando estuve más cerca, siempre mirando de reojo, vi que no habría hecho falta que Ashraf me dijera dónde se sentaba su hijo porque... ¡Eran idénticos! Por supuesto el chico, que debía tener mi edad más o menos, era más joven que él, y en vez de túnica vestía tejanos y camisa, pero las facciones, y sobre todo, la mirada, era exactamente igual, con una diferencia... su piel era un poco más clara, su pelo era castaño y lo llevaba corto, y los ojos miel claritos felinos como los de su padre, pero más penetrantes... o inquietantes sería la palabra correcta. Me pregunté si la madre de Rashid era occidental.

La música seguía sonando, y yo seguí bailando, frente a él, contoneando las caderas, moviendo los brazos y el estómago... hasta que finalmente me tiré al suelo de rodillas, con las piernas abiertas, la frente tocando al suelo, como mis manos, al tiempo que resonaban los tambores finales del espectáculo. Me quedé unos segundos así, quieta, recuperando el aliento. Los hombres me aplaudieron. No me había salido tan mal, al fin y al cabo.

Me levanté, y Rashid me dijo:

«Ven aquí a mi lado»

Así lo hice, los demás comensales siguieron con sus cosas, hablando y bebiendo. Yo me acerqué a mi nuevo Amo, con la mirada siempre fija al suelo, me quedé de pie a su lado.

«Espero que te guste, hijo. Es tu premio por llevar tan bien los negocios en el extranjero, me has hecho ganar mucho dinero» dijo Ashraf en mi idioma.

«Gracias, padre, es el mejor regalo que podía desear. ¿La has adiestrado tú mismo?» le preguntó Rashid.

«Por supuesto, no me perdería ese placer por nada del mundo.» le dijo su padre.

«Ja ja ja ja ja» se rieron ambos hombres al unísono.

Padre e hijo brindaron y bebieron. Luego Ashraf dijo:

«Le he puesto mi marca en el trasero, ahora ponle tú la tuya donde más te plazca.»

Entonces Rashid se levantó y me llevó hasta el centro del patio. Me hizo subir al pozo, que tenía la tapa puesta, y estando allí arriba me dijo:

«Súbete la falda y ábrete bien de piernas puta.»

Tragándome la vergüenza, lo hice, dejando mi coño a la vista de todos los presentes. Jalil se acercó, dándole a Rashid un hierro candente que había estado durante la cena calentándose en la hoguera. El hijo de Ashraf se acercó a mí y puso el hierro justo encima de mi coño, un poco a la derecha, sobre el labio mayor... el inmenso dolor... ese olor familiar a carne quemada... cerré los ojos y me mordí los labios... haciendo acopio de toda mi voluntad para no gritar. Cuando apartó el hierro una «R» negra apareció marcada en mi piel.

«Ya puedes bajar» me dijo entonces.

Lo hice como buenamente pude, y luego me ordenó que le siguiera dentro del palacio. Subimos al piso de arriba y fuimos a una habitación en la que no había estado aún. Era muy amplia y oscura, paredes, techo, suelo, todo... estaba iluminada por unas pocas lámparas de aceite. A un lado había una gran cama, con sábanas negras, al otro una mesa de escritorio, y un poco más allá un sillón, con una mesita al lado, donde alguien había dejado una botella de whisky y un vaso con hielo. Me quedé quieta, de pie, en la entrada, a la espera de la siguiente orden. Rashid me cogió de golpe, por sorpresa, y agarrándome el pelo con mucha fuerza, me hizo mirarle a los ojos mientras me decía con voz sesgada, con su boca pegada a mi cara:

«Yo no soy como mi padre, putita. A mí no me hace falta ninguna excusa para castigarte. Si quiero azotarte, lo haré, Si quiero mearme sobre ti, tú abrirás la boca, complacida por el honor de recibir mi meada. Y si quiero tirarme un pedo en tu cara, lo agradecerás. ¡¿Te ha quedado claro?!»

Sus malvados ojos me asustaron de veras.

«Si Amo, puede hacer lo que quiera conmigo» dije, temblando por dentro.

«A ver si es verdad» respondió él, y de un empujón me tiró al suelo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entrada destacada

Maite. Secuestrada en Egipto. Cap 01.

Serie larga, donde se relatan las peripecias de la pobre Maite, joven casada a la que secuestran en su viaje de casados. A lo largo de los ...