martes

Maite. Secuestrada en Egipto. Cap 15.


Rashid se fue hasta el sillón, se desabrochó el cinturón y se sentó. Se sirvió una copa. Todo esto mientras yo permanecía en el suelo, asustada, sin saber qué hacer.

«Cuando estés conmigo andarás siempre a cuatro patas.» empezó a decir «Y no quiero que me hables en ningún momento, ya sé que mi padre te ha ordenado que repitas sus órdenes, pero yo te digo lo contrario. No quiero oírte.»

Asentí en silencio, con la mirada fija en el suelo.

«Tráeme un puro y el encendedor del escritorio» fueron las siguientes palabras de ese ser tan malvado.

Fui hasta allí, cogí lo que me pedía y volví a su lado lo más rápida y silenciosamente que pude. Encendió el puro, dando largas caladas. Bebió más whisky. Cuando tuvo que tirar la ceniza puso el puro frente a mi cara. No se me ocurrió otra cosa que alzar las manos, como si tuviera agua en ellas, y allí dejó caer la ceniza. Creo que acerté con mi respuesta improvisada. Rashid permanecía allí sentado en silencio, mirándome, planeando a saber qué... Entonces, sin más, acercó la punta encendida del puro que se estaba fumando a mis manos y lo apagó lentamente allí. No grité. Ashraf Ashraf Ashraf... solo podía repetir su nombre en mi mente una y otra vez para no gritar y salir corriendo... Ashraf... ¿Por qué me has apartado de tu lado? ¿Y por qué tu hijo me tiene que tratar así de mal? ¿Qué le he hecho yo a este chico? Sinceramente, a Rashid se me hacía difícil entenderle, me pedía que fuese sumisa, pero cuando más lo era más se ensañaba conmigo... no quería ni pensar qué pasaría el día que se enfadara de verdad, por eso no grité ni hice nada, por eso aguanté estoicamente la sesión de aquella primera noche con Rashid, mi nuevo Amo.

«Ve a limpiarte» me dijo entonces ese hombre que tanto miedo me daba.

Me acerqué a gatas a un cubo de agua que había junto al escritorio, donde él me había señalado, y eliminé todo rastro de ceniza de mis manos, un gran círculo apareció donde él había apagado el puro, y me ardía mucho, como la «R» que me había marcado con hierro hacía unos instantes. Odiaba todo eso, pero me maravillaba darme cuenta del poder de la mente, como usando únicamente la voluntad puedes llegar a soportar tanto dolor.

«Ven aquí» dijo acto seguido.

No me dejaba descansar ni un segundo. Fui a gatas a su lado, mientras él se quitaba los zapatos. Me arrodillé frente a él.

«Quítame los calcetines con la boca. Y cuidado con morderme.»

¡Qué asco! pensé, pero agaché la cabeza, la puse a la altura de sus pies, y no sin complicaciones, conseguí quitarle primero uno, y luego el otro calcetín.

«Abre la boca» Rashid iba soltando las ordenes una tras otra, sin dejarme un segundo de descanso.

Lo hice, y él empezó a meterme uno de sus dedos, el más gordo, en la boca, y luego hizo movimientos de dentro hacia fuera. Era una sensación muy extraña. No es que oliera extremadamente mal, pero me daba mucho asco pensar que tenía el pie de un extraño acariciándome la lengua. A él parecía gustarle lo que me hacía... la humillación a la que me estaba sometiendo, el gran bulto en su entrepierna así lo denotaba. Sin sacar el pie de mi boca, se inclinó y me cogió por las caderas, acercando mi culo a su alcance. Me apartó las faldas y me metió sin más tres dedos dentro de mi coño. Intenté relajarme todo lo que pudiera, para que la experiencia fuese lo menos dolorosa para mí, intenté imaginarme que era Ashraf quien me estaba haciendo aquello... Luego, sin sacar los dedos de mi coño, apuntó el gordo a mi culo y lo metió. Pero Rashid pronto se cansó de ese jueguecito. Me hizo poner en pie.

«Desnúdate, puta.» me ordenó de manera tajante.

Mientras lo hacía él fue a buscar algo, que resultó ser una vela, gruesa y de largura media.

«Ponte con las piernas abiertas, las manos en la nuca y abre bien la boca.»

Cuando estuve así como me dijo, me metió la vela en la boca, y encendió la mecha. Se acercó a mi lado y me susurró al oído…

«No la dejes caer o te arrepentirás.»

Al oír sus palabras agarré con fuerza la vela con mis dientes. Él fue a buscar otra cosa. La vela se fue calentando, y poco a poco, empezó a caerme la cera caliente encima de mis pechos. Ahora entendía el por qué me había hecho poner así. Rashid se acercó por mi espalda, y sin previo aviso, me dio un fuerte latigazo en la espalda. Como no me lo esperaba di un traspié hacia delante, pero no dejé caer la vela. Me coloqué de nuevo, esperando con tensión el resto de los golpes, que cayeron en una lluvia interminable sobre todo mi cuerpo... en el culo, el estómago, las piernas. Sus azotes eran realmente fuertes. Aguanté como pude. Finalmente se puso frente a mí, giró el látigo y me lo metió de un golpe en el coño. Tenía todo el mango metido dentro. Él se separó y me miró, sin dejar de sonreír con maldad, y entonces me dio una bofetada que me hizo caer de lado. Evidentemente la vela cayó de mi boca. ¿Cómo iba a aguantarla si él me hacía eso? Supuse que lo había hecho a posta. Tenía ganas de maltratarme, y de dejarme bien claro quién mandaba allí. Entonces se acercó y me dijo:

«Puta estúpida, ¡Te dije que no lo dejaras caer!»

Se quitó el cinturón y me lo puso a modo de collar, casi ahogándome con él, y luego me llevó a rastras hacia el sofá.

«Quédate aquí quieta, de pie.»

Volvió a mi lado con un aparato extraño.

«Esto es algo que he conseguido en este último viaje, tenía ganas de probarlo.»

Me puso unas pinzas en mis pezones, y otra en mi coño y mi lengua. Todas iban conectadas por un cable hasta el comando que tenía él en la mano. Entonces me hizo girar, quedando apoyada con los pechos en el asiento del sofá y el estómago en el brazo. Aún tenía metido el látigo en el coño, y las tiras sobresalían por debajo. Cogió mis manos, me las puso a la espalda, y las ató con el trozo de cinturón sobrante. Si tiraba mucho de ellas me ahogaba, así que no tenía más opción que permanecer quieta frente a su ataque. Cerré los ojos y respiré hondo, suplicando a Dios que todo aquello terminara pronto. Rashid se situó a mi espalda, se abrió la bragueta, y con fuerza me metió su gran polla en el culo. No me había lubricado, y estaba muy nerviosa, por lo que su embestida me dolió bastante. En seguida empezó a meter y sacar su enorme polla de mi culo. Entonces le dio al botón y una terrible descarga eléctrica me atravesó por completo. El clítoris me ardía, mis pezones me dolían, y lo peor era mi lengua... cuantas más descargas me daba entre enculada y enculada más saliva se me iba cayendo. No lo podía controlar, y no podía hacer nada para evitarlo, porque no podía moverme. Además, cada vez que le daba al botón, todos los músculos de mi cuerpo se me contraían involuntariamente, haciendo que su penetración anal fuese aún más dolorosa para mí. Rashid estaba disfrutando con mis gritos de dolor. Me estuvo dando por el culo un buen rato. Cuando sintió que iba a correrse, sacó la polla de mi agujero de atrás, arrancó el látigo y me metió su dura polla hasta el fondo de mi coño. Allí descargó su abundante corrida, gimiendo como un cerdo, al tiempo que dejaba apretado el botón con el que me daba esas torturantes descargas, provocándome un gran dolor y fuertes espasmos en todos los músculos de mi cuerpo, incluido mi esfínter. Supongo que eso le proporcionaba mucho más placer a ese sádico.

Cuando hubo terminado de eyacular, Rashid me tomó con fuerza del pelo, obligándome a arrodillarme sobre el sofá, y sin soltar su agarre, tiró con un rápido movimiento del cable que unía las pinzas que me había colocado en mis pezones, en mi clítoris y en mi lengua, haciendo que las mismas saltasen, provocándome un fuerte dolor en todas esas zonas de mi anatomía, que ya de por si estaban irritadas por el trato que acababan de recibir. Apreté con fuerza mis dientes para no emitir ningún sonido. El hijo de Ashraf estaba completamente loco y me castigaba sin motivo, no quería comprobar qué me haría si le provocaba. Mi instinto de supervivencia me decía que era mejor aguantar el chaparrón como pudiese... ¿Pero hasta cuando sería capaz de soportarlo?

No podía dejar de pensar en Ashraf, a quien consideraba mi verdadero y único Amo, y por quien en realidad estaba soportando con estoicismo todas estas vejaciones y torturas sin quejarme. Solo de pensar que a partir de ahora mi Amo era Rashid, que no volvería a ver a ese hombre de mirada felina que había conseguido doblegar mi alma hasta hacerme suya se me instalaba un fuerte nudo en el estómago, me dolía el pecho de manera intensa, físicamente hablando, y me entraban ganas de llorar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entrada destacada

Maite. Secuestrada en Egipto. Cap 01.

Serie larga, donde se relatan las peripecias de la pobre Maite, joven casada a la que secuestran en su viaje de casados. A lo largo de los ...