lunes

Maite. Secuestrada en Egipto. Cap 08.

Tragué saliva, inspiré hondo, y empecé a avanzar poco a poco hasta el centro de la habitación. La puerta se cerró a mi espalda. Oí la profunda voz de Ashraf diciéndome:

«Arrodíllate»

Así lo hice.

«Ven a cuatro patas y ponte debajo del escritorio, tengo mucho trabajo que hacer y me la vas a chupar mientras lo hago»

«Si Amo, se la chuparé mientras trabaja»

Como me había dicho, fui andando a lo perrita por la habitación, me situé debajo de la mesa, subí su túnica, y me puse su polla en la boca.

Sabía a pis y a corrida. Nada que ver con ayer, que iba todo limpio. Me imaginé que hacer que se la chupara así formaba parte del castigo, claro que después de lo que ocurrió ayer, ni se me pasó por la cabeza quejarme.

«Más despacio, perra. Quiero que sea relajante, no correrme enseguida»

Siguiendo sus órdenes disminuí la marcha de mi felación. Ahora que me fijaba, este hombre tenía un rabo grandioso. Aun poniendo mi mano agarrando la base no era capaz de meterme toda la carne sobrante en la boca... y este sabor a semen y orina. Ayer Salima le dejó la polla bien limpia, yo lo vi, así que debe haberse masturbado y meado justo antes de que entrase yo... hay que ser retorcido.

Cuando ya llevaba algo más de una hora dándole placer, no notaba ni el sabor del pis ni el semen. Simplemente dejé la mente en blanco, imaginando que a quien se la chupaba era mi marido.

Arriba... abajo... arriba... abajo. Encima de mi oía como Ashraf tecleaba en su ordenador, o como hablaba por teléfono con a saber quién. Pasó otra buena hora hasta que dejó de teclear, puso ambas manos encima de mi cabeza y empezó a presionarla hacia su ingle, gimiendo de placer. Yo intentaba no ahogarme apoyándome con las manos en la base de su gran polla. Al mismo tiempo empezó a mover las caderas, dejándome poco espacio para maniobrar, casi lo único que podía hacer era quedarme quieta, con la boca abierta al máximo y dejarle hacer. Su corrida no se hizo esperar mucho... el sabor me hizo recordar la cena de anoche. Lo tragué todo y me dijo:

«Muy bien, sigue como estabas haciendo»

No me lo podía creer. Pensaba que al haber eyaculado me dejaría descansar un rato mi mandíbula dolorida, pero no, cogí su rabo con las manos y volví a lamer. Así me tuvo entretenida hasta la hora de comer, corriéndose en mi boca un par de veces más a lo largo de la mañana.

Cuando Salima subió a avisarle de que la comida ya estaba lista, en vez de seguirla, Ashraf me llevó, atada por la cadena del cuello a la pulsera de su muñeca, por el otro lado del pasillo hasta un baño que no había visto (era el suyo personal), muy parecido al otro. Otra vez me hizo aguantarle el rabo mientras meaba, pero en vez de hacérmelo limpiar luego con la boca, me ordenó que lo hiciera con el cubo de agua que había allí al lado.

Así lo hice, y cuando terminó me preguntó, con cierto retintín:

«¿Tiene sed mi perrita?»

No será capaz de... sí, claro que lo será, por supuesto... ¡este hombre es de lo más malvado! Llevo todo el día sin beber nada, dejando de lado sus corridas, y teniendo en cuenta el calor que hace aquí... ¡claro que tengo sed! Si le digo que no es capaz de dejarme sin beber por el resto del día... así que le respondí:

«Si Amo, tengo sed»

«Pues bebe, perrita, bebe todo lo que te apetezca»

Acerqué mis manos al cubo, cogí un poco de agua sucia, con la que acababa de limpiarle la polla... y a saber qué otras cosas habrían pasado por allí... no, si pienso así seguro que no podré beberla... dejé mis manías a un lado y... ¡bebí! El agua no sabía tan mal como esperaba, y mi sed era muy fuerte, por lo que bebí y bebí hasta sentirme saciada, porque estando allí retenida, no sabía cuándo tendría la oportunidad de volverlo a hacer.

«Estoy muy orgulloso de ti, Maite» me dijo, y no pasé por alto que aquella era la primera vez que se dirigía a mí por mi nombre verdadero «Ahora vamos al salón»

Salí andando frente a él.

Entramos al salón, vi la mesa llena de manjares sabrosos, se sentó en su silla, yo me arrodillé a su lado. Esta vez no me hizo chupársela mientras comía, en vez de eso Salima me trajo el cuenco y lo dejó en el suelo frente a mí. De nuevo arroz, y esta vez ya tenía el aliño puesto era una corrida tan espesa y abundante que me hizo pensar que Ashraf se había masturbado no una sino varias veces en mi plato, si era él quien lo había hecho.

Soy Alicia al otro lado del espejo. Ya nada tiene sentido aquí. El tiempo se distorsiona. Las normas cambian. Hay gente extraña. Yo estoy dejando de ser yo misma. Me agacho y me pongo a comer como lo haría una perra. No podía verlo, pero me imaginé una sonrisa maliciosa asomando a los labios de Ashraf. Ahora entendía el sabor a semen de su polla esta mañana.

Cuando terminamos de comer Ashraf dio unas órdenes a Salima, y luego me hizo levantar, y andando siempre frente a él, volvimos al baño que habíamos estado antes. Me soltó la cadena de su pulsera y me dijo:

«Esta tarde vas a estar muy ocupada, así que, si tienes que mear, hazlo ahora»

Pero en vez de dejarme sentar en la taza me hizo ir a la ducha, ponerme de cara a la pared de cuclillas, enseñándole mi coño en primer plano mientras meaba. Me puse como me dijo, pero me costó mucho soltarme porque podía sentir físicamente los ojos felinos de Ashraf clavados en mis zonas más íntimas, y eso me hacía arder de pudor. Además eso de que iba a estar muy ocupada... ay ay ay... que mal rollo me estaba dando todo esto.

Cuando por fin conseguí soltar la vejiga, un buen chorro de meado cayó al suelo de la bañera. Mi Amo no se perdió ni un detalle. Luego me dijo que me limpiase bien el coño y el culo, y que me secase, cosa que pude hacer sin desnudarme, pues el vestido era tan corto que no se manchó en el proceso.

Hecho esto cogió la cadena con la mano y me llevó a la habitación de al lado, su dormitorio. Cuando entramos vi a Salima terminando de arreglar las cosas que antes él le había pedido. La ansiedad volvió a mí como un martillazo. Como en la cueva, tuve que controlar mis respiraciones para no caer en una espiral de caos y locura.

La gran cama ocupa el espacio central de la habitación, que de por sí es inmensa. Es una de esas camas antiguas, con postes de madera que van del suelo al techo en las cuatro esquinas de la cama. Alfombras mullidas en el suelo. Varios ganchos en el techo. Las paredes están cubiertas de espejos. Al mirarme me veo reflejada en mil y un perfiles. La cama por la parte de arriba tiene una madera, no muy ancha, que la voltea toda, clavada en las puntas en cada poste, como los cacharros que he visto en algunas cocinas que se usan para guardar paellas y demás, pero en vez de eso, esta estaba repleta de distintos aparatos que me imaginé para que los iba a usar Ashraf, pero mejor no pensar en ello... en mi rápido vistazo pude distinguir látigos y palas de distintos tamaños. sogas de varios grosores, consoladores... colgados en los ganchos alrededor de la cama.

Leves escalofríos recorrieron mi cuerpo. Había llegado el momento que tanto temía. Hoy Ashraf iba a follarme. Y parecía que pudiese leerme la mente, porque en cuanto este pensamiento cruzó mi mente me dijo:

«Supongo que ya te imaginas para qué hemos venido aquí»

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